Raymundo Riva Palacio
Septiembre 05, 2017
En el mensaje político a propósito del Quinto Informe de Gobierno, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, traía una “cara de funeral”, como lo describió Arturo Cano en su crónica en La Jornada. “Continúa siendo un misterio sus aspiraciones”, escribió Horacio Jiménez en su relato del evento en El Universal. “Para él no hay tiempo ni espacio para fotos ni abrazos”, agregó al compararlo con lo sociable y dicharachero del resto de sus colegas en el gabinete. El pachuqueño sí es un misterio en público, no de ahora, sino de siempre. No muchos saben que es un hombre de noche, como su amigo, el presidente Enrique Peña Nieto, de quien solía despedirse casi amaneciendo, y su cómplice en las juergas con Juan Camilo Mouriño, el hombre fuerte en el gobierno de Felipe Calderón, antípodas de lo que es en público, serio, solemne y de rasgos severos.
Osorio Chong se ha preparado desde el comienzo para ser sucesor de Peña Nieto. A lo largo de su gestión ha mantenido un cuarto de guerra en las sombras para definir estrategias, y tomó clases para mejorar su dicción, notable avance de alguien que hablaba como lectura de un mensaje telegráfico, a una fluidez que hace olvidar sus espasmos lingüísticos. Pero la candidatura del PRI le parecía que se le escapaba de las manos. Hace unas semanas admitió en privado que los momios sucesorios no estaban inclinados por él. En los pasillos del poder, comenzando por Los Pinos, los nombres de sus colegas de gabinete, José Antonio Meade, José Narro y Aurelio Nuño, encabezaban las ternas que buscan adivinar el pensamiento del presidente Peña Nieto sobre su sucesor.
Nadie sabe cómo está pensando Peña Nieto porque nunca, en situaciones similares, guardando las diferencias, ha comentado las opciones que está considerando. Hace varios años, un profesor de política en la Universidad de Harvard trazó analogías entre el PRI y el Partido Comunista Ruso, afirmando, para sorpresa de sus alumnos, que sería más difícil de romper el régimen de Moscú que el de la Ciudad de México, por la flexibilidad del sistema político mexicano y los enormes recursos políticos de su presidente para hacer su voluntad. Había otros ángulos de comparación.
En Moscú, los kremlinólogos observaban el presídium durante el desfile militar de la Revolución de Octubre para ver quién empezaba a acercarse al centro y determinar cómo iba subiendo en jerarquía y poder. En el México de la república priista, también se ven los presídiums y se trata de adivinar con gestos y lenguajes de cuerpo lo que el presidente en turno piensa sobre su sucesor. Es cierto que no hay ninguna sucesión que atrape el imaginario colectivo mexicano como una priista, producto, se puede pensar, de una vieja cultura autoritaria que permeó estilos de vida. El Quinto Informe de Gobierno del presidente Peña Nieto era la ocasión para intentar penetrarle el pensamiento sucesorio.
Las señales se dieron, a juicio de quienes las interpretaban. La enorme sonrisa del secretario de Hacienda, la despedida del secretario de Relaciones Exteriores antes que al de Gobernación, o que los subsecretarios de Educación fueran colocados con el grupo de invitados especiales y no en lo alto de la última tribuna, junto a las cámaras de televisión, como sucedió cuando el titular era Emilio Chuayffet. La suma de las señales buscaban un destino manifiesto, y las crónicas periodísticas decían que no hubo ninguna. ¿Realmente no hubo ninguna? Habría que regresar al discurso de Peña Nieto el 2 de septiembre, donde habla bien de la economía y dice que pese al entorno internacional, México sigue creciendo. Entonces, no ve la economía como un tema que requiera de un experto para el próximo sexenio. No habló en concreto de las reformas, sino en lo general como una necesidad para seguir consolidando el cambio, enmarcado en lo político: que no haya polarización, ni división. O sea, un candidato con perfil político es lo que México necesita, si uno se atiene al texto del mensaje presidencial.
Lo que subrayó Peña Nieto como la prioridad nacional es la seguridad, a la cual le dedicó la primera parte de su mensaje, y reconoció que se volvió un problema serio. “En los primeros cuatro años de esta Administración, se logró disminuir la incidencia de delitos del fuero común por cada 100 mil habitantes”, dijo. “Sin embargo, ese resultado se ha revertido. Hoy, una parte significativa de los homicidios no está relacionada con el crimen organizado, sino con delitos del fuero común, aquellos que son responsabilidad de los estados y municipios”.
Es decir, son los gobernadores y los alcaldes quienes no han hecho su trabajo y por ello el incremento de la violencia. Para quienes piensen que la responsabilidad primaria recae en Osorio Chong –como quien esto escribe–, Peña Nieto considera otra cosa. No es él culpable de la espiral de violencia que se vive, sino otros. ¿Tiene camino relativamente libre para la candidatura? Funcionarios en Los Pinos insisten en el distanciamiento del presidente con él, pero quienes los han visto interactuar en el gabinete, ven calidez y cercanía. Hay señales, pero no definitivas. Lo único que puede afirmarse en este momento es que Osorio Chong es quien encabeza las encuestas para 2018 dentro del PRI –por conocimiento de la persona–, que sería un error descartarlo a priori de la contienda, y que el dogma de Peña Nieto es escoger al candidato con el que pueda ganar, sea quien sea.
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