Raymundo Riva Palacio
Noviembre 14, 2017
Las encuestas presidenciales, prácticamente todas, muestran dos tendencias: el PRI no va a ganar la elección en 2018, y el partido por el que menos votarían los mexicanos es el PRI. Si esta proyección es una mala noticia para el presidente Enrique Peña Nieto, el que sea el mandatario peor evaluado desde que se miden los jefes del Ejecutivo en México desde hace un cuarto de siglo, la hace peor, pues lo convierte en un lastre para el candidato, no un activo. Adicionalmente a las malas noticias electorales para el presidente, se suman la inflación de 7%, el alto costo del dinero con las tasas de interés más elevadas del mundo, y las dudas sobre el futuro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que frena inversiones e impacta en el tipo de cambio. No obstante, en Los Pinos creen que el PRI y a quien unja Peña Nieto como candidato, repetirá en la silla presidencial.
No hay magia. La estrategia es clara. El golpeteo constante a los líderes del Frente Ciudadano busca minar su eventual candidatura presidencial, con la mira puesta en la polarización del electorado y que la disputa en 2018 sea parejera con Morena. El virtual candidato presidencial de ese partido, Andrés Manuel López Obrador, quiere lo mismo. Peña Nieto y López Obrador quieren batirse como en el estado de México, una lucha entre ambos donde sólo existan dos contendientes. Pero la apuesta de López Obrador, añadir a su voto antisistémico el de los inconformes, no es la misma que la de Peña Nieto y Los Pinos. La estrategia tricolor es ganar los primeros lugares en todos aquellos estados que se pueda, pero sobre todo, llevar al candidato del PRI siempre en el mejor segundo lugar en donde no gane.
Es decir, la estrategia es ser el mejor segundo lugar, donde la suma de todos esos votos le dé la victoria. Estos cálculos presuponen que ningún candidato del PRI sería suficientemente competitivo para derrotar a López Obrador, por lo que están diseñando un andamiaje electoral distinto, aprovechando la fortaleza territorial del PRI y la debilidad de Morena a nivel de estructura nacional. Morena es un partido que apenas obtuvo su registro en 2015, por lo que no hay un historial de voto suficientemente longevo para ver las tendencias de su electorado, ni amplio para analizar sus fortalezas y debilidades. En la actualidad, Morena es López Obrador, quien ha reducido sus negativos al tiempo de consolidar su base electoral. El PRI, en cambio, es lo suficientemente viejo para que el electorado aprecie más sus debilidades y fortalezas.
Como ilustración para explicar la estrategia priista, en las elecciones federales de 2015, el PRI tuvo una caída de más del 25% de su electorado y dejó de gobernar a 11 millones de mexicanos. Porcentualmente, el PRI dejó de gobernar a más de 50 millones de mexicanos en el país, como había sido hasta entonces. Es cierto que todos los partidos perdieron electores, pero ninguno como el PRI. Morena y Encuentro Social, los únicos que fueron a su primera elección, conquistaron casi cinco millones de votos, de cuales, 70% fue de Morena. La tendencia de voto para el PRI ha tenido una caída sostenida de aproximadamente 45 grados; o sea, una inclinación clara, sin ser abrupta.
En los estados que son los principales campos de batalla electoral por densidad poblacional, las contiendas por las gubernaturas le han sido desfavorables al PRI en los tres últimos años. En Nuevo León fue arrollado dos a uno por el independiente Jaime Rodríguez, El Bronco. En Veracruz, Miguel Ángel Yunes ganó por clara diferencia, mientras que en Puebla la ventaja se amplió a más de 10 puntos. La Ciudad de México y Guanajuato tendrán elecciones concurrentes el próximo año, pero en ninguna de las dos gobierna el PRI y no se ve que pueda revertir la tendencia. Jalisco, que también tendrá elecciones el próximo año, es gobernado por el PRI, que ha perdido fuerza frente a Movimiento Ciudadano en los dos últimos años, y posiblemente pierda el ejecutivo estatal. El PRI sólo gobierna uno de los estados donde se deciden las elecciones, el de México, donde superó por escasos tres puntos a Morena.
Sin embargo, en todas esas entidades salvo en la Ciudad de México, el PRI ocupa el segundo lugar. Es muy distante en algunos estados, como en Puebla, pero ahí supera casi 4 a 1 a Morena. En Veracruz avanzó formidablemente Morena en 2015, pero se desinfló en 2016. Morena dejó de ser competitivo en ese estado del golfo, y sólo mantiene su nivel en la Ciudad de México, donde su rival es el PRD, y en el Estado de México, donde tuvo ese avance por el desplome del PAN y una campaña tardía y acotada por presiones e intereses del PRD, cuyos dirigentes estatales estuvieron en convivencia con el PRI.
Vista fríamente la estrategia, aunque conservadora, es tácticamente inteligente. Pero para que esto pueda darse, se puede argumentar, se necesita que la contienda sea entre dos candidatos fuertes, por lo que una candidatura del Frente Ciudadano por México, no sería deseable para estos fines. Lo que mejor acomodaría para esta estrategia, sería que el PAN y el PRD presentaran candidaturas presidenciales individuales, para que el voto anti López Obrador no se dividiera en los estados clave para ganar la elección. Si esto es posible, como sucedió en el Estado de México, piensan que la victoria está a la mano para el candidato de Peña Nieto, cualquiera que este sea.
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