EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

2020

Arturo Martínez Núñez

Diciembre 29, 2020

El año 2020 que termina pasado mañana, quedará marcado en la historia de la humanidad como el año en el que el mundo vivió el embate de la terrible pandemia provocada por el Covid-19.
Muchas familias nos llenamos de luto al perder a un ser querido y ver convertida nuestra vida cotidiana en esta forma extraña de interacción sin contacto, llamada nueva normalidad.
Pero la vida es así. No se puede entender la vida sin la muerte; el día sin la noche; la oscuridad sin la luz; el bien sin el mal.
La vida es una paradoja constante y permanente; un sistema de equilibrios y de cargas positivas y negativas.
Durante este annus horribilis yo tuve la inmensa dicha de convertirme en padre de un niño hermoso, sano, inteligente y de mirada profunda que llena mis noches y mis días de una profunda felicidad; en el mismo año a causa de la pandemia, perdí a mi querido tío César, al que pude abrazar por última vez en el bautizo de mi hijo José María, unos días antes de que iniciara la jornada nacional de sana distancia.
Durante este año, tuve el placer de escribir y publicar mi primer libro, que me ha llenado de satisfacciones y ha despertado en mí la inquietud por escribir y publicar más.
La vida es tristeza y alegría, es la inocencia de un niño nacido un 12 de febrero, cuando el mundo apenas comenzaba a dimensionar lo que vendría después; la vida es la tristeza de hablar por teléfono con un ser querido, escucharlo lúcido y en buenas condiciones, para ser informado al día siguiente de que sería intubado y nunca lo volverías a escuchar.
Si tuviera que escoger entre el lamento y la esperanza, me inclinaría todas las veces por la esperanza. Por eso, para mí el 2020 no es un año perdido, ni horrible, sino un año en donde pudimos reconocer lo mejor que tenemos como humanidad. Desafortunadamente tienen que llegar las tragedias para que los seres humanos en nuestra inmensa soberbia, recordemos que somos seres pequeños y vulnerables ante la majestuosidad de la naturaleza y del universo. Por eso estos años de pandemia, al igual que los años de guerra y los años de tragedias naturales, nos hacen reflexionar y valorar en su justa dimensión y diferenciar con claridad las cosas que importan de las que no importan; recordar que lo más importante es la salud, es el bienestar, la misericordia, la empatía y la solidaridad entre semejantes. Un microscópico bicho vino a recordarnos que no hay diferencia entre pobres y ricos; entre el norte y el sur; entre blancos y negros; entre europeos y latinoamericanos.
Todos estamos igualmente expuestos y vulnerables y no hay dinero que alcance cuando la salud está de por medio.
El 2020 se llevó una parte de mí, pero me dejó un maravilloso regalo en la figura de mi hijo que habrá de recordarme todos los años, todos los días de mi vida, que lo verdaderamente importante es invisible para los ojos, que lo verdaderamente importante no se puede comprar, ni se puede vender, que lo verdaderamente importante no es lo que se tiene, sino lo que se es y lo que se hace; que lo único verdadero y permanente es el amor y que lo que nos define como seres humanos es nuestra capacidad para servir al prójimo. Todo lo demás es pasajero, todo lo demás es temporal, todo lo demás pasa y lo único que queda, se expande, y crece permanentemente es el amor.
En este 2020 que se extingue, deseo que en todos los hogares, a pesar de las tragedias el amor inunde sus corazones, llene de salud a sus familiares y la mirada de un niño les recuerde, como lo hacen conmigo José María y Santiago, que la verdadera riqueza existe dentro y no fuera.