Arturo Martínez Núñez
Octubre 27, 2020
(Primera Parte)
Capítulo 1
Decidí escribir un libro porque estoy convencido de que a las palabras se las lleva el viento, pero la palabra escrita permanece. En la víspera del inicio del proceso electoral del año 2021, estoy convencido de que, además de poner sobre la mesa los nombres de las mujeres y los hombres que buscan encabezar el gobierno de Guerrero, debemos exponer ante todo, las ideas, los proyectos, los planes, y plantear las posibles soluciones a los cientos de problemas que aquejan a nuestra querida entidad.
Es muy fácil decir apóyame, vota por mí, yo soy el mejor o la mejor, tengo la mejor trayectoria, soy el más simpático o la más guapa o el más conocido. Sin embargo, la carrera por elegir a la mejor persona para dirigir el ejecutivo de Guerrero, no debería ser un simple concurso de popularidad, un amarre entre grupos, una competencia de infundios, insultos, filtraciones y chismes, sino un gran debate respecto a qué tenemos que hacer, cómo vamos a hacerlo, con qué vamos hacerlo, y con quiénes vamos a hacerlo.
Guerrero no necesita más promesas ni más grillas; Guerrero no necesita mentes iluminadas, pedigrís millonarios e improvisados metidos a políticos, en esta compleja actividad que es mitad arte y mitad técnica que es el servicio público. Necesitamos proyectos, planes de desarrollo, estrategias bien definidas con ejes temáticos que puedan medirse evaluarse y corregirse periódicamente. Un gobierno de hombres y mujeres capaces, comprometidos, honestos, de eficiencia y eficacia probadas, con espíritu de servicio.
Guerrero necesita a las y los mejores cuadros con los que podamos contar. Más allá de colores, de filiaciones políticas, de creencias religiosas, filosóficas o éticas, Guerrero necesita un gobierno con las y los mejores.
21 causas para el 21, es un libro que busca plantear, esbozar apenas las líneas generales de lo que debe ser un Plan Estatal de Desarrollo. Podríamos decir que pretende ser el borrador de un anteproyecto. Nosotros no planteamos tener todas las soluciones ni ser expertos en todo, sino precisamente lo contrario: que la enorme tarea de sacar adelante a este estado, que si bien es cierto recae como responsabilidad en la figura de una sola persona, que representa al poder ejecutivo, debe ser una labor colectiva en su diseño, planificación, e implementación.
El ejecutivo estatal, encarnado en una sola persona, es finalmente el responsable único de planear, ejecutar el gasto, nombrar a las personas sobre las que delegará la responsabilidad en las distintas áreas específicas, es el responsable de integrar el plan estatal de desarrollo y de alinear los esfuerzos para cumplir las metas que en él se tracen.
Lo que necesitamos cambiar es la forma en que la sociedad se relaciona con el poder, el viejo modelo unidireccional en donde un ser iluminado llenaba con sus sabiduría el espacio de la ciudadanía ha quedado en el pasado. Nadie hará por nosotros lo que nosotros no hagamos por nosotros mismos. Dice nuestro presidente que solo el pueblo organizado puede salvar al pueblo y coincido plenamente.
Guerrero necesita de un gobernador o gobernadora, dedicado las 24 horas del días, los siete días de la semana a atender la problemática del estado; que no tenga distracciones, vicios, que gobierne con todos y para todos, que tenga probada experiencia en cargos ejecutivos, y legislativos. Que sea todo terreno, que pueda estar en la mañana en una reunión de seguridad, al medio día en una reunión en la sierra y en la noche en una reunión con inversionistas en la ciudad de México. Guerrero necesita un gobernador o gobernadora que sean anfibios, que puedan moverse con la misma soltura a lo largo y ancho de nuestra extensa geografía, comprendiendo la idiosincrasia de las distintas regiones, grupos étnicos, orígenes, niveles socioeconómicos y socioculturales. Guerrero necesita un armonizador, un director de orquesta, un engrane que haga que el resto de las piezas funcionen de manera sincronizada y precisa.
Por eso decidí escribir este libro y tratar de generar el debate en torno, no a las personas y sus virtudes, sino a las ideas para enfrentar los problemas. La gente en la costa, en la sierra, en las ciudades medianas y grandes, exige soluciones, exige respuestas, exige que el gobierno sea cercano. El pueblo, necesita comprender plenamente que sus servidores públicos trabajan para él y no al revés. El pueblo necesita recuperar el poder que dimana del propio pueblo y que es depositado de manera temporal en representantes del poder ejecutivo, legislativo y judicial en los tres órdenes de gobierno: el federal, el estatal y el municipal. Pero tiene que tener la claridad de que el poder es suyo y de nadie más. Y tiene que recuperar ese poder para cumplir la máxima de que el pueblo pone y el pueblo quita. Por eso coincidimos con el presidente de la República en el planteamiento de que debe de existir en nuestra constitución la figura de la revocación de mandato, porque no debiéramos de esperar seis años en el caso de gobernador o tres años en el caso de las presidencias municipales, para corregir lo que se tenga que corregir y hacer los cambios que se tengan que hacer, siempre bajo el mandato de la soberanía popular.
El poder popular también significa determinar cómo y en que se ejercerá una parte del presupuesto, un presupuesto participativo, basado en objetivos y en resultados, pero que sea discutido y decidido en las asambleas públicas de cada comunidad de cada colonia, de cada barrio y de cada ciudad. Necesitamos reformar el poder para poner el poder al servicio de la gente. Necesitamos reformar el poder para que este sea democrático, horizontal, participativo y corresponsable, el deber ciudadano no termina acudiendo a las urnas, al contrario, ese no es el fin del ciclo democrático, sino más bien es el principio.
Los ciudadanos, deben de organizarse para exigir el reconocimiento de sus derechos y el cumplimiento de la ley. Los ciudadanos deben de entender que los recursos públicos son sagrados y que, el que toca un peso del erario público en su beneficio comete el peor de los pecados. Los ciudadanos deben de entender y hacer suya la idea de que el poder no es propiedad exclusiva y monopólica de la mal llamada clase política. La “clase política”, ese grupo de privilegiados que se repartían el pastel, bajo el criterio de que ya te tocó a ti, ahora me toca a mí. La clase política debe de desaparecer, el servicio público debe de ser precisamente eso, un servicio, un deber, una obligación, un sacrificio y un apostolado.
Decía la madre Teresa de Calcuta que “Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido”.
El servicio público no debería ser un privilegio, no significa tener mejores ropas, desplazarse en mejores vehículos y protegido por decenas de guardaespaldas. El servicio público no significa vivir montado en un helicóptero viendo los problemas desde el aire. El servicio público significa sobre todo la empatía, ponerse en los zapatos del otro, entender sus problemas y ofrecerles soluciones, escuchar a la gente y comprometerse con ella. Significa también ser brutalmente honesto y decir qué se puede y qué no se puede. Significa hablar con la verdad.