EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

37 noches

Federico Vite

Mayo 16, 2017

¿Qué puede decirles a los guerrerenses del siglo XXI el libro Los 120 días en Sodoma o la escuela del libertinaje, del marqués de Sade? El autor fue uno de los últimos prisioneros de la Bastilla, antes de la Revolución Francesa. Era devoto del teatro, la literatura y la política; también se le consideró un excelente militar. En la Bastilla escribió Los 120 días de Sodoma. Pasó mucho tiempo incomunicado, solían encerrarlo en las letrinas. Logró, con ayuda de otros reclusos, obtener un rollo de papel, pluma y tinta. Durante 37 noches, en 1785, escribió compulsivamente este libro en el que sondeó algo que me llama la atención: el surgimiento de los nuevos ricos, la forma en la que opera un banquero, un juez, un sacerdote y un noble, con la intención de hundir en la miseria al resto de los pobladores. El contexto que otorga Sade es importante: “A finales del reino de Luis XIV, cuando el pueblo francés se encontraba empobrecido por las múltiples guerras emprendidas por el Rey Sol, pocos ciudadanos aprovecharon la situación, confusión y violencia extremas, para enriquecerse a costa de la miseria”.
Quienes han visto el manuscrito de Los 120 días en Sodoma, un rollo de 12 metros, dicen que Sade no desperdició ni un centímetro de papel. Narró la historia de cuatro hombres adinerados que deciden recluirse en un castillo durante 120 días con un ejército ideal para prácticas lascivas. Obligan a los chicos y a las chicas, que fueron secuestrados para formar parte de una orgía monumental, a practicar la coprofagia, la tortura brutal, el engaño, el incesto, la mentira. Básicamente a perder la fe en el humano. Pero no olvidemos que toda la historia se fundamenta en la acumulación de riqueza, derivada de las prebendas políticas, religiosas y legales de los protagonistas. Expone la connivencia de los ejes rectores de una sociedad, quienes encumbran el vicio, la degradación y la violencia, ejes de un nuevo orden, como el que impera en Guerrero.
Sade sabía que ese libro podría condenarlo definitivamente y lo escondió en un hoyo, en la pared de su celda. En 1789, cuando se inicia la Revolución Francesa y la Bastilla fue incendiada por los rebeldes, el marqués huyó, no tuvo tiempo de recuperar el rollo. Pasó el resto de su vida en otros calabozos. Nunca pudo regresar a buscar ese texto. Cuando murió, obeso y casi ciego, estaba convencido de que su novela se había quemado. Dijo que había llorado lágrimas de sangre por esa pérdida.
El 14 de julio de 1789, un hombre llamado Arnoux de Saint-Maximum rescató el rollo de las llamas que devoraban la Bastilla. Vendió ese texto al marqués de Villeneuve-Trans. Durante tres generaciones, el rollo estuvo oculto en los archivos de la familia del noble. De alguna manera, esa parte no está documentada, el manuscrito viajó a Alemania y terminó en manos del siquiatra Iwan Bloch, quien decidió publicarlo por primera vez en 1905, firmado con el pseudónimo Eugene Durhen. En 1929, el vizconde Charles de Noailles y su esposa, Marie-Laure, descendiente de Sade, compraron el rollo. Seis años después lo publicaron en una edición de lujo, secreta y exclusiva. Natalie, hija del vizconde, heredó el rollo. Una noche, durante una cena, ella mostró ese texto a sus invitados, uno de ellos era el escritor Italo Calvino. Por mediación e insistencia de él, Natalie entregó el rollo al editor Jean Grouet, pero ese hombre lo vendió, en 1982, a Gérard Nordman, un coleccionista de objetos eróticos. Adquirió ese tesoro por 60 mil dólares.
La obra de Sade es un muestrario de la transgresión. Expone el nihilismo y el ateísmo en las peculiares convenciones sexuales de sus textos. Aunque también podría entenderse la obra del marqués como una confesión, una purga de todo lo que provocó en él la guerra y el poder, un poder que ejercía de prestado, pues básicamente todo se debía a las amistades de la familia de su esposa, Renée-Pélagie Cordier de Launay de Montreuil.
El escándalo de Marsella lo hizo huir de Francia. Fue perseguido porque supuestamente envenenó con caramelos a tres prostitutas (chicuelas de 18, 20 y 22 años) durante una orgía en la que participaron el marqués y su sirviente. Escapó a Italia con su cuñada. La suegra lo acusó de perturbar la paz y de ser un irredento pervertido. Sade regresó a Francia para visitar a su padre en agonía; en ese momento fue encarcelado y así permaneció 13 años.
Sade vivió los últimos años de su convulsa existencia en el hospital Charenton. Mucha gente lo veía como un hombre agradable, pero en cuanto sabían quién era dejaban de saludarlo. Se dice que durante esa época tuvo una amante de 13 años. El 2 de diciembre de 1814, a la edad de 74 años, con sobrepeso y con ceguera, el tiempo se encargó de ordenar su vida y su obra. El tiempo convirtió aquellos textos en altas reflexiones filosóficas, sexuales y libertarias. El tiempo lo destruye todo; menos a los clásicos, de hecho, los rejuvenece. Que tengan un martes coqueto.