EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

40 de casi 500 años

Lorenzo Meyer

Abril 27, 2017

Hace cuarenta años que México dio por terminada su relación con la segunda República española. Fue un final, no el mejor, de un estupendo capítulo de la política exterior mexicana.

En estos días se conmemora que hace 40 años el gobierno mexicano “canceló” su relación con la Segunda República Española –era la relación no con un país sino con una idea nacida en 1931: la de sustituir a la España monárquica por una republicana y democrática– y la reinició con la España existente, con la que va a cumplir 500 años.
Esa relación hispano mexicana ha sido todo, menos armónica, sobre todo tras la independencia y la dura guerra que le precedió. Hasta 1836, Madrid se negó a reconocer la separación de su colonia americana (en teoría la Nueva España era reino, no colonia) e intentó reconquistarla en 1829. Fracasó. Más tarde, en 1861, fue parte de la alianza tripartita que tomó Veracruz para exigir el pago de deudas y luego apostó por el II Imperio contra la República; otro fracaso.
Fue con la pax porfírica (1877-1911) que la relación de México con su ex metrópoli se normalizó. La colonia española en nuestro país prosperó y en las “Fiestas del Centenario” de 1910 España participó ya sin rencor. El ministro español de la época vio en Porfirio Díaz a un “modelo de gobernantes, de patriotas”.
La Revolución volvió a cambiar el tablero. A raíz del golpe militar contra el presidente Madero en 1913, la España oficial y la colonia española tomaron partido, reconocieron y aplaudieron al asesino y volvieron a perder. Los zapatistas chocaron con los terratenientes españoles. Villa ordenó su expulsión de Chihuahua y Carranza echó del país a José Caro, un enviado de Madrid. El sentimiento antiespañol en los sectores populares mexicanos tuvo contraparte: en 1914 el agente español, Manuel Walls y Merino, informó a sus superiores: “…[México] es el [país] más despreciable de la tierra y donde no hay que buscar honradez, ni pundonor, ni patriotismo, ni virilidad: con decirle que a los huevos les llaman ‘blanquillos’ está dicho todo”.
La situación cambió dramáticamente en 1931 con la caída de la monarquía y la instauración de la Segunda República en España. México encontró en los nuevos gobiernos españoles un proyecto similar al suyo –reforma agraria, enfrentamiento con la Iglesia, política obrera– y un aliado en el plano internacional. Pese a la pobreza del fisco, el gobierno de México, a instancias de Plutarco Elías Calles adquirió en España algo que no necesitaba pero que fue una buena noticia en Madrid: buques guarda costa, lo que dio un buen respiro a los astilleros españoles y a sus obreros.
Con la guerra civil que estalló en 1936, la revolución social afloró en España y el gobierno de Lázaro Cárdenas respondió estrechando aún más la relación política y económica con la República. Esta historia ya se ha contado de varias maneras, (Mario Ojeda Revha, México y la guerra civil española, Madrid: Turner, 2004). Cárdenas la defendió en los foros internacionales, le envió armas, municiones y alimentos; un contingente de mexicanos se unió a sus ejércitos. Cuando la República pereció, México recibió a los republicanos que pudo.
Al concluir el sexenio cardenista, Madrid hizo varios esfuerzos por lograr el reconocimiento mexicano. Franco cultivó la relación con Maximino Ávila Camacho, pero la repentina muerte de éste en 1945 echó por tierra lo que era de por sí un proyecto dudoso. La sombra de Cárdenas también impidió que Miguel Alemán contemplara establecer relaciones con Franco.
Lo que se institucionalizó entonces fue una representación oficiosa de cada gobierno en la capital del otro. Y no sin dificultades, porque el primer representante oficioso de Franco en México –José Gallostra– fue asesinado en 1950 por un anarquista al que había reclutado como espía.
Las relaciones informales hispano mexicanas se rutinizaron. En 1951 los dos países firmaron un convenio de pagos y un intercambio comercial modesto floreció. En México operó una embajada republicana que no representaba a un gobierno efectivo, pero en la embajada de Portugal había una oficina española que llevaba los asuntos sustantivos. Esta rutina se quebró cuando en 1975 el presidente Luis Echeverría pretendió reforzar su papel como figura de carácter internacional y pidió la expulsión de España de la ONU como respuesta a las que serían las cinco últimas ejecuciones del franquismo. La maniobra del corresponsable de la matanza del 2 de octubre fracasó y de manera rotunda.
La muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 en el 65 aniversario de la Revolución Mexicana y el final del gobierno de Echeverría, abrieron las posibilidades y en 1977 se empezaría a escribir otro capítulo de la relación hispano-mexicana. Una relación básicamente positiva, aunque con algunas sombras por las prácticas corruptas de ciertas empresas, pero ahí la responsabilidad es más de México que de los inversionistas.
Hace 40 años, España se encaminaba al cambio político, pero el gobierno de José López Portillo no tuvo la sensibilidad para esperar a que tuvieran lugar las primeras elecciones libres españolas ni a que el rey fuese legitimado por la Constitución de 1978. López Portillo tenía prisa por presentarse en Caparroso, la tierra de sus antepasados, en calidad de presidente. El nuevo capítulo pudo iniciarse de manera más elegante, pero se descuidaron las formas. (Carlos Sola, El encuentro de las águilas, México: Porrúa, 2009, pp. 84-115, 167-177). Bueno, ahora lo importante es cuidar el contenido de cara al futuro.