EL-SUR

Sábado 09 de Diciembre de 2023

Guerrero, México

Opinión

A 50 años de la masacre coprera del 20 de agosto de 1967 (II)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Septiembre 07, 2017

La ruptura

La ruptura en el seno de la organización que agrupa a los copreros de ambas costas, se da por la falta de transparencia en el manejo de 40 millones de pesos, erogados presumiblemente en la campaña contra la “fungosis”. Una plaga amenazando peligrosamente la riqueza forestal de Guerrero. La cifra millonaria provenía de un impuesto especial de trece centavos por kilogramo de copra, aplicado a una producción anual de 70 mil toneladas (hoy mismo alcanza tan solo 27 mil toneladas). Tampoco estaba claro el destino de tres millones de pesos, sobrantes de la liquidación de la Unión Mercantil de Productores de Coco, a cargo del profesor Florencio Encarnación Urzúa. “Abarca Alarcón se los chingó”, acusaban los productores.
La injerencia de dos secretarios de estado, presidenciables por serlo, dará al asunto una perspectiva inquietante, sospechosa. Uno, el profesor Juan Gil Preciado, secretario de Agricultura y Ganadería, quien tenía como adelantado al diputado veracruzano César del Ángel. El otro, Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, cuyo cuñado, el diputado Rubén Zuno Arce, figuraba como asesor principal de la Unión Regional de Productores de Copra (URPC).
(Es el mismo César del Ángel que hoy, a sus 76 años, encabeza en Veracruz el Movimiento de los 400 Pueblos, cuyas acciones violentas lo mantienen en reclusión preventiva por un año, en la cárcel de Coatepec, del mismo estado).

La rebelión

Jesús Flores Guerrero, sanmarqueño, es electo presidente de la Unión Regional de Productores de Copra (URPC) durante el octavo congreso agrario celebrado en este puerto. Derrota a Eligio Serna Maciel, Lucio Ríos y Julio Berdeja Guzmán. Coyuqueño este último denuncia irregularidades en el proceso y acusa directamente al diputado Zuno Arce de haber aprovechado su calidad de “árbitro” para amañarlo. La secretaría de Agricultura y Ganadería encontrará efectivamente alterados los comicios, negando por ello el registro de la organización campesina.
Asesorado por César del Ángel, Julio Berdeja se proclama presidente de la URPC “dispuesto a acaudillar una verdadera rebelión agraria en ambas costas”. Denuncia como un fraude descomunal la campaña contra la “fungosis” y revela que las palmeras nunca fueron rociadas con fungicidas, como se hacía creer, simplemente con agua con cal. Exige cuentas claras en el manejo del impuesto de 13 centavos por kilogramo de copra y que, una vez rendidas, se derogue la alcabala. Anuncia Berdeja, finalmente, la celebración de la primera asamblea de la URPC en su sede acapulqueña, el 27 de agosto a las diez de la mañana. Corre 1967, declarado por la ONU “Año del Turista”.
Happy birthday

La reacción de la directiva desconocida por la SAG, encabezada por Chucho Flores, resulta tan sobria como eructo en el comedor. No cuestiona la legitimidad de la convocatoria y menos califica de absurda su agenda. Tampoco llama a los disidentes a la unidad y al diálogo conciliador, según costumbre priista. Por el contrario, anuncia kafkianamente un guateque costeño para celebrar “un año más de vida” de la organización campesina. Tendrá lugar en su sede acapulqueña, Ejido y Calle Nueve, el 27 de agosto de 1967, a las 10 de la mañana. Habrá música, barbacoa, relleno, manjar, chelas, tuba, guísqui y mezcal “hasta pa’tirar pa’arriba.
Mañosamente se altera la fecha fundacional de la URPC –el 6 y no el 20 de agosto–. Invitan a María Félix quien por aquí anda y ha declarado a propósito: “Yo cumplo años el día que se me hinchan y los festejo cuando se me da mi regalada gana”. Ni hablar mujer “tráis” puñal, habría comentado a su lado Agustín Lara, quien por cierto será confundido con el paraguas de la señora.
Frente a tan ominoso presagio se producen pronunciamientos, condenas y advertencias que nadie escucha. Algunos inesperados.

Genaro Vázquez

Genaro Vázquez Rojas envía desde la cárcel de Iguala un correo (vía Antonio Sotelo Pérez), advirtiendo a los copreros de una celada del gobernador Abarca Alarcón. Al líder cívico le preocupa la seducción ejercida por César del Ángel sobre los campesinos costeños. Conociendo al diputado veracruzano como un manipulador perverso, les aconseja desconfiar de él y acompañarlo en sus aventuras suicidas. Nadie escuchará, lamentablemente, al inminente jefe guerrillero.
Quienes, por el contrario, confiaban en que “todo estaba bajo control” por parte del gobierno del estado, no dudaban en una pronta solución salomónica. Y es que, ingenuos, desconocían la tozudez etílica de Abarca Alarcón. Este había llegado a Guerrero con la idea de presidir el Club de Leones y no a gobernar. Dotado de una visión política tan pobre como la del comisario de Salsipuedes, pronto entregará los bártulos a una camarilla truhanesca capitaneada por su cuñado Bulmaro Tapia Terán. A nadie sorprenderá, entonces, la insensibilidad de Abarca ante los problemas sociales y su notoria proclividad hacia la violencia institucional.

Lucio Cabañas

Perseguidos por el gobierno abarquista, Lucio Cabañas Ocampo y Genaro Vázquez Rojas remontarán las serranías guerrerenses para iniciar el movimiento guerrillero en la entidad. Lucio lo hará luego de que el gobernador Abarca lo declare culpable de la muerte de ocho campesinos de Atoyac, masacrados por la policía estatal el 18 de mayo de 1967. Por su parte, Vázquez Rojas hará lo propio después de casi año y medio de reclusión en Iguala. Se le responsabilizaba de la matanza de ocho personas ejecutada por la policía estatal en el zócalo de Iguala –31 de diciembre de 1962. Impugnaban el triunfo electoral del propio gobernador.
El Rey Lopitos

El homicidio de Alfredo López Cisneros, líder de la colonia La Laja y síndico procurador del Ayuntamiento de Acapulco, ocurrido quince días antes del “coprerazo”, tendrá una relación macabra con el médico gobernante. Dos años más tarde, quien fuera su jefe policiaco, Simón Tuba Valdeolivar, preso con otros por la emboscada al Rey Lopitos, acusa al ex gobernador de ser el autor intelectual del homicidio. Al enterarse casi inmediatamente de tan tremendo cargo, Raymundo Abarca Alarcón caerá fulminado por un ataque al corazón.
Defensores del ex gobernador lo consideraban el menos responsable de la violencia, corrupción, excesos y omisiones de su sexenio. Y es que, argumentaban, él nunca quiso ser gobernador porque su vocación era la medicina, consciente, además, de no servir para político. Lo había comprobado cuando fue alcalde de Iguala allá por los 50. El mismo confesaba: “Acepté la gubernatura porque si no la aceptaba me llevaba la chingada”, dando a entender que había sido utilizado por “alguien” para satisfacer perversas venganzas personales.

El señor ministro

Ese “alguien” no era otro que Donato Miranda Fonseca, chilapeño, ex alcalde de Acapulco, para quien su amigo Adolfo López Mateos había creado especialmente la secretaría de la Presidencia de la República –a la postre su lujoso y frío mausoleo político. Jorge Joseph Piedra, también ex alcalde acapulqueño e igualmente amigo cercano del presidente López Mateos, comparaba a Donato con el mar: “uno y otro no perdonan”, decía. También lo llamaba “El ministro del odio”.
A cargo de la “tutoría” sexenal de la entidad, corresponderá al hombre de Chilapa decidir la sucesión estatal 1963- 1969. Entonces consumará las venganzas corroyendo su ser. Hombre culto y refinado no utilizará métodos agresivos y tampoco objetos punzocortantes. Se valdrá de una modesta pluma fuente Parker para provocar más daño que con una escopeta recortada. Tachará nombres y más nombres de una lista que le ha pasado el propio presidente de la República, con esta recomendación. “Palomea Donato al próximo gobernador de Guerrero. Tú tendrás que vértelas con él”.

El Seguro Social

A Raymundo Abarca no le sorprende una convocatoria perentoria de la Secretaría de la Presidencia. La cree respuesta a la audiencia solicitada mil veces con El Señor. Está feliz porque al fin podrá pedirle la dirección del hospital del IMSS en Iguala.
–¿Seguro Social? –interroga severo el hombre más cercano en ese momento al presidente de la República. Se dirige a un hombrecito gris como su traje rabón.
Un sí señor, apenas audible, provoca en Miranda Fonseca una reacción enérgica. Convertido en Zeus Tronante, estalla:
–¡No me venga usted con pendejadas, señor doctor! ¡Usted va a ser gobernador del estado de Guerrero! ¡Avívese, chingada madre!
Empastillado previamente, el señor doctor no perdió el conocimiento.

Que no llegue…

¡Cómo habrá disfrutado Donato aquella decisión con la que humillaba a la crema y nata de la clase política guerrerense! La hará zurrar verde y maldecir de puro coraje. A unos les desbarata de un plumazo heroicos proyectos de vida, mientras que a otros los remite al ostracismo político, no otra cosa que la muerte civil. Un modesto médico chilpancingueño en calidad de sepulturero de una señera y robusta clase política fraguada en las lides heroicas de la entidad.
El repliegue de los clanes históricos no se hizo esperar, definitivo para los que ya no podrá esperar otra oportunidad, esperanzador sin embargo para los convencidos de que “juego que tiene desquite, ni quien se pique”. Todos marcharon arrastrando adargas y cobijas: los Román Lugo, los Figueroa Figueroa, los Maldonado Pérez, los Román Celis, los Píndaros Urióstegui, los Osorio Marbán, los Ochoa Campos, los Fuentes Díaz y otros de menor nombradía. Todos y cada uno de ellos con una rogativa a la guadalupana:
–¡“Que no llegue a la Presi-dencia de la República tamaño hijo de la chingada.”!
¡Y no llegó!