EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A 53 años, ¡2 de Octubre no se olvida!

Rogelio Ortega Martínez

Octubre 02, 2021

Desde hace cincuenta y dos años, muchos mexicanos repetimos siempre: ¡2 de octubre no se olvida! Y quedan en el aire tres grandes interrogantes y una sola exigencia: 1) ¿qué es lo que no se quiere olvidar?; 2) ¿por qué no se quiere olvidar?; 3) ¿quiénes son los responsables de esa terrible matanza?; y la permanente, eterna ya, exigencia de: ¡justicia!
Cada año y a medida que pasa el tiempo se acentúan las voces del reclamo y surgen nuevas preguntas y las respuestas siguen quedando en el aire. Quizá porque los seres humanos somos más dados a olvidar las respuestas incrementando las dudas; pero no sólo, también porque las grandes heridas que quedan petrificadas en la memoria histórica y en el alma de los pueblos, no se olvidan. No se olvidan jamás nuestras grandes tragedias, por eso no puede olvidarse que hace cincuenta y tres años en la Ciudad de México, en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, cientos de estudiantes fueron acribillados por el ejército y otras corporaciones policiales, por órdenes expresas del presidente Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de gobernación Luis Echeverría Álvarez.
El choque y la ruptura generacional entre la élite gobernante y los jóvenes de clases medias ilustradas y urbanas que, en esencia, demandaban respeto a sus nuevas expresiones culturales y libertades democráticas básicas, ocasionó el abismo profundo de la grieta abierta entre el pasado y el presente de esa época que prefiguraba el parto doloroso del futuro de México, el punto
de inflexión de la necesidad urgente del cambio político. Ese conflicto social fue de tal magnitud que ocasionó, por la misma naturaleza autoritaria del régimen político posrevolucionario, la salida represiva en contra del movimiento estudiantil con su expresión más cruenta. No fue suficiente la policía capitalina y el anticonstitucional cuerpo de granaderos, para reprimir a las muchachas y los muchachos del movimiento estudiantil del 68. Se tuvo que recurrir a la intervención del ejército para desalojarlos del zócalo el 27 de agosto; para tomar la Ciudad Universitaria, el 18 de septiembre; y las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional, el 24 de septiembre. A diferencia de la UNAM, en el IPN decenas de estudiantes resistieron el embate de 600 soldados, bazucas contra cohetones, ametralladoras y fusiles de asalto contra resorteras. Ese día, el jefe de la policía capitalina, Luis Cueto declaró: “los elementos de la jefatura de la policía están ya armados y tienen instrucciones de actuar donde sea necesario”. La matanza del 2 de octubre de 1968 fue el corolario, consecuencia y conclusión del genocidio y el crimen de lesa humanidad para derrotar militarmente la rebelión libertaria de la juventud mexicana. Con el Batallón Olimpia del Ejército mexicano y todas las policías ahogaron al movimiento estudiantil con fuego de metralla, fusiles y granadas para llenar de sangre la plaza y las calles donde se manifestaban, para infundir pánico y terror a las y los jóvenes que reclamaba y exigían libertades democráticas. El pliego petitorio del movimiento era absolutamente posible de resolver con el diálogo y acuerdos positivos para la solución pacífica del conflicto. Pero se impuso la estrategia de la gobernabilidad autoritaria.
Los estudiantes pedían diálogo público, el gobierno les contestó con la barbarie pública. Eran las seis de la tarde del 2 de octubre de 1968, cuando tres helicópteros comenzaron a sobrevolar la plaza de la Tres Culturas. El mitin había terminado y los organizadores, desde el edificio Chihuahua, exhortaban a sus compañeros diciendo: “El mitin ha terminado. No habrá marcha. Váyanse a sus casas, no acepten provocaciones. Dispérsense en orden y no acepten provocaciones”, reiteraban con insistencia y nerviosismo. Los dos principales líderes del movimiento estudiantil: Raúl Álvarez Garín, del Poli y; Gilberto Guevara Niebla, de la UNAM, habían dado la orientación de que todas y todos los miembros del Consejo Nacional de Huelga, CNH, se resguardaran fuera de sus hogares, en domicilios alternos para evitar ser detenidos. Esa tarde Raúl salió de su resguardo domiciliario y se dirigió a la Plaza de las Tres Culturas, a pesar de que se había acordado que los principales dirigentes no asistirían al mitin y a la marcha convocada. Raúl había recibido la notificación oficial de comisionados gubernamentales diciéndole que se establecería, en breve, una mesa de diálogo para la resolución del conflicto y consideró que era conveniente hacer publica esta noticia. Ya no pudo entrar a la plaza, ya estaba completamente cercada por el ejercito y, como si lo estuvieran esperando, lo reconocieron y lo detuvieron. Lo esposaron y lo ataron en el toldo de una tanqueta para obligarlo a presenciar la matanza.
El ambiente era muy tenso, Los muchachos comenzaron a moverse para abandonar la plaza cuando, tres luces de bengala, lanzadas desde los helicópteros, surcaron el nublado cielo y, en seguida, los francotiradores de Batallón Olimpia apostados en las azoteas de los edificios de la Unidad Habitacional Tlatelolco comenzaron a disparar sobre los jóvenes de México, a mansalva, sin misericordia y a fuego cruzado con el ejército y policías provocando bajas entre ellos mismos. La plaza quedó repleta de cadáveres y heridos, de llantos y gritos ahogados por la muerte, los ayees de dolor de cuerpos heridos inundados de sangre y apretujados entre cientos de objetos personales perdidos, todo como testimonio y huellas indelebles del terror desparramado por el régimen autoritario.
Esa fatídica noche, bajo la lluvia de las lágrimas de Tláloc, nuestro antiguo dios del agua, azorado por la tragedia y el dolor, cientos de madres y familiares salieron a buscar a sus hijos en hospitales y agencias del ministerio público. A muchos de sus críos nunca más los volvieron a ver ni a saber de ellos. Ciertamente, quedó su recuerdo para siempre con nosotros, son los desaparecidos del 2 de Octubre, como nuestros muertos y desaparecidos de la guerra sucia y de los movimientos sociales; como los miles de desaparecidos de la absurda narco guerra que estamos viviendo hasta el día de hoy; como los 43 jóvenes estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa.
La censura a los medios de comunicación y la complicidad de éstos con el régimen político y sus gobiernos era extrema. Jacobo Zabludowski, el principal comunicador de la época, portando una corbata negra, dijo en su programa televisivo de noticias: “Hoy fue un día soleado”, para minimizar la tragedia. Treinta años después declaró lo siguiente: “Le voy a contar una anécdota personal que refleja en gran medida el carácter de Díaz Ordaz, más que muchos libros o testimonios: el 3 de octubre me llamó por teléfono. Fue la única vez que Díaz Ordaz me llamó por teléfono, aunque habíamos conversado en otras ocasiones. Me habló para preguntarme por qué la víspera yo había aparecido en pantalla con corbata negra. Le dije: ‘Señor presidente, yo uso corbata negra desde hace unos años, no tengo otra más que negra’. Él estaba muy disgustado”.
Después, a excepción de la rechifla a Díaz Ordaz el 12 de octubre durante su discurso inaugural de los Juegos Olímpicos, se impuso la tensa calma del autoritarismo extremo, éstos transcurrieron en paz, entre la fiesta y el luto, entre la algarabía, la emoción de las justas deportivas y el dolor de la tragedia. Confun-didos también entre la euforia, el llanto y la impotencia encontrados, evocando el recuerdo de Mirtocleya González Gallardo, estudiante de la Escuela Superior de Ingeniería Química e Industrias Extractivas, ESIQIE del IPN, la abanderada oficial a propuesta de Raúl Álvarez, del movimiento estudiantil del 68 encabezando las grandes marchas con nuestro lábaro patrio en sus manos, y la paradoja de los mexicanos que en la televisión o la radio acompañaban y seguían la carrera a trote de la antorcha olímpica portada por la atleta mexicana Enriqueta Basilio, como si flotara con sus pasos ligeros en el circuito del estadio olímpico de Ciudad Universitaria, fuertemente resguardado, para luego ascender por las escalinatas del lienzo en forma de sombrero de charro y, en la cúspide, encender el pebetero, con la emoción contenida como en la marcha del silencio del 13 de agosto, en el momento de mayor esplendor del movimiento, cuando más de medio millón de personas caminaron desde el Museo de Antropología e Historia, por el Paseo de la Reforma, hasta el zócalo capitalino, en silencio, como muestra de gran disciplina y alta cultura cívica de la juventud libertaria junto con personas de diversas clases y estratos sociales solidarias con la juventud mexicana, frente a la terquedad y el empecinamiento de la fuerza y la barbarie del presidencialismo autoritario de partido hegemónico. Así, comenzó la justa deportiva, la Olimpiada mexicana del 68.
Vino la euforia de las medallas, con el llanto y la desolación por el funeral no realizado de las compañeras y los compañeros que se quedaron en la Plaza. Felipe, El Tibio, Muñoz, ganó oro en la prueba de 200 metros en nado de pecho; Álvaro Gaxiola Robles, oro en clavados de plataforma de 10 metros; Ricardo Delgado Nogales y Antonio Roldán, oro en box; el sargento José Pedraza Zúñiga, plata en la prueba de 20 kilómetros de caminata; María del Pilar Roldán, plata en esgrima; María Teresa Ramírez, bronce en la prueba de 800 metros estilo libre de natación; Joaquín Rocha y Agustín Zaragoza, también, bronce en box. De pronto, con alegría por los triunfos, pero con odio y recelo, las nuevas generaciones de jóvenes comenzamos a preguntar: ¿Dónde quedaron nuestros muertos y desaparecidos? ¿Cómo se encuentran los líderes del movimiento encarcelados? ¿Quién va a investigar y a juzgar a los culpables de la matanza y represión? También nos invadía la duda y nos preguntábamos si en realidad se trataba de triunfos auténticos o si, a lo mejor, Díaz Ordaz los había comprado para atenuar nuestro odio y rencor contenidos, en esta patria hundida en el autoritarismo y la corrupción.
A continuación, surgieron como hongos los grupos guerrilleros formados por jóvenes que, ante la desesperanza, por la cerrazón autoritaria, optaron por la vía de las armas para hacer la revolución, para derrocar al régimen autoritario. Éstos, también fueron vencidos. La derrota de la guerrilla a través de la guerra sucia, quedan como parte de los saldos y agravios acumulados del autoritarismo. Estos valientes rebeldes libertarios, como bien los ha denominado nuestro gran historiador Pedro Salmerón, refiriéndose a las y los jóvenes de la guerrilla mexicana, están en nuestra memoria histórica y tampoco se olvidan. No se olvida el déficit de legitimidad del sistema político mexicano que, por los agravios sociales, esta democracia procedimental mexicana, instaurada en 1997 con las primeras elecciones libres del IFE presidido por José Woldenberg, tiene aún como pendientes: hacer justicia. Pendientes con los deudos de los muertos, desaparecidos, torturados, encarcelados y exilados del 68, los de la guerra sucia y de los movimientos sociales, los de la narcoguerra y los 43 de Ayotzinapa.
Y hoy, a 53 años de la matanza del 2 de octubre y de la Guerra Sucia, se suma al déficit de legitimidad del Estado mexicano el drama de Ayotzinapa con los sucesos de la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014 y la tragedia de Iguala que ocasionó 6 personas asesinadas, más de 30 heridos y los 43 normalistas que vivos se los llevaron los policías municipales de Iguala y, vivos los queremos.
Hoy, ante el nuevo cambio político que se vive en México, con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la elección presidencial de 2018, se reanima la esperanza de justicia. Hace unas semanas el presidente AMLO, reunido con los familiares de las organizaciones que aglutinan a los familiares de los desaparecidos de la Guerra Sucia, anunció que enviaría un decreto al Congreso para hacer justicia y la correspondiente reparación de daño. Es encomiable la decisión del presidente y renacen nuevas expectativas de justicia.
Pero, como bien dice el refrán popular: “El qué con leche se quema, hasta al jocoque le sopla”, Dicho con todo respeto, pero se derrumba de inicio toda fe, si los encargados de la investigación son los mismos funcionarios del antiguo régimen. La iniciativa de nuestro presidente debe estar provista de una profunda investigación acompañada por los agraviados, por los familiares y las organizaciones defensoras de derechos humanos, por académicos e intelectuales de reconocida autoridad moral para culminar con éxito y plena credibilidad el proceso de investigación. Para luego pasar a la justicia y reparación del daño. Y, me adelanto, a decir que la justicia y reparación del daño no debe ser asunto de dádivas ni de dinero por delante; debe ser primero el esclarecimiento de la verdad, el castigo a los culpables y luego un programa integral de reparación del daño.
El próximo 14 de octubre termina el gobierno de seis años del licenciado Héctor Astudillo y asumirá el poder ejecutivo de Guerrero la maestra Evelin Salgado Pineda. A Héctor, entre otros significativos aciertos de su gobierno, le tocó disminuir sensiblemente los indicadores de violencia y es justo reconocerlo públicamente. A Evelin le toca continuar los trabajos del abatimiento de la violencia y, sobretodo, la procuración de la justicia social.
Este día de la memoria luctuosa de México conviene subrayar que nunca se ha castigado a los culpables de los excesos del autoritarismo y los genocidios siguen impunes. Por estas razones se seguirá diciendo en cada ciclo solar en los recintos universitarios y en las plazas públicas, cada año: ¡2 de Octubre no se olvida! No puede olvidarse nunca.

* Doctor en Sociología y Ciencias Políticas, por la Universidad Complutense de Madrid; profesor investigador del IIEPA-IMA.-UAGro; ex gobernador del estado de Guerrero (2014-2015).