EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A 80 años del triunfo absoluto del viejo Hem

Federico Vite

Enero 21, 2020

 

El estilo de un autor es un sello blindado contra el plagio. Esa certeza me brinda la relectura de Por quién doblan las campanas (For whom the bells tolls. Charles Scribner’s Sons. Estados Unidos, 1940, 490 páginas). Este libro, con el que Ernest Hemingway se consagró como una leyenda, tiene ahora un brillo distinto, digno de un museo. Este volumen, que sirvió de lucha contra el fascismo, narra tres días de mayo de 1937. El dinamitero Robert Jordan debe derrumbar un puente y en esas 72 horas le ocurren muchas cosas que ayudan a comprender la dimensión de la Guerra Civil española; por ejemplo, enamoramientos repentinos, anhelos de familia, recuerdos vigorosos del padre que se suicidó y, por si fuera poco, una evaluación rigurosa de la existencia.
Los forajidos se encuentran cerca de Segovia; la campiña no es del todo un paisaje relajante ni mucho menos un idílico lugar para el ocio. La inminencia del combate es palpable. Robert Jordan sirve como herramienta para poner sobre el papel algunas de las más hondas reflexiones que un soldado, antes de la batalla, puede tener. En voz de Jordan, Hemingway revela algunas cuestiones sobre el suicidio de su padre, sobre la sensación creciente y opresora del futuro. Un futuro lleno de pólvora, por cierto. Esta novela llega antes de que Hem cumpla 40 años y le brinda al autor fama internacional y fortuna, pero en especial forja la leyenda de un escritor profundamente varonil, alguien que obviamente posee todos esos issues que representa la masculinidad ahora.
Stephen Koch refiere en The breaking point. Hemingway, Dos Passos and the murder of José Robles (2005) que Por quién doblan las campanas se escribió en 17 meses. Ernest estuvo cotejando sus notas sobre la guerra y en poco tiempo transformó todo lo que tenía disperso en un sólido argumento sobre la Guerra Civil española. Probablemente, al ponerle punto final al libro (recordemos que el viejo Hem escribía de pie. Su máquina se encontraba en una repisa) tuvo la consciencia de lo que acaba de hacer estilísticamente.
Quienes conozcan la obra de Hem sabrán que este narrador de cepa no especula ni ofrece florituras; posee oraciones cortas, ordenadas con una sintaxis militar (sujeto, verbo, predicado). Prácticamente nunca adjetiva (un consejo interesante para los noveles autores). Sus diálogos suelen ser parcos y apelan a hechos que son claros para los personajes, relativamente oscuros para el lector, ahondan en un asunto (la viga maestra del relato) hasta sus últimas consecuencias, llegan al punto esencial de eso que se llama la punta del iceberg: revelar lo estrictamente necesario para sugerir todo el problema. En los cuentos de Hem, el lector intuye la hondura del conflicto entre los personajes, está sugerido todo el asunto en el cuerpo del texto. Son piezas breves de estupenda manufactura. Pero en el caso de For whom the bells tolls el lector se enfrenta a una variante estilística, pues los diálogos, la puesta en escena narrativa y el punto de vista del narrador, en tercera persona, usan la Teoría del Iceberg con múltiples correspondencias. Cada personaje es un abismo al que se va asomando el autor. En especial, se detiene en Jordan, quien ha escrito un libro sobre España y entiende la guerra como una forma de sublimar la muerte, como un instrumento para redimir tanto asesinato. Este dinamitero está obsesionado con el suicidio de su padre. Quizá este sea el rasgo más atractivo de la relectura, el morbo con el que me asomo a esta herida siempre abierta que culmina, obviamente, con el suicidio de Hem en 1961.
La novela está organizada de tal manera que el fascismo es visto desde las gafas de quien concibe a esa fuerza brutal creciente, y oculta bajo la punta del iceberg, como el enemigo a vencer. Jordan debe volar un puente en la Sierra de Guadarrama y convive con un grupo de gitanos y guerrilleros. La violencia que vivifica Jordan se mitiga con el amor repentino que siente por María. Hem concibe, con la mentalidad de un soldado, la noción triunfal de un ejército. Vemos con claridad la teoría de la punta de iceberg enfundando el tema esencial del sigo XX: la guerra.
Si alguien se propusiera la ruidosa tarea de abordar un tema similar con una técnica como la de Hem, créame, no se parecería a esta pieza de museo, pero sin duda saldría algo bastante curioso, menos atractivo que Por quién doblan las campanas pero más curioso, insisto, porque el virtuosismo de la técnica permite a Hem abrir una abanico hiperviolento del mundo y cerrarlo en una explosión contenida. La técnica de Hem muestra que la elección del tema es un asunto importante, pero es de mucha mayor valía tener claro los alcances de la narración. Hem no se propuso narrar una batalla épica, le bastó con describir los aviones rumbo a Segovia para sugerir la inminencia de la guerra. Creó un edificio literario que pareciera el argumento de un cuento austero y compacto, pero el tratamiento propicia una expansión del cuerpo narrativo. Los hilos del relato se disparan en todas direcciones, pero se unen en la necesaria destrucción de un puente. Tal vez la mejor manera de explicar el despliegue de recursos de Por quién doblan las campanas sea diciendo que la novela está hecha bajo la contemplación del paisaje a través de un microscopio. Hem expande todas las rutas de los personajes, sondea todas las historias, con la teoría del iceberg, para empalmar esos destinos con el de Jordan y su empresa obligada por la guerra.
A 80 años de su publicación, este libro nos recuerda que la mejor forma de abordar la violencia es sugiriéndola, no mostrándola de una manera grotesca, absurda o francamente trivial. El cierre de la novela podría sugerir una estructura circular, pero me temo que se trata de un espiral que culmina lo propuesto al inicio del relato, cuando Jordan está sobre el césped y siente los abetos picando su pecho. Está dispuesto a entrar en acción, así que obviamente el final implica eso, la inminencia de la destrucción, la acometida necesaria para repeler al enemigo, justamente al teniente Berrendo, el asesino de El Sordo, quien representa, por supuesto, la punta del iceberg.