Lorenzo Meyer
Enero 11, 2018
En El nombre de la rosa, (1980), Umberto Eco desarrolla una trama de misterio –muertes inexplicables de monjes benedictinos del siglo XIV dedicados a la traducción y copia de libros en una aislada abadía– donde, al final, un astuto franciscano descubre que la causa de esas muertes no es el diablo sino un veneno en las hojas de un texto secreto –un segundo libro de la Poética de Aristóteles. Y aquí está el punto central: el monje que ocultaba la obra –un monje loco– apreciaba el valor del libro, pero no su mensaje: la legitimidad de la risa, de visiones anti solemnes del mundo.
Para el bibliotecario de Eco, un mundo donde la risa fuera bien vista, sería un mundo donde la densa atmósfera de temor de la época se aligeraría y se perdía un elemento fundamental para sostener y acrecentar el miedo colectivo. A la vez, ese miedo era insustituible para impedir el desafío al orden establecido, a las instituciones autoritarias y a sus privilegios.
La visión del monje de Eco, defensor de un mundo sumido en el miedo y la inmovilidad, es propia de espíritus y sistemas autoritarios. En la política mexicana, las campañas del miedo como las desatadas a partir de 2006 por la coalición de derecha que ha dominado a nuestro país desde hace decenios, operan en el mismo sentido previsto por el astuto y siniestro personaje de Eco. Por eso, y como graves profetas que previenen contra los males que puede traer un triunfo en las urnas de Morena –una izquierda que, en realidad, es muy moderada en sus propuestas–, sus adversarios difunden en los medios una visión apocalíptica de lo que implicaría esa victoria. En 2006 fue “un peligro para México” y hoy es “López Obrador (que) muestra una enfermiza obsesión por el poder”, “siempre tiene la habilidad de situarse por encima de la ley”, “es un político que no acata las reglas democráticas”, “un voto por AMLO… es un voto por el corporativismo, el clientelismo, el autoritarismo y la intolerancia”, etcétera, (citas tomadas de la campaña en redes sociales “Piensa tu Voto”).
Si de pensar bien el voto se trata, es claro que todas las características atribuidas al líder de Morena se pueden encontrar desde hace mucho y a pasto en la realidad priísta: en el PRI del Estado de México, por ejemplo, que movido por “una enfermiza obsesión por el poder” lleva ya 89 años ininterrumpidos de ejercerlo, que “siempre tiene la habilidad de situarse por encima de la ley” como lo muestra la última camada de ex gobernadores de ese partido hoy acusados de peculado, “que no acata las reglas democráticas”, lo mismo en la caída del sistema en el 88 a Coahuila en 2017. Un voto por AMLO, se dice, “es un voto por el corporativismo, el clientelismo, el autoritarismo y la intolerancia”, pero resulta que el padre y madre del corporativismo mexicano es la relación histórica del PRI con la CTM, la CNC, el SNTE, el STPRM, etcétera.
¿Qué temen realmente los que ya están desatando la nueva campaña del miedo contra Morena en una sociedad azotada cotidianamente por la violencia, la corrupción y la desigualdad extrema? Por un lado, a la pérdida de privilegios, a que se les pida rendición de las cuentas que nunca han rendido y, sobre todo, a un posible cambio en la naturaleza del juego político mismo.
La restauración de la República terminó en la consolidación de un régimen oligárquico presidido por Porfirio Díaz. La Revolución que lo derrocó en 1911 desordenó ese arreglo y por un buen tiempo, y dentro del nuevo régimen, hubo el juego de una derecha que se hizo fuerte en secretarías como Hacienda y en el círculo de los nuevos banqueros, y una izquierda afianzada en las organizaciones de masas. Sin embargo, con el alemanismo, la Guerra Fría y la muerte del general Cárdenas, esa ala de izquierda se debilitó hasta desaparecer.
Sin su izquierda y con la crisis de 1982 –la de la economía basada en la sustitución de importaciones–, el PRI y el gobierno fueron tomados por el salinismo y sus neoliberales. La firma del TLCAN y eventos concurrentes desembocaron en la reemergencia del carácter oligárquico del régimen político. Indicador de esa reoligarquización de México es la gran concentración del ingreso y la prosperidad del gran capital pese al mal desempeño del conjunto de la economía.
Frente al panorama descrito, Morena puede representar la posibilidad de recrear un polo político, cultural y social que permita el juego que alguna vez hubo entre izquierda y derecha en México. Ese juego podría, por la vía paulatina del cambio institucional, moderar a la oligarquía y la posibilidad de crear una economía menos extractiva y concentradora y más dinámica y creativa, que revigorizara la movilidad social y que generara un clima de menor polarización y violencia.
Es ya casi imposible evitar que la campaña política en marcha se desarrolle de nuevo en un marco negativo, de miedo y sospecha de fraude, pues los hasta ahora ganadores tienen exceso de temor y falta de visión, como el monje loco de Eco. Por tanto, y en la medida de lo posible, el grueso de la sociedad mexicana debería apoyar, con información y sin miedo, la esencia de un juego político limpio de esta coyuntura, uno que reconstruya el México plural y que nos aleje de la neo oligarquización. De seguir por el rumbo que llevamos desde hace decenios, no nos quedaremos donde hoy estamos, empeoraremos.
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