EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A la hora de votar, ¿razonables o enojados?

Jesús Mendoza Zaragoza

Mayo 21, 2018

Diversos personajes encumbrados en el poder político han hecho recurrentes llamados a la opinión pública para que los ciudadanos razonemos el voto. Asustados por el enojo social que se manifiesta en el escenario político y electoral, que va orientando el voto hacia la oposición, llaman a la ecuanimidad y a la reflexión a la hora de decidir el voto. En cierta forma estigmatizan la amplia frustración social que está acompañada de rabia y de enojo contra la clase política en general y contra el gobierno en particular. ¿Acaso no hay razones suficientes para estar enojados contra quienes han manejado el poder público contra el pueblo, al margen de la justicia y del bien común? ¿No es razonable enojarse ante la grosera corrupción que campea en el amplio abanico del poder público? ¿Es, en sí, el enojo un mal consejero a la hora de votar?
Hay que señalar que estas voces que llaman a superar el enojo para votar de manera razonable, vienen de los círculos del poder, de la podredumbre del sistema político, que son los que se han dedicado a meter miedo en el actual proceso electoral, a propagar mentiras y a las más variadas guerras sucias, que alimentan aún más los enojos. Se creen bastante razonables como para dar consejos y para indicar las condiciones subjetivas necesarias para votar con responsabilidad.
Dos cosas quiero decir a esto.
Primera. El enojo se ha generalizado por todas las regiones del país. El enojo como reacción ante una amenaza o una agresión es humano, muy humano. Es más, es una señal de alarma de que las cosas están mal y de que hay que hacer algo para afrontarlas. Pero el problema está en el modo de manejar el enojo. Si estamos enojados por la corrupción, por las mentiras y los engaños del gobierno, ¿qué hacemos con ese enojo? Porque el enojo puede dar para destruir y para construir. Depende la opción que elijamos de manera consciente o inconsciente.
Está el enojo visceral y desenfrenado que se manifiesta en gritos, injurias y toda suerte de acciones violentas. Es el enojo que tiene la rienda suelta porque carece de cualquier razonamiento y se desarrolla de manera descontrolada. Es el enojo que busca simplemente un desahogo y, una vez logrado, se baja o se guarda. Es un enojo improductivo e irracional que nos traiciona y deja intactas las causas del mismo. Este enojo termina por hacernos cínicos o resignados y, a fin de cuentas, termina en la frustración. Es un enojo que se orienta de manera destructiva. Este es lo que más conviene al gobierno para desarrollar sus respuestas represivas y es lo que, en suma, debilita a los ciudadanos pues se meten al terreno de la violencia en el que irremediablemente salen perdiendo.
Pero el enojo puede tomar otro camino muy diferente. Puede ser el resorte que desate la indignación. Esto significa que nos hacemos sensibles a la dignidad herida y reaccionamos para restaurar dicha dignidad. En este sentido, el enojo puede tener una dinámica que ponga en marcha un camino de dignificación. En este caso, el enojo se convierte en una pasión que empuja hacia la justicia y hacia la restauración de la dignidad humana. El enojo convertido en indignación mueve a la reparación de los daños, al restablecimiento de la justicia, a la dignificación de quien ha sido agraviado. El enojo tiene esta carga positiva que puede y debe aprovecharse y canalizarse hacia la transformación social, tan necesaria ahora.
Segunda. Razonar el voto es muy razonable, valga la redundancia. ¿Quién lo puede negar? Pero, ¿qué significa razonar? Hagamos la pregunta: ¿los gobernantes razonan cuando toman decisiones como el alza a la gasolina? ¿O los legisladores razonan cuando hacen leyes contrarias al bien de los pobres? Ellos dicen que sí. Pero hay de razonar a razonar. Sí, muchas decisiones políticas están tan razonadas que han generado daños profundos al país. La lógica de la razón, en estos casos, es la que impone la corrupción, la impunidad y el abuso del poder. Razonar es un acto humano que implica referentes éticos y sociales.
Razona diferente el desempleado al patrón, razona diferente el campesino analfabeto al ilustrado universitario, razona diferente el político que ha vivido en las entrañas de un sistema corrupto, al joven que no tiene oportunidades de trabajo o de estudio. Los razonamientos responsables han estado ausentes en el actual proceso electoral. Me refiero a razonamientos que tengan como horizonte la paz, la justicia, la tolerancia, la solidaridad, el bien común y la inclusión económica. En un mar de diatribas, ofensas y mentiras no hay lugar para el razonamiento.
Un voto razonado no se sustenta en el bien particular ni en la posibilidad de obtener una chamba como pago. Tampoco se sustenta en secuestrar credenciales de elector ni en comprar los votos. Ni en los mil sofisticados modos de organizar un fraude.
Para razonar el voto, hay que tener una mirada amplia que abarque el país, el bien del país. Hay que mirar el poder como un medio y no como un fin. Hay que privilegiar a los desamparados y abandonados. Bien harían los candidatos en razonar con una referencia ética y en abandonar el estrecho argumento del poder como privilegio para hacer negocios y para formar camarillas sectarias. Les resulta difícil y, hasta, imposible. Están acostumbrados a razonar a partir del dinero, del poder y, aún, del crimen.
Hay que votar. Hay que votar armados con un enojo convertido en indignación. Y con un razonamiento inspirado en la justicia, en el amor al país, en la necesidad de sanar a este enfermo que se llama México. Hay que enojarse y convertir este enojo en hambre y sed de justicia. Y mirar más allá del egoísta proyecto político que mira al país como un botín.
Y después de las elecciones. Mantener la indignación viva para reconstruir a este país que necesita tanto cariño y tanto cuidado de todos.