EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A pesar de todo, nos queda la política

Jesús Mendoza Zaragoza

Agosto 12, 2006

Una amargura cívica puede irse apoderando de los ciudadanos en la medida en que en la contienda electoral pasan a primer plano los insultos, las mentiras, los engaños, la retórica, el mercadeo de los votos, el desprecio a la inteligencia y demás desfiguros. Los ciudadanos comunes y corrientes que vivimos a la intemperie, podemos caer en la tentación de abandonar el terreno de la política para refugiarnos en el mundo del escepticismo y de la indiferencia. Razones no sobran para el desencanto, para la inercia y las frustraciones generadas por prácticas políticas deleznables que sólo contribuyen al descrédito de la actividad pública.
Tal parece que los partidos y los candidatos se empeñaran en complicar las cosas a los ciudadanos al punto de que lleguemos a sentir náuseas de la política y de las instituciones ligadas directamente a ella. Pero renegar la política es lo que menos conviene a la sociedad, a los ciudadanos y, ni siquiera, a los partidos. No podemos renegar a la política sencillamente porque nuestra vida cotidiana es expresión y resultado de ella misma. Los salarios, los precios, las enfermedades, la desnutrición, los empleos, la vivienda, las condiciones laborales, la situación del transporte público, las bandas criminales y hasta la diversión tienen que ver con la política. Todas las cosas cotidianas tienen un componente político porque dependen de decisiones tomadas en favor o en contra de los intereses y el bienestar de la gente.
Nuestro momento nos exige lucidez para ubicarnos en el terreno de las convicciones, más allá de las circunstancias, muchas de ellas adversas. Lucidez para discernir lo que está pasando y distinguir lo que vale de lo que no vale. Es preciso distinguir las imágenes artificiales que no corresponden a la realidad de los partidos y de los candidatos, hechas a punta de cosméticos y de publicidad engañosa. Es preciso distinguir lo que los candidatos y los partidos dicen, sus discursos, de aquello de hacen, sus prácticas en los ámbitos público y privado. Es necesario distinguir las posibilidades que la actividad política abre para mejorar las condiciones de vida de la gente de las formas aberrantes de utilizar la política para fines facciosos y perversos.
La carencia de un discernimiento justo en estos aspectos puede llevarnos al enojo hacia la política y hacia el desprecio de las instituciones vinculadas directamente con ella. Pueden ser despreciables algunas prácticas de políticos, de partidos y de gobernantes pero no podemos dar un trato despreciable ni a los partidos ni a las instituciones de gobierno ni a la actividad política como tal. No podemos darnos el lujo, en nuestra transición democrática, de abandonar nuestras responsabilidades públicas que tienen que ver con las campañas electorales y con todas las instituciones que las protagonizan, bajo pena de favorecer un retroceso peligroso para todos.
Estamos en un tiempo que nos obliga a una mayor capacidad de discernimiento que incluye el debate basado en la razón y en los argumentos. Hay que leer mucho, escuchar más y reflexionar con serenidad y con profundidad todo lo que tiene que ver con la política y con el actual proceso electoral. Tenemos que aprender a leer los acontecimientos y los procesos políticos para saber tomar posturas y decisiones inteligentes a partir de la razón superando las imágenes cosméticas y los discursos vacíos y superficiales que suelen ofrecernos los contendientes en el proceso electoral.
Además de la inteligencia, la política puede ser un magnífico instrumento para la compasión, la auténtica, de quienes están dispuestos a “padecer con”, según el significado más original. Aquí no caben los discursos cínicos, dirigidos más a la emotividad de la gente que a su dignificación. Es más, es necesario preguntarnos si pueden los poderosos conmoverse y compadecerse del sufrimiento de las multitudes que carecen de las condiciones elementales para vivir con dignidad. ¿Pueden experimentar compasión los políticos que se mantienen alejados de las causas populares, y encerrados en sus luchas de poder? Después de todo, la compasión es la expresión del amor ante el sufrimiento de la gente a la que se pretende servir.
No podemos renegar de la política, ni abandonar irresponsablemente las contiendas electorales, ni botar entre los deshechos a las instituciones. Muy a pesar de su ineficacia y de sus vicios, hay que pensar en su redención y en las oportunidades que se nos abren para dar pasos sustanciales hacia la democracia. Hasta las situaciones adversas pueden dar pie para ensanchar los espacios democráticos, para robustecer la ciudadanía, para ampliar la participación de la gente y para que se vaya dando un mayor control de la sociedad sobre el poder público.