EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A propósito de don Nicolás Bravo

Fernando Lasso Echeverría

Junio 28, 2016

Recientemente, un grupo de instituciones educativas y culturales públicas lanzó una convocatoria para que ciudadanos historiadores, dedicados a la investigación en todo el ámbito nacional, compitieran para elaborar una biografía de Nicolás Bravo Rueda, distinguido guerrerense nacido en Chilpancingo –al parecer– en 1786, cuando nuestro país todavía era una colonia española, y fallecido –junto con su esposa– en circunstancias extrañas en su hacienda de Chichihualco en 1854, ya en el México independiente.
Escaso es el material escrito sobre don Nicolás; en lo particular, conozco el libro de Héctor Ibarra, llamado Nicolás Bravo (Historia de una venganza), publicado como un texto novelado, por la Editorial Juan Pablos, en 1952, que no aporta ningún dato histórico valioso; el de Alfonso Trueba, titulado Nicolás Bravo: el mexicano que perdonó, editado por la Editorial JUS en 1976, con un texto muy apegado a los pasajes históricos ya escritos sobre este personaje, por autores decimonónicos, como Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán, quienes –contemporáneos y amigos personales de Bravo– tratan a don Nicolás siempre con elogios muy marcados, y minimizan o encubren sus hechos y decires no convenientes; en este texto, Trueba destaca tendenciosamente a Bravo sobre Guerrero –a quien ni siquiera menciona– al describir la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. En otro capítulo del mismo libro, cuando don Nicolás forma parte del triunvirato que suple a Iturbide, Trueba llama a Bravo –ignorando a Guerrero– “el más antiguo de los soldados insurgentes, el único que sobrevivía a los que en 1811 se alistaron bajo la bandera de Morelos en las montañas del Sur”, y también lo menciona como “el único que había tomado parte activa en la campaña triunfal encabezada por Iturbide”.
Asimismo, encontré un folleto escrito y publicado en 1935 por el distinguido chilapeño Miguel F. Ortega, en el cual este autor defiende apasionadamente a don Nicolás, afirmando que éste no traicionó a Guerrero, titulando su texto precisamente así: Bravo, no traicionó a Guerrero; y conocí el folletín del jarocho Miguel Domínguez, editado por el Centro Veracruzano de Cultura en 1949, como un homenaje al centenario de la erección del Estado de Guerrero y titulado: Desconocida y bella frase de don Nicolás Bravo, y que se refiere al mensaje, que don Nicolás le envía al comandante Andrade, realista que estaba al mando de las plazas de Córdoba y Orizaba, y que atendiendo una petición del sacerdote del lugar en donde se encontraba Bravo al frente de tropas atacadas por una epidemia, había mandado a su médico a atender enfermos insurgentes; don Nicolás le envió a Andrade el siguiente recado, cuando el médico regresaba a su base: “Dígale vuestra Merced, que lo único que deseo, es la reunión pacífica de los españoles de ambos mundos”, frase que pone al descubierto, una postura ideológica distinta a la que llevó a la familia Bravo a levantarse en armas contra los peninsulares reinantes en la Nueva España.
Mención especial merece la magna y vasta obra del historiador Eduardo Miranda Arrieta, llamada: Nicolás Bravo. Acción y discurso de un insurgente republicano mexicano, 1810-1854, publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en 2010, con motivo del bicentenario de la guerra de Independencia y que, según mi modesta opinión, será muy difícil de superar por alguna de las obras que se presenten al concurso mencionado, por la calidad de su extraordinaria bibliografía que incluye múltiples documentos originales, el análisis imparcial y científico de su texto histórico, y la capacidad intelectual del investigador.
El autor, divide su texto en ocho capítulos; en el primero presenta un resumen de las relaciones sociales, políticas y militares, que motivaron a la familia Bravo –don Nicolás tenía sólo 24 años de edad y se dejó llevar por la decisión paterna– a participar en la revolución independentista, y a sostener irreversiblemente su decisión, sin hacer un recuento en él, de las batallas en las que participaron o de sus hazañas militares; en el segundo, trata sobre la relación de Nicolás Bravo con Iturbide, y su apoyo al plan que declara la institución en el nuevo país, de una monarquía “moderada” por un congreso; el tercero describe la participación de don Nicolás en el establecimiento del gobierno republicano que suplió a la monarquía de Iturbide; el cuarto apartado agrupa las hostilidades de facciones, que surgieron poco después del periodo de confianza logrado con la elaboración de una constitución republicana y federal para México, y de haber nombrado a Guadalupe Victoria presidente del país, con Bravo como su vicepresidente; el quinto trata sobre las acontecimientos políticos internos, para elegir el segundo presidente constitucional de la República, el exilio posterior de Nicolás Bravo, y su regreso al país, mencionando en él el deseo de revancha de don Nicolás contra aquellos hombres que participaron en su degradación y expulsión, siendo su principal blanco de ataques Vicente Guerrero; la sexta parte se refiere a los agitados sucesos ocurridos en los inicios de la década de los años treinta del siglo XIX, entre los que menciona a las nuevas reformas instituidas por el presidente Gómez Farías; en la séptima, trata sobre las rebeliones de los campesinos indígenas, que agitaron las regiones del sur durante casi toda la década siguiente, con Bravo combatiéndolas; el octavo y último capítulo trata sobre los nuevos afanes de don Nicolás Bravo –ya había estado en el poder ejecutivo tres veces, en forma interina– por asumir el poder nacional, intentado derrocar a don José Joaquín de Herrera, a raíz de que éste –de acuerdo al criterio de Bravo– no respondió adecuadamente a las demandas de sus amigos terratenientes de Chilapa, en contra de los indios del sur. Finalmente, remata con una valiosa sección con conclusiones propias. Un texto, realmente recomendable, para los estudiosos de este personaje y su época.
Pocas figuras independentistas cursan en la historia de México con tantos claroscuros como la de don Nicolás Bravo, porque sus discursos conocidos, generalmente revelan continuidad como defensor de viejos privilegios de grupo, y ello no era de extrañar, pues don Nicolás era miembro de una familia acaudalada compuesta por criollos puros, que era dueña de la Hacienda de Chichihualco, y luego casó con la hija de un funcionario realista; por lo tanto, su cercanía con los grupos aristocráticos en el México independiente, lo llevó a formar parte de la antigua logia escocesa, que era conservadora, tradicionalista y pro hispánica, y provocaba que sus opiniones e intervenciones lo llevaran con frecuencia al enfrentamiento y al conflicto con los grupos políticos opositores enquistados en la logia yorkina, creada en México por el embajador norteamericano Poinsett, y encabezada por Vicente Guerrero, que deseaban romper con la sociedad colonial establecida, pero ciertamente –quizá por su inexperiencia o tal vez, por los intereses oficiales del embajador Poinsett–, sin definir con claridad los mecanismos de la nueva sociedad que deseaban fundar. Al parecer, Poinsett pretendía –con el enfrentamiento de las Logias– fomentar la discordia, anarquizar la nueva nación y debilitarla de tal modo, que fuera presa fácil del expansionismo de su país. Todo lo anterior –y su permanente enfrentamiento con don Vicente Guerrero, durante el México independiente– hizo que los historiadores liberales consideraran a Bravo un reaccionario.
Don Nicolás fue invitado también por don Agustín de Iturbide, en forma epistolar, a unirse al Plan de Iguala, situación que éste aceptó de buena gana, como lo hizo Guerrero –y otros liberales distinguidos– en su momento, más que nada porque no existían otras alternativas, pues don Agustín –apoyado por el alto clero, el ejército ex realista y la clase alta española y conservadora– se había apropiado del poder; sin embargo, a Bravo, el hecho de que el astuto y ambicioso criollo haya escogido para el nuevo país un sistema de gobierno imperial encabezado por él, no lo incomodó nunca, hasta que observó que Iturbide no lo tomaba en cuenta –como no lo hizo con ningún viejo insurgente– para integrar la Junta Provisional Gubernativa, e incluso éste, lo mandó aprehender cuando Bravo empezó a externar públicamente su inconformidad por este hecho; por otro lado, Alamán asegura –de acuerdo con el texto de Trueba– que Bravo nunca estuvo de acuerdo con el Plan de Casa Mata, que inició el derribo de Iturbide, y que con ese motivo –después de que acompañado de Guerrero huyó de la Ciudad de México hacia el sur– se entrevistó con el intendente de la Provincia de Oaxaca, Iruela Zamora, para aclarar las cosas; éste era amigo personal de Iturbide y había estado recientemente en la Ciudad de México. Por otro lado, al caer Iturbide y ser expulsado del país, el ex emperador pidió que fuera Bravo el que lo condujera al Puerto de Veracruz, hecho que sugiere una confianza ilimitada en él, o cuando menos, era el hombre que menos desconfianza le infundía para su seguridad. Y no se equivocó, pues don Nicolás le salvó la vida a Iturbide, en una hacienda de un tal Lucas Martín, ubicada antes de llegar a Jalapa, en donde pararon a descansar a petición del propio hacendado, que tenía el propósito de asesinar a don Agustín.
Es indudable pues, que la personalidad de Nicolás Bravo –que se revela a través de sus discursos y acciones– era bipolar, ideológicamente hablando, pues aunque predominaban en él identidades propias con el viejo orden, que lo hacían moderado y lo enfrentaban no sólo con los grupos liberales, sino consigo mismo, también era creyente de los organismos representativos del movimiento independentista, como el surgido en Chilpancingo; Bravo, por ejemplo, defendía apasionadamente el concepto de igualdad en los derechos de la población, pero éste se limitaba al de criollos y peninsulares, jamás pensó en los indígenas y mestizos al pelear por estos derechos; al contrario, en varias etapas de su vida, amparó los intereses de grandes terratenientes, en contra de pueblos indígenas que se defendían del despojo de sus tierras. Intervino personal y permanentemente en la lucha por controlar el poder central, agrupado con los hombres más destacados por su poder económico, junto con antiguos funcionarios y notables personalidades políticas y militares, en la vieja Logia Escocesa, de la cual era él uno de los principales dirigentes, y que estuvo en pugna política constante con sus contrarios los yorkinos, provocando años muy difíciles y complicados para los mexicanos.
Miranda Arrieta concluye en su escrito que las confrontaciones entre estos grupos no revelaban posturas ideológicas trascendentes que ayudaran a sobrellevar la marcha exitosa de la República, sino todo lo contrario, simplemente, una marcada tendencia de ambas facciones por controlar y hacerse del poder nacional y los puestos públicos; esta situación, condujo a una ruptura política irreversible, en la cual se inició el distanciamiento final entre viejos compañeros de armas que se empezaron a desafiar, perdiéndose principios básicos revolucionarios. La observación más frecuente en los discursos de don Nicolás, era la pérdida en la unión de los mexicanos, provocada –según él– por la ambición de la facción rival, y a la injerencia malintencionada de Poinsett, el plenipotenciario de Estados Unidos; los yorkinos rechazaban las acusaciones y contestaban que los escoceses y su principal guía (Bravo) respaldaban los afanes de reconquista que tenía España sobre México, fomentando los conflictos internos entre mexicanos, para separarlos y debilitarlos. La crisis política llevó al pronunciamiento de Bravo contra el gobierno de Victoria (que se inclinaba por los yorkinos), quien se desplazó a Tulancingo para hacer público un plan para desafiar a la autoridad suprema y asumir el poder por medio de las armas, hecho que provocó que don Nicolás fuera aprehendido por Vicente Guerrero (enviado por Victoria) y exiliado posteriormente, agregándose a esta convulsión ideológica, sentimientos más humanos y particulares, como el rencor y la venganza, que desencadenaron a mediano plazo, la destitución de Vicente Guerrero como presidente, su posterior aprehensión maquinada perfectamente por sus enemigos, y finalmente su asesinato en Oaxaca.
Don Nicolás Bravo, el de la “generosidad inaudita” por haberle condonado la muerte a 300 soldados realistas, a pesar de que el gobierno colonial, había matado poco antes a su padre prisionero, fue incapaz de condescender jamás con su paisano Guerrero, ya que la imagen y popularidad (entre la plebe) que mostraba don Vicente, le estorbaban políticamente; don Nicolás, el rico hacendado de nacimiento, el hombre conservador y partidario del centralismo; el hombre que se casó con la hija de Joaquín de Guevara, un militar realista, rico terrateniente y comandante de la plaza tixtleca, el suriano que alcanzó la vicepresidencia en el primer gobierno republicano, que suplió al “imperio” de Iturbide, siempre menospreció a Guerrero por su origen modesto y su escasa educación; por otro lado, jamás le perdonó a don Vicente, la derrota militar que éste le propinó en Tulancingo a finales de 1827 cuando –buscando el poder total– se reveló contra Guadalupe Victoria, no obstante que Guerrero, le condonó la muerte después de derrotarlo y tomarlo prisionero. Finalmente, Bravo fue exiliado del país con sus principales cómplices, y estos eventos fueron una humillación que don Nicolás jamás pudo superar y que dieron motivo a que éste luchara a favor del general ex realista Anastasio Bustamante, cuando –por medio del golpe armado urdido en el Plan de Jalapa– depuso al presidente Vicente Guerrero y se posesionó de la presidencia, y que varios autores afirmen, que el general Bravo –en ese momento, comandante general de las fuerzas militares del sur con sede en Chilpancingo, que peleaban contra las fuerzas rebeldes de Guerrero– participó de alguna manera en el complot para tomar prisionero –mediante el marino genovés Picaluga– y exiliar o matar a Guerrero, fraguado por Bustamante, el presidente golpista, con la íntima colaboración del español José Antonio Facio su ministro de Guerra; de José Ignacio Espinosa, su ministro de Justicia y Negocios Eclesiás-ticos, y del guanajuatense Lucas Alamán, su inteligente y ultraconservador ministro de Rela-ciones Exteriores.
* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC