EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A propósito de este oficio

Federico Vite

Marzo 21, 2017

Generalmente uno empieza por escribir textos, tantos de ellos que incluso devienen en un libro, a veces en más de uno, en una saga de pretensión imperial. Me parece muy atinado que la pasión se planifique, se organice para dotarla de mayor significado en uno o más volúmenes, en diversas épocas. Así que brota el texto, ya sea un género específico o un híbrido, un Frankenstein con los rasgos sublimados por el autor, documentos que tanto apapachan los académicos, pero tienen muy poco atractivo para los lectores de a pie, los que sí compran libros por placer, no como una forma de reeducarse o como una vía de conocimiento, ya sea por una manifiesta obligación política o por un impacto mediático (crímenes, escándalos, vidas pasionales sin poesía, egregia autoayuda), sino simple y sencillamente porque los libros otorgan placer. A los lectores de a pie les interesan las historias, no los artistas que hacen malabares con las herramientas del oficio literario, no los bravucones que se encumbran como críticos o como jueces de la civilidad literaria; no. Al lector no les interesan los maestros del truco ni de la pirotecnia, el lector guerrerense, ese apapachador de lo clásico, prefiere que lo seduzcan, lo hagan sentir, más que pensar, prefiere un cómplice para no sentirse más solo, en eso que los poetas de clóset llamamos indigencia sentimental.
En cierta forma, el lector guerrerense reproduce lo heredado por la industria editorial de México, la mercadotecnia y los impactos publicitarios, estrategia de venta que más resultados da (tanto a Sanborns como a la librería Porrúa, focalizo con este breve listado la condición bibliográfica del puerto), el rumor que se constituye en canon. Pocas veces se piensa en la sobria resolución del oficio literario, se compra por snob, por cool, por wannabe, por oldies o por trendy, por muchas razones extraliterarias; incluso porque el autor o la autora están guapérrimos. Se compra por placer, cierto, aunque ese goce no siempre subyace en la historia que se cuenta. El único motivo por el que se debería comprar un libro es porque el autor logra, agotando las herramientas de su oficio, contar de la mejor manera posible una historia. Creo que el único antídoto contra la mercadotecnia, que insiste en hacer de los escritores artistas, es la recomendación de boca en boca, la sincera y fiel recomendación de un humano, no porque exista algo atrás de la recomendación, sino por el mero goce de la lectura.
Si usted es de las personas que escribieron algunos textos y esos documentos se convirtieron en libros, temo que intenta darle sentido a una coqueta interrogante, ¿para qué escribir si este oficio es bien ingrato? Básicamente alguien que escribe pasa mucho tiempo solo, porque se explica cuestiones relacionadas con la vitalidad, porque se propuso dar un testimonio del mundo, porque tiene ganas de estar solo y hundido en sus pensamientos. No importa cuál sea la respuesta, me parece que lo legítimo y lo realmente importante es afinar el oficio y disfrutar el proceso de escritura, algo que no está relacionado con el resultado final del texto que deviene en libro. Si uno piensa en el resultado final de ese libro, créanme, se amarga, se frustra, se aceda; insisto, lo importante radica en el proceso de escritura. Seguramente ha escuchado algunas personas que ganan un premio o una beca y sienten que el mundo no los merece, de personas que leen para apantallar, para darle un coscorrón a todo el que no sea como él, a todos los que atentan contra su fama o su reconocimiento siempre en alza, siempre en vías de expansión en los amplios y tremebundos márgenes del barrio. Personas que ven en cada colega a un enemigo o un contubernio en potencia. Si conoce personas así, créanme, no son escritores sino actores frustrados, personas que necesitan público, no tratan de contar una historia.
También creo que hay una relación extraña en el siguiente proceso: el de escribir en soledad y de pronto publicar, lo que obliga a presentarse en público. Porque el autor, quien sin lugar a dudas sale de su zona de confort, debe hablar en público de lo íntimo en él, debe hacer su soledad demasiado ruidosa. Debido a las exigencias, digamos, de los tiempos en los que nos toca vivir, hay un temor enorme en el escritor, no escribiendo sino hablado, el pánico de aceptar que no es un todólogo sino un contador de historias; insisto, no es un artista sino un contador de historias, no es un provocador o un polemista sino un contador de historias. No tiene por qué hablar de todos los temas. Piense, por ejemplo, en Juan Villoro adjetivando su discurso para dar una opinión sobre rugby, artes plásticas o arte contemporáneo. Si uno no sabe, lo prudente es decir la verdad: “No sé. Dale el espacio a otro que sí tenga algo importante en mente”. Pero las estrategias de venta exigen que un escritor esté en todas partes, hablando, porque en una de esas ocasiones igual convence a dos o tres lectores para que compren ejemplares. Con toda esa pila de ideas, con toda esa montón de textos que se convierten en libros, el escritor se sienta frente a los conductores de televisión, frente a los reporteros, frente a todo lo que implique impactos, enfoque, atención, todo eso que debe traducirse en venta de libros. Así que se sienta, y la sola figura de esa persona que escribe ya es un discurso en pantalla. Nadie le explica de qué van a hablar, sobre todo si se trata de alguien con libros que no tienen impacto comercial, libros que incluso no circulan en librerías sino en reducidos centros culturales, como si la existencia de esos ejemplares fuera pecaminosa no solo para el autor sino para el posible lector que no requiere de las estructuras de marketing, simplemente le da un chance al libro y lo compra a bajo costo, eso es lo bueno de publicar en centros culturales, universidades y en fondos estatales. Eso es lo bueno de estar en silencio, sólo en espera de que alguien tome el libro y decida si lo que tiene en su mano merece algo menos ominoso que el ruido.
Uno escribe textos, está en soledad, compra libros por placer. Es humillante que los conductores de algunos canales de televisión cultural (canal 11, canal 22, Tv UNAM, etcétera), se acercan, después de que el maquillista y microfonista hicieron su trabajo, para decirte: “Oye, ¿porqué no apareces en wikipedia?”. Recomiendo que después de esa pregunta, no importa lo guapa o lo guapo que sea la persona que hace displicentemente esa interrogante, guarde un prudente silencio y diga: “En realidad soy un poeta menor, un jugador de segunda división, pero créeme, algún vida voy a ganar la champions”.
Como lo notamos, no es un ciclo normal sentarse, escribir textos que devienen en libros y en seguida publicar y hablar en público. No. Es una anomalía que el escritor de pronto sea también un orador, un líder de opinión; tal vez esa sea la ruptura que debe hacerse con la generación anterior, mostrar que se puede hacer mejor el trabajo, lejano de las relaciones públicas, solo, en comunión.
Uno escribe textos, está en soledad, compra libros por placer. Uno intenta, en la medida de lo posible, hacer el orbe más ancho. Que tengan un martes primaveral.