EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A recoger los tepalcates

Humberto Musacchio

Noviembre 29, 2018

Los cambios de sexenio suelen ser esperanzadores. Incluso el de 1982, con el país hundido en la peor crisis del último siglo, despertó algunas ilusiones pese a que el sucesor de José López Portillo era un oficinista de toda la vida, sin carisma ni antecedente alguno en puestos de elección.
La razón de este renacimiento de las ilusiones es que por lo menos desde 1970, con la salida del torvo Gustavo Díaz Ordaz, el fin de sexenio se considera una bendición. En unos casos porque se cree que de ese modo termina la represión o bien porque el país queda en una situación económica deplorable, como ocurrió con Luis Echeverría y José López Portillo, que hicieron trizas la economía nacional y familiar mientras la élite se enriquecía.
Incluso con Carlos Salinas, cuya demagogia resultó tan eficaz durante sus primeros cinco años, el final de su periodo estuvo signado por el levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio y Ruiz Massieu y la herencia de una más que frágil economía que Ernesto Zedillo acabó de arruinar desde su llegada.
Con los presidentes panistas se repitió la historia, pues la oposición es una gran escuela de crítica, pero no enseña lo necesario para gobernar, como bien lo sabemos los mexicanos, pues Vicente Fox desperdició el bono democrático, los ingresos de divisas petroleras y otras condiciones económicas y sociales favorables. Felipe Calderón ahogó al país en un océano de sangre con los cien mil muertos de su guerra contra el narcotráfico, cifra superada por su sucesor, mortandad que lejos de resolver el problema de la inseguridad sencillamente lo hizo crecer.
Andrés Manuel López Obrador llega con un amplísimo margen de legitimidad, pues pese a la alquimia, el derroche y otras trampas que el INE nunca vio, el PRI no pudo impedir que Morena ganara, no sólo la Presidencia de la República, sino cinco gubernaturas, innumerables municipios y los congresos locales de la mayoría de los estados.
Sin embargo, los últimos meses de este año han estado marcados por la ausencia de la autoridad saliente y la hiperactividad del Congreso con mayoría morenista, lo cual ofrece la idea, obviamente equivocada, de que ya es López Obrador quien gobierna. Refuerzan esa impresión algunos hechos, esos sí ciertos, como la omnipresencia de Marcelo Ebrard en tareas que proyectan algo más que aquello que corresponde a un canciller que formalmente no ha entrado en funciones.
Otro hecho que incide en la percepción popular es la brillante, muy republicana y respetuosa recepción que le ofrecieron el Ejército y la Armada al presidente electo, que en forma inusitada fue largamente aplaudido por nuestros hombres y mujeres de uniforme, pues se dirigió a ellos como compañeros, como mexicanos merecedores del mayor respeto y consideración. Nuestros soldados así lo entendieron.
Hay, por supuesto, material abundante para la discrepancia y hasta puntos de conflicto. Cundió cierta desazón entre los seguidores de AMLO cuando anunció o dio a entender que no perseguiría a los corruptos, pese a que la votación que lo favoreció respondía a una justísima reivindicación de una sociedad agraviada por funcionarios ladrones.
Desde luego, se entiende que un gobierno que empieza deba dar sus primeros pasos con extremo cuidado, pero en el propio bando del presidente electo cunde la impaciencia y crece la gana de cambiarlo todo, lo que resulta muy explicable cuando lo viejo ya no funciona o sólo sirve para favorecer a una minoría que por supuesto no está inválida y cuenta con un feroz contingente dispuesto a defender privilegios sin omitir el empleo de cualquier recurso.
Es totalmente lógico que los sectores que se consideran afectados griten que ahí viene el lobo, pero menos explicable es que entre los votantes de Morena se manifieste la condena a ciertos anuncios o la desconfianza frente a eventuales medidas que no han sido adoptadas, simplemente porque López Obrador todavía no asume el poder.
El inminente mandatario se muestra tranquilo, relajado y optimista. Qué bueno, pero esperemos que eso no lo lleve a un exceso de confianza que sería fatal. Los peligros para él y su gobierno no provienen de nuestras fuerzas armadas, que acaban de ratificar su lealtad a las instituciones. Las amenazas están en el panorama político y económico, como lo exhibe en forma descarnada el triunfante fascismo brasileño. AMLO y Morena deberán mantener sus fuerzas en tensión. No es para menos.