Jesús Mendoza Zaragoza
Marzo 25, 2019
La declaración de abolición del neoliberalismo que el presidente López Obrador hizo en la clausura del Plan Nacional de Desarrollo es, por ahora, sólo una buena intención. Lo que tendría que venir a lo largo de este sexenio es su difícil y complicada implementación y su práctica. Es muy cierto que el modelo neoliberal de economía, junto con el sistema político, es uno de los robustos factores de la pobreza y de la violencia y que urge un cambio de modelo económico para poner condiciones para la justicia y para la paz.
El presidente sustenta la abolición del neoliberalismo en México en una serie de conceptos, tales como la honradez y la honestidad, la distribución de la riqueza, la paz como fruto de la justicia, la no migración forzada por hambre o violencia, la autodeterminación de los pueblos en política exterior, la democracia como poder del pueblo, la ética y, desde luego, que el mercado no sustituye al Estado.
Hay que entender que el capitalismo ha ido evolucionando a los largo del tiempo para adaptarse a las circunstancias históricas y para dar respuestas a sus propias contradicciones internas, pero siempre manteniendo el dominio del capital sobre la fuerza de trabajo. En este proceso histórico, el neoliberalismo ha suplantado al Estado de bienestar social, que pretendía proporcionar a la población beneficios sociales tales como leyes laborales, asistencia social, salud y educación. El neoliberalismo como versión del capitalismo transforma todo en mercancía. Mercantiliza los sistemas de salud y de educación, el abasto de agua y de energía, la cultura y el arte y, de manera grotesca, los recursos naturales. Ese es, precisamente, el sentido de los negocios vinculados a la política, que en México se ha desarrollado en las últimas décadas. Es más, la política misma ha sido convertida en mercancía y en un verdadero negocio. Esta mercantilización ha dado lugar, incluso, al desarrollo de la delincuencia organizada, tan incrustada en la economía nacional.
Es sustancial al neoliberalismo la restricción del Estado en el ámbito de la economía, en la que interviene de manera mínima, dejando los procesos económicos al arbitrio de la “mano invisible” del mercado. El capital se regula a sí mismo y requiere sólo del Estado la ayuda que necesita para superar sus crisis internas. El sistema económico se esmera en su crecimiento y no considera medidas de distribución de la riqueza. La teoría del “goteo hacia abajo” o “derrame” o “rebalse” establece que sólo el crecimiento económico puede erradicar la pobreza. Para ello es necesario crear incentivos que favorezcan a los empresarios, pues son ellos quienes generarán beneficios que terminarán por descender a los estratos sociales más desfavorecidos.
El papa Francisco se refería hace algún tiempo a esta teoría señalando que “la promesa era que cuando el vaso estuviera lleno se desbordaría y los pobres se beneficiarían de ello. Pero lo que ocurre es que cuando está lleno, por arte de magia, el vaso se hace más grande y así no cae casi nunca nada para los pobres”. Por naturaleza, el neoliberalismo es excluyente y genera desigualdades abismales. Por eso se requiere una transformación económica que tendría que implicar algunos componentes, tales como la rectoría del Estado, el desarrollo de una economía social y un profundo cambio cultural.
¿Cuál tendría que ser la intervención del Estado en la economía? López Obrador ha hablado, de manera recurrente, de la separación entre política y economía. Entiendo que quiere deslindar al Estado de los poderes económicos fácticos que han distorsionado todo: ahí tenemos políticos metidos a empresarios y empresarios metidos a políticos. Y la política ha servido para beneficiar a las élites y para convertir los bienes y servicios públicos en verdaderos negocios. Esta es parte de la tragedia que ha sumido al país en la corrupción y en el saqueo debido a la colusión entre empresarios y políticos.
En este sentido, el Estado tiene tareas que cumplir para que la economía funcione disminuyendo las desigualdades y ofreciendo oportunidades a todos. El Estado tiene que establecer bases jurídicas, institucionales y políticas para darle un sentido social a la economía y a la célula de la empresa privada. Tiene que vigilar también el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico y tiene que garantizar a las empresas las condiciones que requieren para que sean sustentables y generen beneficios a la comunidad. Por otra parte, tiene que tutelar los bienes públicos o colectivos, tales como el agua, la tierra, el medio ambiente para que no sufran deterioro a partir del desarrollo económico. En este caso, el agua nunca debe convertirse en mercancía, sino mantenerse como bien público al alcance de todos. Es necesario “civilizar al mercado” con medidas que lo orienten al bien común.
Otro componente debería ser el impulso de la economía social, como una alternativa que ya se está dando y que puede crecer. En México ya hay una tradición cooperativista que puede rescatarse e impulsarse en los ámbitos popular y social. Hay tantas iniciativas de “comercio justo y consumo responsable” que merecen todo el apoyo como alternativas económicas. En todas las fases de la economía, tales como el financiamiento, la producción, la comercialización y el consumo pueden establecerse procesos de justicia y gratuidad, en los que no importen ni el lucro ni la competencia, sino la solidaridad y el desarrollo humano. Gandhi aspiraba a que cada comunidad de la India pudiera producir lo que consumía. La sociedad debiera tener un papel fundamental en el diseño de un nuevo modelo económico en el que tanto el Estado como el mercado estén orientados hacia la justicia y hacia la paz.
Me parece que es necesario un componente cultural para, de veras, abolir el neoliberalismo. Las reformas o transformaciones económicas y políticas son altamente vulnerables si no cuentan con el respaldo de una transformación cultural. Hay que reconocer que el neoliberalismo ha minado la cultura y ha introducido sus propios criterios e ideologías. Mediante procesos educativos tenemos que recuperar el sentido de la colectividad o la comunidad, tenemos que desmontar el individualismo que determina actitudes, comportamientos y estilos de vida. El consumismo como forma de vida, que ha permeado a la sociedad y la hace funcional al neoliberalismo, tiene que ser sustituido por el consumo responsable. Tiene que cuidarse el medio ambiente como si fuera nuestra casa. En fin, es necesario transformar a los consumidores en ciudadanos que participen en la vida pública.
La declaración de abolición del neoliberalismo, está bien, pero por ahora es sólo una buena intención. Pero hay que reconocer que el neoliberalismo tiene su propia historia, sus propios recursos y sus propias instituciones. Y tiene un alcance internacional aún muy sólido. Y como modelo, pondrá resistencia e, incluso, hará la guerra. Hay que prepararse con una especie de revolución cultural en la que la sociedad participe de una manera muy real y efectiva. Se requiere un camino desde arriba y desde abajo, desde el gobierno y desde la sociedad. Y hay que mirar a mediano y a largo plazo. El de-safío es una economía con rostro humano.