EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Abril Castillo Cabrera: el río envenenado de la familia

Adán Ramírez Serret

Marzo 27, 2020

Hay libros que cuando uno los termina de leer, tiene la impresión de ser otra persona. Son muy pocos. Libros que, de alguna manera, más que curar, recuerdan que hay una herida, y que ésta sangra. Son obras excepcionales, casi únicas y a esta familia pertenece, sin duda, Tarantela, la primera novela de Abril Castillo Cabrera (Morelia, 1984).
Tarantela también pertenece a ese tipo de libros que intentan cambiar el mundo, que buscan ser una pequeña revolución. Sólo que a diferencia de muchas novelas que indagan la realidad detrás de la historia de un país, o de una cultura, Castillo, aquí, lo hace intentando limpiar, drenar, la historia de una familia.
Escribe en la novela: “Una familia es como un río. El agua se contamina y va llegando a distintos cauces. Si no lo limpias, cada generación se baña de nuevo en el mismo río”.
Esta idea de modificar una historia y saber qué fue lo que en verdad ocurrió, para que no vuelva a suceder, quizá sea uno de los orígenes de toda creación literaria. La premio Nobel canadiense, Alice Munro, declara que recuerda haber sabido que quería ser escritora, cuando leyó La sirenita de Hans Christian Andersen. Le pareció demasiado triste el final y sintió la necesidad de modificarlo reescribiéndolo. Me parece que algo muy similar hizo Javier Cercas, en Soldados de Salamina o Anatomía de un instante, con la historia reciente de España. Así, Abril Castillo se da cuenta que si no descubre, sopesa y define su historia familiar; el veneno mortal que ingirió uno de sus tíos, permanecerá no sólo en ella sino también en su descendencia.
Tarantela cuenta la historia precisamente de este tío llamado Jano a quien ella recuerda haberlo visto tan sólo tres veces en su vida. Todas, en una infancia muy temprana en donde los recuerdos se confunden con la imaginación.
Para la narradora la muerte de este tío es una fisura que condiciona la existencia, no sólo de sus abuelos, sino también de sus padres y por lo tanto, la suya. El tío, sin que se sepa bien la razón, consumió un elemento llamado talio. A tal grado letal, que se utiliza en los raticidas.
Con tan sólo veintisiete años, el tío se intoxica con el talio y a partir de ahí comienza la pesadilla que al obviarse se vuelve cíclica.
La narradora, a manera de historiadora-detective, va buscando entre sus recuerdos, los de su madre y entre las pertenencias de sus abuelos, pistas que puedan arrojar luz sobre esta muerte que en cuanto más indaga, se vuelve más oscura.
Abril Castillo pertenece a una generación de narradores mexicanos nacidos en los ochentas, como Mateo García Elizondo, Antonio Vázquez y Alaíde Ventura, en la cual los escenarios más importantes son cerrados. Pequeños pueblos, casas, habitaciones… a tal grado íntimos, que me parece que escriben desde un lugar profundo del cuerpo, desde la parte central de la conciencia.
Tarantela es una novela escrita desde la médula, desde un lugar membranoso y sensible con un lenguaje directo, sencillo, pero muy filoso con el cual logra frase como estas: “Mirarse desde fuera y verse mejorar. Eso hace la escritura. Pero no pudo. Tuvo que vivir su propia muerte. Eso hace la vida”.
Abril Castillo, a través de la voz narrativa de Tarantela, decide que no quiere seguir siendo un río envenenado que mate de manera cíclica. Sino convertirse en un estanque que acabe con la pesadilla familiar.

Abril Castillo, Tarantela, Ciudad de México, Antílope, 2019. 193 páginas.