Abelardo Martín M.
Diciembre 22, 2015
En la psicología uno de los fenómenos con mayor incidencia es el de la “negación”, que por lo visto es uno de los rasgos característicos de los funcionarios de gobierno recién ingresados a los cargos públicos. Una combinación de soberbia con la negación se convierte en el ingrediente letal para que todo siga igual. Aunque lo seguro es que siempre se vaya a peor, a la degradación y aumento del problema. El de la gobernabilidad o gobernanza, sin duda, es el más agudo o grave, pero el que se niega minimiza o soslaya con toda decisión y rigor.
Una burbuja de momentánea paz, tranquilidad, orden y hasta de felicidad se inicia para Guerrero, cuyos principales centros turísticos se colmarán de visitantes a quienes no les queda de otra y están dispuestos a correr los riesgos de que les toque la de malas y queden en medio de un tiroteo o sean víctimas de una equivocación entre grupos delictivos en conflicto. Los datos de visitantes, manipulados a la máxima autoridad, le harán percibir que no está tan mal y que, por fin, con su llegada al cargo vino también la paz, la armonía y el gozo. Nada más alejado de la realidad. Las dos últimas semanas del año hay un compás de tranquilidad que no puede ser permanente.
Se inicia el periodo vacacional de fin de año para estudiantes, profesores, la burocracia, empleados y trabajadores que pueden gozar de ese privilegio en esta época, y con ello renace por un breve lapso la bonanza del puerto de Acapulco, y en menor medida de Ixtapa-Zihuatanejo, uno y otro, polos turísticos de nuestro estado.
En tiempos no muy lejanos, sobre todo Acapulco fue destino obligado para esperar la llegada del Año Nuevo, entre los habitantes de la capital y del centro del país.
Como quiera, por estos días la gran zona hotelera acapulqueña se satura y la actividad turística genera movimiento, empleo y derrama económica; la noche vieja sigue siendo atrayente para estar frente al puerto y disfrutar de los juegos pirotécnicos y del ambiente de fiesta, que en todos lados es agradable, pero en la playa lo es más. Como dice el antiquísimo son, en el mar la vida es más sabrosa.
Mucho ha cambiado el país y el mundo en las pasadas décadas, y en materia turística se ha diversificado la oferta, los destinos; la moda, esa gran dictadora de la vida cotidiana, impone cambios, y hay lugares más cool –dirían los jóvenes angloparlantes– para pasar estos y cualesquiera otros días de fiesta.
El hecho es que Acapulco dejó de ser la plaza más solicitada, e Ixtapa nunca creció, ya no digamos como Cancún, el sitio de playa que se impulsó simultáneamente hace casi medio siglo en los planes oficiales, ni siquiera para figurar entre las principales opciones de vacaciones o de escape de fin de semana.
No bastó para mantener el flujo de visitantes la inversión en la llamada Autopista del Sol, con todos sus problemas de trazo y edificación en una zona montañosa, cuyas entrañas húmedas siguen jugándoles malas pasadas ocasionales a los viajeros y constantes dolores de cabeza a los responsables de su mantenimiento.
La decadencia fue tal que hace algunos años las autoridades decidieron retirar al puerto como sede permanente del Tianguis Turístico que se organiza cada año. Ahora el evento ha regresado a medias, en un calendario de tiempo compartido con otras plazas de similar relevancia en el país.
De todas formas, el turismo nacional sigue llegando con recurrencia en estas fechas y en Semana Santa, en los puentes, en los fines de semana larga ahora establecidos en el calendario oficial, y en el periodo de verano.
Pero ese flujo es a todas luces insuficiente, y los viajeros del extranjero, el mercado de más rápido crecimiento y el que desembolsa el mayor volumen de dinero, han cambiado de ruta, para dirigirse mejor a otros lugares: el ya mencionado Cancún, Vallarta y el Nuevo Vallarta, Los Cabos, además de las derivaciones del turismo con vertientes ecologistas o de aventura, también en auge, pero de lo cual muy poco le toca a la entidad.
Para Guerrero, donde otras actividades económicas no se han desarrollado o de plano han venido a menos, y ni siquiera la pesca tiene buenos resultados pese a ser un estado con costas y una ubicación excelente, la mengua de la llamada industria sin chimeneas tiene un impacto directo en los indicadores de empleo y en la economía de las familias de la zona.
Factores como la inseguridad y la violencia desatada por el crimen organizado tienen desde luego un peso muy grande. Pero en el último año, lo que más ha disuadido por lo menos a los visitantes desde el centro del país, es el recurrente bloqueo de la autopista por manifestantes, básicamente en torno a la capital estatal y en la caseta de Palo Blanco, luego de los hechos de Iguala.
Descuentos en las tarifas de peaje, ofertas de hoteleros y negocios, han contrarrestado la ausencia de visitantes en el puerto, pero la situación para trabajadores y prestadores de servicios dista de ser fácil, se genera una dinámica perversa en que se pierde el posicionamiento conquistado a lo largo de muchos años y se aleja a la clientela, pues no hay público más asustadizo que el de los viajeros.
A largo plazo, hay otras secuelas, debido a que no hay un proceso de inversión y reinversión, las marcas de mayor prestigio de hotelería, restaurantes o tiendas buscan otros rumbos, y con todo ello la plaza se va envejeciendo y deteriorando.
Remar contra ello resultará cuesta arriba, sobre todo si visiblemente no se remontan las causas que han originado la debacle: la inseguridad, la violencia del crimen organizado, la virulencia de la protesta gremial y social.
Hace unos días el secretario de Gobernación estuvo en el puerto y aseguró a los empresarios con los que se reunió que una meta del gobierno federal es devolver a Acapulco el brillo que otrora tuvo como un destino de excelencia. Aunque al mismo tiempo previno que ni el Ejército ni la Policía Federal ni la Marina son suficientes, ni por número ni por funciones, pues por un lado garantizar la seguridad tiene que ver con que en el estado se cuente con fuerza pública capaz, profesional y no corrompida, y por otro, no se agota en ese flanco un fenómeno complejo que requiere de la participación solidaria de todos los niveles de gobierno y de fuerzas económicas y sociales.
Ojalá los propósitos trasciendan más allá de estas épocas en que todo mundo expresa sus buenos deseos, y tengan mayor consistencia que la pirotecnia con la que se iluminará Acapulco en el tránsito de este año al que viene.
Esperemos, de veras, que exista y se ponga en operación un gran plan de rescate de la que nos han dicho es la bahía más hermosa del mundo, y que esa belleza sea, como antes fue, soporte del desarrollo de la zona, ahora que el turismo se ha convertido en una de las principales actividades económicas en el mundo.
Lo cual no caerá del cielo ni podrá ser obra, efectivamente, sólo de las instancias del gobierno federal. Implicará que los guerrerenses nos ubiquemos en el siglo que nos toca vivir, y trabajar todos en consecuencia.
Por lo pronto, es ocasión de desear a nuestros lectores felices fiestas navideñas en compañía de sus seres queridos, y que el próximo año sea mejor para todos. Nos leeremos entonces.