EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acapulco, por siempre y para siempre I

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 25, 2024

Ignacio M Altamirano
Tixtla, Gro. (1834-1893)

Huésped con los suyos de la familia Álvarez en la hacienda de La Providencia (Acapulco), Ignacio Manuel Altamirano Basilio participa con don Juan y su hijo Diego en la redacción del Plan de Ayutla, tarea a la que se unirá más tarde don Benito Juárez. Llegadas las fiestas patrias de septiembre de 1865, el gobernador de Guerrero, Diego Álvarez, pide al maestro tixtleco que pronuncie el discurso alusivo durante la ceremonia del Grito en Acapulco. Ya en el puerto, no podrá hacerlo por la llegada de refuerzos militares para la ocupación francesa y entonces será llevado a La Sabana, donde pronunciará una alocución exaltando la belleza de Acapulco y el patriotismo de sus habitantes:
“Íbamos a celebrar las fiestas de septiembre en el bello Acapulco, allí, a orillas de esa dulce y hermosa bahía que se abre en nuestras costas como una concha de plata; iban sus mansas olas de esmeralda a acariciar los altares de Hidalgo, iba su fresca brisa a agitar los libres pabellones; iban los penachos de sus palmas próceres a dar sombra al pueblo regocijado; iba el lejano mugido del tumbo a mezclarse en el concierto universal; iba, como tantas veces, Acapulco a aderezarse con su guirnalda de flores, cuando repentinamente, extranjeras naves, las naves de aquél que se llama soberano de México (Maximiliano de Habsburgo) han venido a deponer en nuestras playas una falange de traidores”.
Surto en la bahía del puerto, el vapor St Louis de la línea Pacific Mail se dispone a partir hacia puertos estadunidenses. Son las once de la noche y Altamirano ha sido el útimo pasajero en abordarlo. Escribe en su camarote:

Al salir de Acapulco

Aún diviso tu sombra en la ribera
salpicada de luces cintilantes,
y aún escucho la turba vocinglera.

De alegres y despiertos habitantes
cuyo acto lejano hasta a mi oído
viene el terral trayendo, por instantes.

Dentro de poco, ¡ay Dios!, te habré perdido,
última, que pisara cariñoso,
tierra encantada de mi Sur querido.

Me arroja mi destino tempestuoso
¡adónde? no lo sé, pero yo siento
de tu mano el empuje poderoso.

¿Volveré? Tal vez no y el pensamiento
ni una esperanza descubrir podría
en esta hora de huracán sangriento.

Tal vez te miro el postrimero día
y el alma que devoran los pesares
su adiós eterno, desde aquí te envía.

Quédate pues, ciudad de los palmares,
en tus noches tranquila arrullada
por el acento de tus roncos mares.

Y a orillas de tu puerto recostada,
como una ninfa en el verano ardiente
al borde de un estanque desmayada.

De la sierra el dosel cubre tu frente
y las ondas del mar siempre serenas
acarician tus plantas dulcemente.

¡Oh suerte infausta! Me dejaste apenas
de una ligera dicha los sabores
y a desventura larga me condenas.

Dejarte ¡oh Sur! acrece mis dolores
hoy que en tus bosques quedase escondida
la hermosa y tierna flor de mis amores.

Guárdala, ¡oh Sur!, y su existencia cuida
y con ella alimenta mi esperanza,
¡porque es su aroma el néctar de mi vida!

Mas yo te miro huir en lontananza
oigo alegre el adiós de extraña gente
el buque, lento en su partida avanza.

Todo ríe en cubierta indiferente:
sólo yo con el pecho palpitando
te digo adiós con labio balbuciente.

La niebla de la mar te va ocultando;
faro, remoto ya, tu luz semeja;
ruge el vapor, y el Leviathán bramando.

Las anchas sombras de los montes deja.
Presuroso atraviesa la bahía
salva la entrada y a la mar se aleja;

Y en la llanura lóbrega y sombría
abre en su carrera acelerada
un surco de brillante argentería.

La luna, entonces, hasta aquí velada,
súbita brota en el zafir desnuda,
brillando en alta mar. ¡Mi alma agitada,
pensando en Dios, a la inmensidad saluda!

Dr Alfonso G. Alarcón
(Chilpancingo 1864-1953)

“Acapulco es un encanto tanto por fuera como por dentro. Ahora se comprende y se disfruta su belleza natural porque el automóvil ha dominado a la Sierra Madre, pero cuando era un puertecillo olvidado al que sólo podía llegarse a lomo de bestias jadeantes o por la vía marítima en barquichuelos endebles o vapores de la línea americana que funcionaba entre San Francisco y Panamá, el aislamiento en que se vivía le daba cierto encanto de joya escondida y engarzada en la ruda montaña”.
“Los viajeros de ahora se fatigan realizando el recorrido por la carretera y experimentan incobrable satisfacción y confortable deleite cuando al tramontar el último baluarte que forman aquél circo gigantesco, súbitamente reciben la sorpresa del bellísimo paisaje marino. Los de la época que recuerda Rosendo Pintos, entre fines del siglo XIX y principios del XX, mucho más fatigados por las jornadas largas que teníamos que emprender por el sendero escabroso, seguramente que sentíamos más satisfactoriamente el llegar al Raicero, el enorme recibimiento del cielo, mar, montaña, brisa, olor y calor que da Acapulco a sus visitantes como premio de su esfuerzo.”
(Extracto del prólogo escrito por el doctor Alfonso G. Alarcón para el libro Acapulco, monografía anecdótica y contemporánea –1949–, de don Rosendo Pintos Carballo. Ambos fueron amigos entrañables desde la infancia por haberla disfrutado en el puerto. Fue él un distinguido pediatra mexicano, autor de varios textos sobre el la especialidad médica y entre ellos el Breviario de Pediatría, galardonado en 1935 con la Corona Olímpica, del gobierno de Bruselas, Bélgica). El acapulqueño funda la biblioteca de Acapulco y le da el nombre de su amigo.

Miguel Ordorica
México, DF (1884-1963)

–Un baño en Caleta supera los efectos de tres inyecciones tónicas.

Llamado “el periodista non de América”, Miguel Ordorica fue el director fundador del vespertino Últimas Noticias de Excelsior. Fundó también los diarios El Sol de San Luis Potosí y El Sol de Guadalajara., ambos de la Cadena García Valseca. Tipo extraño, dirán de él porque presumía su orgullo de haber sido amigo de Porfirio Díaz y de Victoriano Huerta.

Agustín Aragón y Leyva
(1870-1954 )
¡Acapulco, nomás!

“No hay nada más bello que nuestras costas… Ni la Costa Azul de Italia, ni las muy hermosas playas de Biarritz en el golfo de Gazcuña. Ni San Sebastián, ni el Cantábrico. Allá, castillos almenados, carreteras inmejorables, grandes hoteles, lujo. Aquí, la belleza agreste del paisaje… el paisaje único de Acapulco, nomás”
(Agustín Aragón, morelense, maestro, escritor, ingeniero, topógrafo, hidrógrafo, geógrafo astrónomo y geodesta. Sucesor de Gabino Barreda al frente de la escuela filosófica del positivismo en México. Fue diputado federal los últimos diez años del porfiriato).

Gabriel García Márquez
Colombia (1927-1982)
Acapulco y Cien años de Soledad

La manera de cómo Gabriel García Márquez escribió su más famosa novela, ya forma parte de la mitología literaria latinoamericana. Así lo narra él mismo:
“Desde hacía tiempo me atormentaba la idea de una novela desmesurada, no sólo distinta de cuanto había escrito hasta entonces, sino de cuando había leído. Era una especie de terror sin origen.
“De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma, tan intenso y arrasador, que apenas sí logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad:
–¡Yo también cuando sea grande voy a matar vacas en la carretera!.
“No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: “Muchos días después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…
“Desde entonces no me interrumpí un sólo día en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final”.º