EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¡Acapulco tiembla!

Anituy Rebolledo Ayerdi

Octubre 28, 2021

 

(Segunda de seis partes)

Con la colaboración del ingeniero Hugo Arizmendi Herrera, (IPN).

Murió Guillermo Téllez Albores, periodista. Memo fue el primer delegado estatal de Comunicación Social en Acapulco, dirigió el diario Avance y fue maestro en la Facultad de Turismo de la UAG. Un abrazo solidario para los suyos. DEP.

Acapulco en ruinas

De acuerdo con el historiador Manuel Velasco y Berra (1816-1881), Acapulco, la llamada Ciudad de los Reyes, padeció entre los siglos XVII y XVIII diez “ruinas”; tres de ellas por terremotos, otras tres por huracanes y el resto por crecientes del mar. Más tarde, de 1801 a 1842, las hubo tan devastadoras como las anteriores, la última provocada por temporal lluvioso. Y concluye: memorable aquel 4 de mayo de 1820 cuando aquí se sintieron terremotos durante toda una semana, de 10 a 15 al día”.

Los primeros

Entre las muchas calamidades que asolaron a los pueblos mesoamericanos antes de la llegada de los españoles –epidemias, heladas, sequías, hambrunas, etcétera– estuvieron los terremotos, algunos con tal potencia que alteraron la orografía de algunas regiones. Como el ocurrido en el Valle de México y la costa de Anáhuac (Costa Chica) que en Acapulco provocó deslizamientos de cerros pero sin desgracias personales. Un sismo este, por cierto, que coincidió con el ascenso del joven soberano de Tenochtitlán, Axayácatl (1469-1481), nieto de Moctezuma Ilhuicamina.
Ya la primera crónica hispana reseña un sismo ocurrido en el puerto en abril de 1523, proporciona sin detalles sobre sus efectos. Otro movimiento severo, según las mismas crónicas, se produjo en octubre de 1616 este sí con grandes afectaciones materiales, aquí y en la Costa Chica. Dos años más tarde, el 13 de febrero de 1619, la sacudida será tremenda y prolongada provocando que los porteños abandonen sus casas para establecerse en la playa. Iba esta del fuerte de San Diego a Tlacopanocha, sitio bautizado así porque allí se establecían los vendedores de panela o panocha, ofrecida a razón de un tlaco la unidad (moneda de cobre con valor de 1/18 de un Real), hoy, el malecón.

El Popo

El 2 de julio de 1685 Acapulco tiembla como consecuencia de una de las muchas erupciones del volcán Popocatépetl. Los daños más severos afectan a la capilla de San José, construida en 1614 sobre la calle hoy Morelos por un pelotón de milicianos negros de la fuerza del fuerte de San Diego; el hospital Real de Nuestra Señora de la Consolación o de San Hipólito (localizado en medio de una espesa arboleda en la hoy calle Galeana, esquina con Mina), además de afectaciones no estructurales en el fuerte de San Diego. Los habitantes atenderán el llamado del castellano Fabián Salazar para participar en la reconstrucción de los inmuebles dañados.
Otro templo del puerto había sucumbido años atrás, también por una sacudida terrestre, el de San Nicolás Tolentino, localizado en el primer escalón del cerro de La Quebrada. Será reconstruido más tarde, a instancia de su párroco Melchor Anejo, por el castellano Martín de Sepúlveda. La misma guarnición de la fortaleza estará a cargo de la reedificación y para ello establecerán a sus familias en los alrededores. Aquel núcleo será, por cierto, un barrio muy alegre y nada religioso.
Un siglo XVII de intensos terremotos se cierra en Acapulco con uno severo el 14 de septiembre de 1685 y una réplica similar al día siguiente con graves daños materiales pero sin víctimas.

Giovanni Gemelli Carreri

Al trotamundos italiano Giovanni Gemelli Carreri, de paso en Acapulco rumbo a la Ciudad de México, se le mueve el piso. Lo narra en su libro Viaje a la Nueva España:
“Dos horas después de comer se sintió un terremoto ligero. Aunque este hubiera sido fuerte el ruido que se oyó antes, producido por los montes, hubiera dado tiempo a cada persona para salvarse. Son tan frecuentes estos terremotos que es preciso construir bajas las casas”.
Quejándose amargamente del calor, los mosquitos, la carestía, la corrupción, las habitaciones fangosas. Particularmente de no haberse encontrado nunca con un acapulqueño de color aceitunado, sólo negros y mulatos. No obstante, Carreri disfrutará tanto de la Feria de Acapulco como de las fiestas del carnaval, del 21 de enero al 18 de febrero de 1697

La catedral de Nuestra Señora de la Soledad

Víctima de la furia del Popocatépetl, Don Goyo, lo fue la parroquia de nuestra Señora de los Reyes, frente a la plaza mayor del puerto. Su párroco, doctor en cánones José Villafuerte Zapata, emprenderá la construcción de un nuevo templo contando con la ayuda entusiasta de los católicos del puerto y el altruismo de los navegantes. Será inaugurado en 1701 dedicado a la virgen María en su advocación dolorosa de Nuestra Señora de La Soledad, dirigido entonces por el bachiller Jóseph de Matamoros Céspedes

Credo y temblor

Ya avanzada la evangelización en el Nuevo Mundo, alguien urdió medir la duración de los terremoto con el tiempo que dure una oración católica, declamada, murmuradas o memoriza darante la sacudida. Se escogió para ello El Credo, plegaria básica de la Iglesia católica, por lo que se hablará entonces de que tal o cual sismo había durado uno o dos credos teniéndose que el Credo antiguo era dos veces mayor que el actual.

El Credo

Creo en Dios Padre todopoderoso
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilatos,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos, al tercer día resucitó
entre los muertos, subió a los cielos y está sentado
a la diestra de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica
la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Tsunami en Acapulco

Tanto como a los temblores de tierra, nuestros antepasados temían a las epidemias. La peste o matlazáhuatl, por ejemplo, que se ensañará, particularmente durante el siglo XVIII con una impresionante poda de 200 mil personas. Una centuria que se significará por los movimientos de tierra acompañados por marejadas o maremotos, hoy tsunamis.
Don José Manuel López Victoria, uno de los primeros cronista de Acapulco, admirado y respetado, da cuenta de uno de ellos en su Historia de Acapulco:
“Un fuerte sismo continuado por extraordinario crecimiento del mar sorprendió a los acapulqueños el 25 de febrero de 1732, quedando la ciudad casi destruida en su totalidad. Únicamente la Real Fuerza (Fuerte de San Diego) y algunos edificios resistentes se mantuvieron de pie no obstante los serios daños sufridos.
“Las aguas abandonaron intempestivamente su lecho y azotaron brutalmente las chozas levantadas a la orilla de la playa, inundando las aguas hasta un nivel de tres metros la plaza de Armas (Álvarez) y la parroquia de la Soledad .
“El pánico sobrecogió a los moradores huyendo todos a los cerros en busca de refugio. Sólo cuando las aguas retornaron las familias regresaron a sus casas abatidas para lamentar y llorar sus desgracias”.
“El gobernador Juan Eusebio Gallo de Pardiñas y el bachiller Joseph Sebastián Munive se encargaron de suministrar la ayuda a los habitantes y agradecieron la buena voluntad de todos los habitantes para levantar los escombros. Ello con la cooperación de los milicianos de la Costa del Sur, acantonados en el Fuerte”.
Otras fuentes refieren que dos días más tarde se produjo una réplica, casi de la misma intensidad, acompañada esta vez por una tempestad ciclónica.

El volcán de Colima

A una de las muchas erupciones del volcán de Colima se adjudicó el terremoto que sacudió a Acapulco la noche del 30 de agosto de 1754, precedido de un feroz desbordamiento del mar con olas de hasta 3 metros de altura.
La potencia del oleaje contra los muros del fuerte de San Diego fue calculada entonces en miles de golpes de catapulta, resintiendo no obstante sólo daños menores. Las aguas inundaron casi dos leguas tierra adentro (11 kilómetros, más o menos). No se cuantificó el número de víctimas.
Los azorados porteños, dice una crónica, no daban crédito a lo que sus ojos veían cuando el mar volvió a su lecho: un enorme galeón varado en el centro de la plaza de Armas (Álvarez). Detalla el cronista que “muchos niños tuvieron oportunidad de subir por primera vez a un barco, dedicándose a jugar a los piratas sobre los que solo habían escuchado hablar”. Fueron tantos y tan severos los daños sufridos por la ciudad que hubo necesidad de traer albañiles y carpinteros de fuera para las reparaciones indispensables.
(La catapulta fue un instrumento militar del Medioevo para lanzar proyectiles pesados , rocas principalmente, usada para derribar murallas).

El primer censo

De acuerdo con el resultado de un primer censo levantado aquí, corriendo el año de 1777, Acapulco estaba habitado por 2 mil 565 personas, integradas en 605 familias. Españoles, mestizos, indios, chinos, negros, mulatos y lobos. Los mulatos eran mayoría con mil 292 individuos, seguidos de 611 indios, 279 lobos, 129 negros, 121 chinos y 102 mestizos. La población infantil la componían 785 niños y niñas, mientras que los españoles sumaban únicamente 31, todos ellos soldados en la fortaleza. Las jerarquías hispanas no habitaban el puerto por causa de su composición social, el calor sofocante, los mosquitos, las miasmas callejeras y la delincuencia. Habitarán localidades altas y cercanas.

Las castas

(El mestizo procedía de la unión de blanco con india; el chino de mulato con india; el cambujo de chino con india; el lobo de saltapatrás con mulato; el saltapatrás de albino con blanca y el albino de español con morisca (mulata con blanco).