EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acapulco tutifruti

Anituy Rebolledo Ayerdi

Noviembre 19, 2020

Icacos

Icacos era el nombre de un paraje localizado al noreste de la bahía de Acapulco; se le llamaba así por ocuparlo un huerto de ese fruto. Sitio al que durante la Colonia, por órdenes del virrey de la Nueva España, Gaspar de Sandoval Cerda Silva y Mendoza, serán reubicados los naturales de una localidad llamada Sabana Grande, con graves problemas de subsistencia.
Cumple tal orden el gobernador de Acapulco, Miguel Gallo, consumándose el traslado el 3 de julio de 1691. También por instrucciones propio virrey, los nuevos acapulqueños quedan exentos del pago de tributos por 10 años. Ello con el propósito de que construyan sus viviendas y den vida propia a la nueva comunidad. Es Icacos, sin duda, el barrio más antiguo del puerto.
La simiente del fruto –ikako, en versión de la época– habría sido encargada a Japón por el dos veces virrey Luis de Velasco hijo, marqués de Salinas (1607 y 1611), quien poseyó en aquél sitio una finca con predominio de aquél fruto oriental. De ahí, como se dice, le vino el nombre conservado hasta nuestros días.
El árbol de icacos mide hasta 9 metros de altura y sus flores son pequeñas y blanquecinas. El fruto es del tamaño de una almendra de consistencia pulposa y dulce. Los hay de color rosado jaspeado y morado oscuro casi negro.

Cayaco

Cayaco es el nombre frutal de otra comunidad del municipio de Acapulco (Cayaquito, de Tecpan de Galeana). Se trata de una palmera cuyo follaje es muy apreciado para techumbres, mientras que su fruto –conocido popularmente como “coacoyul” o “coquito de aceite”– produce un aceite utilizado en la fabricación de jabones de tocador. La almendra tiene sabor a mamey y muy apreciada en la región, empanochada.

Caimito

Otro fruto hoy poco o nada conocido es el caimito o “kaymito”. La tradición le da también un origen filipino. Su simiente habría sido traída en la Nao de Manila, fecundado aquí con prodigalidad.
El caimito es un árbol mirtáceo, corpulento y de follaje abundante con hojas de color verde rojizo. Su fruto maduro o a punto es de color jaspeado morado y verde. La pulpa mucosa muy dulce y su sabor parecida a la carne de coco tierno; la cáscara es lechosa y pegajosa.

Una lección

Para comprender cabalmente la terminología utilizada en estas descripciones frutales, remitámonos al libro Ciencias Físicas y Naturales, para cuarto y quinto años de primaria, del maestro Mario Leal. A lo mejor no está actualizado por ser de los tiempos en los que daba clases la maestra Elba Esther Gordillo. ¿Las daba?
“Los frutos carnosos tienen un mesocarpio más o menos desarrollado, conteniendo una pulpa con substancias suculentas. En la madurez estos frutos no se abren para dejar salir la semilla. Unas variedades tienen hueso y se denominan drupa (durazno, ciruela y mango). Las otras variedades que no tienen hueso sino semillas se denominan: baya (uva, tomate y grosella), pepónide (melón, sandía y calabaza) pomo (manzana, membrillo y pera) y herperidio (naranja y limón)”.

Pomarrosa

El origen de la pomarrosa está entre Las Antillas y La India Oriental, lo que poco importó dilucidar a los porteños al adoptarla como hermosa planta ornamental. Ello sin despreciar su fruto muy dulce, por supuesto. Se trata de un árbol de 4 a 5 metros de altura, cuyas hojas son muy puntiagudas y siempre verdes; sus flores blancas con visos rosados. El fruto, la pomarrosa, es una especie de manzana pequeña de color amarillento con partes rosadas; es hueca y en su interior flota su semilla. La pulpa es dulce y maciza con olor a manzana, de donde le viene el nombre. “¡No es pomarrosa, pendejo, es “pumarrosa”: una aclaración frecuente. Equivocada, por supuesto.

Mango

Lo único novedoso que podría decirse sobre este fruto originario de La India es que habría llegado al puerto antes que a ningún otro sitio del Nuevo Mundo. El mango Manila llegó de Luzón, Filipinas, abordo de la Nao de Manila, ahora tan mexicano como el “petacón”, de Guerrero. Acapulco es un gran productor de ese fruto.
La sabrosura del mango ha dado como ninguna otra fruta una amplia terminología popular: una mujer hermosa está como “mango”, es un “manguito” o “mangazo” y le rezumba el mango. Dicen que “chupar mango es gozar de una prebenda inmerecida”. ¡Mangos! Y más.

Hilama

Hermana de la anona, la hilama fue conocida en el puerto en tiempos de la Colonia como de procedencia peruana. Se trata de un fruto pulposo de sabor muy dulce y con una característica particular: la presencia de múltiples semillas capsulares de color café barnizado. Estas no se eliminan en principio sino que hay que chuparles la pulpa adherida hasta dejarlas brillantes. Se usaban para el juego de las matatenas.
Rememora Rubén H. Luz Casillo (Recuerdos de Acapulco) que las abuelas de principios de siglo practicaban con tales semillas, además, un juego de salón llamado “patacón”. La hilama es, por cierto, el único fruto que, maduro, invita a su degustación: él mismo se abre por uno de sus lados y entonces nadie puede resistírsele. Tal particularidad dio origen a una sentencia muy acapulqueña. Ilustra a quien se retracta o desdice con alegre cinismo: “rajado como hilama”.

Tamarindo

¿Quién no ha disfrutado lo agridulce del tamarindo? Es originario de Africa, particularmente de Sudán, aunque un profesor de primaria aseguraba que su origen estaba contenida en su propio nombre: Tamar (lán): rey de Samarcanda en 1362, e indo (hindú).Las abuelas usaban su pulpa, hojas y corteza para aplicaciones medicinales: reducir la fiebre de la malaria, problemas de digestión, estreñimiento , además de somnífero natural.
Los acapulqueños de finales de los años 40, indignados, llamaron a la Junta Federal de Mejoras Materiales “un virreinato disfrazado”. Todo por haber derribado un centenario árbol de tamarindo, de más de 25 metros de altura, localizado frente al entonces Cine Río (hoy Woolwort Cuauhtémoc). De sus frutos se surtían gratuitamente los vendedores de aguas frescas, nieves, dulces y pulpa rociada con ceniza. A los monos les encantan los tamarindos maduros, quizás por el “paisanaje”.

Zazanil

La botánica ubica al árbol de zazanil dentro de las especies cupulíferas y lo hace proceder de isla de Cuba. El fruto del zazanil –así llamado, también– es una especie de uva blanca y transparente de jugo, cuando maduro, dulce y pegajoso. Y vaya que si pega. Antes de la llega de los “pritt” y resistoles el zazanil era lo único que rifaba en las escuelas para pegar, incluso hasta el acordeón en la palma de la mano. Infalible en la confección de cocoles, culebrinas, rezumbadores y rombos, o séanse, papalotes.
Los primero zazaniles fueron traídos a México por su fama de ofrecer buena sombra y por ello se sembrarán a la vera de los caminos en beneficio de la arriería. El alto contenido de agua del zazanil, ayudará a los arrieros a calmar la sed.
¿Quedará alguno por ahí?

Mezón

Para Rubén H. Luz Castillo, los dos únicos árboles de mezón traídos a México por la Nao de Manila, procedentes de la isla de Luzón, estuvieron sembrados en Acapulco. Lo describe corpulento con fruto parecido exteriormente al mamey: de pulpa dulce y carnosa.
El viejo barrio de El Mezón tomó su nombre no de una hospedería, como se cree, sino del árbol filipino. Lo preservará aún cuando aquella fronda haya sido barrida por el ciclón del 30 de octubre de 1912. El otro mezón se ubicaba en un rancho propiedad de don Juan H. Luz Borbón, en el Barrio Nuevo (hoy, cercano a la clínica 9 del IMSS). No le irá mejor. Le meterán hacha cuando el predio pertenezca a don Julio Adame Adams y haya necesidad de ampliar en 1948 la avenida Álvaro Obregón, Cuauhtémoc a partir del año siguiente, cuando se descubran en Ixcateopan los restos del gran Tlatoani.

El nanche

Llamado también nance, nanchi y chagunga, el nanche es un fruto más pequeña que una aceituna con un hueso duro y redondo. Su sabor es agridulce y su aroma fuerte. Originario de Guerrero, entre otros estados, el árbol alcanza hasta los 20 metros de altura, florece entre los meses de abril y junio. En nanche posee propiedades medicinales excepcionales en la prevención de un tipo de la diabetes; es antioxidante y digestivo. Se sirve en helados, mermeladas, licor de nanche y tepache.

La marañona

Originaria de la India, la marañona fue traída de Panamá para reproducirse aquí generosamente, ganando pronto la categoría de un fruto criollo. Entonces, resultará el más apetecido por las infanterías locales. Millares de árboles soportarán cada verano el asedio de legiones de muchachillos dispuestos a agotar en el menor tiempo posible la cosecha silvestre del exótico manjar.
En el cerro de La Mira, particularmente, las ramas del marañón besaban el suelo por el peso de aquellas brillantes esferas de un árbol navideño anticipado. Bastará sentarse bajo sus frondas para tomarlas con la mano, amarillas (dulces) o rojas (agridulces), y comerlas hasta los primeros retortijones del empacho. Otro castigo para la gula era el escozor en la lengua y las encías por ser este, se decía, un fruto “tetelque”. Había otras consecuencias graves: las manchas del jugo de la marañona sobre la ropa. como las del honor, no desaparecían con nada, ni siquiera con lejía o clarasol. Desconsideradas, delatarán el tíquite (pinta) del muchachillo cuyo castigo era una “pela de perro bailarín”, con el instrumento que la doña tuviera a la mano.
Fruto extraordinario, la marañona es el único con una semilla exterior. Una almendra de forma peculiar, semejante a la carita de chango (de feto, decían antes) en cuyo interior se esconde la riquísima nuez de la India. Previamente asada u horneada, por supuesto.
El parque Cachú o La Marañona fue una superficie de casi 3 hectáreas sembradas exclusivamente con marañones. Se localizó en la avenida Costa Grande 901 (hoy Pie de la Cuesta 115; centro comercial Chedraui), donde escondió su identidad por muchos años el escritor estadunidense B. Traven (El tesoro de la Sierra Madre, Macario, La Rosa blanca, La rebelión de los colgados y muchas más) conocido aquí simplemente como El Gringo de La Marañona. Hasta ese lugar llegará un día el periodista mexicano Luis Spota, para develar el más grande misterio literario mexicano del siglo XX.

Frutos prohibidos

Si algo tienen de prohibido la mayoría de los frutos aquí descritos es la muy escasa oferta de los mismos o prácticamente inexistente, nula. Ello seguramente porque por lo menos dos generaciones de acapulqueños no han oído hablar de ellos y mucho menos probado la dulzura o el agridulce de sus sabores. Es posible, sin embargo, que quien tenga la curiosidad de conocerlos y probarlos lo consiga en el Mercado Central, concretamente en Vallarta y su cerrada. Allí donde se ofrecen icacos, caimitos, marañonas y algún otro fruto hoy desconocido por los millennials.
Casos contrarios, por ejemplo, a los de la tuna, la jícama, la guayaba, la ciruela, la pitaya, la guanabana, el guamúchil, el zapote, y muchísimos más que llenan de olor y colorido los mercados mexicanos.