Anituy Rebolledo Ayerdi
Enero 24, 2019
Bertha von Glümer
Bertha von Glümer Leyva, impulsora en México de las nuevas pedagogías para el kindergarten, nace en Acapulco el 16 de julio de 1877; hija del ingeniero alemán Bodo von Glümer y la chilpancingueña Petra Leyva. El padre, recién separado del Ejército mexicano con el grado de teniente coronel, se desempeñaba aquí como juez del Registro Civil.
Bertha recibe de sus padres la educación elemental reforzada por profesores contratados especialmente para ello. Adolescente, laborará en un colegio particular del puerto como maestra de labores femeniles, cimentando entonces su vocación por la docencia. Viaja con su madre a la Ciudad de México
Allá empieza su magisterio en 1906 cubriendo interinatos en una escuela oficial de párvulos. Durante una visita a su plantel del ministro de Educación Pública, don Justo Sierra, la acapulqueña se atreve a formular planteamientos novedosos sobre el rezago escolar. El funcionario se muestra interesado en el tema y ahí mismo la invita a trabajar con él. Bertha viajará comisionada a Estados Unidos para interiorizarse en la organización y funcionamiento de las escuelas normales para educadoras.
Pero irá más allá. Se inscribe en la escuela Normal Fröebel de Nueva York, obteniendo mención honorífica por sus altas calificaciones. Allí mismo se prepara en la Universidad de Columbia en materias como dibujo, gimnasia y deportes, además de cursar metodología y música del kindergarten. Se adentra en aquél país para inscribirse en el Teacher College de la Universidad de Chicago. A su regreso a México, la maestra Von Glümer Leyva es nombrada directora de la Escuela Normal para Señoritas, institución en la que aplicará el curso elaborado por ella misma. Renuncia en 1912 para hacerse cargo de la inspección de los jardines de niños de la Ciudad de México.
La muerte de don Bodo
Berta vuelve a Acapulco en 1901 para estar presente en la inhumación de su señor padre, en el panteón de San Francisco. La acapulqueña reseñaba con orgullo la trayectoria de don Bodo al servicio de este país. Fue valiente su desempeño en el Sitio de Querétaro por el que recibió la medalla al Mérito Heroico entregada por el propio presidente de la República. Allí, el ingeniero von Glümer, recién llegado de Schonebeck, Prusia, Alemania, se había batido contra los franceses al frente de un grupo de extranjeros convocados por él mismo. Toda una vida al servicio del país que le dio asilo.
El cuartelazo de Victoriano Huerta obliga el regreso de la maestra Von Glümer a Estados Unidos, esta vez a trabajar en la Universidad de Columbia. De Veracruz la llaman para ocupar la dirección de la Normal de Jalapa y doña Josefa Ortiz de Ortiz, esposa del presidente de la República, Pascual Ortiz Rubio, la invita a organizar el sistema educativo de su especialidad. En 1936 establece en el Distrito Federal una academia particular para educadoras, a cuyo frente permanecerá por espacio de 12 años.
Antes, la acapulqueña había traducido La pedagogía del kindergarten, del germano Federico Fröebel, junto con la biografía del también fundador en 1837 del primer jardín de niños. Suyos también, entre otros textos: Cuentos de Navidad (2 tomos), Para ti, niñita (4 tomos), El niño ante la naturaleza (cuentos), Rimas y juego digitales.
Bertha von Glümer muere el 15 de diciembre de 1963. Su nombre lo llevan por lo menos dos escuelas normales de educadoras y varios jardines de niños de todo el país. Uno en Acapulco, por supuesto.
Plañideras y gimoteras
El cronista Rubén H. Luz Castillo relata en Recuerdos de Acapulco que su abuelita le hablaba de un extraño oficio practicado por las acapulqueñas. A quienes lo ejercían se las llamaba “plañideras y gimoteras”, aludiendo tal nombre a la tarea que tenían de llorar y gimotear mediante paga en velorios y sepelios. Las percepciones estaban de acuerdo con la jerarquía del difunto y las propinas dependías de sus desempeños personales.
Alguna plañideras lograban actuaciones del tal modo dramáticas llegando fácilmente al desmayo. Nunca faltará en tales eventos una dama previsora portando una botellita de alcohol alcanforado. El llanto desgarrador de las gimoteras iba casi siempre acompañado de dolidos lamentos, exaltando virtudes, gustos y bondades del o la difunta.
–¿Por qué te la llevaste, Señor, si iba a misa todos los días?
–¡Te fuiste, Tirso, con lo mucho que te gustaba el relleno de Tecpan!
Y así hasta el infinito llegando incluso a reclamos sobre infidelidades conyugales aconsejados por la pareja, desde luego.
Y como nada nuevo hay bajo el sol, se sabe que las lloronas pagadas están documentadas en el arte funerario egipcio. Más. El profeta Jeremías las hará traer de todas partes para hacer sentir de una manera más dramática la devastación de Judea. Las llamaba lamentatrices y cuyos servicios serán comunes en otras naciones como Grecia y Roma. Los romanos llamaron praefica a la llorona principal, por dar a sus compañeras el tono de tristeza que convenía según la categoría del finado.
Cubiertas con un velo negro, las lamentatrices portaban en la mano un vaso en el que recogían las lágrimas derramadas por encargo. Los vasos llamados lacrimatorios se depositaban en la urna, junto con las cenizas del difunto. (Wilkipedia).
Un fraile calentón
Luego bajar aquí de la Nao de Manila, el fraile dominico irlandés Thomas Gage se dirige directamente a la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad (1701). Todo el fervor con el que agradece al Santísimo el haber llegado sano y salvo se torna de pronto en sorpresa, escándalo, enojo. Cuando observa que las acapulqueñas negras y mulatas en oración ¡“están desnudas de carnes”!. Lo detalla en su libro Los viajes de Thomas Gage a la Nueva España:
“Cúbrense los pechos desnudos, negros, morenos, con una pañoleta muy fina que se prenden en lo alto del cuello a guisa de rebocillo. Para salir de casa han añadido a su atavío una mantilla de linón o cambray orlada con una randa muy ancha de encajes. Algunas la llevan en los hombros, otras en la cabeza, cuidando todas que no pase de la cintura y les impida lucir el talle esbelto y las caderas rotundas. El vestido y atavíos de aquellas mujeres son de tal manera lascivos, lo mismo que sus ademanes y donaire tan embelesadores, que hay muchos españoles, aun entre los de primera clase, propensos de suyo a la lujuria que por ellas dejan a sus mujeres”.
Los viajes a la Nueva España y Los viajes de Chiapas a Guatemala, de Thomas Gage, serán traducidos al español cuando el irlandés haya abjurado a la fe católica para adoptar la anglicana de su país. Razón suficiente para que se pongan en tela de juicio muchas de sus narraciones ubicándolas entre fantasías y descripciones imaginarias. La acapulqueña entre ellas.
La población de Acapulco en 1790, según Alejandro de Humboldt, estaba compuesta por 229 familias de las cuales nueve eran españolas, tres de naturales, cinco chinas y el resto de “mulatas de todas las castas”. Doce años más tarde, en 1802, cuando el sabio germano desembarque en el puerto, lo declarará “habitado casi exclusivamente por hombres de color” (Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España).
Pedro Ruiz, soldado
Seco de carnes, rostro anguloso pero agradable y pelo muy corto, Pedro Ruiz es el nombre que muy pronto se significará entre sus pares del ejército revolucionario. Su puntería con el mosquetón le ha valido el apodo de Pedro mucha bala, que se empeñará en ratificar en cada combate.
Un día, durante un asalto a una hacienda oaxaqueña, algunos de sus compañeros de batallón raptan a una joven, aparentemente la hija del hacendado. Pedro los persigue y al darles alcance les grita:
–¡Orale compitas, que esa chamaca es mía!… ¡Y que le ponga al que no le cuadre!
–¡Ni hablar, mi teniente, es suya! –responde uno de los tres aludidos– ¡Que le aproveche, jefe, está rebuena la cabrona!–, canta el trío.
Pedro monta a la chiquilla sollozante a la silla de su caballo, él ocupa las ancas. Parten para llegar al primer caserío donde desmontan. La tranquiliza arropando con su brazos hasta llegar a la choza de unos conocidos, a quienes pide cuidados para ella. La llama aparte:
–¡Mírame, muchachilla! –le pide abriéndose la guerrera– ¡Mírame!, le exige al tiempo de mostrarle su pecho con dos pequeños montículos coronados con una aureola y dos negros pezones. ¡Soy tan mujer como tú, mi niña, solo deseo protegerte!
El suceso apresurará la decisión del soldado Pedro Ruiz de volver a su naturaleza. Aprovecha el día en el que el presidente Venustiano Carranza pasa revista a su batallón en la Ciudad de México. Da un paso al frente para identificarse y mostrar con plenitud su verdadero género. Un acceso de tos y la caída de sus gafas impiden cualquier reacción por parte del Primer Jefe. Luego, a solas, Carranza se manifiesta entre sorprendido y alarmado ordenado al punto una investigación sobre el insólito suceso. “¡Y yo que creía que solo había soldados putos!, confiesa.
La acapulqueña Petra Ruiz, del barrio del Teconche, revela que su decisión de incorporarse a las filas revolucionarias había nacido de un deseo feroz de venganza. Vengarse de la violación de que había sido víctima en Acapulco por parte de dos soldados federales. Por recomendación del propio Carranza, la dama recibirá un buen retiro para perderse luego en la bruma acapulqueña.
Sociales
Después de las tormentas recientes llega al puerto la calma y con ella las bodas. Como la de Hortensia Chávez con David Martínez en el templo de Nuestra Señora de la Soledad. Las madrinas Solfina Martínez de Velarde, Cristina R. de Lezus y Leonor Terán. La corte fue integrada por Guadalupe Gutiérrez e Irma Valverde. Otras acapulqueñas lindas:
Fanny Alarcón, Leonor, Sofía y Soledad Terán, Melánea Benítez, María Elena y Natividad Chávez, Margarita Ruiz, Emma Caballero, Raquel Castro, Juanita Arteaga, Sofía Flores, Rafaela Martínez, Margarita Badillo y María de la Luz Gallardo.
Bodas de plata
El matrimonio formado por Israel Pegueros e Isaura Guerrero celebraron con una misa sus 25 años de casados. Padrinos, sus hijos Rogelio, Isaura P. de Iturbide e Inés P. de Huerta. Las damas asistentes: Natividad Chavelas, Elba Orbe, Emma Caballero, Amparo Aguirre, Hilda Otero, María Eugenia Juárez, Natividad Juárez, Norma Huerta, Hilda de Reyeros y Josefina Fernández (Palpitaciones Porteñas, crónica de Chema Gómez).