Anituy Rebolledo Ayerdi
Febrero 21, 2019
Acapulco, ciudad de los reyes
Carlos I de España y V del Imperio Romano Germánico, hijo de Juana La Loca y Felipe El Hermoso, nieto del emperador Maximiliano I de Habsburgo, ordena el 25 de abril de 1528:
“Que Acapulco y su tierra donde se hacen a la mar del Sur quede bajo las órdenes directas de la Corona”.
Isabel de Portugal
Cuando han pasado cuatro años sin noticias sobre el cumplimiento de la orden real, Isabel de Portugal, nieta de los Reyes Católicos, aprovecha una de las largas ausencias de su esposo, el rey Carlos I, para emitir, en su carácter de reina de España y emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, una nueva cédula real. Lo hace el 20 de abril de 1532 confirmando la de 1528 y exigiendo su acatamiento inmediato.
“Que se proclame que Acapulco depende directamente de la Corona española, ahora con el título de ‘Acapulco, Ciudad de los Reyes’”.
Presumiblemente extraviadas las cédulas anteriores, expedidas por el rey Carlos I, junto con la confirmación de la reina Isabel de Portugal, ambas declarando a Acapulco como “Ciudad de los Reyes”, el rey Carlos IV (1788-1808) 40 años más tarde emite una nueva sobre el mismo asunto:
“…y por tanto, por el presente confirmo y apruebo la denominación de ‘Ciudad de los Reyes’ que hasta ahora ha estado usando y gozando el puerto de Acapulco, con las aguas y pastos que le correspondieren. Y es mi voluntad que continúe gozando y poseyendo las demás gracias y prerrogativas sin limitación alguna”. Dado en San Lorenzo a primero de septiembre de mil setecientos noventa y nueve. Yo, el Rey ( rúbrica)”.
María Luisa de Parma
Un documento real que satisfacía un viejo anhelo de los acapulqueños, en la creencia que la pobreza se abatiría con el sólo hecho de ser citadinos. La reina María Luisa de Parma, nieta de Luis XV, tendrá mucho que ver en ello cuando su esposo le suelte las riendas del poder. Lo ejercerá apoyada por el consejero Manuel Godoy, un antiguo guardia de corps, ambos “coronando” alegremente al rey pero con cornamentas de alce.
Su alteza María Luisa de Parma, prima carnal de su esposo, no obstante su “cola alegre”, fue una mujer querida y admirada por sus gobernados. Estos sabrán aquilatar los sufrimientos de su vida íntima a pesar de tenerlo todo e incluso contando con la ayuda directa del Todopoderoso a través del papa Pío V. Y era que de 24 embarazos le habían sobrevivido únicamente catorce hijos y que de estos únicamente siete alcanzaron la edad adulta. Eso sí, nunca nadie se atreverá a preguntar: ¿todos del rey?
“Mordida” para el rey
Alguien sorprende a los porteños con la advertencia de que sólo mediante una “mordida” al rey de España se podrá vivir en la ciudad. La gente se lanza acongojada a conseguir el dinero. Luego de muchos reveses y no pocos insultos logran reunir los 352 pesos requeridos, mismos que entregan inmediatamente a la tesorería real. Y no se trataba en realidad de una “mordida” sino de un gravamen perfectamente legal. Se denominaba media anata, decretado por cédula real del 22 de mayo de 1631
A Carlos IV, hombre culto y sensible, le emociona el gesto sincero y honesto de los acapulqueños, súbditos tan distantes y primeros en cumplir con aquel impuesto. Y para que no hubiera dudas o malas interpretaciones, firma un comunicado para al virrey de la Nueva España:
“Ordeno a mi virrey de la Nueva España disponga que se devuelvan a los vecinos de Acapulco los trescientos cincuenta y dos pesos que entraron a las cajas de aquel puerto. Yo, Carlos IV, Rey.”.
Presuroso, el virrey José Miguel de Azanza ordena a su tesorero cumplir la orden del monarca. Lo hace, pero descontando el diez por ciento por concepto de “manejo y envío” . Y es que la fuerza de la costumbre inhibe al temor.
El primero
“Acapulco está llamado a ser el primer puerto para el comercio con Filipinas por su cercanía con la Ciudad de México. Muy superior a los puertos de Navidad, Huatulco, Tehuantepec y Las Salinas”.
Lo dice el virrey Martín Enríquez de Almanza (1568-1580) en memorial al rey de España, en vías de decidirse los puertos de la Nueva España destinados al comercio ultramarino.
Andrés de Urdaneta
Por su parte, en memorial al rey de España, del navegante Andrés de Urdaneta opina:
“Acapulco tiene buenas partes para que en él se arme un astillero para hacer navíos y por ser uno de los buenos puertos descubiertos en Las Indias. Grande, seguro y muy sano y de buenas aguas y mucha pesquería, de mucha madera para la ligazón de los navíos y tener a cinco o seis leguas mucha madera para tablazón y pinos para mástiles y entenas”.
La opinión del fraile agustino, cosmógrafo y explorador será determinante para que el monarca conceda a Acapulco el monopolio para comerciar con el Oriente.
Además de descubrir la ruta Filipinas-Acapulco, que lleva su nombre llamado también Tornaviaje, el guipuzcoano dirigió a los frailes de su orden en la evangelización del archipiélago. Filipinas es hoy uno de los pocos países católicos de aquella región.
El más seguro
“Acapulco, el mejor y más seguro puerto del mundo”.
Será esta la opinión contundente de Fray Domingo Fernández de Navarrete (1610-1689). Obispo, maestro de teología de la Universidad de Santo Tomás de Manila. Su visita a China lo convierte en el primer sinólogo de España, autor del Tratado político, técnico y religioso de la monarquía china. No pudo regresar al país oriental por el endurecimiento del gobierno chino en contra de los españoles, dejando inacabada su obra.
Aquí me quedo
–¡Jolines, esto es una maravilla! ¡Me gustaría quedarme aquí!
Así lo expresa entusiasmado el Virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montes Claros, cuando conoce el puerto. Va con rumbo al Perú para asumir allá el mismo cargo de virrey, desempeñado en la Nueva España durante cuatro años. Se vivía el mes 2 de agosto de 1607.
Los “entierros”
“Acapulco, la Ciudad y Puerto de los tesoros enterrados”. Así fue conocido el puerto durante la Colonia, por la extrema precaución de sus habitantes de enterrar sus riquezas. Lo hacían para preservarlas de la rapiña de los pichilingues, como también fueron conocidos aquí los piratas. Medida ociosa, por cierto, en razón de que el puerto nunca fue atacado por los depredadores del mar.
Cierto que pichilingues ingleses y holandeses mantuvieron amenazantes sus flotas frente a la bahía, mas nunca se atrevieron a penetrarla por respeto a los cañones de la fortaleza de San Diego. Nada que no hayan sido incursiones nocturnas de pequeños grupos para robar agua, cerdos y gallinas.
Tan profundos aquellos “entierros” –dinero amonedado y joyas, principalmente–, que se hablaba de muchos ricos escarbando desesperados por todo Acapulco, sin encontrar sus tesoros. Unos por carecer de mapas de localización y otros por el cambio natural de los escenarios urbanos. Desde entonces y hasta a nuestros días no faltan gambusinos horadando el suelo acapulqueño, “pórsi”.
El más bello
“Acapulco. el más seguro y más bello puerto de la porción septentrional del Océano Pacífico”.
Jorge Anson, marino al servicio de la reina de Inglaterra con grado de comodoro y al mando de una flotilla de seis buques. Con una escuadra de cuatro naves esperó frente a la bocana de Acapulco la salida de un galeón cargado de plata. Ante aquella amenaza, este no se hará a la mar durante todo el año de 1744, sin ningún intento del marino por penetrar a la bahía.
Para sacar provecho a la espera, finalmente inútil, Anson estudia el vaso acapulqueño sorprendiéndole su profundidad. “Es tan extraordinaria –anota en su bitácora– que algunas veces el galeón de Manila es amarrado de un árbol en vez de anclarse a media bahía”.
Malaspina
“Acapulco disfruta de grandes ventajas que sólo se encuentran reunidas en muy pocos puertos del globo”.
Alejandro Malaspina (1754-1809) marino italiano al servicio de la corona española. La expedición científica a su mando, a bordo de las corbetas Descubierta y Atrevida, permaneció en Acapulco casi todo el año de 1791. Entre los trabajos realizados figuran la posición del puerto, un primer plano de la ciudad, un catálogo de maderas, flora y fauna y un censo de población. Los 996 habitantes estaban integrados en 229 familias: nueve españolas, tres indígenas, cinco chinas y el resto mulatas.
Humboldt
“Acapulco forma una enorme concha cortada entre peñascos graníticos, con costas tan escarpadas que un navío de línea puede rasarlas sin ningún peligro. He visto pocos sitios en ambos hemisferios de aspecto más salvaje y diría más triste y más romántico”.
Alejandro von Humboldt, durante su estancia de cuatro días en Acapulco, realizando estudios diversos en torno a su bahía, sus montañas, su flora y fauna..
The lost galleon
“En setecientos cuarenta y uno
El regular galeón anual
Cargado con perfumadas gomas y especias
Algodón de la India y raíz de la India
Y las más ricas sedas del lejano Catay
Debería surgir de la bahía de Acapulco
Las recuas esperaban en el exterior de las murallas
Las esposas de los marinos llenaban la ciudad
Los mercaderes sentados en sus vacías casillas
Y el virrey mismo bajaba.
Las campanas en la torre eran echadas a vuelo
Las gracias a Dios resonaban en todos los paternos labios
Las limas se maduraban al sol para los enfermos del galeón que arribaba”.
Francis Bret Hart (1836-1902) escritor, periodista y poeta estadunidense, famoso por sus crónicas y relatos sobre la vida del pionero en California. Tuvo fama de borrachín, como muchos de sus colegas, sablista y mal pagador, además de gran aficionado al boxeo usando, se decía, a la señora como punching bag.
Acapulco
“Acapulco es bello. Y no sólo bello, sino es estupendamente hermoso, Mira la puesta de sol”.
Julio Zenteno, personaje de la novela La Reina de Acapulco, por Julio Sesto. (1935)
Manuel López Victoria
“Sin lugar a discusión, la bahía de Acapulco es el paraíso de México. La magnificencia del Hacedor volcada en nuestras playas”.
Leyendas de Acapulco, 1963.