EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¡Acapulqueña linda!

Anituy Rebolledo Ayerdi

Diciembre 02, 2021

 

(Primera de cinco partes)

 

Mujeres insumisas

Que ni mandado a hacer el título de esta entrega para adentrarnos en el recuerdo de mujeres que han participado en la construcción de una sociedad cuya armonía luchan hoy mismo por preservar. Una sociedad vital que aparenta muchas veces descuido o indiferencia, pero que a la hora de la hora no se arredra ante los avatares. Mujeres que han sacado y sacan las uñas por Acapulco y ¡cuidado con ellas! Mujeres acapulqueñas insumisas que no aceptaron la consigna superior de vivir en la ignorancia, el estado deseado para ellas dizque por ser “simples costillas del hombre”.
Mucho tendrá que ver entre nosotros la lucha emancipadora despertada por el pensamiento avanzado y revolucionario de Laureana Wright González de Kleinhans (1842-1896), paisana originaria de Taxco de Alarcón. Ella dará en 1891 un campanazo libertario con su libro La emancipación de la mujer por medio del estudio, cuyas primeras letras dicen así:
Desde los primeros días del mundo pesó sobre la mujer la más dolorosa, la más terrible de las maldiciones: la opresión. Y era preciso que así sucediera, pues el hombre que se ha dado el pomposo título de “señor de todo lo creado”, no podía conformarse con subyugar a todas las demás especies vivientes; era preciso que subyugase también a la suya, que redujese un cincuenta por ciento de su raza a cero, y este cincuenta por ciento, por la razón de su fuerza, debía ser mujer. El hombre mismo hallará arbitrios para legar su pensamiento a la posteridad, en todas las tradiciones de los pueblos atribuye a la mujer un origen inferior o procedente del suyo”.
Hija de mexicana y estadunidense, la taxqueña será precursora del feminismo y de la lucha por el sufragio universal de la mujer. Lo hará organizando a las mujeres a través de su revista Violetas de Anáhuac, la primera publicación mexicana confeccionada exclusivamente por mujeres. Laureana, como pedía que le llamaran sin más títulos, epiloga su texto con estas palabras:
Lo repetimos: sólo hallándose la mujer a la misma altura que el hombre en conocimientos, podrá levantar su voz, hasta hoy desautorizada, diciéndole: “Te reclamo mi reivindicación social y civil; te reclamo mis derechos naturales para poder cuidar de mi misma y de mis principales deberes que son los de la familia, de cuya educación, dirigida por mí, dependen la sólida cultura de las generaciones futuras. Conozco el lugar que debo ocupar; yo no soy la esclava sino la conductora de la humanidad.

Sólo para varones

Fue en el siglo XVII cuando se establece en Acapulco lo que será primera escuela de enseñanza elemental. La abren los recién llegados misioneros de la orden de San Francisco de Asís, instalada en su propio convento sobre una elevación posterior a la parroquia de La Soledad. El inmueble será utilizado más tarde por el generalísimo Morelos como hospital de sus tropas y sobre cuyos cimientos se construirá un segundo Palacio Municipal de Acapulco.
El censo de población levantado en 1777, a cargo de don Juan Josef Solórzano, revelaba un Acapulco con una abigarrada composición social basada en etnias y extranjerías, quizás el primer recuento desde su fundación. Arrojará un total de 2 mil 565 habitantes, integrados en 605 familias. Mestizos, indígenas, chinos (morisco con española), negros, mulatos y lobos (nacidos de india con negro). El universo infantil era de 803 menores –433 niños y 370 niñas.

Siglo XIX

Un gran salto nos trae al levantamiento armado del general Porfirio Díaz en contra del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada. Memorable para los niños acapulqueños porque aquí se cierra la única escuela de gobierno, eso sí, exclusiva para varones. El cronista Rubén H. Luz se refiere a ese hecho y en general a la omisión gubernamental padecida en el puerto en materia educativa, suplida en muchos casos por particulares. Menciona entre ellos a don Daniel H. Luz y don Antonio Martínez, quienes convirtieron los patios de sus casas en salones de clases cobrando cuotas módicas.

El Remolino

El siglo XX, esta vez con el general Díaz en plena borrachera centenaria, encuentra a un Acapulco igual o peor cubriendo apenas sus necesidades educativas. A la escuela para varones con el nombre de Miguel Hidalgo y Costilla se ha sumado una escuela para niñas, a regañadientes y con poca asistencia, “porque el lugar de la mujer está en la cocina” Una y otra se localizan en la calle México, por ser la salida a la capital de país (hoy 5 de Mayo) .
Pero entonces “vino el remolino y nos alevantó”. Irrumpe la lucha armada y lo primero que hace uno de los jefes militares es desalojar los inmuebles escolares para habilitarlos como cuartel militar y caballeriza. Pero no todo parará en eso, la paranoia del general Silvestre Mariscal irá mucho más lejos. Nombrado por Carranza gobernador de Guerrero –Acapulco como capital del estado– el militar atoyaquense decreta la militarización de la escuela Miguel Hidalgo. Uniforma al alumnado como soldados dotándolos con rifles de madera. Y, por supuesto, la “guerrita” será el juego preferido de los muchachillos. Como hasta hoy.
Mucho más tarde, la Miguel Hidalgo ocupará una casona localizada en la esquina de los callejones de El Brinco y de El Mesón (hoy, Galeana y Mina), prestada generosamente por don Simón Chamón Funes, un personaje icónico del puerto.
La escuela para niñas, por su lado, será instalada en una casa de la calle Progreso, cerca del Pozo de la Nación. Dirigía la primera el maestro Miguel Carrillo Robredo y la segunda la maestra Hipólita Orendáin, más tarde directora del Colegio Guadalupano.

La escuela Real

Todas las escuelas oficiales de México estarán durante los primeros 40 años del siglo XX sometidas a la atávica denominación popular de “Real”, que proclamó durante la Colonia la preocupación de la corona española por la niñez del Nuevo Mundo. Nadie nunca notó la contradicción que ello significaba, por lo menos en mi escuela Revolución del Sur, de San Jerónimo ¡de Juárez!

La IMA de Acapulco

De acuerdo con el testimonio del cronista Enrique Díaz Clavel, la educadora Felícitas Victoria Jiménez Silva –mujer pequeña, muy blanca, espigada y ojos cafés– egresada a los 18 años de la Escuela Normal de Tixtla, su tierra natal, cumple aquí su primer contrato laboral. Llegan al puerto en 1905 acompañada por su madre Benigna Silva y su hermana Gregoria, recomendada ampliamente para hacerse cargo del Colegio Guadalupano. Institución exclusiva para niñas sostenida por el cura párroco del templo de La Soledad, Leopoldo Díaz Escudero. La recepción, cordialísima.
Muy pronto, sin embargo, las cosas se complican para la normalista tixtleca cuando con los miembros del Patronato del Colegio Guadalupano pretenden restringirle la libertad de cátedra. Le ordenan, por ejemplo, que en las materias de Biología y Anatomía “sería mejor que no se hablara ni se mostrara el sexo masculino para no corromper la mente limpia de las niñas”. Ella, por su parte, manifiesta a los patrones su desacuerdo con que se dedique más tiempo a los rezos y a los cánticos religiosos que a las actividades docentes y deportivas. Como ninguna parte cede, viene la ruptura.

Profesora en apuros

Sin trabajo en tierra extraña y con la responsabilidad inmediata de su madre y su hermana, a la maestra Felícitas Jiménez no se le cierra el mundo al grado de optar por volver al terruño. Ella vino a Acapulco a dirigir un colegio de niñas y un colegio de niñas dirigirá, pero ahora gratuito, sin dogmas ni elitismos. Inicia entonces, acompañada por un grupo de madres de familia, la creación de una institución con tales características. Serán tan intensas y vehementes las gestiones del grupo que siete meses más tarde la joven educadora estará ante el gobernador Manuel Guillén (1905-1909) recibiendo su nombramiento como directora de una escuela para niñas en Acapulco. El mandatario coincide con ella en el nombre del plantel, Ignacio Manuel Altamirano, su paisano, mismo que se ofrece a la niñez porteña como regalo de Reyes el 6 de enero de 1906. Un año más tarde el gobernador Guillén morirá infartado.
Vendrá enseguida una tarea no menos tenaz para conseguir un albergue digno. Con tanta suerte que pronto logran una antigua casona que había ocupado la Aduana Marítima, en la calle de Las Damas (luego Quebrada) cuyos propietarios, los hermanos Uruñuela, la ofrecen con una renta simbólica de 20 pesos mensuales.
¿Y los profesores? ¡Profesores, ni lo mande Dios, o son borrachos o muy arrechos!, comenta una dama del comité y sostiene:¡educadoras!. Sí, ¿pero de dónde? El escollo será superado mediante la habilitación de damas atendiendo escuelitas particulares en sus domicilios: Ellas, bajo la dirección de la maestra Jiménez, lograrán sacar una primaria excelente. Algunas: Amelia Alarcón, Ambrocia Bocha Tabares, María de la Cruz Martínez, Aurora Apresa y Ernestina Tina Clark. Echando manos después de las propias alumnas con vocación docente: Rosaura Chagua Liquidano, Paula Velarde, Andrea Olivar, Emilia Lobato y Francisca Pachita Merel.
Vendrá más tarde la reforma educativa que hará las escuelas mixtas y la Altamirano de niñas y niños seguirá siendo azul. La maestra Chita, será por cierto la que recomiende a su sucesora, la maestra chilpancingueña Carolina Vélez viuda de Leyva. Ella no se irá a su casa a descansar; seguirá como maestra de manualidades como el bordado, enseñanza que muchas acapulqueñas le agradecerán. Emilia Lobato, Concepción Batani, Cristina Ati, Claudia Castillo, Olga Martínez, Guadalupe y Juana Mallani.
La maestra Chita sirvió a la niñez de Acapulco de 1906 a 1960 habiendo recibido infinidad de reconocimiento oficiales y particulares, destacando la medalla Ignacio Manuel Altamirano que le fue entregada por el presidente Adolfo López Mateos.

Vestidas de azul

El mayor número de acapulqueñas nacidas en el siglo XX vestirán a su tiempo la falda y el chaleco azul sobre la blusa blanca. El uniforme de la Altamirano, creado precisamente por Chita Jiménez. Pocas, muy pocas de tanta y tantas que lo vistieron y lo siguen vistiendo:
Irena Villalvazo, Guadalupe Tellechea, Noemi C. Darán, Amada Mejía, Estela Jiménez, Esther Stephens, Elsa Batani, Victoria Sabah, Gloria Gómez Merckley, Hortensia Guerrero Polanco, Alicia y Leonor del Río Quevedo, Candelaria de la Cruz Gómez, Raquel Fox Leyva, Irma Flores Flores, Margarita Ruiz Acevedo, Leticia Salgado Román, Divina Zárate Vázquez, Ernestina Rosas Romero, Amalia Hernández Arroyo, Julia Ávila Díaz, Filomena Karam, Amparo Añorve, María Luisa Rosas, Cristina Rodríguez, María Elena Gómez, Hilda Pedroza Villicaña, María de Jesús Estrada, Guadalupe Zamora, Guadalupe Sánchez, Gloria Negrete.
Crisantema Barrientos Campos, Elia Muñoz Abarca, María Inés del Valle Garzón, Ernestina Galeana Valeriano, Aurora Quevedo Pérez, Carolina Arteaga Tapia, Indalecia Lobato Giles, María de la Luz Lobato García, Juana Grado Castañeda, Francisca Cortés Cruz, Noemí Liquidano Ramírez, Sara Sánchez Guerrero, Thelma Flores, Estela Roque Caro, María Enríquez Castellanos, Carmen Loranca Bello, Guadalupe Talavera Martínez, Zaida Vielma Heras, María Luis Román Genchi.
Lilia Hernández Arroyo, Emma Hernández, Magdalena García Vinalay, Carmen Salgado Román, Carmen Maganda, Carmen Sosa, Carmen Valeriano, Gisela Jiménez, Sofía Pérez, Alicia Pérez Salinas, Graciela Blanco Miranda, Elvira Hernández Pingos, Ana María Arzeta, Aurora y Gloria Jiménez, sobrinas ambas de Chita.