EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acapulqueñas 13

Anituy Rebolledo Ayerdi

Septiembre 15, 2016

Los carnavales

Las fiestas de carnestolendas, previas a la cuaresma católica, tienen larga tradición en Acapulco. Sin embargo, y las razones nunca se buscaron, en ningún momento alcanzaron la calificación de atractivo turístico como en otros puertos nacionales. Fueron fiestas eminentemente locales vividas intensamente por los acapulqueños. Las acapulqueñas, particularmente, porque tuvieron la oportunidad ser reinas y soberanas de los festejos, aclamadas, cortejadas, recordadas:
Rufina Sierra (1944), Clarita Villicaña (1946), Ofelia Bermúdez, llamada la Verónica Lake acapulqueña (1948) y Esther Galeana Radilla (1949).
(Verónica Lake (1922-1973) bellísima actriz jolibudense dueña de una larga y sedosa melena color platino. De ella se desprendía un mechón cubriéndole el ojo derecha dándole un aire misterioso y sensual. Un detalle casual convertido en icónico y por ello imitado por mujeres de todo el mundo. Fue compañera en varias cintas del actor Alan Ladd, con quien se acoplaba más que nada por la estatura, ella 1.50 mts; él, 1.65 mts. Películas: La Dalia azul, Furia en el trópico, Furia roja y Me casé con una bruja)

Clarita Villicaña

Clarita Villicaña resulta ganadora del reinado del Carnaval de 1946. Lo hace limpiamente luego de una reñida competencia con Socorrito Valverde y María Esther Tellín Argudín. El programa de festejos, amplio y variado, señalaba para el 2 de febrero de ese año la coronación de SGM Clarita I, a cargo del recién estrenado gobernador Baltazar R. Leyva Mancilla. No en la plaza Álvarez, como era costumbre, sino en el “anfiteatro” del fuerte de San Diego (seguramente la explanada interior).
Un día antes, había tenido lugar el entierro del “mal genio”, marchando al frente del cortejo fúnebre el “Rey Feo”, “Pancho I”. Recorrerá las calles 5 de Mayo, Parazal Fernández (mercado), Álvaro Obregón (Cuauhtémoc), Jesús Carranza, Arteaga (José Azueta), para terminar en el Zócalo donde, finalmente, se quema el “mal humor” representado en un pirotécnico muñeco de cartón.
El domingo 3, desfile de carros alegóricos, combate de flores y baile popular en el “parque” Juan Andrew Almazán (?). Lunes 4, concurso infantil de disfraces; martes 5, natación, concurso de bañistas, juegos en el agua y a las 22 horas, baile de máscaras en el Playa Suave. Miércoles 6, cucañas, palo encebado y baile de fachas en honor del Rey Feo, también en el Playa Suave (centro nocturno en Hornitos).

Costera y Carnaval

El presidente Miguel Alemán pone en servicio el 28 de febrero de 1949 la majestuosa Ccostera de Acapulco. Su construcción –12.2 kilómetros–, le había llevado dos años a la Junta Federal de Mejoras Materiales. La ceremonia inaugural se da la noche de aquel día en el Zócalo. El mandatario acciona un interruptor eléctrico localizado en el hotel La Marina, convirtiendo el paseo en un “luminoso collar de perlas ornando la bahía”, dirán los poetas aunque solo haya sido en el tramo Caleta-Morro.
Allí mismo se ha levantado el trono de la soberana del Carnaval, Esther Galeana Radilla, cuya testa será coronada en noche inolvidable por el propio mandatario de la nación. Al día siguiente, el desfile de carros alegóricos y comparsas es abierto por un Cadillac descapotable en el que viajan la soberana Esther I y el presidente Alemán. ¡Ese lujo, ni Veracruz!, se alardeará entonces.
(Alemán se niega en principio inaugurar con su nombre la recién terminada Costera de Acapulco. Hará un extrañamiento al presidente de la Junta Federal de Mejoras, Melchor Perrusquía, por no haber atendido su recomendación de dar al paseo el nombre del general Nicolás Bravo. Ante él, las “fuerzas vivas” del puerto exculpan al funcionario adjudicándose la propuesta para tal nomenclatura. “Así lo pidieron los acapulqueños, señor”, mentirán sonrientes. “Solo que haya así es que puedo aceptar tan señalado e inmerecido honor”, advierte el sonriente veracruzano al tiempo de cerrarle discretamente un ojo a Perrusquía).

El Callejón de La Chata

Natividad Romero Galicia no fue diferente a las acapulqueñas de su tiempo. Estudio en la escuela Ignacio M. Altamirano, asistió las clases de costura y bordado de la directora Chita Jiménez y se fue de “tíquite”, o pintó venado, con sus amigas Hilda Solano, Nacha Martínez y Tere Castrejón. También como muchas de sus compañeras, la niña Romero Galicia, ya en posesión plena del apodo escolar de La Chata, abandona la escuela para ayudar en la manutención de la casa.
Macaria Galicia, la madre, laboraba en la cocina del Hotel Jardín de doña Balvina Villalvazo, siendo ésta la que le consigue a la chamaca trabajo con el doctor Rodolfo Viniegra, en calidad de recepcionista y enfermera. Cuando éste abandona la ciudad, La Chata es llamada para desempeñar las mismas actividades por el doctor Ignacio Barajas Lozano. La dama que en el barómetro de la época “no era nada fea sino más bien bonita, se une con el señor Alfredo Hudson Batani con quien procrea a su hijo único Alberto, el más tarde inolvidable Beto Hudson, “tan bueno como el pan”, se decía de él porque hizo de la amistad un apostolado.
Sola de nuevo, La Chata Galicia cocinará para sus tres hermanos y en una de ésas decide de instalar su propio restaurante. Lo hace en el Barrio Nuevo, la más importante ampliación de la ciudad concebida por el alcalde Antonio Pintos Sierra (1909), acercándola al río Aguas Blancas luego de la Fábrica. La calle se llama Humboldt y hace esquina con un callejón donde vive nuestro personaje y se localiza su restaurante, necesariamente con el nombre del sabio germano.
Pero no es así. El nombre de Humboldt fue barrido por el vecindario para llamarlo simplemente “Callejón de La Chata”. Se reconocerá así el liderazgo moral de doña Natividad Romero, cuyas bondades irradiaron a las familias allí asentadas. Los carteros serán los primeros en atender la nada oficial nomenclatura.

La Mesa Redonda

La Mesa Redonda Panamericana nace en San Antonio, Texas USA, organizada por la señora Florence Terry Griswald, el 16 de octubre de 1916 y cuya única meta es el fortalecimiento de los lazos sociales y culturales entre los países americanos. “Adentrar a las socias en el conocimiento del idioma, la geografía, la historia, la literatura, las artes, la cultura y las costumbres de las repúblicas del hemisferio occidental. Conocimiento que conduce al entendimiento, entendimiento que lleva a la amistad”.
La fundadora de la filial de la Mesa Redonda Panamericana en Acapulco fue Tinita Marroquín, apoyada con un grupo de acapulqueñas comprometidas con el ideal de la señora Griswald. Hacer realidad el perfecto entendimiento y la buena voluntad entre las naciones americanas, unidas bajo el estandarte del panamericanismo. La tarea de las socias será el estudio y comprensión de las singularidades de las naciones americanas, habiéndose logrado investigaciones verdaderamente magistrales. Sólo algunas:
Eloína Trani, Clarita Villicaña, Adelita Trani, Licha Cabrera, Hilda Latabán, Virginia Abarca, Carmen Tenopala, Irma Gallardo, Virginia Parra, María Antonieta Rojas, Fanny Alarcón, Norma Zamora, Chela Herrera, Chatita Soberanis, Laura Arizmendi, Socorrito Gómez, Tere Mendoza y Esperanza Garay.

El Centenario de Guerrero

Con motivo de los cien años de la creación del estado de Guerrero, 27 de octubre de 1949, el comité central de festejos encabezado por el gobernador Baltazar R. Leyva Mancilla, convoca a los 72 municipios de la entidad a un concurso de belleza para elegir a la reina de las Fiestas del Centenario.
Acapulco elige como reina de tales festejos a la señorita Esther Villalvazo, princesa a Cira Castro Astorga y duquesa a Adelita Trani Zapata. Por así determinarlo la convocatoria, la princesa acapulqueña llevará la representación del municipio al certamen estatal.
La coronación de las soberanas tiene lugar en medio de alegre fiesta popular en la plaza Álvarez, levantándose frente al malecón el trono para las tres hermosas acapulqueñas. A las diez en punto de la noche, el alcalde Antonio del Valle Garzón coloca corona sobre las sienes de la soberana y hacen lo propio con la corte de honor otros representantes populares. Repleta, la plaza Álvarez estalla de alegría en medio de la parafernalia de los toritos y los castillos de fuego.
Un poco más tarde se abrirá el baile popular amenizado por la orquesta Minerva de don Alberto Escobar y al día siguiente, por la tarde, tendrá lugar el paseo de carros alegóricos, también por el malecón.

Chilpancingo

Florita Montaño, representante de Chilpancingo, fue electa soberana de las Fiestas del Centenario, en tanto que la acapulqueña Cira Castro ostentó la corona de princesa. Fue duquesa la taxqueña Alma Castañeda.
La representante en tal ocasión del municipio de La Unión, Adalilia López Espino, resultará más tarde, ya residente en el puerto, triunfadora de un concurso de belleza denominado “Miss Acapulco”. Por su parte, Atoyac estará representado por la señorita Yolanda Ludwig y Tixtla por la señorita Edelmira Hernández Alcaraz.
El patio central del Palacio de Gobierno se engalana para la coronación de la Reina del Centenario, a cargo del gobernador Leyva Mancilla y su señora esposa. El baile posterior fue amenizado por tres orquestas y entre ellas la metropolitana de Rafael de Paz. La asistencia fue de más de dos mil personas, todo según versión y cálculos de maese Félix J. López Romero, el cronista capitalino.

Chile frito y asado

En Acapulco, los fondos públicos para las Fiestas del Centenario se agotan rápidamente y por ello no son pocos los acreedores que se quedan “chiflando en la loma”. Uno de ellos, don Víctor Rodríguez, batuta del “chile frito” de Santa Cruz, cansado de las falsas promesas del tesorero municipal, baja un día las escalinatas de Palacio lanzando rayos y centellas:
–¡Cabrones rateros, han de querer que les toque el otro Centenario!