EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acapulqueñas 3

Anituy Rebolledo Ayerdi

Julio 07, 2016

Errol Flynn, espía

Errol Flynn fue un célebre actor jolibudense acostumbrado a pasar largas temporadas en Acapulco. Tripulaba su propio yate llamado Sirocco que alguna vez y por razones legales le fue incautado por las autoridades mexicanas. La siguiente visita la hará a bordo de una embarcación no menos lujosa llamada Zaca. Trae como invitado al músico suizo Teddy Stauffer con problemas para regresar a Estados Unidos. Y cómo no, si con su orquesta había animado los bailes de la juventud hitleriana. Mismo yate que alquila al actor y director Orson Welles filmando aquí una película con su esposa Rita Haywoort en el rol principal. (Por ella Welles había botado a nuestra Dolores del Río, quien será vengada por el propio Stauffer cuando aquí se la tumbe para llevársela a Francia). El nombre de La Dama de Shangai, sobrepuesto al de Zaca, dará título a la cinta.
Se hablará de que Flynn era una cemita de Chilapa, de ahí su facilidad para hacer amigos y romper corazones. Aquí tendrá queveres con Linda Welter, una hermosa tamaulipeca laborando en el hotel La Marina del Zócalo (Bancomer). Él mismo la presenta con Tyrone Power, filmando aquí Un capitán de Castilla, y con él se casa ya siendo actriz Linda Cristian. Hermana, por cierto de la actriz mexicana Ariadna Welter. El entonces más grande aventurero cinematográfico forjará, entre muchas amistades, una particularmente fraterna con el nadador tecpaneco Apolonio Castillo y con él hará un último y misterioso viaje a Las Antillas. Los acompañaron el fraccionador de la península de Las Playas, Wolf Schoemborn, el doctor Otto Roer y el marino Pepe de la Vega. El propio tritón bautizará como Sirocco a su concesión federal en Hornitos.
Es casi seguro que ninguno de los amigos porteños del actor se haya enterado de su doble personalidad. Para la de espía lo había reclutado, a raíz de su exitosísima película Robin Hood, el industrial sueco Axel Werner-Gren, gran admirador suyo, pero más de Hitler. Werner viajaba por toda América ofreciendo inversiones a cambio de simpatías para Alemania.
En México, por ejemplo, el socio de empresas como la telefónica Ericson, había cooptado para la causa nazi a un personaje tan poderoso como siniestro. Él era Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de la República y secretario de Comunicaciones y Obras Públicas. Odiado particularmente en Acapulco por haberse apoderado de Caleta y Caletilla para levantar en su islote un palacete de veraneo. Al triunfo del Tercer Reich, México sería para él solito y hasta se le saludaría como ¡Heil Max!
Sabedor de la afición de Flynn por los yates, el poderoso empresario sueco lo lleva al suyo para convencerlo de utilizar su carisma e insospechable americanismo para servir al Tercer Reich. Un barquito, le advierte, bautizado como Southern Cross Werner, de mil 850 toneladas, eslora de 98 metros, manga de 12 y calado de 17 pies, y operado por 45 tripulantes. Tiene sistemas de cocina, destilación de agua, congelación, lavandería, enfermería, estación de radio Telefunken, gimnasio, sala de música, biblioteca y salón de belleza. Seis lanchas de salvamento y orquesta de cámara para viajes largos.

Las misiones

El héroe de La carga de la brigada ligera lleva obsequios a las brigadas internacionales que luchan en España contra Francisco Franco. Se fotografía con la llamada Thelemann, compuesta exclusivamente por alemanes. Las graficas obtenidas irán a parar a manos de la Gestapo y ésta actuará en contra de los familiares de aquellos. Otra operación encomendada al carismático actor será la de fotografiar puertos del Pacífico, incluido Acapulco, pero muy especialmente Pearl Harbor. Valido de que entre sus admiradoras más fervientes figuraba Eleanor Roosevelt, esposa del presidente de los Estados Unidos, Erroll Flynn viola impunemente la ley. No pisa la cárcel aun cuando se le acuse de estupro contra dos damitas adolescentes y tampoco cuando el FBI lo haga responsable de “tráfico de esclavos blancos”. Invitaba a jóvenes varones gringos a conocer a Acapulco y aquí los vendía “con propósitos inmorales”. ¡Que ojal!
Juan Alberto Cedillo, Los Nazis en México (2007). Ganador del premio del Libro Reportaje 2007. México se volvió valioso para Hitler aun antes de la Segunda Guerra Mundial. Estaba convencido de que una alianza con este país resultaría fundamental para alcanzar la victoria.

Doña Raque

(El periodista y escritor Ricardo Garibay entrevista en 1978 a doña Raquel González, ama y señora de la “Quinta Raquel”, la segunda más importante “casa de citas” de Acapulco. La primera era la “Quinta Rebeca” de doña Rebeca O de Piña. Subsidiarias ambas de la “Casa de la Bandida”, en el DF, al mando de doña Graciela Olmos, autora de boleros y corridos y entre ellos La Enramada y El siete leguas).
–Que va, que va, –susurra la vieja Raquel–, si fíjese que han venido escritores gringos, que ya ve que esos sí son escritores, digo, me imagino que andan por todo el mundo si tienen más que escribir, y me han dicho ándele, gou ajed an telmi, como ellos dicen y yo les digo no ¿por qué? ¿qué acaso yo quiero contar la vida de ellos? Cada quien que se guarde su vida. Si hasta un escritor ese sí mexicano, el que escribió la vida de Chela, fue mi amigo, cómo no, La Bandida, cómo no, pues ese me dijo ándele y le dije no ¿por qué?, ¿qué yo quiero contar la vida de usted? y le dije que no y no, así que no, y a usted tampoco le voy a contar ¿Qué yo quiero andar contando la vida de usted? Usted allá tendrá su vida que solo conoce y usted sabrá, ¡A poco la vida es para andar contándola al primer cabrón que llegue: “ay, cuénteme su vida”. ¡Si, como no, a´i le va, si nomás a usté lo estaba esperando! ¡Tenga por donde se lo coma! ¡Pos mira!
–¿Cuántos años tiene ese niña?– aludo a una mujercita que se acerca para decirle algo.
–No mire usted, mi licen–, dice Raquel— , aquí todo derecho, todas de la edad que debe ser, y cien pesitos, no más, hasta eso que cien pesitos, a nadie estafamos; niña que sale, niña que paga cien pesitos o el cuarto si se ocupa aquí mismo, el cuarto vale cien también; ora, que si, el negocio es la bebida, usted se paga su pedo, pero ¿dónde no? Porque luego me dice que droga. ¿Drogas? ¿Qué todavía hay de eso en Acapulco? Aquí en mi casa jamás, que yo recuerde. Esta niña ya tiene sus diecisiete, la ve lambrija pero ya es bien güevona ¿verdad mija?
–¡Ay, doña Raque…!
–¿La respetan sus niñas, doña Raque?…
–¡O me respetan o me las chingo ji ji ji ji!, ¿verdá mijas?
–¡Ay, doña Raquel! –contestan todas, roncas codornices tatemadas al ron y a la mota, cutis transparente, encías moradas.

Por la noche

(Una segunda parte de la entrevista se difiere para la noche, para conocer un poco el trabajo de la casa en horas normales).
–¡Doña Raquel, que guapa, caramba, siéntese! –nos hemos levantado copas en mano.
–¡Ay pues sí! ¡Ay, pues sí! Buenas noches ¡Cómo se ve luego a caballeros de categoría!
Llegaba doña Raquel sofocada entre olanes, collares, pulseras, anillos, abanicos, un puñetazo guinda en la boca, trompa de guinda foca, dentadura relampagueante y dos plastas drácula abajo de la frente. De negro y rosa doña Raquel. Por el escote, entre arrugas grietosas y pecas king size, en el lugar de los mellizos de gacela, asoman dos flácidos y pardos melones.
Luego llegaron gentes. Se bebía y se bailaba. Las niñas entraron y salieron de los cuartos. Saboreando un café con brandy, elefanta en su silla de respaldo oriental, la señora doña Raquel dijo entre un trago y otro y entre dos suspiros:
–No lo crea, mi licen, ya sólo por las nietecitas sigue una, hacerles un porvenir… pero vivir más de treinta años de vender el derrier es más que toda una vida.
Acapulco (Grijalbo 1979), Ricardo Garibay, Tulancingo, Hidalgo (1923-1999) Periodista y escritor. Su obra, extensísima y notable, abarca más de 50 títulos entre novelas, crónicas, cuentos, ensayos, guiones cinematográficos, obras de teatro, memorias y reportajes. Acapulco es el tema de su novela Bellísima bahía (1968) y diez años más tarde el título de un reportaje sobre el puerto que hoy abordamos. Entre sus textos memorables: Las glorias del gran Púas, La casa que arde de noche, Par de Reyes y los guiones de cine Los hermanos del hierro, El mil usos y El Púas.

Jacqueline Petite

Jacqueline Petite llegó a Acapulco en 1966 invitada a una cena del Jet Set y rápidamente se enamoró el puerto y de un clavadista de la Quebrada, con quien se casó, aprendió a tirarse el clavado y procreó una hija, Carolina. En 14 años en Acapulco Jacqueline ha ganado fortunas que luego ha gastado con una despreocupación escalofriante. Dedicada a los bienes raíces, sus sucesivas casas se fueron haciendo cada vez más amplias y lujosas, siempre llenas de invitados como el barón Phillipe Von Haussman, lady Bird Johnson, la viuda de Sukarno, los familiares del sha Reza Palhevi, y Henry Kissinger.
Como Jacqueline era, y sigue siendo, resplandecientemente bella, rodeada de una aura de misterio y aventura internacional, su primer Cicerone en Acapulco fue el mismísimo Teddy Stauffer: cuando Jacqueline no estaba ocupada en arrojarse desde las alturas de la Quebrada, andaba con Teddy metiendo su preciosa nariz en los mejores lugares de Acapulco, en los peores y en los no tantos. Si Teddy es el rey de la noche, ella es la reina del día. A las 7 de la mañana entra a los terrenos de la Base Naval con un pase que le consiguió un amigo. Después de correr hace gimnasia y entrena en las paralelas, trabaja diez horas en múltiples negocios de bienes raíces, restaurantes y discotecas. A los 45 sigue usando talla 6 y sus diseñadores favoritos son Oscar de la Renta, Halston y Dior.
A quien menos asombran las sucesivas tempestades de su vida es a Jacqueline, que nació prematuramente –“chiquita, fea y flaca”, –asegura– de madre suiza y padre francés, en un avión en vuelo de Viena a París. Se educó en Suiza; estudió ballet en París; a los 16 años de edad se casó en Austria con un italo-suizo; a los 17 tuvo su primer hijo; a los 18 se divorció y ese mismo año se casó con un francés y se fue a vivir a las islas Hébridas; a los 19 se divorció nuevamente, regresó a Francia y al ballet, viajó a Nueva York y se casó con el empresario de espectáculos Charles Ratt; actuó en cine, teatro y televisión; se divorció de Ratt por seguir al clavadista de Acapulco; tuvo su segunda hija; se divorció del clavadista, volvió a casarse con Ratt y al poco tiempo enviudó.
Jacqueline crea aquí la primera discoteque gay y un día unos judiciales que buscaban una mordida la acusan de estar mezclada con el narcotráfico. Porque así parece ser su destino, Petite estuvo 5 meses en la cárcel de hombres, no de mujeres, hasta que se restableció su inocencia y fue liberada. Ella dice que pudo haber salido antes, pero que prefirió quedarse un tiempo más porque se enamoró de un recluso.
Helen Krauze, Vida y milagros de Jaqueline Petite en Acapulco (revista Contendio, octubre de 1980).

El Pelón Riestra

Durante los años que actúe con mi orquesta en México tuve la suerte de trabajar en el hermoso puerto de Acapulco en siete diferentes temporadas invernales. Siempre teníamos la suerte de presentarnos en hoteles de primera categoría, empezamos en el Hornos en 1934.
En aquel entonces el puerto presentaba un aspecto completamente primitivo, salvaje. En la hoy Costera no existían hoteles fuera del Hornos y en la Quebrada El Mirador, de don Carlos Barnard, uno de los pioneros de Acapulco.
Durante 36 horas se corría en coche para llegar a este lugar paradisiaco. En muchos tramos de la carretera solo cabía un auto y si por desgracia transitaba otro en sentido contrario, muchas veces se jugaban volados para ver quien tenía que dejar el paso.
En 1936 fuimos nuevamente contratados por don Antonio Díaz Lombardo, entonces director del Banco del Transporte y dueño del hotel que fue famoso, La Marina (hoy Bancomer- Zócalo).
En 1938 volvimos con el general Juan Andrew Almazán, que era dueño del Hornos, solo que ahora se llamaba Papagayo (hoy, parque del mismo nombre). Todos los empleados del hotel eran miembros del ejército: coroneles, capitanes, etc. Los bell boys eran soldados rasos.
Vino el año de 1939. Esta vez le tocó el club Lido, propiedad de un coronel. En 1941 me contrataron en el Hotel Majestic llevando a un grupo de seis músicos nada más y en lugar de piano, órgano. El organista, un muchacho de Campeche, bebía demasiado; en una de sus papalinas cayó de espaldas mientras tocaba el órgano y cuando fuimos a levantarlo nos dimos cuenta de que estaba muerto.
Llegó 1942. Ya para entonces Acapulco era un verdadero paraíso comparado con los mejores balnearios del mundo. A.C. Blumenthal, el dueño del Ciro´s, nos mandó ese año a tocar al famoso Casablanca. Había millonarios por ramilletes. En la piscina del hotel se celebraban carreras de tortugas. Se apostaba mucho dinero, aunque no abiertamente. El lujo era exuberante, todo carísimo. Casi todos los clientes eran norteamericanos o europeos. Pocos mexicanos. Llegaban con mucha frecuencia artistas de Hollywood. Feliz año 1943. Este año llevé dos orquestas por mi cuenta y perdí alrededor de sesenta mil pesos.
Un día el cómico Arturo Manrique, el Panzón Panseco, fue invitado por Panini, entonces un aviador muy popular en la sociedad acapulqueña. Yo iría con ellos, pero no subí al aparato por no haber lugar gracias a que Panseco se traía una barriga cervecera. Tuvieron un accidente por no tomar bastante altura y las ruedas del avión tocaron los alambres eléctricos de un poste, cayendo boca abajo. Cuando llegamos al lugar de los acontecimientos los dos estaban sanos y salvos. El general Almazán corría a mi lado y después de ver que los pasajeros se encontraban ilesos, se volvió a mí secándose el sudor de la frente y diciendo:
–¡Hacía mucho tiempo que no corría!
Eso me dio risa. Pensé en los combates en que habrá tomado parte, y sólo Dios sabe cuántas veces habrá corrido. Para entonces el general pasaba de los 60 años.
Nunca olvidaré el primer aeropuerto que tuvo Acapulco. Se encontraba como a un kilómetro del Papagayo (hoy Auto Hotel Ritz). Contaba con el lujo de tener a una persona observando, exclusivamente, cuando aterrizara una avioneta, para espantar con un palo a las vacas y gallinas que estuvieran en la pista y evitar así desgracias.
Mi batuta habla (capítulo Acapulco) Ernesto Pelón Riestra, Monterrey, Nuevo León. Residente desde muy joven en los Estados Unidos, se aficiona al banjo, un instrumento de cuerdas y sonido característico, acompañamiento por excelencia de la música del país vecino. Se integra a una orquesta que toca los ritmos country, jazz, boogie, foxtrot y charleston. Enterrado el banjo adopta la guitarra como su instrumento y será entonces que vuelva a México. Aquí forma su propia orquesta, la de Ernesto Pelón Riestra y anima salones de baile dando a sus interpretaciones un tono festivo, humorístico. Tres de sus composiciones: Hay pasteles, La boda de don Refugio, y No, señor.

Pensando en ti

El Pelón Riestra estrena en el Ciro´s de Acapulco el bolero Pensando en ti, compuesto por su contrabajista Alfonso Torres, más tarde director de su propia orquesta. La misma noche en que lo escucha, Fernando Rosas lo adopta como himno de batalla para hacer de él una creación imperecedera. Ese que dice: Pensé que este nuevo cariño/ podría de mi mente alejarte/ calmando mi dolor/ pero estas caricias extrañas me matan/ no son tus labios no son tus besos…
La orquesta de Riestra tenía como rúbrica la melodía Té para dos, popularizada más tarde por la pecosita Doris Day. Alternará en el Ciro’s del hotel Casablanca (1942–1948), con la banda de Everett Hoagland, de Los Ángeles, California, cuya entrada era Luces tenues y música suave. Su repertorio: En Acapulco, Es Mágico, Volver a empezar, Marea baja, Todo lo que tú eres, Bailando en el Ciro´s, Las hojas muertas y Mambo con trompeta.