Anituy Rebolledo Ayerdi
Agosto 11, 2016
Las heroínas de La Sabana
Los acapulqueños suben los cerros del anfiteatro para ponerse a salvo del bombardeo sobre la ciudad, intenso, demoledor, proveniente de las fragatas Cornelius y Galatea y los vapores Pallas y Diamante. La flotilla francesa se adentra a la bahía en refuerzo de las acciones de sus milicias invasoras, enfrentadas por las tropas del general Juan Álvarez. Tan bizarramente que ha podido acorralar en Texca a un batallón de soldados argelinos o zuavos, bautizados por fieros como “la cola del diablo”.
Para auxiliar al contingente comandado por el capitán Du-bin llega al puerto el coronel Marcel Dubois, un soldado obsesionado con la personalidad del general Juan Álvarez. Está convencido de que toda resistencia sureña terminará con su eliminación. Por ello, cuando en el camino le informan que Álvarez se encuentra en La Sabana, se olvida de salvar a Dubin y va tras el “vieux salaud” como le llama. O sea, el viejo cabrón.
Álvarez no está en La Sabana, Dubois ha sido engañado como un engreído francés. El pueblo es habitado en aquél momento únicamente por cuatro hombres heridos, un grupo de ancianos, algunos niños y 17 chamacas entre los 15 y 20 años. Éstas últimas encerradas por razones de seguridad en una troje, todos provistos para defenderse con machetes, cuchillos y hasta chavetas de zapatero.
Dubois asume que Álvarez ha huido luego de conocer su llegada o bien que le ha tendido una trampa. Ordena por ello una búsqueda en el pueblo, casa por casa, cuyo resultado no será otro que el descrito. Perturbado por lo que considera una humillación para su jerarquía de militar napoleónico, ofrece a la tropa el trofeo de las jóvenes sabaneñas. Un alarido lujurioso brota de aquellas bestias enloquecidas, dispuestas a lanzarse en pos del grupo femenino ya exhibido en la plaza pública.
Sucederá, sin embargo, que antes que aquellos salvajes las alcancen Amparito Otero, una güerita de cara redonda y ojos zarcos con apenas 14 años, se planta frente a sus compañeras. Se lleva un cuchillo a la garganta con este ruego: “¡acompáñame, virgen santísima de la Soledad…!”. Para enseguida rebanarse de un tajo la yugular.
Tras ella Toñita Mejía hará lo mismo y luego Lupita Terrazas, hermosa morena de 15 años. Y otra y otra. ¡Todas!. Emilia, María Luisa, Esperanza, Guadalupe, María, Andrea, Epifanía, Josefina, Manuela, Aurora y Evarista. Una a una, las diecisiete vírgenes se fueron arrancando la vida antes de ser mancilladas por aquellas bestias.
Aturdido e incluso conmovido por aquél sacrificio jamás imaginado por él ni ninguno de sus hombres, Dubois forma a su tropa para rendir honores militares al valor espartano de aquellas hermosas acapulqueñas.
La leyenda de las heroicas vírgenes de La Sabana fue popularizada por el periodista acapulqueño Jorge Joseph Piedra, contándola en los mítines de su campaña a la presidencia municipal. La recoge su hija Luz de Guadalupe en su libro En el Viejo Acapulco.
Las sufragistas
El Frente Único Pro Derechos de la Mujer, una de varias organizaciones de lucha encabezada por doña María de la O, conmemora con un desfile su primer aniversario (25 de septiembre de 1939). Las damas uniformadas de blanco provocan la santa indignación machista cuando demandan compartir con los hombres el derecho al sufragio universal.
“¿Por qué en la cama sí y en las urnas no?”, pregunta una manta sicalíptica mientras otra condiciona: “¡O votamos o no dejaremos que nos boten!”.
¡Escándalo! Los partidos políticos reiteran su rechazo al sexo débil, considerándolo un elemento “perturbador y erosionante”.
Doña Chave Dimayuga, una sufragista que no tenía pelos en la lengua, tendrá algo que decirles:
–“¡Erosionado tienen el cicirisco, mariposones!”.
Algunas acapulqueñas de aquella luchas: Agustina, Josefa y Maria Pérez Barriga, Teresa Rivera, Clotilde de la O, Carmen Galeana, Francisca Cárdenas y las siempre dispuestas Ramona Valdeolívar y Carmen Cortés de Deloya.
Doña Bocha Castrejón
Mientras pasea por la plaza principal y conoce el templo de La Soledad, el príncipe Eduardo de Gales se acerca al mercado de Acapulco (a la altura del actual edificio Pintos), atraído por los olores que despiden las cazuelas humeantes de la fonda de Doña Bocha Castrejón. Llega hasta ellas y pregunta. Su intérprete le hace llegar la información de que se trata de la más famosa cocinera de Acapulco, tanto por su rico sazón como por sus maneras gentiles
–¡Pásele, mi rey! –invita profética doña Bocha sin saber, por supuesto, que aquella testa será coronada 16 años más tarde. Es el tratamiento usado por la acapulqueña incluso para el más humilde de sus comensales.
Montado en un banco de la fonda, como cualquier hijo de vecino, el bisnieto de la reina Victoria de Inglaterra pide de comer y señala una cazuela determinada.
–Son albóndigas, mi rey –le informa doña Bocha. Es un guiso mexicano con carnes de res y cerdo preparadas con almendras, yerbabuena, cebolla picada, pasitas, huevos duros y una pizca de comino. El caldillo es de jitomates con cebolla, ajo, canela, laurel, comino y poquita manteca.
Edward Albert Chistian George Andrew Patrick David –nombre del príncipe hijo del rey Jorge V y la reina María– imita a un comensal vecino. Usa los dedos índice y pulgar para extraer una bola de carne para hacerla taco apuñándola sobre una enorme tortilla de mano. También, como aquél, se zampará el caldillo directamente del plato.
Los ayudantes del noble se miran azorados por tan grave trasgresión, no sólo a las normas elementales de urbanidad sino a la etiqueta rigurosísima de la corte de St. James.
Doña Bocha Castrejón se seca las manos con su delantal para recibir el saludo y felicitación del futuro Duque de Windsor, agradecido por tan regio banquete. Ella, preocupada, le recomendará tomar sal de uvas porque las albóndigas, por condimentadas, son muy pesadas.
–¡Andele, mi rey, que le vaya bien! –lo despide finalmente.
El Club de Skies
El Club de Skies nace aquí como una concesión de la empresa encabezada por el doctor estadunidense William D. Brophy, dedicado a la fotografía con el equipo más moderno existente de México. Las postales de Acapulco lo acreditarán.
Brazo derecho del doctor Brophy, Carlos Ochoa Tinoco concibió el espectáculo denominado Hollyday on Skies, presentado por primera vez el 29 de diciembre de 1957. Fue la “pirámide” uno de los números que más impresionaron al turismo extranjero, formada por un esquiador y cuatro damas. Carlos Mendoza al centro, a sus lados Vicky Soldevilla y Tere Barney y sobre los hombros Vilma y Conchita Villalvazo. No será menos exitosa la presentación por primera vez del “papalote humano”, a cargo del propio Mendoza.
En ese mismo año, las instalaciones del Club tomarán forma con una singular alberca de mar, obra del ingeniero Mariano Palacios, constructor siete años atrás del edificio Oviedo. Alberca escenario de competencias locales y nacionales.
La presencia de los hermanos Ochoa Jiménez, tres chiquillos en pleno dominio del deporte e incluso ejecutando suertes temerarias, darán al Holilday novedad y atractivo. Fueron ellos Jaime de 7 años, Jorge de 8 y Carlos de 10. Para entonces este último era todo un veterano pues se había iniciado a los 6. Uno de sus números más aplaudidos lo presentará esquinado parado de cabeza sobre un disco de madera.
Esculturales
Dotadas todas con cuerpos esculturales, hermosas acapulqueñas integrarán el ballet acuático Holiday on Ski. Entre las pioneras, además de las citadas líneas arriba, figuran Anita Martínez, Ana Lila y Margarita Fox, Melánea Val-verde, Janet Goetz, Blanquita Andión, Margarita Arrieta, Tere Varcárcel, Alicia Ramírez, Teté Castillejos, Marina Polin, Lourdes Flores y Orfelina Aguirre.
Cubrieron las etapas sucesivas: Norma Donjuán Velarde, Cristina Jiménez Ramírez, Hilda Mayoral, Noelia Pérez Vargas, Sabina Vallarta (dobles en slalom), Leticia Mayoral (esquiaba con zancos); Bárbara René Collins (especial del cisne en una tabla con quilla) y Alicia Vallarta (deslizándose sin esquís sobre superficie del agua).
La suerte denominada “Diana cazadora” estuvo a cargo de Cristina, Noelia y Norma, mientras que Aili Cristian fue única dama saltando la rampa. Ruth Zárate, Catalina Ramírez, Alicia Jiménez Ramírez, María de Lourdes Moreno Castro, Lucy de Bello, Venus Pérez Vargas, Rosa María Jiménez, y Rosa María Pinzón.
Para eso son…
Aquella legisladora acapulqueña poseía un cuerpo con volúmenes repartidos como Dios manda, si bien prodigados en el derriere que dicen los franceses. La acusaban de “haber llegado a la Cámara por la recámara”, cosa que a ella le “valía”. Adjudicaba el infundio a sus propias compañeras de partido.
Uno de los mayores placeres de la dama –enemiga de dietas y ejercicios– era reunirse con sus amigos periodistas para comer y beber, particularmente los jueves pozoleros.
Será desgraciado el jueves en que la alegría de aquella reunión se torne violenta. Cuando la señora diputada alce la voz llamando majadero al periodista sentado a su izquierda, al que cruza el rostro una y otra vez. El alcoholizado sujeto tendrá el buen juicio de abandonar el lugar, tan veloz como el correcaminos de la caricatura. ¡Beep beep!
Recompuesta pero todavía con el rostro encendido, la legisladora pronunciará frases sacramentales de efectividad comprobada: “¡Aquí no ha pasado nada, que siga la fiesta!”.
Y no era cosa que profesionales del chisme se quedaran con la duda. ¿Qué había pasado? La representante popular se decidirá a hablar sólo cuando queden sus íntimos:
–Aunque no me lo crean, el cabrón me amenazó con darme periodicazos si no le daba las nalgas al momento. Y no es que una se haga la estrecha ni la remilgosa pero hay que saber pedirlas. ¡Mínimo, digo yo!
–¡No pos sí! –fue el comentario unánime.