EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca de la inteligencia oscura

Federico Vite

Noviembre 19, 2019

(Segunda parte y última)

El ejercicio de la relectura prodiga la comprensión y en tiempos como el nuestro, repleto de opinadores baratos, la claridad mental de un novelista es oro molido. Doktor Faustus. Vida del compositor Adrian Leverkühn narrada por un amigo (Traducción Eugenio Xammar. Edhasa, España, 2009, 720 páginas), de Thomas Mann, no es únicamente una dosis enervante de misterio sino una gran lección acerca de los mecanismos reflexivos de una narrador que intenta escribir una biografía pero termina novelando su relación con el tristemente célebre músico Adrian Leverkühn.
Este libro de Thomas Mann, publicado originalmente en 1947, genera un diálogo con dos autores emblemáticos: Johann Wolfgang von Goethe y Christopher Marlowe. Estos dos caballeros escribieron acerca del mitológico pacto con el diablo; los dos hablaron de Fausto, un hombre desesperado por alcanzar el saber absoluto, pero debido a que le es insuficiente el conocimiento religioso, humano y científico recurre a la magia para alcanzar la sabiduría infinita.
Así que 23 años después de haber dado a luz La montaña mágica, Mann se renueva, y analiza el arte y sus ecosistemas; en 700 páginas también hay espacio para bordear el motivo de las guerras mundiales, la idiosincracia alemana y, por supuesto, la maldad. Sobre todo, la maldad.
Mann genera una contribución importante a la literatura refiriendo los pasajes cruentos de un país en guerra, un país que parece haber hecho un pacto con el diablo (un diavolo nacionalista con un discurso de supremacía racial), pero por encima de este asunto trascendente, el también autor de Muerte en Venecia pone sobre el relato un juego metaliterario en el que reflexiona sobre los motores de la escritura, sobre la necesidad de crear géneros anfibios (autobiografía y novela) y, en especial, sobre la construcción de un personaje fascinante: Adrián Leverkühn. En suma, debe decirse que hay una dosis importante de metalitertaura en este libro y parece que se les ha escapado a los defensores de la contemporaneidad narrativa (críticos que encumbran a sus amigos escritores no pueden cegarse ante la estatura legendaria de un titán porque no lo han leído).
El narrador de este volumen es Serenus Zeitblom, un novelista que se propone escribir la biografía de su amigo Adrian, pero no solo es una voz que cuenta minuciosamente lo ocurrido con ese músico inteligentísimo que marcó su vida sino que reflexiona sobre dificultades estrictamente relacionadas con la estética del libro que el lector tiene entre sus manos. Zeitblom detalla en la novela los motivos por los que elige a los protagonistas de algunos capítulos o simple y sencillamente explica por qué cambia el punto de vista de algunos pasajes de esta historia, que en el fondo, solo muestra que Alemania hizo un pactó con Mefistófeles.
Detalla las gestas sociales que dieron origen al nazismo. Describe la sociedad desde los sectores artísticos, científicos, militares e ideológicos. Critica olímpicamente a la burguesía. Se enfoca pues en dar cuenta de su tiempo. El narrador comienza el libro el 27 de mayo de 1943, dos años después de la muerte de Leverkühn. La vida de Adrian está relacionada, para Zeitblom, con la efervescencia política de Alemania, con las guerras, con los luteranos, con los ideales cansados del romanticismo.
Un aspecto esencial de la novela es el cuestionamiento de la literatura misma; por ejemplo, ¿para qué escribir la biografía de un músico maldito? ¿Puede haber poesía después de las atrocidades bélicas? ¿Cómo debe ser un buen artista? ¿Patriota? ¿Exiliado? ¿Apolítico? ¿Las buenas novelas deben evitar el análisis del mal? Pero déjeme decirle que el mayor aporte de este volumen es el símil entre el arte y la enfermedad. Un buen artista, según lo expuesto por Zeitblom, es visto como un enfermo. Vaya contundencia de imagen y para llegar a esa conclusión se invierten 720 páginas. Thomas Mann hizo este libro en dos años. Nada mal para un hombre de pensamiento preclaro.
Otro aspecto a destacar es la elección del narrador, solo alguien como Zeitblom, un teólogo, puede explicar no solo la vocación religiosa de Alemania sino la opacidad creciente de un espíritu hiperconservador que recorría Europa (ahora parece que ese espíritu ronda América Latina) y apostaba por la imposición violenta de las ideas. El narrador, lejos de hacer solo una exégesis bíblica de Germania, nos enseña un método escritural, pues expone su tesis novelística y la manera en la que trabaja cada muro de este edificio metaliterario que aglutina varios registros propios del relato de terror, del género epistolar, bélico y romántico. Mann, durante su exilio en Estados Unidos, conversó largamente con Theodor Adorno, él fue quien le dio conceptos de amplio margen filosófico para entender desde diversos ángulos el espíritu alemán. Las extensas charlas que tuvo con Igor Stravinski sirvieron para darle cuerpo a todo el bagaje musical desplegado en el libro.
El trabajo de Eugenio Xammar es importantísimo. Antes de iniciarse en las faenas de traductor fungió como corresponsal en Alemania durante los años 20 y 30 del siglo pasado. Fue la persona ideal para convertir los pensamientos de Thomas Mann en largas y elegantes frases en castellano.