EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca de la lista negra de los editores

Federico Vite

Mayo 25, 2021

 

Durante muchos años he oído hablar de la lista negra de los editores; en ella, por ejemplo, se encuentra Víctor Roura, un tozudo escritor que ha trabajado arduamente desde la trinchera del periodismo, la narrativa y la poesía. Por más veces que ha tocado la puerta, le obstruyen el ingreso al Continente Literario; se lo niegan, como si fuera una rara avis.
Hace varios años lo entrevisté en Acapulco, a propósito de una charla sobre periodismo cultural que brindó en el hotel Playa Suites (en aquel tiempo nos quejábamos de la escasa vida cultural del puerto. Teníamos la librería Cristal y la librería Macondo para diversificar las ofertas de los blockbusters editoriales que vendían en Vips, Sanborns, Comercial Mexicana y Gigante. De paso, no sobra decirlo, también se vendían libros de segunda mano en la plazoleta Sor Juana. Hoy existe, como punto de venta para los lectores, Sanborns, Educal y Porrúa; afortunadamente se pueden obtener varios títulos más por internet). Roura señaló que la cultura general de un reportero era indispensable para de-sarrollar un aparato crítico. Desde entonces sé que es obligado estar bien informado (necesariamente hablo de información cualitativa) y sé también que es indispensable ejercitar los músculos de la reflexión mediante largas jornadas de lectura, largas horas de apreciación cinematográfica, de contemplación pictórica, etc, etc, etc. Seguí varios de sus artículos, él era editor y columnista de la sección cultural del periódico El Financiero. En 2013 cerró ese ciclo, que comenzó en 1988. Noté con alegría que Roura no jugaba al publicista, como tantísimos articulistas que mandaban señales afables a editores, autores o funcionarios públicos desde su púlpito. Practicaba la crítica como un deporte de alto riesgo. Leyéndolo entendí la literatura nacional con otros ojos. Supe, por ejemplo, que había muchos creadores privilegiados. Concebí una idea quisquillosa de lo literario, pues; idea que adquirió varios matices cuando me mudé a la Ciudad de México y conocí de primera mano los molinos de viento contra los que luchaba Roura. Maduré las experiencias; pero aún mantengo en vilo una pregunta: ¿Es ridículo cerrarle las puertas a un autor crítico? ¿Aislarlo es la mejor manera de neutralizarlo?
Me asomé a varios grupos literarios del centro del país; en muchos de ellos se consideraba a Roura como un resentido. No lo veían como un lector voraz o una persona crítica. No. Lo veían como un resentido porque despotricaba contra muchos escritores e intelectuales laureados, por ejemplo, cito parte del artículo Setenta años de la mafia cultural, de Víctor Roura, publicado en Bitácora de Vuelos en 2019: “Ciertas figuras con obra mediana, por ejemplo, en la narrativa, sobradamente exaltada por la ma-fia, de autores como Juan García Ponce, Salvador Elizondo o Ser-gio Pitol; el mismo Carlos Fuentes anda a veces con tropiezos en su escritura, y errada ocasionalmente en sus conceptos de investigación, obras que han pasado por insuperadas y gloriosas, merecedoras de tesis universitarias y estudiadas hasta el cansancio por un profesorado dispuesto a no discutir con los resultados aprobatorios de los consagrados intelectuales, renuentes a los debates, problema que se ha extendido de manera ininterrumpida por siete décadas”.
¿Quién forma parte de ese grupo que garantiza el “éxito” del Continente Literario? Para efectos didácticos, he oído a muchos colegas decir que el “éxito” es publicar en editoriales de gran impacto mercadológico, sellos, como dicen ellos, transnacionales. No comparto esa idea, pero la entiendo, en especial, porque es fácil encandilarse con las luces de la ciudad. Ergo: el editor es el que manda.
Es claro que si uno no practica lobby literario, ni se relaciona afanosamente con un agente literario ni rinde pleitesía a cuanto ídolo con pies de barro se le presenta, está frito. Muchísimos buscan al cadenero que permite la entrada al Continente Literario. Puesto así, como un símil de una discoteca, con cadenero y todo, es necesario preguntarnos, ¿es prudente ser crítico? ¿La crítica va en detrimento de quien la emite? Roura lanza el mensaje directo al oponente y eso propicia el desnudamiento de escaparates inflados con becas, premios y publicidad. No me refiero solo al affaire que tuvo con Aguilar Camín hace unos meses, sino a ese diálogo combativo que ha sostenido desde hace décadas con la élite intelectual, un organismo que trabaja para sí mismo en nombre de un gremio nacional. Todo eso, por cierto, bien reseñado por el mismo Roura en Codicia intelectual (2004), libro que merece más tiempo para ser comentado. Grosso modo: reúne los diversos modus operandi de los creadores en torno a la figura presidencial. Roura detalla los motores de la codicia en este gremio tan humanista y justo por esa razón (evidenciarlos) lo aíslan.
No es rentable ser honesto, esa es la primera de las enseñanzas; pero la segunda, quizá la más tétrica, es que se debe ser hipócrita e inmoral para mantener a flote la ilusión de una “carrera literaria”. Tal parece que se debe ser un lamebotas, un “buena onda”, un tolerante, un acrítico para ir por la vida saludando y sonriendo a editores, agentes literarios, colegas, amigos de los amigos importantes del editor, porque es obligado sonreír como edecán, saludar con encanto y coquetería, a los cadeneros de esa discoteca confortable que es el Continente Literario.
¿Qué pasa si la lista negra de los editores se hace pública? Haría mucho bien, porque así sería más fácil administrar el capital simbólico de quien oficia la literatura en uno y otro bando, crítico o acrítico.
Al leer varios de los artículos de Roura uno comprende que muy pocos autores, camellos que atraviesan el ojo de una aguja, llegan a una editorial importante sin besar manos. Para ilustrar mis palabras, Roura nos regala este apunte, extraído justamente del texto Setenta años de la mafia cultural: “Emmanuel Carballo (1929-2014) entendía muy bien este encajoso procedimiento: decía que no había nada peor para un creador que el silencio en torno suyo, práctica que realizaba con premeditada alcurnia la mafia cultural, paradójicamente considerada ‘progresista’ por la prensa mexicana. Y los que ha-cíamos notar estas minucias éramos, sencillamente, unos resentidos del sistema, fácil manera de saldar el espinoso asunto, tal como comentó una vez Hugo Hiriart a un reporterto que lo entrevistaba para un periódico que yo dirigía.
–Roura está resentido con el Conaculta porque ha pedido becas pero no las ha obtenido –dijo Hiriart.
El reportero le dijo que Víctor Roura no había pedido ninguna beca, pero Hiriart desestimó la afirmación zanjando el asunto: él estaba en lo cierto, no el reportero, y allí se acababa el tema.
Pero yo no he pedido, hasta este momento de mi vida, ninguna beca a ninguna institución cultural. Sin embargo, no me sorprendió el hecho pese a la demoledora inteligencia de Hugo Hiriart simplemente porque su creencia se ajusta perfectamente a los cánones discursivos proclamados por la mafia: quien no está con ella, está contra ella.
Y punto.
No hay vuelta de hoja.
Esta retórica también se aplica a múltiples niveles en otros ecosistemas; el crítico es por antonomasia el dinamitador de los puentes y quizá su pago sea justamente el aislamiento. Es el número uno en la lista negra de los editores, esos pilluelos que se ensucian los zapatos porque siempre hay alguien dispuesto a lustrarlos con la lengua. Seguro que habrá más de una lengua lista para eso. Oh, sí. Cuando escucho los dimes y diretes sobre las listas negras, recuerdo las sabias palabras de mi querido maestro Bernardo Ruiz, quien alguna vez me dijo, después de haber publicado Fisuras en el continente literario, “como bien nos enseña la historia de Hansel y Gretel, Federico, hay lugares donde uno nunca debe entrar”.