EL-SUR

Sábado 14 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca de las risas ajenas

Federico Vite

Mayo 07, 2019

 

Temo que no estoy entendiendo el humor de mi tiempo. De Filth (Jonathan Cape, Gran Bretaña, 1998, 393 páginas), escrita por Irvine Welsh, no esperaba más que inteligencia y humor, pero caí en las manos de un narrador que se interesa en crear (casi en secuencia) escenas que montan y desmontan la tensión dramática. Ergo: a Welsh ya no le interesa crear ficción de una manera tradicional, se preocupa (quizá como una forma de entender la vanguardia literaria) por emocionar al lector mediante el humor negro y para construir sus gags recurre a la fragmentación del discurso, eso le permite crear una secuencia de chistes, un culebrón que se disfraza de relato.
La novela combina tres voces narrativas (todas en primera persona). El protagonista-narrador, Bruce, quien cuenta las peripecias principales; a la par de él está Carole, esposa de Bruce, justamente quien describe al protagonista. Aparte de ellos dos, florece la voz de una tenia que Bruce lleva en su intestino, una voz que al principio parece una intromisión absurda e innecesaria; un verdadero dolor de estómago (de hecho, el segundo capítulo de la novela inicia con una descripción sobre los ominosos pedos de Bruce en la oficina). Tipográficamente es insoslayable la voz de la tenia, incluso va entre paréntesis para emular las paredes intestinales. Así que aparece su discurso en una caja de texto intestinal (un recurso tan disparatado como innecesario) y aborda cuestiones filosóficas. Este tipo de rarezas narrativas fue muy atractivo en los años 90 del siglo pasado; incluso parecía innovador, pero no literario (eso sería cuestión de otro artículo). La esencia de todo es que en Filth conocemos la vida de Bruce Robertson, un detective que trabaja en la policía de Edimburgo. Todo en la vida de este hombre resulta miserable. Es misógino, racista, alcohólico, drogadicto y su obsesión es conseguir un ascenso laboral mientras intenta sacar de su mente a Carole, a quien idealiza simple y sencillamente porque no está con él. Se sabe el motivo de la separación al final del relato.
El libro arranca con el asesinato de un hombre negro, Efan Wurie. Bruce debe resolver el caso. La investigación del crimen no avanza; el lector conoce las peripecias del protagonista, los trucos para denostar a los demás aspirantes al puesto de detective inspector. A la par de esa carnicería laboral, Bruce acude al médico para aliviar los ronchas y la picazón en sus genitales; también para aliviar los malestares de una tenia.
Hay pistas para inferir que Bruce tiene un trastorno bipolar, una enfermedad heredada por el padre biológico, un violador pendenciero (aparte de eso, quedó traumatizado por la muerte de su hermano menor, Stevie, quien fue devorado por una montaña de carbón). Así que el lector conoce a un personaje digno de una tragedia griega, pero el autor lo usa para hablar de lo jocoso que hay en un policía que infringe la ley con la única intención de saciar su insatisfacción con sexo, drogas, alcohol y travestismo. En suma, Bruce es una persona sucia (ahí el título de la novela), pero el asunto por el que decidí leer esta historia es justamente para entender una cosa, ¿cómo edifica el humor Welsh?
Y en la novela cobra especial relevancia la tenia, una voz que reflexiona sobre la enfermedad, sobre la porquería que alimenta a un policía, sobre los múltiples jueguitos que impone la ley para perpetuar un sistema de justicia corrupto. En suma: Welsh caricaturiza los estereotipos, con eso le basta y sobra para poner en marcha la máquina de la risa. Aunque a veces son bromas sosas, otras tantas excesivas, noto una repetición de todo lo ya dicho antes por Evelyn Waugh, P. G. Wodehouse y Kingsley Amis.
No me pareció muy divertida la novela (aunque se supone que sería así) porque encuentro en este amasijo de voces una serie petulante de hechos que parecen extractos de una comedia manida con escenas predecibles y párrafos (páginas enteras) de sobra; con un par de tratamientos más, la novela hubiera quedado mucho mejor, pero la prisa y el ansia por sobresalir matan la literatura.
Una tenia filosófica y un policía corrupto que no sabe cómo lidiar con una separación construyen a Carole, porque Carole es lo más interesante del libro, pero de ninguna manera resulta divertida; se trata de un constructor literario inusual (casi casi un ideal femenino para cualquier novelista talentoso, alguien que no desperdicia su trabajo por un puñado de risas) que no fue trabajado de la mejor manera. Carole es el impass de todos los conflictos y resulta un dispositivo exquisito que no logra crecer debido a la obsesión de Welsh por ser burlón a toda costa. Es como si estuviera fuera de control y todo lo que narra debiera ser gracioso. Quedó cegado por su habilidad; no vio lo realmente literario.
Pese a todo, Filth tiene grandes momentos, por ejemplo, cuando la policía descubre las triquiñuelas de Bruce, el inspector en jefe simple y sencillamente dice que ya conocían sus delitos, pero lo dejaron hacer todo eso (abuso de autoridad, corrupción, intimidación, fabricar culpables) porque él estaba escribiendo un guión basado en esas corruptelas.
Creo que Welsh logró un estilo, una serie de personajes memorables, pero no ha tocado esa zona dorada de la literatura. La tenia de esta novela dice un par de cosas sobre la mugre que Bruce heredó de su padre. Quizá sea lo mismo que piensan los escritores de Gran Bretaña sobre la obra de Welsh: “Eventualmente, bajo tu ojo crítico, las rupturas aparecen. Tú aprendiste lo que él (el punk) te dio, aunque tú no podrás ejercer ese conocimiento. Todavía.”.
Si alguien hace Filth a la mexicana tendrá muchas ventas (incluso una película), justo como le ocurrió a Welsh, pero no creo que la literatura de humor deba encaminarse por estos ministerios, aunque escribir es un ejercicio de libertad y todo mundo puede equivocarse como le plazca.