EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca de los charlatanes y sus intereses

Federico Vite

Abril 02, 2019

 

(Segunda y última parte)

Ergo: Poe vio con claridad que esa red de redes usa la literatura como adhesivo para fortalecer las alianzas políticas y económicas (permítame ilustrar esto con algo ocurrido en la FLIPA; la alcaldesa, Adela Román, asistió, como invitada especial, a la presentación de Patria, saga escrita por el hombre orquesta de la feria de libro y actual director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II; así que para preservar el apoyo económico de la FLIPA se permitió el espacio a un político, digamos que se vendió un spot propagandístico, lo normal en estos casos), pero volviendo a la viga maestra del artículo, hablo de Garth Risk Hallberg, autor de City on fire, quien despertó la envidia de los editores, el encono de los reseñistas y la cizaña de los escritores porque decidió ir únicamente por el dinero y presumir sus envidiables músculos literarios.
Hallberg sabía que su novela Ciudad en llamas (Traducción de Cruz Rodríguez Juiz. Random House, España. 2016, 974 páginas) era un producto estándar. Buscó al rey Midas, Chris Parris-Lamb, para vender su proyecto a la editorial Alfred A. Knopf, empresa que pagó 2 millones de dólares de adelanto y, de paso, Hallberg instó a Chris para que vendiera (por otra módica cantidad de dinero) los derechos de la novela a una productora cinematográfica. Ese binomio ganó todo en una partida.
El agente literario Chris Parris-Lamb, vicepresidente de The Gernert Company, forma parte del equipo de asesores de N+1. Justamente la revista en la que trabaja Chad Harbach (autor de The art of fielding). ¿Notamos un patrón aquí? El nuevo elemento, el más importante del diagrama, es el agente literario. No hablamos de literatura, sino de industria editorial, de marketing, de alianzas políticas y económicas. De todo lo necesario para generar expectación en el autor de novedad, de moda.
Antes de esa novela, Hallberg era uno más de los escritores del blogetariado (publicaba artículos y ficción en internet, un poco a la manera de los reporteros de ciertos portales cibernéticos que se benefician de las alianzas políticas), su primer libro fue la nouvelle A field guide to the north american familiy. Esa pequeña muestra de su trabajo fue ignorada por los reseñistas, los escritores y el 99.9 por ciento de los editores de Estados Unidos. Fue inadvertida porque no estaba en el juego de la red de redes, porque no tenía alianzas políticas ni respaldo económico. Después de esa experiencia, se fue por todo y con todo. La red de redes no le perdonó a Hallberg que desdeñara un sistema cumplidor, efectivo y vistoso. Demostró, como muchos otros autores, que la industria editorial es un negocio que no tiene nada que ver con la literatura, pero, igual que City on fire, a ratos tiene intensidad novelística.
La línea de tiempo de Ciudad en llamas es de un año: desde Navidad de 1976 hasta el gran apagón de 1977. En mil páginas hay muchos saltos en el tiempo, todo ellos anudados por un asesinato; el autor explora la naciente cultura underground y las costumbres de las familias acaudaladas de Nueva York. Usa fotografías y dibujos para acompañar y nutrir la narración. También incluyó un cómic dentro de la novela. Aparte de esto, el lector encuentra correos electrónicos, reportajes y otros tantos collages que muestran la ambición del proyecto: aspirar a la totalidad. Imita los efluvios vitales de una urbe mítica, quizá la más fotografiada del planeta, y lo hace de una forma muy parecida a la expuesta por Charlie Kaufman en Synecdoche, Nueva York; aunque lo de Kaufman es genial, lo de Hallberg, entretenido.
La habilidad de Hallberg radica en el manejo del tiempo (no habló de un nuevo Marcel Proust, no. Eso es literatura, esto es simplemente un libro rentable). Para su siguiente éxito se le exige menos retruécano y más emoción, menos paja y más carne (a veces los términos gastronómicos definen mejor estos menesteres). En City on fire hay páginas y páginas de descripciones que parecen arrancadas de otras novelas (La guerra y la paz, Madame Bovary, Historia de las dos ciudades, Oliver Twist y Retrato de una dama) y tanta palabra está dispuesta de tal forma que no genera movimiento en el cuerpo del relato, ni emoción, sólo acumula oraciones. Es viable, también, pensar que estamos ante un extenso guión de cine, no ante una novela histórica escrita por un autor contemporáneo. Hallberg intentaba consumar lo heredado por Dickens, pero no posee el genio para lograr tal empresa.
¿Por qué la red de redes está enojada con Hallberg? Porque se fue por rumbos descaradamente comerciales; no cosechó reseñas de catorce quilates, ni mucho menos loables referencias, simple y sencillamente espera que el libro se venda bien antes, durante y después de la película basada en City on fire. Para alguien como Hallberg, nacido del blogetariado, las malas reseñas, las entrevistas con mala leche y el ninguneo sólo han servido para consumar el prototipo del nuevo modelo de escritor, alguien que no se caracteriza por una inteligencia omnívora sino por crear, igual que Chad Harbach, dulces, comida chatarra, chacharitas, todo eso que sabe tan bien pero no nutre.
Hallberg se abre paso entre una masa amorfa y monstruosa de cosas mediocres de finalidad política, es clara su meta: vender. Es lo opuesto a Harbach, quien sí aspira a la intelectualidad crítica, probablemente una forma de redefinir la militancia en esa red de redes. Claro, la literatura está en otra parte. De eso ni duda cabe.