EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca de los charlatanes y sus intereses

Federico Vite

Marzo 26, 2019

 

(Primera de dos partes)

La cantidad de lecciones que puede darnos Edgar Allan Poe son asombrosas. Unos años antes de su muerte explicó, para sus lectores de aquel tiempo (mediados del siglo XIX), la cantidad de intereses que hay entre los autores y los editores. Al hablar de los asuntos ocultos no sólo refirió las transas del mercado literario sino el perfil político en ellos. También señaló lo que hoy parece una obviedad: el 99 por ciento de los escritores son charlatanes. Palabras más, palabras menos, esto es lo que dijo el buen Poe: “Los escritores más ‘populares’, más ‘exitosos’ de entre nosotros (al menos durante un breve periodo), son, en noventa y nueve de cada cien casos, personajes meramente hábiles, perseverantes, osados: en resumen, entrometidos, aduladores, charlatanes. Gente que logró imponerse con facilidad sobre editores aburridos […] Se adjudicó reseñas favorables escritas o mandadas a escribir por partes interesadas […] De tal modo que se fabrican ‘reputaciones’ efímeras que, en su mayoría, sirven para propósitos específicos, es decir: llenar la bolsa del escritor charlatán y del editor del escritor charlatán”. 173 años después de esta aseveración, uno comprende por qué se omitieron algunas obras monumentales de las listas de novelas destacadas del siglo XIX y del XX, por ejemplo, Moby Dick (1851) y Los reconocimientos (1955), de William Gaddis. Parece que hay algo de cierto en las aseveraciones de Poe. Puesto así, la fama en la literatura es 99 por ciento corrupta. A menos, claro, que se demuestre lo contrario.
Si algunos de esos reseñistas chabacanos trabaja en mancuerna con algún editor charlatán o con alguno de los escritores embaucadores que pululan en el continente literario, regularmente ofrecen literatura edulcorada; también, muchas mentiras. En México, por ejemplo, una novela que recibe el beneficio de esa red de conexiones e intereses ocultos (política y economía) crece en un yermo. La suma de todas esas cosas hace más fácil la apreciación de reputadas personalidades literarias que forzosamente necesitan de alianzas editoriales y, en algunos casos, alianzas políticas para destacar. Esa red de redes crea el éxito de ciertos libros y de ciertos autores. Bajo esa óptica de las retículas, me parece prudente leer The art of fielding (2011), la primera novela de Chad Harbach, quien labora como editor de la influyente publicación neoyorquina N+1.
La ópera prima de Harbach usa el beisbol universitario como un símil de la sociedad estadunidense (nada nuevo en los narradores gringos) y su resonancia mediática es impresionante, incluso en países donde el beisbol es un mero pasatiempo. ¿Por qué un libro estándar, incluso francamente ñoño, despunta mundialmente como una primera novela asombrosa? Esa red de redes, en palabras de Jonathan Franzen, suena así: “Primeras novelas tan completas y absorbentes como éstas son muy escasas […]. Ha dejado un vacío en mi vida, como todos los libros que valen la pena, tras lograr que durante unos días reservara tiempo para leerlo, también como todos los libros que valen la pena”.
El arte de la defensa (Traducción de Isabel Ferrer. Salamandra, España, 2013, 539 páginas), de Chad Harbach, es la historia de un joven excepcionalmente dotado para jugar como parador en corto. Henry Skrimshander es becado por una universidad modesta. Así que Los Arponeros, liderados por Skrimshander, logran muchas de sus metas, pero el héroe del relato pierde sus habilidades a mitad del camino y eso aprieta los nudos de la trama.
La novela de Harbach enaltece los valores tradicionales, aunque haya un affair homoerótico, infidelidades y traición. A pesar de ello, se trata de un libro tradicional. En cuanto a lo técnico, hay solvencia, destreza y pericia literarias. Nada más. La narración es contada por una voz en tercera persona que retrata con verosimilitud a todos los personajes; en especial, a los estudiantes de esa universidad modesta, Westish College, que toma su prestigio de la figura de Herman Melville. Y Melville sirve de ariete para reflexionar desde The art of fielding (otra vez a colación) sobre la gran novela norteamericana; es decir, sobre la epopeya.
Harbach, como les decía, no es el nuevo Celine ni mucho menos David Foster Wallace. Es un editor de la revistaN+1. Se codea con personas que capitalizan el poder cultural: editores, reporteros, reseñistas, funcionarios públicos, científicos, académicos y políticos. Hizo una novela voluminosa que se lee con facilidad, pero no siempre con asombro, sino con tedio y hasta fastidio, pues el libro, a ratos, es predecible. ¿Por qué es tan reseñado ese libro? ¿Por qué lo tradujeron a más de veinte idiomas? ¿Es tal la influencia de la revista N+1? Yo creo que la novela tuvo mucha fortuna en Estados Unidos porque Harbach recibió elogios de catorce quilates. Por ejemplo, un artículo laudatorio, escrito por Wyatt Mason, editor en la revista Harper’s; otro texto generoso fue el de Gregory Cowles, publicado en el New York Times Review. Sería inútil juzgar la integridad de estos críticos literarios, sería doblemente inútil afirmar que los elogios obedecen a una campaña orquestada desde las batientes huestes de la industria editorial, desde las batientes huestes de los reseñistas y de los reporteros. Pero me llama poderosamente la atención este vínculo, editores, escritores y reporteros (me obsesiona desde hace años, ya la tristemente célebre Fisuras en el continente literario da testimonio de eso), porque los reporteros reseñan a un autor, lo apapachan, lo encumbran si y sólo si hay posibilidades de sacar provecho. En el caso de Harbach es muy obvio todo, pero qué pasa si ese grupo ataca a un escritor, como es el caso de Garth Risk Hallberg, autor de City on fire. Ya hablaremos de eso en la siguiente entrega.