EL-SUR

Jueves 05 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca del humorista serio

Federico Vite

Julio 24, 2018

En la página 132 de Estas ruinas que ves (Planeta, México, 2005, 182 páginas), novela de Jorge Ibargüengoitia, Georgi para los camaradas, encontramos una confesión del autor: “Decidí escribir un libro sobre las hermanas Balandro, las madrotas asesinas que había sido juzgadas en Pedrones y condenadas a treinta y cinco años de cárcel, y con ayuda Justine, había seguido el caso con atención y tenía los recortes, empecé a recopilar material necesario: las fotos de las putas, la historia de los burdeles, las declaraciones del defensor de oficio, ‘yo las defiendo porque ni modo, pero lástima que no haya pena de muerte en Plan de Abajo, que es lo que merecen estas viejas’, etc. Todo ese material lo ordenaba yo por las tardes echando de vez en cuando una mirada hacia la ventana […]”. Habla de la escritura de Las Muertas (Planeta, México, 1977, 153 páginas).
El autor de Los relámpagos de agosto se basó en hechos reales y ficcionó otros tantos para crear la trama de una historia de rencor y de despecho. Un relato ideal para Georgi. Novelizó un acontecimiento abominable que llamó la atención de los mexicanos en los años 60 del siglo pasado: las dueñas de varios burdeles en Guanajuato y en Jalisco asesinaron a muchas de sus prostitutas; también mataron a clientes y a bebés de las mujeres esclavizadas. Se les confirmaron 91 víctimas, pero se cree que pudieron liquidar a más de 150 personas. Las hermanas González Valenzuela son las asesinas seriales más prolíficas de México.
El trazo de esta novela “seria” del humorista mexicano sigue las rutas de una pesquisa policial. Y eso me permite detallar, justamente por las escenas de acción en Maten al león, Las muertas, El atentado y La ley de Herodes, que Ibargüengoitia sabe muy bien cómo afinar su prosa cuando se trata de actos violentos (balaceras, persecuciones, secuestros, pleitos a mano limpia y con navaja, ajusticiamientos y atentados políticos), logra el tono noir, mayúsculo para un hombre que lee este país como una perpetua confrontación, y suprime con ello los efectos simpáticos de su prosa para enfatizar la ridiculez existencial de los personajes.
Así que lejos de calificar este libro como un documento devastador sobre la justicia mexicana, estamos, en cuanto a la estructura del relato se refiere, ante la más atractiva de las novelas del autor de Dos crímenes, pues el cronista de Plan de Abajo (región sagrada y mísera para Georgi) trabaja el tiempo de una manera inusual. Las muertas posee saltos temporales (analepsis y prolepsis) muy bien planeados, rupturas de ensamble, digamos; múltiples elipsis y un notable trabajo en el punto de vista que habla muy bien de la chamba de escritorio del autor, se nota que estuvo sondeando desde dónde contar y cómo hacerlo, finalmente eligió recrear los hechos desde una voz casi neutra, sardónica, que intenta entender el meollo del asunto cotejando la versión ofrecida por los actantes del desgarriate.
Haga de cuenta que quien narra es un jurista aburrido que se burla de ciertas desgracias y, claro está, de los vicios de los personajes: tacaños, feos, enfermos, misóginos, abusivos y tontos. Sabe cómo contar las escenas violentas y se toma el tiempo para darle el color local a los escenarios con solvencia narrativa y economía de recursos. Se regodea con los hechos.
Georgi ironiza la banalidad del mal que rodea el caso de Las Poquianchis y eso le permite agrandar los registros de su oficio. Logra altos vuelos literarios, como en pocas novelas pudo hacerlo; aunque, a ratos, ese virtud entorpece brevemente la narración.
Destaco el ámbito siniestro de la historia, cuando los personajes presuntamente ecuánimes asesinan, cuando se ensañan con las prostitutas débiles, las enfermas. Ahí, cuando ya no hay mayor rango de movimiento para un autor serio, la ironía (otra forma de entender el descaro, la insolencia y la deshonestidad) es asombrosamente un bálsamo para el lector.
Lo que hace Ibargüengoitia en este libro es difícilmente repetible; no me refiero a la manufactura literaria sino a la inteligencia narrativa para elegir de todo lo inhumano que hicieron Las Poquianchis los hechos sustanciales con los que un autor maduro y talentoso noveliza a las hermanas Balandro. Digo que es difícilmente repetible porque cualquier escritorzuelo (lo digo con conocimiento de causa) sacaría jugo a la zoofilia, las relaciones lésbicas entre las prostitutas y, sobre todo, llenaría páginas y páginas morbosas con la furia de los asesinatos.
A grosso modo, Las muertas comienza con una vendetta que es apenas la punta del iceberg. Tres hombres y una mujer llegan a un pueblo buscando a Simón Corona para vengar una afrenta de amor. Ubican a su objetivo en una panadería y descienden del automóvil, tiran bala, rocían de gasolina el establecimiento y prenden fuego. Simón sobrevive; tiempo después identifica, ante el Ministerio Público, a Serafina, la madrota con la que tuvo un amorío. A ambos se le acusa de perpetrar la inhumación clandestina de una prostituta. Poco a poco se desvela la historia de ‘las muertes circunstanciales’.
Aparte de todo lo dicho, Georgi narra en este libro un pasaje amoroso en Acapulco. Simón y Serafina, antes de que su historia fuera a pique, visitaron el puerto. “Tenía esperanza de ver el mar detrás de cada cerro. Con tan mala suerte, que en un ratito me quedé dormida se vio el mar y cuando desperté ya estábamos en el pueblo. Nos quedamos en un hotelito que tenía un chicozapote en el patio. Treinta pesos pagamos por el cuarto. […] Después de cenar fuimos a bailar a la Quebraba. Al día siguiente compramos trajes de baño y nos fuimos a la playa. […] Después de comer fuimos al muelle a buscarlo y lo encontramos. Era un barco con cantina libre, así estuvimos bebiendo y bailamos. Ya que estaba atardeciendo, nos quedamos mirando el sol que se metía en el mar. Fue en ese momento cuando sentí que aquél había sido el día más feliz de mi vida, por lo que le pregunté, ¿me quieres, Simón?”, cuenta Ibargüengoitia en el capítulo 3 y con ello pone en marcha el motor de la novela, porque ese amor, Simón, es el pilar que sostiene los hilos de la trama.
El autor indica, al inicio del libro, “algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”. El viaje a Acapulco es imaginario, pero funciona porque propicia el amplio rango de movimiento del autor, pues de lo contrario sería básicamente puro daño el relato y ese lapso, de la belleza intemporal del puerto que hace feliz a una asesina, otorga a la historia su cuota de luz.
Si a usted le interesa una crónica fiel de los hechos, de verdad, échele un ojo a Yo, la Poquianchis ¡Por Dios que así fue!, de Elisa Robledo (Compañía General de Ediciones, S.A, México, 1980, 255 páginas). Es un documento de terror.