EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acercamientos sensibles a lo gótico

Federico Vite

Marzo 24, 2020

 

He escrito varios artículos (publicados en este diario) con la intención de entender por qué nuestra cotidianidad adquiere proporciones estéticas similares a las de un relato gótico. Algunos de los libros comentados han sido Melmoth el errabundo, El monje, ¡Absalom, Absalom!, Go down, Moses; Wide sargasso sea, Jane Eyre e igualmente algunas referencias latinoamericanas como La mansión de Araucaíma y Planetario, además, claro, de algunos de los cuentos reunidos en los libros Las cosas que perdimos en el fuego, Imposible salir de esta Tierra, Nuestro mundo muerto y La composición de la sal. Estos y otros tantos títulos conforman un discurso que hoy cobra mucha importancia. El confinamiento, digamos, propicia la ansiedad, el terror y, por supuesto, la inexpugnable sensación de proximidad con la muerte. Basta con ver algunas de las noticias para que la paranoia se potencie a niveles, digamos, góticos, porque en góticos nos estamos convirtiendo. ¿No cree usted eso?
Hablemos pues de Transformación y otros cuentos (Traducción de Mariam Womack. Páginas de Espuma, España, 2010, 108 páginas), de Mary Shelley. Obviamente la obra más conocida de esta escritora británica es Frankenstein (1818) y bajo la tesitura de lo gótico se inscriben estos tres relatos que sondean la sique humana de una manera peculiar.
Los escenarios de Transformación, El mortal inmortal y El mal de ojo son lúgubres y con elementos sobrenaturales que oscilan entre la magia y la alquimia. Más que cuentos, estos relatos son proezas de la condensación. Shelley escribió entre 1826 y 1838 estas tres historias del género gótico, surgido en Inglaterra a finales del siglo XVIII, estética literaria que llamó poderosamente la atención de autores notables en el siglo XIX, como Edgar Allan Poe, Sheridan Le Fanu, Gustavo Adolfo Bécquer y Bram Stocker; además, claro, de la propia Shelley.
Mary es una especialista en construir tramas y en estas historias edifica, aparte de la malla de acciones, escenarios con atmósferas sobrenaturales ejemplares. Analiza el comportamiento humano con énfasis en apetencias temáticas que sondean el doppelgänger, la magia, la alquimia y, por supuesto, la soledad.
En Transformación el lector rápidamente conoce a un hombre que intercambia su cuerpo con un enano deforme a cambio de un tesoro que le permitirá reagrupar sus bienes e intentar nuevamente la conquista de su amada, pero el enano engaña a este tipo y le complica la existencia. Esta criatura de ambigua clasificación es un pillo y afortunadamente no se sale con la suya. La narración en primera persona propicia un tono confesional al texto y eso permite sentir con mayor énfasis la opresión de ser quien no se debe.
En El mortal inmortal, un ser de trescientos años relata una historia de amor y alquimia, una relato, también narrado en primera persona del singular, que nos permite entender la obsesión de la vida eterna y el desencanto de alguien que ya no quiere seguir vivo porque su existencia es gris y sus recuerdos terminan siendo lo más importante de su pervivencia, pero de manera paradójica al convocar ese pasado se agranda la soledad del narrador e insinúa así que su desasosiego lo conducirá a una variante del suicidio.
Finalmente, El mal de ojo conduce al lector por costas lejanas, pobladas de guerreros misteriosos e iracundos. Padre y madre viajan por regiones ignotas con la intención de rescatar a su hijo. Se trata de un niño hermoso que padece la convivencia entre criminales, hombres con sortilegios forjados en sangrientas batallas. La resolución del texto es sumamente esperanzadora.
Estas narraciones poseen un sello romántico en el que la patria y la exaltación sentimental entre hombre y mujer animan a los protagonistas de estos relatos. El lector descubre la preocupación científica de Mary, su interés por la alquimia y la terrible certeza de que el mal se manifiesta, o se cobija, en las buenas intenciones. Explora una cuestión ética interesante: ¿cuál es la capacidad del ser humano para ejercitar “poderes” que le son ajenos, que redimensionan el dominio de las artes humanas, como la ciencia (viene a la mente Frankenstein y la clonación, la oveja Dolly, la gente sin alma, la fecundación in vitro)?
Queda la honda certeza de que Shelley fusiona la alquimia con las supersticiones y logra con ello mostrar reflejos del espíritu de nuestro tiempo. Diagnostica, pues, una honda insatisfacción, una ansiedad galopante, como la que hoy padecemos.
La lectura de estas “novelas condensadas” ayuda a comprender que el efecto de acumulación en el relato no siempre crea suspenso; al estudiar a Shelley uno entiende que lo esencial, para picar la curiosidad del lector, es el cómo de los cuerpos narrativos, no el qué. Aparte de ello, los vertiginosos giros en la trama que propician las peripecias atrapan al lector; pero el gran truco que debe aprenderse de esta autora es la forma en la que logra dotar de verosimilitud a estas ficciones. Shelley no imposta las emociones de los personajes ni propicia traumas terribles en ellos, simplemente deja que los motivos humanos de los actantes impulsen los nódulos de este enramaje. Basta un motivo bien pensado para echar a andar un relato ejemplar. Finalmente, sirva decir que en estos textos todo está fundamentado en los motivos de los personajes y en condensar esos hechos en un solo episodio para no abrir el abanico de las subtramas y convertir así un cuento en novela.