EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acuérdate de Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

Noviembre 15, 2018

Agustín Lara y María Félix, durante los días felices de su luna de miel en Acapulco . Foto: Tomada de internet

A la memoria de Darbelio Arredondo Villanueva, el último trovador vernáculo del Sur. Con cariño y solidaridad para Lety y los suyos.

Agustín Lara (30/10/1897– 6/11/ 1979). La controversia

Agustín Lara y María Félix, durante los días felices de su luna de miel en Acapulco . Foto: Tomada de internet

Agustín Lara corre las huesudas manos sobre el teclado de un lustroso piano de cola. Lo ha traído de la Ciudad de México el general Juan Andrew Almazán, su anfitrión en el los bungalows Hornos (más tarde hotel Papagayo) “por si quiere desentumirse las manos”, según la oferta. Han pasado dos años de su primera visita al puerto para disfrutar con María Félix de su luna de miel. La afinación del instrumento negro azabache le parece perfecta y la sonoridad impresionante. Posesionado del teclado, da los primeros compases.
A su lado, la esposa doña María de los Ángeles Félix Güereña (para él simplemente Machángeles) invita a los presentes a dejarlo solo. “Para que pueda convocar a sus anchas a las musas de la inspiración”, explica. Ella le ayuda abasteciéndolo de cigarrillos Pall Mall rojos, una botella de coñac Hennessy y otros menjurges innombrables en calidad, estímulos para el numen.
No se pretende aquí resolver el enigma planteado hace siete décadas sobre la creación de María bonita. Las dudas no giran de ninguna manera en torno a la autoría de la pieza ni el sitio de su creación, pero sí a las fechas de la misma. Esto es, si María bonita fue escrita en 1945 durante la luna de miel de la pareja o bien en 1947, saboreando más amarga hiel que dulce miel.
La empresa del hotel Las Américas, luego Prado Américas, en la punta de la península de Las Playas, lo elevará a la categoría de suceso histórico. El que Agustín y María hayan pasado su luna de miel en uno de sus bungalows y que allí mismo él le haya compuesto María bonita. Los publicistas de la empresa daban al tálamo una suerte de talismán efectivo para uniones felices y eternas. Hechizo y leyenda que terminará mucho antes de que el idílico inmueble sea convertido en cascajo. Cuando la propia María bonita, siempre llevando las contras, declare categórica:
–Mi luna de miel fue en un bungalow del hotel Papagayo, en la playa de Hornos, y ahí mismo Agustín me compuso María bonita
¡Zas! Nadie nunca osó contradecir a la futura Doña Diabla. Decirle por lo menos desmemoriada o si se quiere malagradecida. Esto último porque el personal del hotel Las Américas la atendió como a una reina aun en medio de una huelga por mejores salarios.
Le hace segunda el periodista Fernando Morales Ortiz, biógrafo de la Félix, cuando escribe que María bonita no nació durante la luna de miel de la pareja en Acapulco. Y sostiene: fue compuesta durante la segunda visita del matrimonio buscando esta vez alicientes para prolongar una unión ya sin futuro.
Con sus propias palabras

Agustín: Conocí a María a la vuelta de los años 40 y viví con ella algún tiempo. Después, el 24 de diciembre de 1945, nos casamos. Para ella hice en Acapulco la canción María bonita.
María: Lloré al escuchar María bonita. Era la primera vez que alguien me hacía llorar. Una segunda ocasión fue cuando muere Manolete (Manuel Rodríguez, mítico torero español muerto en 1947 cornado por el miura Islero, en la plaza de Linares, España).
Agustín: María bonita fue concebida como algo muy nuestro, únicamente para ella y para mí. Para decírsela en la intimidad, para llevársela de serenata, para las reconciliaciones…
María: ¡Faltaría más, tremendo coscolino! ¡Al rato se conchaba a otra María nomás para regalarle mi canción! ¡Al carajo con El Flaco!
Agustín: Con todo y que estaba acostumbrado al éxito de mis canciones me sentí muy agradecido y orgulloso de que a Machángeles le haya gustado tanto la canción. María bonita significó un respiro aunque leve en una relación prácticamente liquidada.
María: Convencida de que El Flaco estaba decidido a enterrar mi canción para siempre, hice llegar la partitura al compadre Pedro Vargas. Le pedí que la interpretara en una ceremonia donde sabía que él participaría y a la que Agustín y yo éramos invitados.
Agustín: Me sentí traicionado por Machángeles cuando escuché María bonita en la voz de mi compadre Pedro Vargas. Fue durante una entrega de premios cinematográficos. No me atreví a reclamarle nada porque aquella noche mi Machángeles lucía como la mujer más hermosa y elegante del mundo. ¡La más adorable!

La inspiración

María bonita fue sin duda la canción más íntima y sentida de Agustín para María, pero no la única, por supuesto. La actriz fue desde el primer encuentro un poderoso estímulo para el numen del poeta enamorado. El mismo solía reconocerlo:
Agustín: ¡Con María mi inspiración llegó a su máxima potencia! ¡Verdad de Dios!
Una verdad a medias de un mentiroso contumaz. Cuando María llega a la vida del músico éste ya ha dado lo mejor de su fecunda y endiablada inspiración. Lo que la musa sonorense hace es exprimirlo con María bonita y media docena más de temas de amor y desamor. Los celos masculinos serán una constante en la discutidísima pareja. Si bien la insana pasión corroía por un lado la frágil humanidad del poeta, por el otro estimulaba su genio musical para construir obras bellas y memorables
María: Los celos de aquél hombre me aburrían como a una ostra y sus ridículas escenas de macho mexicano me botaban de la risa. No había opción para mí: o me deshacía de él o yo enfermaba.

Otelo escuálido

Rosas no enviadas por él en el florero de casa o una colilla en el cenicero de una marca ajena a la suya terminaban en sainetes con palabras mayores. Los telefonemas silenciosos lo sacaban de quicio y era frenética su búsqueda de recados “comprometedores” en los cestos de basura. María, por su parte, acepta aquellas ridiculeces con una actitud descarada y cínica como efectivo antídoto. “Flaquito: ¿no me ha llamado ningún amante?”. Entonces, rabiando, el escuálido Otelo buscaba refugio en su estudio con su piano, su coñac y sus cigarrillos (sin especificar marcas).
… Y aunque de tus labios
se escapó un te quiero,
sé que tú me engañas. (Nadie).

Maestro enojón

Agustín Lara es la estrella principal del centro nocturno Capri, del Hotel Regis, en la Ciudad de México. Aquella noche, poco antes de iniciar el show con su Orquesta de Solistas, llega al lugar el presidente de la República, ni más ni menos. Solo y su alma, por lo menos aparentemente, Miguel Alemán se dirige directamente al músico:
–¿Llego a tiempo, paisanito? Hasta hoy pude darme una escapadita. No puedo perderme al maestro Lara, me dije, y aquí estoy.
El mandatario, siempre sonriente, extiende la mano al artista.
Agustín Lara, rostro endurecido, mirada centellante, rechaza el saludo presidencial, gesto que sorprende y escandaliza a la concurrencia que llena el salón. Y no sólo eso, con un gesto dramático anuncia:
–¡Señoras y señores: el show ha terminado! –abandonando el salón con grandes zancadas.
–¡Ah qué maestro Lara tan enojón! –será el único comentario del presidente Alemán, totalmente fuera de balance pero siempre sonriente.
Y era que aquél día, aquél malhadado día, el poeta había sido bombardeado con telefonemas anónimos susurrando mil y una infidelidades de su señora esposa. Una de ellas fue muy concreta al insinuar una relación sentimental entre María y el jefe de la Nación. “Se ven en Acapulco, –precisan– a bordo del yate Sotavento”. El músico llora y sus lágrimas son de impotencia, rabia y celos. Como siempre, en medio de sus crisis emocionales se refugia en su estudio, con su piano, su coñac y sus cigarrillos.

Tengo celos de ti porque te quiero
unos celos incesantes y mortales. (Celos).

Mis cuernos

El agarrón de la noche anterior ha sido salvaje. María y Agustín se han dicho el huevo y quien lo puso. Se han ofendido hasta el escarnio. Han sacado a relucir deslices e infidelidades pasadas y presentes. En un improbable concurso de mentadas de madre, ambos empata-rían en primer lugar, no obstante el presumir del veracruzano. Suelen herirse con la boca más profundamente que con una .38 súper.
María: ¡Y todo por los celos infundados de este hijo de mala madre!
Agustín: ¿Mis celos, perjura?, ¡mis cuernos!

Pinche Flaco

María no ha pegado los ojos en toda la noche urdiendo una lección que haga bramar de dolor a su esperpéntico marido.
Le duele mucho que acepte los rumores sobre sus amoríos con el presidente Alemán. ¡Antes sí, pero ya no!, reconoce. Sus enormes y hermosos ojos despiden un brillo intensísimo. ¡Ya lo tengo!, se dice. Adelantará su acostumbrado viaje a Nueva York y lo hará sin avisarle al Flaco. Casi de madrugada viaja en taxi al aeropuerto de la Ciudad de México. Lleva sólo una pequeña maleta y el neceser (a su regreso traerá 10 y bien gordas).
Agustín sufre como condenado la ausencia de Machángeles. Pregunta aquí y allá por ella pero lo hace únicamente con los íntimos. “¡Puta!, la que armaría si la prensa se enterara de que el Casanova mexicano, él, ha extraviado a su mujer”. Ella, por su parte, goza como enana visitando tiendas de la Quinta Avenida, probándose esto y aquello, comprándolo todo. Una sonrisa pícara iluminará su bello rostro imaginando a su esposito sentado al piano llorando su ausencia. ¡Que sufra el pinche flaco!
El músico poeta lanza un suspiro profundo cuando escucha al teléfono la voz de María. Llora y clama a Dios porque su Machángeles está bien y solita… ¿Solita?… Antes de ser asaltado por malos pensamientos corre tropezándose rumbo al estudio donde lo esperan piano, coñac y cigarrillos. Las musas llegan a su conjuro.

Cuando vuelvas
hallarás todas tus cosas
en el sitio en que quedaron
cuando quisiste partir.

Cuando vuelvas
virgencita del recuerdo,
reina de mi soledad.
pedacito de mi vida. (Cuando vuelvas).

La “virgencita del recuerdo” y la “reina de su soledad” llega cargada de maletas, luego de casi un mes en la Urbe de Hierro. Agustín la invita a su estudio para decirle:

Humo en los ojos
cuando volviste
cuando me viste
antes que a nadie
no se porqué.

Humo en los ojos
al encontrarnos
al abrazarnos
el mismo cielo se estremeció. (Humo en los ojos).