EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Agua para Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

Octubre 17, 2019

 

Los pozos del rey

En tiempos de la Colonia, Acapulco mantuvo una población de 2 mil habitantes, multiplicada hasta por cinco durante la feria anual con motivo del arribo de la Nao de Manila. Entonces la población se abastecía de agua de los cauces naturales y de pozos abiertos por el virreinato llamados pozos del rey. El más visitado se localizaba en la actual plaza Álvarez (edificio Pintos) del que se abastecían incluso los Galeones de Manila. El otro se ubicaba en el actual barrio de Petaquillas, para servicio de las familias de la guarnición del Fuerte de San Diego el que, por cierto, cuenta con un venero interior.

Los aguadores

Los aguadores de aquellos tiempos distribuían su producto en cántaros de barro llenos hasta el pescuezo y cubiertas las bocas con hojas de plátano. Los transportaban en redes de mecate atadas al fuste de un burro más bien chaparro. Ora que quienes carecían de una acémila las cargaban a lomo, colgadas de un palo delgado y rollizo. Mucho más tarde los cántaros serán suplidos por latas alcoholeras.
Don José Manuel López Victoria, el cronista por excelencia de Acapulco, describe al aguador: “Vestía holgada camisa y apretado calzón de manta ceñidos en las piernas y en la cintura. Usaba sarape de colores chillantes sobre el hombro izquierdo, mientras que en la mano diestra llavaba siempre una cuarta o soga de buey para arrear al asno. (Leyendas de Acapulco).
Por su parte, Alejandro Gómez Maganda, ex gobernador de Guerrero, cronista memorioso y escritor de prosa elegante, describe a “las mozas de piel morena y satinada yendo por agua al pozo del rey. Muy garbosas con sus cántaros en la cabeza y los pechos enhiestos, empitonando el percal detonante de sus vestidos de indiana”. (Acapulco en mi vida y en el tiempo).

El Pozo de la Nación

–¡Pozo del rey, mis talegas!, exclama molesto el mal hablado gobernador Diego Álvarez, al escuchar una referencia a tales fuentes coloniales. Participa en la inauguración de un pozo profundo abierto en una barriada del puerto, atendiendo el pedido angustioso de agua por parte de sus habitantes. A ellos se les ha negado el acceso a la fuente conocida como El Chorrillo, un venero inmemorial que da nombre al barrio en que se localiza y que había surtido incluso a los galeones orientales.
–¡Este no será el pozo de ningún pinche rey –proclama el hijo de don Juan Álvarez–, será el primer Pozo de la Nación! Y Pozo de la Nación bautiza también al barrio beneficiado.

El Nopalito

Será hasta la tercera década del siglo XX cuando Acapulco sea dotado con un sistema de agua a la medida de su población. El sistema Palma Sola, llamado así por el manantial que lo abastecía, fue inaugurado en 1932 por el presidente Pascual Ortiz Rubio (1930-1932). Uno de los tres presidentes impuestos por Plutarco Elías Calles, el Jefe Máximo de la Revolución, cubriendo el periodo del reelecto presidente Álvaro Obregón.
Apodado El Nopalito, por lo baboso, se decía, Ortiz Rubio no lo fue tanto. ¡Qué va! Junto con su secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Juan Andrew Almazán, paisano de Olinalá, se agandallaron, centímetro a centímetro, la superficie total del litoral de la bahía acapulqueña. Se utilizó el recurso de la “expropiación por causas de utilidad pública”, pagando cualilas (moneda de dos centavos) por el metro de tierra cultivada con miles de palmeras. Metro que a la vuelta de los años costará miles de pesos.
Acapulco nunca tuvo problemas para satisfacer las necesidades hídricas de sus habitantes, ni cuando sumaban 2 mil y tampoco 10 mil, ya en pleno siglo XX. Y era que allí estaba el río Grande, que nacía en la sierra de Carabalí y descendía caudaloso como serpentina hacia el mar. Los hispanos Fernández lo aprovecharon antes que nadie, estableciendo a su paso la fábrica La Especial, de aceites y jabones (hoy Idhasa, de agua y hielo, de los Carriles Ontañón) siendo conocido por ello como río de La Fábrica, nombre también del barrio.
Otro nombre de la corriente fue el de Aguas Blancas, por ser las suyas incluso azulosas. “Cristalinas, livianas y pobladas con varias especies de peces”, rememora el cronista Rubén H. Luz Castillo. (Recuerdos de Acapulco).
Por su parte, el almirante Alfonso Argudín anota en El Acapulco que perdimos: “el río Grande tenía muchos pozos profundos en los terrenos propiedad de Facundo Castrejón (papá del amigo Luis Rafael), hoy Infonavit. De aquellos se abastecían los aguadores que surtían a la ciudad. Lo hacían mediante latas alcoholeras transportadas en acémilas, por lo que eran conocidos como “burreros”. ¡“Ya llegó el agua, agua clara y liviana para beber”!, era el grito de los muy populares Chuy García, Maco, Cleto, Emilio Hurtado y Yuyo Castrejón.

El río Grande

Los Llanitos era un aguaje localizado en el área que hoy ocupa el Mercado Central, dotado de varias pozas. A ellas concurrían muchas mujeres a lavar ropa propia y ajena sin nunca descuidar a los hijos chirundos aventándose clavados. Montados sobre las rocas o detrás de los árboles, muchachillos ya “verijoncitos” y siempre arrechos se dedicaban a bisnear a las augustas matronas con las “chichis al aire”, como las describían ellos mismos. “Chamacos berriondos, les va a caer nube en los ojos por andar viendo chiches colgando”, amenazaba a gritos doña Flavia Meraza, del barrio El Placer.
El río Grande o Aguas Blancas o de La Fábrica, el de aguas cristalinas, zarcas y livianas, hábitat de peces, crustáceos y garzas, es hoy un arroyo inmundo y pestilente que corre confinado herméticamente bajo el paso elevado de Diego Hurtado de Mendoza. Una obra más de la modernidad, dijeron.

Del Camarón

Por su parte, el río del Camarón nace en Palma Sola y es llamado así por la abundancia de ese crustáceo en épocas pretéritas, tantos que su curso era interrumpido cotidinamente por legiones de consumidores. Los 14 metros de ancho del río del Camarón serán disminuidos por la mancha urbana en más de la mitad, esto es, 7.8 metros. Aquella noche terrible de octubre de 1977, el huracán Paulina convirtió el dócil riachuelo en una corriente impetuosa y destructora reclamando su espacio. Según lo informaron los medios, fue tan brutal el golpe de agua que derribó 100 edificaciones, entre ellas la parroquia de la Sagrada Familia, y provocó la muerte de por lo menos 13 personas.

Otras fuentes

Pozos profundos fueron perforados en los patios de muchas casas del puerto, pero muy pocos ofrecían agua buena para tomar. Por lo regular se trataba de agua llamada “pesada” y algo salobre. De ahí que serán muy concurridos los pozos ofreciéndola potable, lo que era un decir, simplemente era cristalina y tenía sabor agradable. Entre ellos el pozo del Venado, en La Mira; los pozos de Yuyo Castrejón en Los Tepetates; el pozo de Salsipuedes, en el Barrio Nuevo (IMSS), el pozo de Los Parazales (hoy Tepito). El Pocito surtiría de agua a un ferrocarril que nunca llegó y que terminó dando nombre al Pasito.

Las cajas

Dos cajas redondas para abastecer agua fueron construidas durante el último tercio del siglo XIX y el primer lustro del XX. La primera en el barrio de La Adobería, propiedad de la empresa estadunidense Pacific Mail Ship Company, para abastecer a sus barcos con servicio regular entre Acapulco y Estados Unidos. La Pacific tenía su propio muelle de 30 metros con techumbre de madera y lámina de zinc, con astillero y bodega a sus lados.
Cerca de la escuela Teniente José Azueta se levantaba un enorme depósito del que se bombeaba el agua hasta el muelle, luego transportada a los barcos por un tanque remolcado por un bote con seis remeros.
La segunda caja se localizaba en el bario de Las Crucitas. La había construido el alcalde Cecilio Cárdenas Miranda, del barrio de El Rincón (La Playa), para surtir al hospital Juárez en el cerro de Las Iguanas. Construido por el alcalde gallego-cubano Antonio Butrón Ríos, el nosocomio fue destruido por el gran terremoto de 1909 (¡dos minutos y medio de duración!, aseguró la gente). Un nuevo hospital será edificado más tade en ese mismo lugar por el alcalde Antonio Pintos Sierra, con el nombre de Morelos.

Sierra Madre

Son muchas las corrientes que como hilos de agua descienden de tiempo inmemorial por los cerros que bordean la bahía y dan origen al anfiteatro sobre el que se recuesta la ciudad. Cerros que forman las últimas estribaciones de la Sierra Madre del Sur y cuyas cimas no alcanzan los mil metros de altura, aunque a sólo 50 kilómetros ya rebasen los 2 mil.
Además de un arroyo que bajaba por la hoy calle Azueta y del que se servía la Pacific Mail, el ex alcalde Alfonso Argudín recordaba otra corriente que pasaba por su casa. Bajaba del cerro de La Mira, a partir de un ojo de agua conocido como El Venado, pasaba por un costado del domicilio de los Van Meeter y enseguida por la escuela Ignacio Manuel Altamirano. Seguía su curso entre las casas de los Adame y los Basterra, deslizándose enseguida bajo un pequeño puente de madera, cerca del hotel Jardín, para desembocar en la bahía.
En Caletilla, un estero bañaba toda el área que hoy ocupan la plaza de toros, el Jai Alai y el estacionamiento público convertido en mercado. Desembocaba donde hoy se levanta el hotel Boca Chica. Más acá estaba el arroyo de la playa La Aguada, nombre que adquiere porque de él se abstecían las embarcaciones que en lenguaje marinero es “hacer la aguada”.

Los lavaderos de Juana Valle

El estero de Manzanillo fue aprovechado para la instalación de lavaderos públicos dedicados por doña Juana Valle a las lavanderas de los barrios cercanos. La abuela de Luis Walton Aburto pedirá como regalo de cumpleaños lavaderos nuevos para sus mujeres y su hijo la complacerá. Cumplía 101 años de lúcida existencia. Y los lavaderos ahí están. A propósito, recuerda el cronista Carlos E. Adame, que las primeras tarifas de las lavanderas del puerto eran de 25 centavos la docena de ropa y el doble por la planchada.
Otro arroyo descargaba en la playa de Hornos. Bajaba del fraccionamiento Marroquín y escurría atravesando la actual avenida Cuauhtémoc, inundaba el primer campo de aviación de Acapulco (hoy auto hotel Ritz) para desembocar al mar entre los hoy hoteles Maris y Ritz.
El arroyo de La Garita, a partir de La Cima, ha reclamado desde siempre y con violencia su cauce natural y desembocadura plena. Algunas veces tronchando la avenida Farallón y en otras inundado los sótanos del hotel Emporio Continental. Finalmente, y a regañadientes, se abrirá una vía para dar a la corriente paso libre hacia la bahía.

El Chorro, 1942

Y mire usted qué gran casualidad. Será otro de los presidentes efímeros de este país, Emilio Portes Gil (1928-1930), quien construya en 1942 el sistema de agua potable conocido como El Chorro. Así llamado por el manantial que lo surte desde Coyuca de Benítez, a 50 kilómetros del puerto y a mil 200 metros de altitud.
Apodado por sus malquerientes como El Manchao, Portes Gil se desempeñaba aquí como presidente de la Junta para el Mejoramiento, Saneamiento y Alumbrado de Acapulco (antecedente de las alemanistas Juntas de Mejoras Materiales), designado por su cuate, el presidente Manuel Ávila Camacho.
El proyecto de la obra fue presentado por los ingenieros Fernando Tejado y Fortunato Dozal, en tanto que la empresa ganadora del concurso fue la compañía Techo Eterno Eureka, propiedad de Manuel Suárez, empresario hispano a quien más tarde el presidente López Mateos le jugará una mala pasada despojándolo, vía Alfredo López Cisneros, Lopitos, de su cerro denominado La Laja.
El contrato de adjudicación fue por un millón 950 mil pesos, estipulándose un año para la entrega de la obra con una penalización de mil pesos por día de retraso. Sin embargo, cuando ésta lleva un avance del 80 por ciento, Suárez se presenta ante Portes Gil para decirle que la guerra ha encarecido todo y que no tiene dinero para terminar la obra. El presidente Camacho lo salva y una vez terminda la obra beneficiará a la población de 60 mil habitantes a razón de 300 litros diarios por cabeza. La línea de conducción de 50 kilómetros se consideró en su momento como la más larga del país.
A partir de entonces Portes Gil se enamora de Acapulco, residiendo aquí largas temporadas en su casa frente a La Langosta. Acompañaba todas las tardes a su esposa al rosario en la catedral de La Soledad. El hombre que había puesto fin a la Guerra Cristera aprovechaba la ocasión para integrarse a la chorcha de un grupo de periodistas cafeteros en El Tirol

¿ Y luego?

Luego vendrán las Capouisma y las Capamas en las que algunos directores enarbolará el lema de “lo del agua al agua”.