EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Agustín de Iturbide, ¿libertador de México?

Fernando Lasso Echeverría

Octubre 16, 2018

 

(Segunda parte)

Como se dijo en el primer artículo publicado sobre este tema, las actividades conspiradoras de La Profesa, encabezadas por el director de la casa de ejercicios espirituales, el influyente canónigo español Matías Monteagudo, iniciaron en la Ciudad de México a mediados de 1820, y fue ahí donde se empezó a fraguar la “independencia” de nuestro país; Monteagudo era famoso porque contribuyó en forma importante a que el Santo Oficio torturara, enjuiciara, excomulgara y ejecutara a Hidalgo y a Morelos. Estas reuniones en La Profesa tenían como objetivo fundamental separar a la Nueva España del Imperio Español, con la finalidad de evitar la implantación de la Constitución de Cádiz en la colonia, que quitaba a las clases sociales preponderantes muchos privilegios ancestrales; era obvio que las distinguidas castas superiores, más que defender los intereses de la monarquía, les importaba preservar sus propiedades y sus distinciones, frustrando los alcances sociales aprobados en los estatutos surgidos de las Cortes de Cádiz. Es decir, se trataba de imponer ese fenómeno sociopolítico llamado por el literato italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa más de un siglo después: “el Gatopardismo”, término que significa que “hay que cambiar todo para que todo siga igual”.
Inicialmente se proponía que el virrey Apodaca continuara gobernando la Nueva España, sin ajustarse a la Constitución mencionada, hasta que en España, el rey Fernando encontrara la manera de derogarla ya que la había aceptado de manera forzada. Pero este proyecto no lo podía realizar el virrey por sí mismo, porque equivalía a declararse reo de alta traición por ser precisamente él, el representante personal de Fernando VII en la Nueva España, y corría el riesgo de que el ejército y muchos españoles –defendiendo al rey español– se pusieran en su contra, lo removieran de su alta posición y quizá –inclusive– fuera hecho prisionero y enviado como tal a España.
Había que realizar el movimiento a través de un hombre de plena confianza; un militar con antecedentes distinguidos en su carrera castrense dentro de las fuerzas realistas, y fanático partidario del régimen monárquico absolutista; un militar realista valeroso, que odiara el movimiento insurgente y tuviera liderazgo sobre sus compañeros de armas; urgía localizar a un hombre con estas características, ya que el primer paso para cumplir con su plan, era extinguir por cualquier medio todo vestigio de insurgencia, pues los insurgentes eran herederos de las ideas de Hidalgo y de las doctrinas de Morelos, que querían una patria libre e independiente de cualquier poder ajeno.
Los religiosos Tirado y Monteagudo pensaron de inmediato en Iturbide como el hombre a la medida de sus siniestros planes y se lo recomendaron ampliamente al virrey Apodaca, sin importarles que este militar hubiese sido procesado por conducta deshonesta durante su gestión militar en el Bajío de Guanajuato, e incluso haya sido castigado por el propio virrey a quien estaban encomendándolo. Pero había justificación: la empresa que estaban proponiendo no carecía de riesgos, pues se ignoraba de qué manera iban a reaccionar los jefes realistas ante sus propuestas de separar la colonia americana de España. Ellos mismos se encargaron de reunir a Iturbide con Apodaca, y después de una larga conversación entre ambos, el virrey se convenció de que don Agustín, ese hombre de arrogante presencia y de educadas y agradables maneras, era el indicado para llevar a cabo esta difícil tarea, y la cual Iturbide aceptó de inmediato tratando de asegurarse un mando para dar el primer impulso a una revolución que podía dirigir después, en busca de gloria, honores y riquezas personales, de acuerdo con los planes que ya se había forjado. Las habladurías de la época, que muchos historiadores posteriores tomaron al pie de la letra, aseguran que Iturbide era amante de doña María Ignacia Rodríguez y Ossorio (La Güera Rodríguez) poderosa mujer en el medio social y político de la capital de la Nueva España, quien era amiga íntima de Matías Monteagudo, y que fue ella quien intervino con este sacerdote para recomendarle a don Agustín, para que él fuera el militar que buscaba Apodaca para aplicar el Plan concebido en las juntas de La Profesa.
En ese tiempo, las actividades guerrilleras independentistas estaban muy disminuidas, sin embargo, en el sur cobraban brío en los campos de batalla Vicente Guerrero y Pedro Ascencio, y continuaban operando las pequeñas partidas combatientes del Bajío, y las que maniobraban en algunos puntos de Michoacán y Jalisco, como las de don Gordiano Guzmán. De hecho, el sur, toda esa región formada por lo que ahora es Oaxaca, Guerrero, Morelos y Michoacán, era una zona prácticamente vedada para el gobierno colonial, pues don Vicente Guerrero, apoyado por Pedro Ascencio de Alquisiras, impedía que entraran a esa zona fuerzas virreinales, hecho que provocaba muchas pérdidas económicas al gobierno colonial, pues se frenaban las comunicaciones, el comercio, y el cobro de impuestos en esas áreas; por otro lado, se mantenía a grandes contingentes militares, en una onerosa y larga lucha contra la insurgencia sureña. Los once años de lucha contrainsurgente habían creado al gobierno colonial una pavorosa deuda de 76 millones de pesos.
El virrey confirió a Iturbide el mando de las tropas del sur, supliendo al coronel don José Gabriel de Armijo, quien desempeñaba ese puesto desde hacía seis años. De esta manera, Iturbide empezaba a realizar sus ambiciones en un juego de engaños: Apodaca deseaba la separación de la Nueva España para sustraerla de la “impía Constitución”, pero su afirmación de entregársela después al rey español era mentira, pues Apodaca la ambicionaba para él; Monteagudo y Tirado –representantes del clero– querían la separación de la Nueva España para traer a Fernando VII o a alguno de sus hijos, e instituir un gobierno clerical, que “fundiera en los infiernos el maldito código” creado en Cádiz, que imponía libertades populares que ellos repugnaban; Iturbide por su parte –burlando a los anteriores pero fingiendo hacerles el juego– quería la separación de la Nueva España para su provecho personal.
En el nuevo orden instituido con la implantación de la inesperada Constitución española, desaparecía la figura del virrey y se establecía un Jefe Político, que no tenía el enorme poder que antes habían tenido los virreyes; se suprimió la Inquisición así como algunas órdenes monásticas; se implantaron elecciones para los puestos de los Ayuntamientos, y se formaron más de un millar de alcaldías en toda la Nueva España; se estableció la libertad de imprenta, con la cual se empezaron a publicar hojas, volantes y periódicos, en los cuales se hacían severas críticas al sistema económico que España mantenía en sus colonias; salieron de la cárcel muchos de los insurgentes como Rayón, Verduzco, Bravo, Osorno, Espinosa, Serrano y otros. Empezaron a hacerse acusaciones en contra de jefes españoles que se habían mostrado sanguinarios con los prisioneros, como la que se hizo en contra del coronel don Manuel de la Concha; parecía pues, que un esplendoroso amanecer empezaba para los mexicanos, y muchos grupos sociales que se sentían beneficiados por la Constitución, se entregaban a demostraciones de regocijo; pero el partido absolutista, fuerte y compacto, poderoso y dueño de la Iglesia y del capital, se preparaba para no dejarse arrebatar lo que había constituido su fuerza durante 300 años.
Dueño Iturbide de la Comandancia militar del Sur, estableció su cuartel general en Teloloapan y empezó a desarrollar el vasto plan belicoso que se proponía para aniquilar a los rebeldes insurgentes; para ello eran indispensables dinero y más soldados, y ambos elementos los solicitó al virrey, siendo agregados a sus fuerzas el Regimiento de Celaya y el cuerpo de Caballería de Frontera, en quienes tenía absoluta confianza por haberlos comandado en otro tiempo. Él confiaba ciegamente en que con lo más granado del ejército realista, iba a terminar pronto con la soldadesca que comandaba Vicente Guerrero, pero equivocó sus apreciaciones, pues al iniciar su campaña, sólo sufrió descalabros; en las cercanías de Tlatlaya fue derrotada su retaguardia al mando del capitán José María González, por las fuerzas guerrilleras comandadas por el temible guerrillero Pedro Ascencio. Tan fuerte estuvo la acometida insurgente, que por poco es derrotada toda la columna realista, e Iturbide –incluso– estuvo en peligro real de caer prisionero. En enero de 1821 sufrieron un nuevo revés las tropas de Iturbide, al ser derrotadas por Guerrero; en esta ocasión fueron las fuerzas comandadas por el realista Moya, las que sufrieron el revés. Posteriormente, dos nuevas derrotas sufrieron las tropas realistas de élite de Iturbide en aquellos días: la de la Cueva del Diablo, a la gente que comandaba don Francisco Antonio Berdejo, y la de Tocomaloya, en la que fue vencido el coronel Ráfols por el líder indígena Pedro Ascencio.
Convencido Iturbide de que no era tarea fácil acabar con los insurgentes del sur, y deseando cuanto antes llevar a cabo su ambicioso plan de llegar a ser el nuevo dirigente imperial de la colonia ya liberada de España –que ya era del conocimiento de muchos de sus oficiales y de algunas personas importantes en la colonia–decidió iniciar una comunicación epistolar con Guerrero, y al efecto le escribió al caudillo el día 10 de enero de 1821 proponiéndole el indulto, que fue rechazado firmemente por el valiente insurgente; pero la negociación entre ambos por medio de cartas, se intensificó en las semanas posteriores, hasta que Guerrero se convenció de que el nuevo comandante militar realista del sur realmente estaba dispuesto a proclamar la independencia, y acepta adherirse sin reserva alguna a los proyectos de Iturbide, reconociéndolo humildemente como Jefe, y declarando que estaba dispuesto a militar bajo sus órdenes, si el fin era independizar a la Nueva España de la antigua. La generosidad de Guerrero fue una acción admirable, hecho que lo honró tanto como su impasible entereza y su bravura indomable durante los largos años en que mantuvo, casi solo, el fuego de la insurrección en las montañas del sur.
El 10 de febrero, Iturbide y sus fuerzas se reunieron en Acatempan con el caudillo insurgente y las suyas, y formalizaron con un abrazo la unión de realistas e insurgentes, poniendo Guerrero a las órdenes de Iturbide alrededor de 3 mil 500 hombres, hecho que dio gran prestigio al antiguo militar realista, pues una vez unido a él quien era tenido como el caudillo insurgente más respetable y valiente del momento, le fue fácil obtener la adhesión de los demás, aún la de Pedro Ascencio, que se oponía a realizar cualquier trato con Iturbide.
De inmediato escribió Iturbide al virrey Apodaca, informándole que Guerrero se le había unido, pero ocultándole la verdad del carácter y propósitos de dicha unión. De antemano, Iturbide había mandado imprimir en Puebla mediante un comisionado, el plan y manifiesto que iba a lanzar al país (en un pequeño taller propiedad del presbítero don Joaquín Fourlong), documento que le fue entregado en el pueblo de Iguala, lugar donde se encontraba Iturbide. El 24 de febrero dio a conocer el famoso plan de independencia urdido en La Profesa, pero que Iturbide siempre afirmó ser su autor, y que para la posteridad se llamó Plan de Iguala o de las Tres Garantías porque éstas eran en síntesis, el contenido del documento que lanzaba a la consideración de los mexicanos: 1.- Sería la religión católica la base del gobierno que se formaría en México con Fernando VII a la cabeza o alguno de los príncipes de la casa reinante en España; 2.- Se fomentaría y se cumpliría la unión de españoles y mexicanos; y 3.- Proclamaban la independencia de la Nueva España del imperio español. Sin embargo, esta última era una pretensión incongruente, pues se estaba proponiendo primero en el mismo documento, que el nuevo régimen imperial se formaría con el emperador español como cabeza del nuevo gobierno mexicano, o en su defecto, si él no aceptaba el trono mexicano, se planteaba que algún miembro de la casa reinante fuera quien lo sustituyera. Estas tres garantías se simbolizaban en una bandera que desde entonces se dio al pueblo con los colores verde, blanco y rojo.
Por otro lado, este plan también exhibía en su contenido otros puntos que revelaban las intenciones de los conjurados de La Profesa: que todo fuera un mero cambio político, pero sin cambios sociales; el párrafo 13 decía que las propiedades serían respetadas y protegidas por el nuevo gobierno, cuando solo el 10% de los ciudadanos eran dueños del país, y el 90% no tenían nada; el 14 determinaba que el clero conservaría todos sus fueros y privilegios; el 15 afirmaba que todos los ramos del Estado quedarían sin alteración alguna, y todos los empleados políticos, eclesiásticos, civiles y militares quedarían en los mismos cargos que estaban ocupando en ese momento, y por supuesto, en el caso de los militares, se les respetaría el grado que ostentaban.
Gran actividad desempeñó Iturbide en esos días posteriores a la publicación del Plan de Iguala; escribió cartas a todas aquellas personas que él comprendía necesitaba tener de su parte para la consecución de sus propósitos. Escribió al virrey, al arzobispo de México, al obispo de Guadalajara, a los más prominentes funcionarios del virreinato, de la curia eclesiástica y del Ayuntamiento de México. Propuso que se nombrara una Junta Provisional Gubernativa que radicaría en la capital, para que empezara a obrar conforme lo disponía el artículo 5º del Plan de Iguala y señalaba las personas que deberían integrarla. Envió correos especiales, para que llevaran el Plan a los principales jefes realistas e insurgentes que operaban en diversas zonas, sin embargo, la conducta de Iturbide fue plenamente reprobada por el virrey y los conjurados de La Profesa, quienes sentían que este hombre no estaba haciendo lo convenido y se sentían defraudados.
* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.