EL-SUR

Martes 15 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ahí les hablan, chavos

Federico Vite

Agosto 16, 2016

Los mitos de Cthulhu, conferencia de  Roberto Bolaño, fue leída por su autor en noviembre de 2002 en la Cátedra de las Américas de l’Institut Català de Cooperació Iberoamericana de Barcelona. La respuesta del público fue condescendiente; casi casi festejó la participación del chileno como una broma de mal gusto. El texto apareció publicado un año después, como si fuera parte de una ficción breve, en el libro El gaucho insufrible (Anagrama, España, 2003, 184 páginas). El chileno, a quien los narradores actuales consideran un lugar común en la literatura hispanoamericana, es un autor obsesionado con la poesía, entendida esta forma de expresión escrita como una ruta para que el humano conecte con el monstruo sagrado que hay en uno. Obsesionado pues, Bolaño señala un par de aspectos interesantes y, sobre todo, vigentes para diagnosticar algunos de los males del continente literario: “Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo […]; son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias”.
Bolaño se prepara para ser odiado por todos cuando lee Los mitos de Cthulhu. Ya es una respetada figura pública en España, pero la fama, como siempre, empieza a distorsionar la imagen que este hombre tiene de sí mismo y la imagen que posee de su objeto de la pasión: la literatura. Ganó todo, literalmente todo, en castellano. El mito Bolaño existe desde la aparición de Los detectives salvajes (Anagrama, 1998), más que una novela, en sentido estricto, un monumento a la ficción con tintes autobiográficos y, claro está, poéticos. Es 2002, insisto, a un año de su muerte, cuando está en todas partes, cuando por fin llega la traducción al inglés y con un contrato editorial de mucho respeto. De pronto, ¡pumm! El chileno más mexicano que conocemos se va. Dice adiós pues, pero antes de eso, cuando tuvo los reflectores, comenta lo siguiente: “En realidad, la literatura latinoamericana no es Borges ni Macedonio Fernández ni Onetti ni Bioy ni Cortázar ni Rulfo ni Revueltas, ni siquiera el dueto de machos ancianos, formado por García Márquez y Vargas Llosa. La literatura latinoamericana es Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Ángeles Mastretta, Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez, un tal Aguilar Camín o Comín y muchos nombres ilustres que en este momento no recuerdo”. Desnuda con ironía el escaso talento de la generación de escritores que ahora conocemos como “maestros”.
Él estaba fuera de las etiquetas y reconocía el trabajo de personas a las que consideraba escritores en serio, no los epigonales seguidores de García Márquez, Carlos Fuentes y Vargas Llosa. ¿Qué pueden hacer Sergio Pitol, Fernando Vallejo y Ricardo Piglia contra la avalancha del glamour? Poca cosa puede hacerse, dice Bolaño, porque la literatura en Latinoamérica y España es ante todo éxito social: grandes tirajes, traducciones y entrevistas.
Lección más grande que da Bolaño es tirar codazos para hacerse de un espacio en el continente literario, pero no con ello se obtienen un sitio en la literatura. De nuevo, cito al autor de Amberes: “La lucha por la respetabilidad es agotadora. Pero los nuevos escritores tuvieron y algunos aún tienen (y Dios se los conserve por muchos años) padres que se agotaron y gastaron por un simple jornal de obrero y por lo tanto saben, los nuevos escritores, que hay cosas mucho más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder. Claro que hay cosas mucho más agotadoras. Y de alguna forma es conmovedor buscar un sitio, aunque sea a codazos, en los pastizales de la respetabilidad. Ya sea como opinador profesional, el tertuliano, el académico, el regalón del partido, sea éste de derecha o de izquierda, existe el hábil plagiario, el trepa contumaz, el cobarde maquiavélico, figuras que en el sistema literario no desentonan de las figuras del pasado, que cumplen, a trancas y barrancas, a menudo con cierta elegancia, su rol, y que nosotros, los lectores o los espectadores o el público, el público, el público, como le decía al oído Margarita Xirgu a García Lorca, nos merecemos”.
Prácticamente vemos desfilar ante nuestros ojos a uno de esos especímenes que cataloga; la apuesta de Bolaño va mucho más relacionada con la aceptación de la desfachatez y el cinismo, aboga por pulsar el botón de lo iconoclasta antes de convertirse en la caricatura de uno mismo.
A Bolaño le pasa exactamente lo mismo que a Joaquín Sabina, tienen montones de fans, ejércitos de imitadores y muy, pero muy pocos de esos seguidores toman la literatura en serio. Cuando ellos opinan con el corazón conectado al cerebro, no, no tienen el mismo impacto. A ellos sólo se les aplaude la pasión; lo demás, no importa. Es como si el molde se hubiera desvirtualizado, como si la masa reivindicara esta forma de comunicarse (estilo Bolaño y estilo Sabina) sólo porque comprende a cabalidad el mensaje, porque tiene referentes a los que puede asirse sin problema alguno. Que tengan un martes al estilo Bolaño y Sabina: tropical y suave.