Federico Vite
Enero 23, 2018
Con la Ley de Seguridad Interior en mente, me parece necesario reflexionar, desde la ciudad más violenta de México, sobre los estragos de las dictaduras; en este caso, pienso en Alejandro Carpentier, en su novela breve El acoso (Losada, Argentina,1956, 111 páginas). “Está construida en forma de sonata, sobre tres temas iniciales (dos masculinos y uno femenino) con variaciones centrales y una coda. El relato entero cabe en el tiempo exacto que dura una correcta interpretación de la sinfonía Heroica, de Beethoven”, refiere el propio Carpentier en una entrevista que recoge otro escritor cubano, Julio Travieso Serrano, a propósito de la aparición de este libro que se terminó de escribir en Caracas, en 1955.
Carpentier expone en este documento los abusos de la dictadura cubana de los años 40 del siglo pasado. Describe una ciudad dividida en zonas de restricción, una ciudad anclada en la nocturnidad que otorga lo clandestino, donde los personajes se mueven agazapados, temerosos. Este relato carece de lo real maravilloso. No hay portentos, básicamente nomás la ingeniería verbal que caracteriza al escritor cubano, sólo puro barroco tropical, frases cargadas de adjetivos, oraciones abigarradas, saturadas de imágenes, pletóricas (a diferencia de La consagración de la primavera, en El acoso están perfectamente dosificadas las virtudes del autor). La prolija descripción de los escenarios, así como el abundante follaje narrativo utilizado, más las reflexiones sobre el arte, la música, la arquitectura, y los ámbitos político y religioso hacen de esta novela breve una de las piezas más acabadas del autor.
Cuando el cuerpo del relato adquiere consistencia (acciones), ya que Carpentier deleita a los exquisitos con la creación de atmósferas, la prosa se somete únicamente a contar la historia sin adornos y es ahí cuando atrapa al lector. “Mi novela es la historia de ese chivato. Acorralado una noche, trata de salvarse entrando a una sala de conciertos (el dato es exacto) donde están interpretando la Sinfonía Heroica, de Beethoven. Piensa que podrá perderse entre el público y esconderse en un palco, pero, una vez que termina el concierto, sus perseguidores lo descubren acostado bajo las butacas del palco y disparan a la alfombra. Toda la acción dura 46 minutos. En total sólo hay tres personajes: el individuo acosado, una puta y el vendedor de boletos para el concierto. Pero, en esta ocasión, he comenzado a utilizar lo hablado”, detalló Carpentier en una misiva enviada al patafísico Raymond Queneau; también exponía algunas de las razones por las que era importante usar el monólogo interior en esta novela. Acogía con beneplácito las vanguardias literarias que refrescaban el aliento fétido de las novelas del siglo XX. El cubano tenía la esperanza de que el mercado editorial francés se interesara por su nuevo libro.
En El acoso, el lector presencia nuevamente las herramientas narrativas de Carpentier: el monólogo interior, los frecuentes y bruscos cambios en el punto de vista, aparte de un símil musical en la estructura del relato. A ratos parece que la historia aborda un asunto de literatura negra, pero la intención del autor no es sondear la narrativa noir. No. Recurre a la fragmentación de hechos violentos (y cambia constantemente el punto de vista) para exponer con acierto el surgimiento de los comunistas, el motor de la revolución, la cura y el remedio de todos los males cubanos.
Carpentier ahonda en la pobreza. Reflexiona sobre los visos de la modernidad que de inmediato fueron rechazados por la política cultural marxista. Logra radiografiar con fortuna la transformación al catolicismo de algunos de los personajes, quienes huyeron del ateísmo.
La novela arranca con la interpretación de la sinfonía Heroica. De inmediato, el lector descubre los múltiples saltos temporales y espaciales en la historia; los personajes que acompañan al acosado abren nuevos senderos narrativos en el relato. Gracias a ello se comprende el contexto de un hombre que se mueve por zonas peligrosas en una ciudad que acecha y que delata. Mientras la orquesta interpreta a Beethoven ocurren los monólogos interiores, las vocecitas que el narrador urde, y se pone en marcha la intriga. El lector se pregunta, ¿cuál ha sido la importancia de ciertos personajes en la vida del acosado? ¿Por qué ocurre lo que ocurre en esta historia? ¿Por qué de esa manera?
En 46 minutos se puede contar la vida de un hombre (un símil de las 111 páginas de El acoso) que fue comunista, luego rebelde y asesinó, delató, traicionó y atacó al gobierno; en suma: se cuenta la historia de un ciudadano que se refugia en un teatro para ver si de esa forma es capaz de huir de su pasado.
El acoso es una novela de trama sencilla, pero resulta complicado el tratamiento narrativo. La voz del narrador es inestable, densa, funde recuerdos que poco a poco vamos adhiriendo a la biografía del acosado, alguien que nos muestra el desencanto comunista con terror y con violencia, alguien que sabe perfectamente que la incongruencia es horrible. En resumen, estamos ante un hombre que tiene una ideología, la pierde y se confunde, posteriormente a ello descubre que el castigo es redentor.
Carpentier cree que El acoso es su única obra pesimista; sobre todo, porque sabe que la historia de un país es un esfuerzo inútil, es una empresa que puede cuantificarse sólo con el tamaño de la decepción, una historia que crece cuando al lector se le cae la careta y comprende que ha contribuido a engrandecer una maquinaria que terminará destrozándolo. Más que novela, estamos ante una sonata (una introducción breve, una exposición que consta de dos temas contrapuestos, una codetta, un desarrollo, una reexposición y la coda final), un documento que nos da muchas pistas para entender la renovación técnica de la narrativa hispanoamericana. Que tengan buen martes.