EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ajeno a la lógica del mercado

Federico Vite

Agosto 08, 2017

Siete casas vacías (Páginas de espuma, España, 2015, 123 páginas), de Samanta Schweblin, obtuvo el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero hace dos años. Samanta es una exponente singular de la narración en breve. Posee un estilo definido y una búsqueda estética que la distancian de sus contemporáneos. Vive en Berlín. Ha ganado los premios más concurridos en cuanto al cuento se refiere: Juan Rulfo de Radio Francia, Casa de las Américas, Ribera del Duero. Dicho de otra forma: su trabajo se ha destacado de entre más de mil cuentistas; fue avalado por escritores que vieron en esos textos una propuesta sólida, una exploración singular del daño.
Schweblin me contaba, hace algunos años en Oaxaca, que la raíz de su estilo nace primordialmente de John Cheever. La relectura de los cuentos del estadunidense le brindaron una guía para definir o cincelar con mayor precisión los senderos narrativos por donde transita actualmente. Hablamos pues de una estética que bien podría entenderse como una rastreo de las múltiples evasiones del ser humano. También me dijo que trabajaba mucho tiempo cada texto. Recortaba las acciones, reescribía secuencias narrativas. Pulía durante años los textos. Oía pues las declaraciones de la argentina pensando que era una mujer que le apuesta todo a su trabajo. Se muere con la suya, dije. La obra de Samanta es perturbadora, dura e inquietante. El mercado editorial, en aras de que la literatura edifica y divierte, apuesta por la ligereza y sería muy complicado, si no fuera por los premios, conocer los textos de Samanta. Si no fuera por los premios, insisto, la autora de Siete casas vacías tendría menos lectores y, por supuesto, menos libros publicados.
Siete casas vacías reúne siete cuentos. Originalmente eran seis textos, pero los editores decidieron incluir el cuento ganador del premio internacional Juan Rulfo 2012, titulado Un hombre sin suerte. Este volumen inicia con Nada de todo esto en el que se narra el hastío y el azoro de una niña que ve a su madre, esquizoide y ansiosa, apropiándose de los objetos de una casa ajena, donde la mujer irrumpe con violencia. En el cuento Mis padres y mis hijos un hombre oculta un extraño juego familiar en el que progenitores y descendientes bailan desnudos tras una ventana mientras los busca la policía. En Pasa siempre en esta casa, un cuento verdaderamente poderoso, el mejor del libro, narra la forma en la que una mujer resuelve una tragedia: evita que los vecinos sigan arrojando al jardín la ropa de su hijo muerto. Logra que esa pareja siga lastimándose y actúe, por fin actúe, para superar el duelo. La respiración cavernaria, relato de 52 páginas, funciona como una noveleta. La protagonista, Lola, es una anciana que añora la muerte. Hace obsesivamente listas, embala sus pertenencias en cajas. Su esposo y ella enfrentan con amargura el poco futuro que les queda. Su esposo soporta la histeria de Lola, afortunadamente muere antes que ella y se dispara la indagación estética del desconcierto, de la vejez y la ignominia. Cuarenta centímetros cuadrados, un texto de solvente manufactura, narra un encuentro entre una suegra y su nuera. Hablan de la separación de la suegra. La charla revela magistralmente la deriva en la que se encuentra la nuera. Un hombre sin suerte relata el repentino y turbio encuentro de un adulto extraño que le compra ropa interior a una niña y sufre las consecuencias de ese hecho. A ese texto se le nota el pulido impecable que caracteriza a Samanta. En Salir, la narradora cuenta la huida de una mujer, quien escapa de casa con el pelo mojado, en bata y aborda el coche de un desconocido para evadir la realidad, la culpa, el diálogo con su pareja. Los personajes son marginales, con un pie en la razón y con otro en la locura. Cada texto se sostiene por actos, delicados actos que agradan la estructura de los cuentos. Técnicamente, Samanta es abrumadora por precisa. Maneja el timing de las dos historias (recordemos que la tesis de las dos historias en un cuento moderno es un regalo que nos hace el gran Ricardo Piglia tras releer a los inmensos James Joyce, Anton Chejov, Ernest Hemingway, Katherine Mansfield y Sherwood Anderson) a la perfección, crea atmósferas enrarecidas, historias estremecedoras, contundentes y cincela deslumbrantes personajes que densifican todo lo que tocan. Logra crear la máxima tensión posible, en sus historias, con el dominio pleno de una prosa directa, sin excesos ni florituras. Los cuentos aquí reunidos fácilmente podrían ser menospreciados por un lector interesado en adornos verbales y pequeños milagros publicitarios (piense en el autor de moda y en las frases de los amigos del autor que aparecen en la portaba y contraportada del libro, a eso le llamaremos milagros publicitarios). Siete casas vacías es un claro ejemplo de la Conciencia narrativa, lo que viene siendo, el cómo y de qué manera llegamos al sitio que estéticamente anhelamos. Que tengan un buen martes.