EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

¡Al diablo con esos desfiles!

Lorenzo Meyer

Noviembre 16, 2006

Conmemoraciones incómodas. El primer desfile del que se retiró el presidente Vicente Fox en su papel de actor central y observador de honor desde el balcón de Palacio Nacional, fue el tradicional del 1° de mayo, ese de los trabajadores organizados. Ahora resulta que tampoco estará en el del próximo 20 de noviembre, con el que tradicionalmente la élite política del antiguo régimen celebraba los aniversarios de la Revolución Mexicana.
Hay que reconocer que con estas ausencias el primer gobierno del PAN es congruente con su esencia. En efecto, por su naturaleza, el foxismo no debería haberse prestado nunca a asistir y menos a organizar conmemoraciones masivas y corporativas que le ponen en aprietos al obligarle a confrontar la distancia que separa a los valores realmente vigentes en los círculos del gobierno y de quienes le apoyan –los de la derecha– con los que supuestamente se celebran en esas dos fechas, que finalmente son valores de izquierda: la resistencia proletaria y el levantamiento popular contra un gobierno oligárquico.
El cambio presidencial frente a las dos ceremonias mencionadas se da finalmente en el foxismo, pero en realidad ambas conmemoraciones ya habían perdido su sentido para todos los presidentes de la posrevolución. De hecho, el régimen del PRI murió sin haberse atrevido a cancelar unos desfiles sin alma, sin sentido real, porque no estuvo dispuesto a aceptar públicamente lo que todo el mundo sabía: que al menos desde el sexenio presidido por Miguel Alemán (1946-1952), los trabajadores organizados no tenían el respaldo de la clase política sino más bien lo contrario.
Si bien Alemán fue hijo de un no muy distinguido general de la revolución, él y su grupo pertenecían ya a la posrevolución, y en políticas como la agraria, eran los organizadores y garantes de una contrarrevolución. Para entonces, al inicio de la segunda mitad del siglo XX, la verdadera meta gubernamental era industrializar a un México aún rural como el mejor medio para crear una burguesía y en cuyo territorio clasista ellos –los políticos y sus familias– pudieran finalmente ser aceptados como miembros de tan exclusivo grupo. La carrera del propio Alemán es el mejor ejemplo del éxito de este empeño.
El grueso de los participantes en los desfiles de mayo y noviembre eran básicamente masas sin entusiasmo formadas por la estructura corporativa creada por el PRI a fines de los 1930 para darse una gran base social. En el evento de mayo, el papel estelar correspondía a la CTM y, luego, al resto de los sindicatos que formaban el sector obrero del partido de Estado. En noviembre, la masa que desfilaba eran básicamente trabajadores de ese Estado y algunos deportistas verdaderos. En los dos casos había poco sitio para la espontaneidad, es decir, para esa que se aprecia sin dificultad en conmemoraciones realmente populares, como las del 15 de septiembre o el 12 de diciembre.
Símbolo de identidad obrera. El 1° de mayo quienes se identifican con las clases trabajadoras en todo el mundo rememoran tanto una tragedia, una injusticia, como un reclamo y una esperanza. En realidad fue el 4 de mayo de 1886, no el día 1°, cuando tuvo lugar un choque entre la policía de Chicago y los obreros de la McComick Harvesting que exigían la jornada laboral de ocho horas. Al ataque policiaco alguien, nunca se supo quién, respondió con una bomba de dinamita y la policía –que tuvo siete muertos– abrió fuego sobre la multitud. Poco después, en 1889, el Congreso Internacional Socialista propuso que el 1° de mayo –que coincidía con una vieja celebración primaveral de origen europeo y pagano– se recordara en todo el mundo a los “mártires de Chicago” y se celebrara como día del trabajo.
En México, el primer desfile de 1° de mayo coincidió con el inicio de la verdadera Revolución Mexicana: 1913, cuando acababa de tener lugar el asesinato de Madero y se iniciaba la lucha contra el intento de dar forma a un régimen militar. En 1919, cuando ya estaba asegurado el triunfo del ala conservadora de la Revolución –el carrancismo– la CROM volvió a conmemorar la fecha pero el precio fue el encarcelamiento de algunos líderes. Sin embargo, cuando la alianza CROM-Obregón-Calles fructificó, permitió que la unión sindicatos-nuevo régimen no sólo celebrase en paz el desfile obrero, sino que en 1925 el presidente Calles fuera testigo de honor. Tras describir un gran arco temporal, esta celebración no ya del “día del trabajo” sino de la alianza gobierno-sindicalismo oficial, llevaría a que en el 2000 el discurso de Ernesto Zedillo no encontrara eco ante 80 mil trabajadores obligados a escucharle y sólo los petroleros, que paladinamente admitieron haber sido pagados para la ocasión, lanzaran porras sin convicción, (Reforma, 2 de mayo, 2000).
Hoy, ya no con uno, sino con varios desfiles obreros, el 1° de mayo mexicano tiene escenarios plurales, lo que queda de la estructura corporativa va por un lado y los sindicatos independientes, por otro. Por su parte, el presidente Fox decidió que el 1° de mayo era una buena ocasión para mezclar los elogios a “las y los trabajadores” con otros para los empresarios como parte de una supuesta armonía que, según él, es la característica de una economía con “rostro humano”, como la nuestra, (Reforma, 2 de mayo, 2004, 2005 y 2006).
La Revolución. El acto para conmemorar el inicio de la Revolución tuvo como origen una carrera de relevos en 1928, cuando el nuevo régimen estaba en medio de una crisis interna provocada por el asesinato del presidente reelecto Álvaro Obregón. Al año siguiente se efectuó el primer desfile –militar y deportivo– justo cuando acababa de nacer el partido de Estado en su forma de PNR. Para 1930 ese desfile quedó como ceremonia básicamente civil y deportiva, presidida desde el balcón de Palacio Nacional.
El elemento deportivo muy pronto se burocratizó. Y a partir de entonces cada año pasaban frente al balcón presidencial atletas bona fide junto con formaciones de empleados del sector público vestidos como deportistas y haciendo tablas gimnásticas al estilo de la Plaza Roja de Moscú, aunque con menor espectacularidad. Igual que las del 1° de mayo, las formaciones del 20 de noviembre no eran más que otra manera de sacar periódicamente a la calle y bajo control, a parte de las masas corporativizadas que servía de soporte a un sistema autoritario.
La alternativa. No es justo reclamarle al panismo su nulo entusiasmo por celebraciones de origen popular y revolucionario. Obviamente es contra natura que la derecha celebre la rebeldía obrera o una revolución que puso fin a un “Estado de derecho” oligárquico, como el porfirista. Es mejor que las celebraciones cívicas de mayo y de noviembre pasen por la prueba de la verdad, que surjan desde la sociedad misma y no desde el gobierno. Que sean producto de un impulso real de celebración o que pasen a mejor vida.
Sería injusto si no hubiera un empeño de al menos una parte de la sociedad actual por recordar los esfuerzos de esos miles de mexicanos que se organizaron bajo la dirección no sólo de Madero sino de Zapata y Villa y de muchos otros personajes menos conocidos pero no menos representativos de los reclamos del estado llano como los Flores Magón, Pascual Orozco, Primo Tapia, Carrera Torres, Juan Banderas, Adalberto Tejeda y un etcétera muy, muy largo.
Si finalmente el 20 de noviembre sobrevive en la memoria popular, será porque el movimiento al que dio origen significó el esfuerzo colectivo más grande de los mexicanos por superar la enorme injusticia social que significó la estructura social edificada en la Colonia, refrendada en el siglo XIX y desmontada parcialmente tras años de guerra civil y miles de muertos.
Si el 1° de mayo y, sobre todo, el 20 de noviembre no movieran, como el 2 de octubre, a grupos de la sociedad civil o a los partidos de izquierda a sustituir un desfile burocrático-deportivo por actos nuevos, auténticos o menos artificiales que los del pasado, entonces verdaderamente habría que preguntarse y preocuparse por las razones para que desaparecieran esos signos de identidad colectiva. El abandono presidencial de celebraciones como la marcada por el Plan de San Luis que llamaba a iniciar el 20 de noviembre de 1910, y a las 6 de la tarde, un levantamiento armado contra el régimen de Porfirio Díaz, debería verse con gratitud por quien realmente considera que es necesario devolverle su esencia al recuerdo de la que es, según el profesor Friedrich Katz, una de las pocas revoluciones del siglo XX que aún conserva legitimidad y autoridad moral.