EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Al final ninguno de los dos muere

Federico Vite

Enero 16, 2018

Narcisa: nuestra señora de las cenizas (Traducción de Rubén Martín Giráldez. Sexto Piso en coedición con la Universidad Autónoma de Nuevo León. México. 2016, 704 páginas), de Jonathan Shaw, nos recuerda que la literatura no se encuentra describiendo hechos transgresores ni regocijándose en la irreverencia, tampoco en la risa fácil construida con chlichés sino en la aprehensión de un espíritu humano en constante batalla.
La primera novela de Shaw tiene como escenario Río de Janeiro; nos cuenta la relación entre Cigano, un ex convicto y rehabilitado yonqui, y Narcisa, reina de los yonquis, muchacha de personalidad magnética, quien sabe de poesía, de extraterrestres y de brujería. Su charla es interesante en todos los sentidos, es conocedora del submundo brasileño, manifiesta ideas políticas en contra de la publicidad, en contra del dinero, a ella sólo le interesan el crack, el alcohol y la mariguana, pero básicamente el crack. A la relación tormentosa, basada en sexo y en dinero para conseguir drogas, se suman los traumas de los protagonistas; por un lado, Cigano, de ascendencia gitana (de ahí su apodo brasileño), ha tocado fondo y se hace consciente de sus errores, y de sus anhelos, para trabajar en su sanación (incluso escribe una novela para limpiarse). Narcisa, en cambio, se especializa en callejear, en el vicio. Visita a Cigano por conveniencia. Y él recibe a cambio sexo, salvaje y satisfactorio sexo, un regalo divino para quien acaba de salir de prisión.
Narrada por Cigano, la novela adquiere un tono confesional que hace de Narcisa la materia del suspenso. Shaw trabaja en el perfil sicológico de la muchacha en cuestión; después, en el festín del vicio. Como es normal en toda relación pasional, al principio sólo existe la miel, pero en la media que Cigano conoce a Narcisa se da cuenta que la codependencia crece a niveles insospechados y básicamente mantienen un contacto, a veces sin palabras, para mitigar sus vicios: ella el crack, él el sexo.
La intriga de la novela se agranda cuando Narcisa desparece. Cigano cree que puede recobrar su tranquilidad para seguir escribiendo, pero se miente. Busca información sobre ella. La busca. La desea con más fuerza aún. Y por fin aparece, más dañada y más loca, más clavada con el crack, más deseosa de su muerte porque ha descubierto, una vez que se casa con un adinerado gringo, que Nueva York y el mundo, todo en conjunto, la mancilla, la deprime y la denigra. Todo, así que sólo le queda un recurso: volver a Cigano, a los mimos de ese hombre, al cuidado de un amigo que sólo quiere sexo.
La reconciliación fue temible. Se manifiesta esencialmente más daño: droga, hambre, ansiedad e insomnio. Ella no puede dormir debido al exceso de droga y él no descansa porque ella se lo impide. No puede estar sola, necesita de atención todo el tiempo. Así que ingresan a otra etapa de la relación: la violencia.
La historia, vista siempre por la ansiedad e insatisfacción del narrador, nos recuerda que la virtud de un escritor no consiste en la originalidad temática o en el uso coqueto de los recursos literarios. Básicamente el chiste es apropiarse de una historia, en este caso eso ocurre después de haber mirada tanto el abismo llamado Narcisa.
Cigano es un héroe romántico, alguien dispuesto a explorar su pasión hasta ser devorado por ella. Narcisa, empeñada en dar su cuerpo (porque finalmente nada le pertenece, y si se ha de acabar pues que se acabe lo más pronto posible), es una larga secuencia de abandonos. El narrador describe con destreza la sombra (abusando de las lecturas colaterales, cito a Carl Gustav Jung: Sombra es la parte inferior de la personalidad, la suma de todas las disposiciones síquicas personales y colectivas que no son asumidas por la consciencia por su incompatibilidad con la personalidad que predomina en nuestra sique) de su objeto de estudio. Es muy hábil detallando la imposibilidad amatoria de Narcisa, quien recurre a la violencia, a las drogas, porque gracias a ello siente algo reconfortante, gracias a ello no padece tanto la aspereza de la orfandad.
Shaw es un sabio del dolor, de las adicciones, sabe, justo por eso pone su asombro en el papel, que todos los drogadictos están imposibilitados para establecer relaciones amistosas, hacen de sus cercanos rehenes. Narcisa tiene un rehén, lo somete, lo humilla. El lector se entera de las rupturas y de las reconciliaciones propiciadas por el crack y por la ansiedad. Cigano cambia, la ira y la impotencia no lo dejan en paz. Ve el salvajismo con el que se extermina la persona que desea con tanta fuerza. Narcisa se transforma en alguien insoportable. Con la transformación se ingresa a la parte final de la novela. El cierre de la historia es ejemplar. El autor suspende la narración en el momento indicado, cuando ya nada puede agregarse a las 704 páginas, cuando la información sobre el dolor, el vicio y el abandono se agota. Con Narcisa: nuestra señora de las cenizas, Shaw nos muestra uno de los tantos y dolorosos senderos del conocimiento humano.
La novela del legendario tatuador Jonathan Shaw se publicó por primera vez en 2008 en una pequeña editorial independiente de Estados Unidos. El libro agotó su tirada inicial a las pocas semanas del lanzamiento y obtuvo comentarios muy entusiastas de Robert Crumb, Hubert Selby Jr., Jim Jarmusch, Iggy Pop, Marilyn Manson y Johnny Depp. Shaw nació en Los Angeles en los años 50 del siglo pasado, es hijo de la leyenda del jazz Artie Shaw y la estrella de Hollywood Doris Dowling. Fue adicto a la heroína y delincuente juvenil. A los 19 años decidió alejarse de Hollywood y llegó hasta Centroamérica, a Sudamérica, donde vivió mucho tiempo. Trabajó como periodista con Charles Bukowski en Los Angeles Free Press. En México se inició como tatuador. Esta es su historia. Que tengan buen martes.