EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (IV)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Noviembre 16, 2017

A la memoria de Carlota Cota Lobato, gran señora, amiga grande y muy querida.

Zapata debe morir

Durante una reunión en Acapulco con los grupos armados de ambas costas, don Jesús Carranza los convoca a la unidad en torno al movimiento enarbolado por su hermano Venustiano y así terminar, de una vez y para siempre, con el bandidaje zapatista. Presentes, las facciones encabezadas por Julián Blanco, Tomás Gómez, Abraham Gómez y Silvestre Mariscal juran a un tiempo lealtad a la revolución constitucionalista y acabar con Emiliano Zapata.
Don Jesús Carranza regresa a Oaxaca, su centro de operaciones, y en el camino es secuestrado junto con su hijo mayor, un sobrino y su guardia personal. Un gavillero de apellido Santibáñez pide por su libertad la entrega del puerto de Salina Cruz, además del cañonero Vicente Guerrero. Con su negativa para tranzar con criminales, el Primer Jefe dicta la sentencia de muerte para su fraterno y acompañantes. Conocida aquí la tragedia, el Cabildo encabezado por don Samuel Muñúzuri acuerda homenajear al caído bautizando con su nombre una arteria céntrica. La mitad de la que baja del Castillo de San Diego, El Fuerte, para desembocar en la plaza Álvarez.
Tan intrigante y perverso como su jefe Carranza, Silvestre Mariscal, atoyaquense, profesor rural y tenedor de libros de don Manuel Bello, se coloca sobre el pecho las águilas de general. Gesta y consuma aquí una réplica de la operación genocida conocida como La noche de cuchillos largos, deshaciéndose no sólo de odiados opositores sino también de amigos envidiados, anticarrancistas todos. Consigue así que don Venustiano lo nombre gobernador sustituto de la entidad y, como en Chilpancingo hace frío, declara a Acapulco capital provisional de Guerrero. Irá más allá, al darse su propia Constitución, promulgada también por su propia Cámara. No pasará mucho tiempo, sin embargo, para que el Primer Jefe se convenza de la calaña de truhan de su protegido. Lo convoca a la capital y en pleno Palacio Nacional ordena su arresto. El de Atoyac se declarará enseguida ferviente huertista.

Don Chendo Pintos

1915. “Fungía como presidente municipal de Acapulco don Gilberto J. Martínez, hombre correcto y muy bueno pero ya entrado en años y enfermo. Nombrado Silvestre Mariscal como jefe de Operaciones Militares de la entidad, envía por mi padre, don Rosendo Pintos Lacunza, y lo nombra alcalde de Acapulco. Lo deja en libertad de escoger a sus colaboradores, y entre ellos al secretario Atilano R. Contreras, segundo regidor a Henoch Tabares y tercero a Ángel Deloya, Bajo la autoridad del alcalde queda una fuerza armada de 80 hombres al mando de Eleuterio Roque.
“Acapulco estaba convertido en precario refugio de hombres, mujeres y niños víctimas de la guerra. La hambruna, el egoísmo y la escasez golpeaban cruelmente en rostro de la ciudad. El acaparamiento y ocultamiento de víveres magnificaban aquella terrible y desoladora realidad. Decidido a enfrentar la emergencia, el alcalde Pintos convoca al comercio local a la solidaridad social, logrando una generosa respuesta. Recibe víveres, petates y mantas que entrega inmediatamente a los damnificados.
“Don Rosendo Pintos irá más allá. Propone la creación de una beneficencia que enfrente el problema de largo plazo con la urgencia reclamada. Acapulco, una ciudad de 5 mil habitantes, padecía una población flotante de 300 indigentes y menesterosos.
“Otra de las acciones efectivas emprendidas por don Chendo será la implementación de desayunos escolares, ampliados para los niños indigentes. Los preparaba y servía doña Emilia Carmona en su propio domicilio, atrás de la parroquia de la Soledad. Una vez puesta en marcha, la Beneficencia de Acapulco se encargará de seleccionar a las mujeres jóvenes y fuertes del grupo indigente para colocarlas como cocineras y lavanderas. Sesenta personas enfermas o con alguna discapacidad física fueron canalizadas a hospitales o albergues públicos.
“Don Chendo renunció a la presidencia de Acapulco ese mismo año, y es que no era político. El mismo se referirá años más tarde a Mariscal como “un pobre diablo enfermo de megalomanía. Perverso que mediante intrigas, engaños y homicidios había usurpado primero el grado de general del Ejército y más tarde la gubernatura de la entidad. Los asesinatos cometidos por Mariscal en contubernio con Pablo Vargas, en personas de mi amistad y de revolucionarios auténticos me daban asco, decía él mismo”.
(Monografía anecdótica contemporánea de la Revolución Mexicana en Acapulco, Rosendo Pintos Lacunza y Manuel Adolfo Pintos Carvallo, su hijo).

Mariscal, el barco

Una empresa naviera creada por mexicanos y españoles se congracia con el gobernador Mariscal, dando su nombre a un recién adquirido buque petrolero. La embarcación queda fondeada en el centro de la Bocana, expuesto su nombre a la admiración general desde cualquier punto de la ciudad. General Silvestre Mariscal, se leía con grandes caracteres de proa a popa. No faltarán lancheros que aseguren que el propio gobernador se instalaba por las tardes en el muelle de madera y desde ahí observaba embelesado el nombre de la embarcación, el suyo, pues.
Sucederá un martes 13 de 1916. El tanque de gas oil de la embarcación (así se llamaba al petróleo antes de la expropiación) lanza un trueno apocalíptico. El combustible se derrama sobre la cubierta para envolver enseguida a toda la nave. La tripulación no intentará siquiera combatir aquella hornaza, optando por lanzarse a las aguas dela bahía.
La empresa Pérez Vargas García, propiedad de dos mexicanos y tres hispanos, se quedará sin recursos para comprar una canoa tan siquiera. El padrino de nombre se hará el desentendido.

Alcalde y príncipe heredero

Una contradictoria dignidad, demócrata-monárquica, fue personificada aquí por don Juan H Luz, alcalde de Acapulco entre 1919-1920. Fue el primero de cuatro hijos del príncipe heredero del reino de Portugal, Miguel de Braganza, quien huirá a Acapulco para salvar el pellejo. Aquí se establece una vez que ha logrado, aparentemente, burlar a sus persecutores. Se asume costeño y contrae matrimonio con doña Benita Nambo, de la Costa Grande, procreando, además, a Benjamín, Federico, Benita y Romana.
Alguna vez –cuenta Jorge Joseph Piedra– cuando Juan sienta cercanos a sus persecutores, huirá a Perú y luego a Chile. Será entonces cuando decida cambiar de nombre. Uno de sus apellidos nobiliarios era Henríquez, el que deja como simple inicial y como segundo se apropia de la más masónica referencia, luz. Así nace el “H Luz”, que hoy llevan con orgullo muchas familias acapulqueñas.

El mercado

El primer mercado de Acapulco operó durante la primera década del siglo XX en la plaza Álvarez, sobre el costado derecho de la parroquia de La Soledad. Consistía en una serie de cajones de madera, algunos con techo de lámina, en los cuales se expendía la carne y el pescado. El resto de las mercaderías –leche, pan, verduras, frutas, recaudos, etcétera– se exhibían en el suelo, sobre petates de palma. La actividad se iniciaba muy de madrugada, alumbrada con candiles o mechones de petróleo. Dos eran los puestos fijos para la venta de carnes de res y cerdo atendidos, respectivamente, por don Pablo Morales y don José Osorio. Don Pablo tenía su porqueriza en Cuauhtémoc y Aquiles Serdán, donde se sacrificaba a los cuches y se freía el chicharrón.
Atendiendo a las quejas de la curia y la feligresía de la parroquia de La Soledad, afectada por el movimiento y los malos olores del centro de abasto, el gobernador Silvestre Castro ordena su traslado a la calle Zaragoza (hoy Escudero), precisamente junto a la casa y tienda de don Francisco Escudero y Espronceda, padre de Juan. Se erige un jacalón abierto con piso elevado y techumbre de teja para el expendio de comestibles, mientras que el resto de los víveres seguirán en el suelo, sobre petates.
Ante la escasez general propiciada por el movimiento armado, excepto quizás el pescado, las amas de casa pondrá el grito en el cielo con precios como estos: carne, 1.50 pesos el cuarto de kilo; lata de manteca de medio kilo, 100 pesos; carbón, 30 centavos el kilo; botella de aceite de coco, 3 pesos; saco de maíz, 100 pesos. Situación agravada porque las Tres Casas españolas paralizarán sus actividades por temor a los asaltos en veredas y caminos.
Soldaditos

Es de nueva cuenta el ex alcalde Jorge Joseph quien ofrece otra probadita del talante agreste del general Silvestre Mariscal (gobernador entre 1916-1917) quien terminará su vida política y militar al servicio de Victoriano Huerta.
“Se dice que de Mariscal partió la orden, ¿de quién más?, para que la escuela para varones Miguel Hidalgo y Costilla se militarizara. Los alumnos, desde parvulitos hasta sexto grado, vistieron uniforme militar color caqui y portaron armas largas –de madera–, cuyos movimientos enseñaba un capitán de apellido Rocha. Banda de guerra con clarines y tambores: Carlos E. Adame, Herlindo Liquidano, José Agustín Ramírez y Pepe Muñúzuri, entre otros. En el Campo Marte se hacían ejercicios castrenses como si aquellos niños fueran soldados de línea o de leva. Los castigos eran bárbaros: plantón con dos fusiles en posición terciada, de una a dos horas, y de cinco a 10 latigazos en la espalda desnuda, a cargo el propio capitán Rocha.
En la puerta de la escuela un centinela armado, que podía ser una mirruña de cinco años y un “cabo de cuarto”. Si alguien pedía acceso el centinela gritaba: “¡cabo de cuarto!” y este acudía al punto para permitir o no la entrada. Había los grados del Ejército: raso, cabo, sargento y teniente. El capitán era el maestro de grupo y coronel el director de la escuela. Ante cualquier llamado por un superior, el soldado se cuadraba dando un severo “talonazo”, que no taconazo, porque los chamacos andaban todos descalzos.
Cae Mariscal, Acapulco deja de ser capital del estado y la escuela Miguel Hidalgo vuelve a la civilidad. ¡Hurra!, festejarán los soldaditos.

Otra de Mariscal

Si en un principio los empresarios españoles, dueños de vidas y haciendas en Acapulco y ambas costas, recelaban del gobernador Mariscal por considerarlo “corriente, falso y centavero”, pronto lo hacen de su bando. Y lo utilizan en favor de sus intereses. Por lo pronto le pedirán que aplaque los ánimos exaltados de un joven llamado Juan R. Escudero, quien, aunque rico y dueño de una lancha, convive con lancheros y estibadores a los que mete malas ideas. Ideas que dizque vienen de otro mundo.
Alguna de tales ideas se ha traducido en la formación de una Liga de Trabajadores a Bordo y Tierra, que agrupa particularmente a los hombres de mar. Organización tan excéntrica e insensata que postula “ocho horas de trabajo, descanso dominical, salario justo en moneda nacional y protección por accidentes”. ¡Dios, ni los Flores Magón!
–Déjenlo de mi cuenta–, ofrece Mariscal
A la semana siguiente de aquella entrevista, Juan Ranulfo le está pidiendo posada a su hermano Fulgencio, quien estudia la secundaria en la Ciudad de México. “No, no puedo volver a Acapulco porque si vuelvo me matan”, explica a Fulle. Pronto se contrata como inspector de jardines y a bordo de una bicicleta recorre la ciudad, contactándose con grupos gremiales y anarquistas.