EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (VII)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Febrero 08, 2018

El ciclón del 38

Al alcalde y general Agustín Flores le toca sortear uno de los peores ciclones de la temporada. Y lo hará bien por contar con el apoyo del comandante de la Zona Militar, cuyos elementos proporcionan ayuda inmediata a la población. El calendario marca el 28 de mayo de 1938.
No obstante ser amigo del alcalde Flores, Jesús Muñoz Vergara, jefe de la oficina local de telégrafos, le oculta la presencia en el puerto de la señora Amalia Solórzano de Cárdenas, esposa del presidente de la Repúblicas, acompañada por su hijo Cuauhtémoc, de cuatro años. La información la ha obtenido necesariamente a través de las líneas telegráficas y se la reserva celosamente. Cree que ha llegado el momento por él tan esperado, el momento de llamar la atención de su jefe, que lo es también de toda la nación.
Pero retrocedamos al momento en que el burócrata recibe el aviso de la cercanía de un ciclón sobre Acapulco.
Muñoz Vergara, hermano de un popular peluquero conocido como El Amigo Víctor, candidato eterno a la alcaldía de Acapulco, no lo piensa dos veces y acude con la información hasta donde sabe que se hospeda la primera dama de México. No se trata de ninguna casa de huéspedes u hotel, sino de unos bungalows de madera, oficinas y dormitorios del personal de la Comisión Nacional de Caminos, en Manzanillo.
Es cosa de imaginarse la movilización emprendida ante aquel anuncio por parte de los elementos del Estado Mayor Presidencial. En un dos por tres la señora y su pequeño hijo estarán a salvo de cualquier contingencia, instalados cómodamente en un hotel de la zona. Más tarde, la experiencia vivida en Acapulco será tema de conversación de la familia Cárdenas. Con el añadido no del todo cierto sobre la destrucción total de los bungalows de Manzanillo, destruidos por el ciclón. “Si no ha sido por aquel valiente acapulqueño, no lo estuviéramos contando”, dramatizaba la esposa del presidente. No faltará quien meta la pata con un comentario como este: “¡Dios es grande, señora!”.

Quisiera ser diputado

Un día, doña Amalia ordena convocar al acapulqueño a la casa presidencial. Desea agradecerle haber salvado la vida de ella y del pequeño Cuauhtémoc. “Mi deseo, don Jesús –le dice–, es materializar mi agradecimiento. Pídame, por favor, a lo que más aspire en estos momentos y que no pueda alcanzar. ¿Acaso un ascenso en Telégrafos o quizás una casa? Con confianza, don Jesús”.
–Yo, señora de todos mis respetos –se atreve finalmente el hombre–, estoy convencido de que sólo cumplí con un deber elemental, entonces me basta, me siento pagado con el agradecimiento de usted y del señor presidente… Ahora que si usted insiste, quiero decirle que tengo un sueño de toda la vida, el sueño de llegar a la Cámara de Diputados. Ser diputado federal, señora, para hacer algo por mi pueblo…
Y el sueño se hace realidad. El 1 de septiembre de 1949 Chucho Muñoz Vergara estará rindiendo protesta como miembro de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. Como diputado federal por el estado de Guerrero, le toca alternar con chuchas cuereras de la política como Mario Lasso, Rubén Figueroa Figueroa, Amadeo Meléndez, Alfredo Córdova Lara y Antonio Molina Jiménez. “Díganme señor diputado y no Chucho el telegrafista”, exigirá a sus amigos cuando departa con ellos en las cantinas del puerto.
Lo último que se conocerá en Acapulco sobre el diputado Muñoz Vergara es su muerte, asesinado en la Ciudad de México, sin conocerse los pormenores del suceso.

La Cruz Roja

Nace en este año de 1938 la delegación de la Cruz Roja de Acapulco. Su creación se gesta en el Club Rotario a iniciativa del empresario hispano Marcelino Miaja. Allí mismo, en caliente, el rotario doctor Felipe Valencia se ofrece como el primer médico voluntario y su consultorio en 5 de Mayo como centro de urgencias.
La organización de la benemérita institución se formaliza con la creación del primer comité directivo que se encargue de ponerla en operación. Lo integra el propio Miaja en calidad de presidente; Félix Muñúzuri, vicepresidente; Israel Soberanis, secretario y Pedro Peña, tesorero. Al poco tiempo, Marcelino Miaja se dispara con una 45 en la sien derecha y Acapulco se conmueve. Muñúzuri asume entonces la presidencia. Un comité que se topa primero con un desconocimiento total del significado de aquella Cruz Roja y su misión social. Más tarde los directivos se enfrentan a otra dura realidad, derivada de la anterior: la falta de solidaridad de la sociedad porteña. “Prefiero morirme desangrado antes que ir a que me curen en la mentada Cruz Roja,” argumentaban no pocos acapulqueños. En realidad una justificación para no echar una moneda en las ánforas de la colecta.
No obstante tan fría indiferencia, las emergencias seguirán siendo atendidas en el consultorio del doctor Valencia. Luego entrarán en su auxilio los galenos Arturo Canales, Enrique Zamora, Felipe Barajas, Chacón y Gómez Velasco. Este equipo prestará auxilio médico a la población durante cuatro años, hasta que venga una inyección económica importante para la institución. Tema de otra entrega.

Baltazar Hernández

Baltazar Balta Hernández Juárez, de Atoyac de Álvarez, hubiera cerrado la década de los 30 como alcalde de Acapulco. Sin embargo, por los avatares de la política pueblerina, sujeta a los caprichos no del más allá sino del más arriba, gobernará únicamente 11 meses. Alguien de muy arriba, decíamos, se anticipa a José Alfredo Jiménez con esta sentencia: “diciembre me gustó pa’ que te vayas” y Balta se fue.
Con el Palacio Municipal sin techumbre, por estar renovándose el tejado, se presenta a sustituirlo con taconeo marcial el coronel Domingo Cuevas. Como no puede ocupar la silla presidencial porque el sol le pega de lleno, el militar dará por cierta la versión de sus achichincles en el sentido de que Balta había vendido las tejas. Y no era cierto, pues pronto será surtida la nueva.
Padre de cinco o quizás 10 Hernández, Balta fue reconocido por los acapulqueños como buen servidor público y sobre todo por su alegre conversación, salpicada con dichos y dicharachos. Las lavanderas de las riberas del río de La Fábrica le vivirán agradecidas por haberles construido lavaderos con techos de palapa. También tendrá que ver con el levantamiento topográfico de la superficie destinada a la creación de la colonia Progreso.
No estando completamente seguro de la identidad de su verdugo, cuando baje las escalinatas del Palacio Municipal, con ambos brazos en movimiento, Balta lanza un barredor y sonoro: “¡chinguen su madre, hijos de la chingada!”.

Los aspirantes a la grande

Elaborada seguramente por el presidente Lázaro Cárdenas, circula en este 1939 la lista de aspirantes a la presidencia de la República para el sexenio 1940-1946. Ellos son: Juan Andrew Almazán, Manuel Ávila Camacho, Joaquín Amaro, Gildardo Magaña, Francisco J. Mújica, Ramón de la Paz, Rafael Sánchez Tapia, Adalberto Tejeda y Román Yucupicio.
La clase política acapulqueña se pronuncia casi unánimemente por el paisano Andrew Almazán, nacido en Olinalá, Guerrero, de donde son las cajitas, pero poblano de formación, con todo lo que ello signifique. Para entonces, Almazán ya se ha apoderado de 20 hectáreas en torno a la bahía de Acapulco y en ellas ha edificado bungalows de alquiler con el nombre de Hotel Hornos. El otro aspirante con simpatías locales es el general Sánchez Tapia, el mismo que 20 años atrás había perdonado la vida a un grupo de jóvenes acapulqueños, involucrados en la rebelión delahuertista. Ello, no obstante traer órdenes de fusilarlos, dictadas por el propio presidente Obregón.
Las elecciones del 4 de julio de 1940 serán unas de las más sangrientas de la democracia mexicana. Gonzalo Santos, El Alazán Tostado, cacique de San Luis Potosí, padre del rejoneador Gonzalo Santos, recibe 300 ametralladoras recién adquiridas en Chicago. El contrata los 300 dedos que jalen los gatillos, no para celebrar el triunfo, sino para barrer almazanistas: morirán ese día unos 150. Bañada en sangre, el área de la casilla donde votaría el presidente Cárdenas es lavada rápidamente por los bomberos. Los resultados electorales: el 93. 89 por ciento de los sufragios para Ávila Camacho; el 5.72 por ciento en favor de Almazán, y sólo 0.01 por ciento para Sánchez Tapia. Votos de aquí mismo.
Por cierto, Almazán dejará vestidos y alborotados a importantes liderazgos y contingentes guerrerenses –y de todo el país– listos para un levantamiento general a una orden suya. Orden que nunca llegó. No lo bautizan como “rajado” “culero” o “maricón” sino como la “gallina de Chipinque”, en alusión al nombre del cerro de su propiedad, en la Ciudad de Monterrey.

Sucedió en los 30

Fue en 1933 cuando los hermanos Alfonso y Rigoberto Apac se tiran los primeros clavados de los acantilados de La Quebrada.
Cuenta don Rosendo Pintos que el 16 de septiembre de 1939 un joven turista norteamericano quiso imitar a los Apac, lanzándose de La Quebrada. No obstante haberlo hecho de la parte más baja, fue a estrellarse contra una piedra que le abrió el cráneo mortalmente.
Es recibido triunfalmente en el puerto el aviador español Juan Ignacio Pombo, cubriendo un raid que, a partir de España, incluía las islas Azores, Brasil, otras naciones sudamericanas y, finalmente, Tejería, Veracruz. Y no era cosa que Acapulco figurara en el itinerario, sino que el aviador se había perdido a causa de la nublazón, según dijo la gente. Aterrizará a ciegas y lo hará en San Marcos, Guerrero. Memorable para los sanmarqueños aquel 15 de septiembre de 1935, cuando vean descender de los cielos un aparato tan extraño como lo era entonces una avioneta. Pombo es festejado aquí por el alcalde y la colonia española y pasados tres días volará a la Ciudad de México. Obsequiará al gobierno mexicano el aparato de la hazaña.
Se funda el 19 de marzo de 1939, a 20 meses de que termine el periodo del presidente Lázaro Cárdenas, la escuela secundaria federal número 22, en las calles de La Quebrada y Madero. Inmueble hasta entonces ocupado por las oficinas de Correos y Telégrafos. Pasan estas al Palacio Federal recién construido. Fue su primer director el maestro Eduardo Ramírez y entre su personal docente, algunos habilitados, figuraron Manuel L. López, ex alcalde de Acapulco; su hijo José Manuel López Victoria, la maestra Chita Jiménez, José O. Muñúzuri, José Tellechea y Carlos Barnard.
El temblor del 28 de enero de 1938, provoca el desplome de techumbre de la escuela Ignacio M. Altamirano. Felizmente era domingo. Se viene abajo la campana mayor del templo de Nuestra Señora de la Soledad y tampoco hay víctimas. La sacudida provoca un desplome en el túnel que sería para el ferrocarril hacia Pie de la Cuesta, dejándolo tapiado para siempre.