EL-SUR

Martes 15 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco XII

Anituy Rebolledo Ayerdi

Enero 18, 2018

La expropiación

La expropiación de la franja costera en torno a la bahía de Acapulco, conocida desde siempre como Las Huertas, por estar sembrada con miles de palmeras de coco y árboles frutales, levanta una ola de indignación en el puerto. La condena contra el gobierno del estado por tan brutal “agandalle”, es encabezada por organizaciones femeniles, gremiales y políticas. Exigen marcha atrás al escandaloso despojo.
La irritación crece cuando se conoce que, como resultado de tal expropiación, calificada como contraria a los preceptos constitucionales, se crea la Compañía Impulsora de Acapulco. La encabezan cínicamente los promotores del “agandalle”, el ex presidente Pascual Ortiz Rubio y quien fuera su secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, general Juan Andrew Almazán. Voceros de ambos aclaran que la expropiación se pagó a razón de 21 centavos el metro cuadrado de tierra, y no los 10 centavos que aseguran los expropiados.
Las primeras protestas surgen aquí por parte de organizaciones gremiales y políticas. La Confederación Regional de Obreros Mexicanos (CROM), el Partido Comunista local y la Unión Fraternal de Mujeres Trabajadoras (UFMT), liderada por doña María de la O. Agrupaciones que, junto con otras de menor rango, integran el llamado Comité Defensor de la Propiedad Urbana y Rústica de Acapulco. Su programa de acción se da a conocer durante dos grandes concentraciones en esta plaza.
1.- Que la planificación de Acapulco se ejecute con absoluto respeto a los intereses de la mayoría de la población; 2.- Que la planificación sea financiada por constructoras, empresas turísticas, empresas comerciales, bancarias y el gobierno federal; 3.- Que no se ordenen nuevas expropiaciones mientras no se garantice alojamiento digno a las familias que pierdan sus viviendas.

La hacienda Las Palmas

Una de las primeras acciones de la agrupación –escribe Francisco Gómezjara en Acapulco, despojo y turismo– será la oposición terminante a la venta de terrenos de la ex hacienda de Las Playas, por parte de la empresa Fraccionadora de Acapulco. Se denuncia al respecto que cuando una de las hijas del general Ignacio Comonfort vendió la superficie, no demostró fehacientemente la propiedad y tampoco se determinaron dimensiones y linderos. Y ni falta que hizo entonces por haberla adquirido un extranjero: Henry Weiss, alemán nacionalizado estadunidense. Este no encuentra qué hacer con tamaña propiedad y decide venderla a la empresa Inversiones de la Costa Occidental de México, con sede en Mazatlán, Sinaloa. Recibe los mil pesos en que valora la propiedad.
Extrañamente, los empresarios mazatlecos no se aparecen por Acapulco para tomar posesión de sus tierras o vaya alguien a saber si el germano decía la verdad. El caso es que siguen en posesión de la península para venderla al poco tiempo esta vez a la Fraccionadora de Acapulco. La denuncia del CDPURA sobre las tranzas de Weiss con terrenos de la península de Las Playas, pone en alerta al gobierno del estado. Dicta este inmediatamente la prohibición del comercio inmobiliario en aquella zona, misma que se prolongará por diez años. Luego, bastará un telefonema de Los Pintos para reanudarlo.

Ignacio Comonfort

La dama aludida que vende terrenos de varias zonas del puerto, incluidos los de la península de Las Playas, era en efecto hija del general Ignacio Comonfort de los Ríos. Un poblano muy ligado a esta entidad por haberse desempeñado como Prefecto de la región de Tlapa (hoy de Comonfort), además de amigo entrañable de don Juan Álvarez. Nombrado por el presidente Santa Anna administrador de la aduana de Acapulco, con salario de 5 mil pesos anuales, Comonfort será visto aquí con extrañeza y hasta calificado de “zafado” por su afición a adquirir terrenos en todo el puerto. Pronto su jefe “Quinciuñas” lo acusa de peculado y ordena su arresto.
Lo que ha pasado en realidad es que “su alteza serenísima” se ha enterado de que Comonfort no solamente se ha unido al Plan de Ayutla, que postula su salida del poder, sino que le ha metido pluma al texto, endureciéndolo en su contra. Loco de rabia, el Pata de palo viaja con su ejército hasta Acapulco para poner en su lugar al bellaco y al viejo Álvarez, pero será rechazado cuantas veces intente tomar el Fuerte de San Diego.

Gómez Maganda

El ex gobernador Alejandro Gómez Maganda, quien alguna vez intentó sin conseguirlo ser alcalde de Acapulco, comenta sobre aquél perverso agandalle (Acapulco, en mi vida y en mi tiempo):
“Este antecedente (la expropiación de la franja costera del puerto) motivó años después convenios leoninos a base de operaciones atentatorias, hechas posible por obvias presiones de origen federal, que desposeyeron ilegalmente al municipio y a particulares, de gran parte de sus respectivos patrimonios privados y comunales. Operaciones discutibles entre las que pueden citarse, la del cerro de El Vigía y la de un millar de hectáreas adquiridas por Eureka, SA, que llevó a cabo tan ruinoso convenio en tiempos del gobernador Catalán Calvo.
“Aclarado de paso, que el poco o ningún respeto a la soberanía estatal que sólo existe en la Constitución de la República como una entelequia formal, hicieron posible en todo tiempo, las emboscadas a la ley que mal cubrieron el aspecto de legitimidad en tan lamentables acontecimientos, de los que no queda exenta una Junta Federal de Mejoras Materiales, que violenta de manera flagrante jurisdicciones que deberían ser inalienables, tales como las que corresponden al Estado o al Municipio”.

Alcalde Carlos E. Adame

El Palacio Municipal estaba donde siempre, construido a fines del siglo XIX sobre las ruinas del convento de los misioneros franciscanos, fundadores de la Iglesia católica en Acapulco. A don Carlos E. Adame, electo alcalde de Acapulco en 1933, le toman sólo cinco minutos para llegar, de la calle de La Quebrada, a su despacho bajo la torre del reloj público. Un privado que no lo es tanto por estar sus puertas siempre abiertas de par en par, por el talante del personaje y por el calor que derrite velas.
Periodista y escritor –editor diez años atrás del periódico El Liberal–, Adame se había significado por su valentía y pundonor en un pasaje dramático de la historia turbulenta de Acapulco. Cuando con varios jóvenes como él secundan aquí la rebelión delahuertista, llamada así por encabezarla el aspirante a la presidencia de la República, Adolfo de la Huerta, cuando se le cierran todos los caminos para alcanzarla. Y era que el presidente Álvaro Obregón había decidido que lo sucediera en el cargo su paisano Plutarco Elías Calles (1923). El Manco de Celaya estará dispuesto a bañar de sangre al país antes de dar marcha atrás a sus designios, incluso a costa de sacrificar a la élite militar de la Revolución.
El general Rafael Sánchez Tapia llega al puerto con órdenes precisas de pasar por las armas a todos los implicados en el complot y en pocos minutos logra capturar a siete de ellos. Adame, el líder, ha logrado refugiarse con parientes en La Sabana. Pronto se entera del grave peligro que corren sus compañeros y, sin pensarlo dos veces, regresa al puerto para entregarse. Ante el jefe militar, Carlos Adame, se presenta como promotor del movimiento entre los civiles de Acapulco. “Soy el único culpable, general Sánchez Tapia, fusíleme a mí y deje en libertad a mis compañeros, yo los engañé. Se lo ruego, señor, por su honor militar”. Para esto, el cuadro de fusilamiento ya está montado en los patios de la Aduana Marítima (hoy edificio Nick).
Convencido de que venía a Guerrero para enfrentarse con matones sin piedad, según la fama de los guerrerenses en el país, el militar de Aguililla, Michoacán, se conmueve ante aquel gesto de valentía de un joven veinteañero. No obstante, planea una lección para el “rebelde”. Le advierte: “¡como tú mismo te has declarado culpable y así lo pides, serás fusilado inmediatamente”! Y diciendo y haciendo. Ordena conducir a Adame al paredón, donde se le da escoger si prefiere dar la cara o la espalda al pelotón de fusilamiento. Escoge lo primero y toma su lugar. Sucederá que cuando se da la orden electrizante de ¡preparen!, el general Sánchez Tapia corre hacia Adame. Lo abraza diciéndole: emocionado: “¡muchacho, eres un valiente y los valientes merecen mi admiración y respeto! Anda, ve con tus compañeros y no hagan más locuras!”. Adame solo atinará a balbucir, un “gracias mi general, es usted un soldado y no un villano”.
Afuera, un gran clamoreo anuncia que todo Acapulco está presente. Las mujeres llenan la parroquia rogando por la vida de los muchachos y en la plaza Álvarez una muchedumbre se agita acongojada, llorosa. Será por ello que al salir los jóvenes de la Aduana, el grito de júbilo será unánime y tan sonoro que se escuchará en Icacos. ¡Gracias, Dios, bendito! exclamarán las beatas.

Vuelve Sánchez Tapia

Cuando han pasado casi 20 años de aquel suceso, en 1940, el general Sánchez Tapia, ex secretario de Economía del presidente Cárdenas, lanza su candidatura independiente a la presidencia de la República. Su opositor es el general Manuel Ávila Camacho, candidato del partido oficial. Aquí, en Acapulco, se integra el primer comité de apoyo a la candidatura independiente de Sánchez Tapia y lo encabeza Carlos E. Adame, por supuesto. Está acompañado en persona y en espíritu por quienes con él habían vivido aquella terrible experiencia: Silvestre H. Gómez (padre del doctor Gómez Moharro), Francisco Torres, Luis Mayani, José Trinidad Serrano, Imeldo Cadena e Isaías Acosta.
El maestro colimense Felipe Valle había muerto el 2 de julio de 1928, precisamente el día en que concluía su inhabilitación política de cinco años por su participación en la rebelión delahuertista. Aquella mañana, el maestro se preparaba para salir a votar en una elección local. Ya listo, abre la puerta de su casa y en ese momento cae fulminado por un infarto. Su nombre, impuesto a una céntrica calle de la ciudad, donde vivió, fue la manera de los acapulqueños de agradecerle su novedoso y estimulante magisterio, dictado en su Colegio Acapulco.

Guevara vs Padilla

Diez años atrás, el propio Carlos Adame había formado parte de un comité de apoyo a la candidatura del general Gabriel L. Guevara, al gobierno de Guerrero. Se enfrentaba al licenciado Ezequiel Padilla Peñaloza, a quien el gobernador Adrián Castrejón estaba encaprichado en imponer como su sucesor. Entre los integrantes de aquél grupo estaban, además, Alejandro Gómez Maganda, Manuel Sánchez, Bulmaro Tapia Terán, Manuel Reinoso, Antonio del Valle Garzón, Román Magaña y otros.
Todos ellos organizan la recepción a su candidato Guevara, pero se encuentran con el bloqueo por parte del alcalde en turno. Llegará este incluso a impedir que grupos locales de chile frito alegraran el evento, obligando a los organizadores a traer la música desde Zumpango del Río. Negado el permiso para la celebración del mitin en la plaza Álvarez, se traslada este a la plaza Zaragoza (hoy Escudero), utilizándose como tribuna un balcón de la casa de la familia Escudero.
Se dará el caso, nada fortuito, por supuesto, de que a esa misma hora, la plaza referida sea atravesada por una ruidosa y retadora manifestación a favor de Padilla Peñaloza. Armados unos y otros contingentes era fácil prever un choque con plomo. Guevara llamará a su gente a evitar provocaciones y nada grave pasará que no hayan sido mentadas de madre y otras joyas de la oralidad guerrerense. “Las mentadas sacuden pero no matan”, consolará el general Guevara.
Por la noche, baile en honor del candidato en La Quebrada amenizado por la orquesta Minerva, de don Beto Escobar. El general Guevara baila lo que le toquen y con diferente pareja cada pieza. De pronto se escuchan en aquél espacioso ámbito dos voces graves profiriendo toda clase de insultos y un cierre sonoro con descargas de pistolas.
Gritos, carreras, conmoción general. El caído es el señor Ramón Armijo, agente del Ministerio Público del puerto, quien muere en el acto. La tensión crece cuando se conoce que doña Balbina Alarcón de Villalvazo, pilar de una gran familia acapulqueña, ha sido alcanzada por una bala, pero nada serio. Pronto, el triunfo de Guevara reemitirá aquel drama al anecdotario acapulqueño. El militar chilpancingueño toma posesión el 1 de abril de 1933. Ezequiel Padilla, por su parte, seguirá picando piedra para llegar, seis años más tarde, a disputarle la presidencia de la República al general Manuel Ávila Camacho.