EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (XVII)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Febrero 22, 2018

Pillo Rosales

Elpido Rosales de la Cruz, líder del sindicato de trabajadores de la fábrica de jabón y aceite La Especial (hoy Industrias de Acapulco), asume la presidencia municipal de Acapulco el 1 de enero de 1942. Se dijo entonces que su nombre había surgido en respuesta a una búsqueda del gobernador Gerardo Rafael Catalán Calvo (1941-1945). El chilpancingueño buscaba cual Diógenes a un hombre honrado para gobernar a Acapulco.
¡Pillo Rosales!, propuso alguien durante una selectísima reunión consejeril, surgiendo de inmediato las agrias recriminaciones, incluida las del mandatario chilpancingueño. ¿Cómo alguien con fama semejante puede ser gente decente? Más tarde, sin embargo, revelada que fue la biografía de Elpidio Rosales, de Coyuca de Benítez, con el cariñoso diminutivo de Pillo, el mandatario decidirá su nombramiento.
Las conquistas laborales de Rosales frente a sus patrones, no solamente españoles sino descaradamente gachupines, crearán en el puerto a un personaje de leyenda. Además de favorecer con plazas laborales a sus paisanos coyuqueños, creará una comunidad en torno a la factoría, para evitarles largos y peligrosos desplazamientos. El hoy Barrio de la Fábrica, habitado actualmente por muchos descendientes de aquellos leales discípulos de Pillo.
Acompañan al alcalde Rosales el síndico, profesor Gerardo Bello Hernández; Pedro Torres, Andrés Pérez, José Fernández y Norberto Galeana. El licenciado Carlos Valverde es el secretario municipal.
La conducta vertical del líder será pronto identificada en el ámbito político con intransigencia, tozudez y hasta falta de espíritu revolucionario. Llegará el momento en que se le ubique en el casillero de “gente con la que no se pude tratar” y entonces estará sellado su destino. Pillo Rosales es convocado un día a Chilpancingo por el dirigente estatal de la CTM, Alfredo Córdova Lara. De aquí sale en automóvil pero no llegará a la capital. El accidente carretero en el que Rosales pierde la vida estará contaminado por la incredulidad y la sospecha. Sus discípulos, más que compañeros sindicalistas, hablan sobre el sacrificio aberrante de un hombre cuyo pecado había sido ser honrado sin medianías, derecho y tener muchos güevos. ¿Explicará ello porqué en adelante ya muchos líderes obreros abdicarán a tales atributos?
El síndico Gerardo Bello Hernández sustituirá la ausencia definitiva del alcalde Elpidio Rosales.

Portes Gil y el agua

El presidente de Manuel Ávila Camacho le encarga al ex presidente Emilio Portes Gil el aprovisionamiento de agua para Acapulco. Suficiente para 60 mil habitantes aunque la población fuera de sólo 4 mil. La Junta de Mejoras Materiales, encabezada por el político tamaulipeco la integran, además, Francisco González, secretario; Ernesto Amezcua, tesorero. Vocales, Víctor Fernández Manero, Antonio Díaz Lombardo, Ramón Beteta, Alberto Pullen y Efrén Villalvazo. Don Rosendo Pintos Lacunza representa al gobierno del estado.
La aportación inicial del gobierno federal fue de 500 mil pesos. Antes de formular la convocatoria para la obra, los técnicos al servicio de la Junta, ingenieros Fernando Tejedo y Dozal, proponen como la mejor fuente de abastecimiento el río Tixtlancingo o Hamaca. Aguas Blancas al desembocar en el rio Coyuca, a 50 kilómetros del puerto y a mil 200 metros de altura.
Lanzada la convocatoria, se presenta como única concursante la empresa Techo Eterno Eureka, firmando su representante, Manuel Suárez, el contrato por un millón 900 mil pesos. Se le acepta al empresario hispano que, por motivo de la guerra, no pueda traer de Estados Unidos la tubería de fierro convenida en el contrato. Usará entonces sus existencias de 3 mil metros de ese material sólo en las curvas y otras secciones donde fuera conveniente.
Cuando la obra lleva un adelanto de 80 por ciento, Suárez se presenta ante la Junta para sentenciar: “La carestía de los materiales sobrepasa mis capacidades económicas y vengo a decirles que si no hay más recursos, paro la obra hoy mismo. ¡Y háganle como quieran!”. “¡Bien, señor Suárez!”, le responde un imperturbable Portes Gil. “A partir de hoy usted nos debe pagar la cantidad de mil pesos diarios y hasta que se le ocurra continuar los trabajos. ¿Tan pronto se le olvidó, señor, haber firmado la cláusula penal del contrato que lo obliga a ello?”. ¡Gulp!
Súarez patalea y lanza “coños y redieces” pero aquí nadie lo escucha. Optará entonces por viajar a la capital para quejarse con el propio presidente Ávila Camacho. Este recomendará finalmente a Portes Gil apoyar al hispano siempre y cuando tuviera la razón. Y la tuvo, pero la historia es larga.

Enrique Lobato

No faltan vendedoras de chilate que presuman en el mercado “que hay noches que desde La Mira logran ver las chispas y humareda del volcán Paricutín”, en Michoacán que, en efecto, había hecho erupción el febrero de 1943. Las relleneras, por su parte, les matan el gallo contando que en San Jerónimo salía, también por las noches, una “cucha con zapatillas doradas”. Buscaba pareja para ir al baile de los Tres Cochinitos. Gente novelera, chismosa, cuentera, o definitivamente mitotera, según la sentencia popular A propósito, la XEW trasmite hasta cinco radionovelas al día.
Lo que no será mentira es la llegada de don Enrique Lobato a la alcaldía de Acapulco, ¡por tercera ocasión!, para inaugurar los periodos de gobierno de dos años. Lo acompaña el secretario municipal Ismael Valverde. Su comuna apenas sí tendrá tiempo de empedrar alguna calle, antes de ser sustituido por el gobernador del estado. Nombra presidente del Consejo Municipal al capitán Antioco Urióstegui Castrejón, originario de Apaxtla. “Buena gente, aunque verde”, se decía de él en su tierra, por haber estudiado en el Seminario Conciliar de Chilapa.

El gobernador Catalán Calvo

Para bajarle puntos al rechazo de su pupilo, el gobernado Catalán Calvo anuncia la construcción de un mercado para Acapulco. Viene al puerto y recorre la zona donde entonces aquí se comerciaba, la plazoleta Escudero, luego de la destrucción del mercado Zaragoza por el alcalde Agustín Flores. Visita con la buena nueva a cada uno de los comerciantes establecidos en esa área. Don Antonio Schekaibán y doña Nabija Hadaad, en su tienda de ropa La Divina, con su prole: Dolores, Antonio, Carlota, Roberto y Divina; don José Saad y sus Cedros de Líbano; al escritor libanés Aniceto Guraieb, en Posada y Escudero, y a Wadi Guraieb en Café Atoyac, en Eduardo Mendoza.
Saluda también a don Casimiro Álvarez en La Gran Barata; a don Ramón Córdova en su establecimiento de pieles de lagarto; a don Chucho Ruiz en La Sucursal; a don Pascual Aranaga en el Centro Mercantil; a don Félix Muñuzuri, en Las Tres B; a don Pepe Martino en La Suiza, tienda de “ultramarinos finos” (¡what!); a don Alberto Fares en El Faro; a don Arturo García Mier, en la imprenta La Asturiana; a don Moisés Cimes en la zapatería El Tigre; a don Jesús Duque en El Bazar de Acapulco; al joven Abraham Charfén en El Delfín; a don Manuel Muñúzuri en su ferretería Muñúzuri; a Pepe Polin en la gasolinera Modelo y, finalmente, a los choferes del sitio Escudero, de autos de alquiler.

El mercado El Parazal

El nuevo mercado tomará el nombre de El Parazal por haberse edificado sobre una superficie sembrada con zacate, para alimento de las recuas usadas por arrieros de todas partes para traer las subsistencias al puerto. Se hospedaban en el mesón de don Ignacio R. Fernández, sobe calle de 5 de Mayo.
Cuando ya esté terminado e inaugurado con gran pompa, al mercado no se le acercarán ni las moscas. Sencillamente porque para vendedores y comparadores resultaba muy lejano, además de muy peligroso. ¿Y qué carajos va a comprar la gente si nadie les vende nada? Fue un razonamiento que el alcalde Urióstegui atenderá para dejar sin efecto su orden terminante, la de llevar a unos y a otros, “a güevo,” si fuera es necesario.
Ignoraba el apaxtleño que aquella zona resultaba un remedo de la capitalina Candelaria de los Patos, con operación cotidiana y brutal de ladrones y cuchilleros. Uno de sus pasajes, por ejemplo, recibía el nombre de Callejón del Piquete. Y no era que hubiera muchos moscos o alacranes, sino porque quien se atreviera a cruzarlo salía, si lograba salir, robado y picoteado con verduguillo (Diccionario: “estoque corto y muy delgado que se usa para descabellar al toro”). Ya con vigilancia, las cosas cambiarán, el mercado de El Parazal dará servicio al puerto por más de 25 años.

El Río de la Plata

Río de la Plata era el nombre de una embarcación de 180 metros de eslora y capacidad de 400 pasajeros (250 en primera clase y 146 en tercera), que operaba cruceros entre Argentina y Los Ángeles, California, con escala en Acapulco. Un barco viejo, ciertamente, botado en Italia en 1923 con el nombre de Princippesa María.
Apenas la nave penetra a la bahía aquel 17 de agosto de 1944, el capitán anuncia a los pasajeros, argentinos en mayor número, que la nave será fumigada, por lo deberán desembarcar. Nadie debe quedar en la nave. Para romper cualquier oposición, les anuncia que la empresa compensará sus molestias asumiendo los gastos que hagan en el puerto. Todos bajan felices porque le darán a “la joda” en Acapulco.
Amanece el 18 y la gran mayoría de los habitantes del puerto (censo: 29 mil) fijan sus ojos en el Río de la Plata. Lo envuelve una gruesa nube de humo al tiempo que una columna negra se eleva a los cielos. Las campanas de la Soledad tocan a rebato, alertando a la población sobre el siniestro. Automáticamente, hombres, mujeres y niños bajan presurosos de los cerros portando toda clase de “cachapes” con agua, dispuestos a arrojarla sobre el fuego. Así lo han hecho históricamente, inútil en este caso.
La mayor intensidad del drama lo viven, sin duda, los pasajeros sin poder localizar al capitán o a algún miembro de la tripulación. Dominados por la angustia y la desesperación, buscarán ayuda entre los lancheros locales. Ofrecen recompensas monetarias por una canoa que los acerque a la nave y salvar ellos mismos sus pertenencias. Histéricos, los familiares de un general brasileño ofrecen 50 mil dólares a quien logre rescatar del camarote X, una caja metálica conteniendo las cenizas y condecoraciones del prócer. ¿Y si estalla? , justificación de un lanchero local que dará pábulo a la leyenda de un cargamento bélico en la panza del crucero. Declaradas en realidad 13 toneladas de cobre (?).
Llega al embajador de Argentina en México para auxiliar a los pasajeros. Les ofrece el viaje de regreso y asistencia para el cobro de seguros de viaje. Todos agradecen la presencia solidaria del personal de la secretaría mexicana de Relaciones Exteriores, encabezada por el paisano Ezequiel Padilla.
Marinos mexicanos pretenderán remolcar al Río de la Plata hasta la Base Naval, para allá poder apagarlo. Serán rechazados por los argentinos quienes, incluso, inmovilizarán la embarcación con doble anclaje. Se descubrirá así que el fuego de la embarcación había sido provocado por órdenes del capitán, quien a su vez las había recibido del gobierno de su país. “Todo antes de caer en manos de un destructor norteamericano que lo seguía y esperaba afuera de la bahía de Acapulco”, justificará aquél. Risible el argumento de que los gringos habían confundido al Río con una nave guerrera alemana. Imposible porque a lo largo de todo babor y todo estribor colgaban letreros con el nombre y nacionalidad de la embarcación turística.
El Río de la Plata arderá durante tres días y tres noches para luego ser engullido por el mar. Será depositado suavemente a 30 metros de profundidad, frente a Punta Guitarrón, donde sigue guardando el misterio de su destrucción.
Buzos de todo el mundo lo han desnudado a lo largo de más de 70 años, hasta convertirlo en un herrumbroso esqueleto, guarida de muchas especies de la fauna marina.