EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (XX)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Marzo 15, 2018

Venturas Vs. Braguetas

Es pródiga en Guerrero la presencia de grupos y personajes identificados con la violencia en sus más diversas modalidades. Acciones depredadoras y dramáticas incorporadas automáticamente a una épica regional, el corrido y la leyenda como sus expresiones favoritas. Tal será el caso de los Ventura y los Bragueta, de Copala, en la Costa Chica de la entidad. El primero un tronco familiar y el segundo el apodo del líder de los adversarios. Sus encuentros armados, en aras de rivalidades añosas, producían crueles “mortandades” aunque siempre indemnes sus “generales”. Y cómo no, si cada bando utilizaba a los medievales “soldados de fortuna” o simplemente mercenarios.
La presencia en el puerto de un hombre con el apellido Ventura, José Ventura Neri, ocupando la presidencia municipal, inquieta la investigación sobre su papel en tan negros antecedentes de su apelativo. “Ni por pienso”, dirá una voz tan autorizada como imparcial: el licenciado no había vuelto a Copala a partir de que se fue a estudiar a la ciudad de México”. Y ahí quedó todo.

Contreras Organista

El colega Héctor Contreras Organista, director de El Matutino de Guerrero, aproxima al siglo XXI la historia de aquellas vendettas. Entrevista a un octagenario ex alcalde de Copala, don Santa Cruz González Cortés.
–¿Qué peleaban, don Santa Cruz, los Ventura y los Bragueta?
–¡Puras pendejadas! Los Bragueta querían convertir a Copala en ejido; los Ventura se oponían. Por ahí se vino la cosa (y Copala fue ejido).
–¿Los “armeros”?
–Antelmo Ventura Silva era el jefe de la “brosa” de los Ventura y Sidronio Mayo, apodado El Bragueta, daba nombre a su pandilla. Este último fue famoso porque mataba así, nomás porque sí, a quien se le ocurriera y en cualquier momento o situación. Se paraba así frente al sujeto y ¡prau- prau! le disparaba a quemarropa. Antelmo, todo lo contrario. Nunca mató personalmente a nadie y era que tenía a un montón que lo hicieran por él.
–La batalla más larga y cruenta de los Ventura contra los Bragueta se dio en 1946, siendo Antelmo el presidente municipal de Copala. Los mercenarios de los Bragueta sitian el pueblo y avanzan con rumbo al Palacio Municipal para allí acabar con sus mortales enemigos. No obstante lo pequeño del pueblo, les tomará cinco días para acercarse a la “madriguera” de sus presas, contenidos calle a calle por los Ventura. Entonces la suerte brillara para los Ventura. Llegan en aquel momento, como en las películas, sus salvadores, soldados del Ejército Mexicano al mando del general Raúl Caballero Aburto, de Ometepec, gobernador de Guerrero 10 años más tarde. Los Bragueta huyen despavoridos.
Como costachiquense, Caballero Aburto sabía que si no amarraba la paz entre aquellas dos familias, apenas él se retirara volverían los asesinatos y los combates. Convendrá con ellos áreas determinadas para desarollar sus actividades: los Ventura se ubican en el cerro del Coacoyul para ocupar poco más tarde la Playa Ventura, como la bautizan. Los Bragueta ocuparán los bajiales para la siembra de plátano. Pero no todo quedará en un “vayan con Dios y pórtense bien”. Caballero les leerá la cartilla militar. Prohíbe la existencia de armas en sus comunidades. “Un miserable palillo de dientes lo consideraré como un verduguillo. Y una advertencia final: Al mínimo borlote vendré a fusilar a los responsables y ustedes ya me conocen, saben que no miento”.

Policía y Bomberos

Anuncia el alcalde José Ventura Neri que los cincuenta policías que dan seguridad al puerto serán dotados con un par de uniformes cada uno. El costo de cada equipo es de 144 pesos y cuya confección está a cargo de un taller local.
Comentó luego que nuestros policías dejarán de usar la camisa corriente que han vestido hasta la fecha, para prestar sus servicios uniformados con un chaquetín guerrillero.
Sobre el Cuerpo Municipal de Bomberos, el presidente municipal dijo que para equipar totalmente el carro bomba, adquirido recientemente en la Ciudad de México, ya se ha han pedido los accesorios necesarios a Estados Unidos, por no haberlos en el país. Comentó al respecto que ningún esfuerzo es suficiente para dar seguridad a la población.

Palpitaciones porteñas

Tal es el nombre de la revista quincenal ilustrada dirigida por el periodista capitalino Xavier Campos Ponce y de lectura obligada para los porteños. Su número 104, correspondiente al 16 de octubre de 1948, publica estos avisos:

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GUADALAJARA, RESTAURANTE CANTINA, “EL GÜERO PESCADOR”. Ceviche de toda clase de mariscos, servicio a la carta, botanas todos los días, rico mole poblano los jueves y domingos. Cervezas y refrescos bien refrigerados. Galeana 3. ANTONIO R. STEINER.

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Duelos acapulqueños

Son los duelos a muerte de tan antigua data que los primeros seguramente se dieron utilizando como armas fémures o quijadas de equinos. A partir de entonces el honor, el amor y lo bienes materiales serán defendidos por las armas de fuego como extensión del brazo derecho. El duelo en el far west estadunidense, por ejemplo, será una estampa de honor y valor que el cine hará clásica. Ahí están si no: Duelo al sol (Jennifer Jones, Gregory Peck; Duelo al atardecer (Kirk Douglas y Burt Lancaster); A la hora señalada (Gregory Peck y Katty Jurado, mexicana nominada al Oscar por coactuación), OK Corral, de Jonh Ford, uno de los duelos más célebres jamás filmado.
Aunque ya había entre los duelistas viejas rencillas, una mínima mentada de madre detonará en el Acapulco de los años 40, encuentros letales. Tomas Diego, patrón de lancha y Antonio García, lanchero, fueron los actores de un duelo que conmoverá al puerto. Con un ingrediente insólito: Ya pactado, el encuentro deberá aplazarse por la urgente necesidad de unos de los duelistas de abandonar el puerto. Pero para que nadie piense que huye, avisa:
–¡Ora que regrese nos matamos, Tomás! ¿Estás de acuerdo?
–¡Aquí te espero, García, nomás no tardes mucho!
A partir de aquel pacto siniestro, el pequeño universo de los lancheros del puerto se mantendrá expectante, acongojados los familiares y amigos de los duelistas. Grupos de hombres ajenos al caso rondarán por las tardes el muelle deseando ser testigos privilegiados de aquel inusitado suceso. No faltarán apuestas económicas favoreciendo estas al hermano de Pipo Diego.
A los siete días se escucha, al fin, el silbato de la embarcación en la que regresa Antonio García y todo mundo, con Diego a la cabeza, se encamina a la muelle de madera, frente a la plaza Álvarez, donde deberá atracar.
–¡Te estoy esperando, Antonio García!, grita Tomás Diego cuando aquel ha desembarcado. Lo hace parapetado en uno de los grandes bloques utilizado para la construcción del Malecón, en pleno proceso.
–¡Aquí estoy Tomás Diego!, le responde García, haciendo tres disparos con su cuarentaicinco, consiguiendo una caricaturesca debandada de curiosos. Algunos caen para hundirse en el lodo de las cepas, logrando otras salir de aquel escenario hasta alcanzar al Zócalo.
Tomás responde en igual medida y sus balas se escuchan rebotar en los bloques de hormigón. Avanza protegido por aquellas impenetrables corazas. La suya es también cuarentaicinco.
Para algunos curiosos, inmóviles, enterrados prácticamente en el lodo, los duelistas han consumido en aquella danza macabra la dotación de un cargador y medio, cada uno. Ello, en razón de que sólo se avistan momentáneamente, saliendo de alguna cepa o rodeando algún bloque de concreto. El sol a plomo ha sido determinante en la prolongación de aquella cacería humana.
Pronto el escenario se trasladará casi frente al palacio federal. Allí uno de los duelistas logra tener a tiro a su enemigo, sobre el que descerraja el cargador completo de su pistola hasta verlo caer en una hondonada. Los muchos curiosos abandonan sus cubiles para dar cuenta del resultado.
–¡Tomás, ileso; García con un tiro entre ceja y ceja!, pregonarán por todo el puerto.
La gente de Tomás festeja, la de García llora. La autoridad no sabrá qué hacer.

Don Tomás

Tomás Diego envejecerá dedicado a la taxidermia de trofeos de la pesca marina, siempre custodiado por una aureola de respeto y valor. Será regidor en el Consejo municipal encabezado por don Canuto Nogueda Radilla y morirá asesinado a traición.

Mocho Vs. Mezcalito

El restaurante La Mojarrita, de Roberto Bermúdez, en Costera y Azueta, era sitio favorito de muchos hombres de mar. Una mesa siempre alegre y generosa era presidida por Alfonso Mocho Sutter Galena, acapulqueño de buena cepa, patrón de lancha. El apodo le venía por haber perdido dos dedos bracereando en Estados Unidos.
La contra. Manuel Ramírez, lanchero apodado El Mezcalito, cuyo paso obligado por La Mojarrita, camino a su casa en el barrio de La Poza, provocará el estallido de la tragedia.
–¡Ustedes serán muy ricos y muy patrones pero de mí no se burlan, ojetes sanababiches! (insulto gringo acapulqueñizado), responde iracundo a reales o imaginarias cuchufletas surgidas de aquella mesa. Y amenaza: ¡uno a uno se los va a cargar la chingada, nomás déjenme ir por mi pistola!
La carcajada del grupo apabulla al lanchero al que, ahora sí, no bajan de pinche loco, mariguano y hasta “paseado en burrro”. ¿Pistola?, pregunta burlón uno de aquellos, ¡solo que sea de “santaperica”!, y la carcajada se escucha hasta la Base Naval.
–¿Qué no tengo pistola?, ¡orita van a ver, cabrones!
La tertulia continúa tan ruidosa como siempre, ahora en torno a las borracheras de Ramírez y lo certero de su apodo El Mezcalito. Cuando se concluye que el mezcal enloquece, aquellos hombres escuchan la voz tipluda del objeto de sus burlas:
–¡Ya llegue, putos! –avisa El Mezcalito al tiempo de hacer uso de su arma, parapetado tras la sinfonola del lugar.
Lesionado, el Mocho Sutter, repele la agresión hasta abatir al Mezcalito abrazado al aparato sonoro. Él morirá al llegar al hospital del Sagrado Corazón de Jesús, junto al hotel Las Hamacas.
–¡Yo por una pendejada como esa del honor nunca me mataría; por una vieja buena, sí!, será uno de los muchos comentarios escuchados en las mesas de La Mojarrita, al día siguiente del drama.