EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (XXIII)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 05, 2018

Del Valle, alcalde

El licenciado Antonio del Valle Garzón, designado apenas un año atrás notario público número 1 de Acapulco, asume la presidencia municipal el 1 de enero de 1949. Postulado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), había ganado las elecciones celebradas apenas el 5 de diciembre del año anterior, para un periodo constitucional de dos años.
Integran el Cabildo de Acapulco, además, don Ismael Valverde, a cargo de la sindicatura y con funciones de ediles don Delfino Moreno, representando a los campesinos; Lucas Ventura León, por el sector obrero, José Flores Díaz y Andrés Vázquez por la CNOP; Jesús González Adame, por los comerciantes y Julio Fernández, por los empresarios. Don Crispín Pin Escobar, secretario municipal.
Acapulco está convertido en un espectacular frente de trabajo encaminado a darle un nuevo perfil urbano, acorde con la modernidad y sus inmensas posibilidades relacionadas con el fenómeno contemporáneo llamado turismo. Por ello, una de las primeras acciones gubernamentales será la de alargar la ciudad hasta alcanzar las dimensiones de su bahía. Descubrir a todo el mundo bellezas escondidas del Paraíso de América, como bien lo llama el político y hombre de letras Alejandro Gómez Maganda. Frustrado alcalde y gobernador de Guerrero a la vuelta de la esquina.
Y entre aquellas acciones prioritarias estará la construcción de un paseo costero para unir la playa de Caleta con Icacos. Proyecto emprendido a partir del primer “gran agandalle de Acapulco”, cuando el presidente de la República, Pascual Ortiz Rubio, llamado El Nopalito (por arrastrado y baboso) se reparte con su pandilla un buen cacho de la Bahía. Y, por supuesto, quienes parten y recomparten se quedan con la mayor parte.
El general Juan Andrew Almazán, secretario de Comunicaciones y Obras Púbicas, se apropia de 20 hectáreas frente a la bahía (hotel con los nombres sucesivos de Hornos, Anáhuac y Papagayo) y el gobernador Adrián Castrejón con una suculenta tajada frente al mar, además casi toda el área de La Garita de Juárez. Los corifeos del poder mexicano, desde entonces sin límites, no se quedaron fuera del reparto, tanto que alguno de ellos será acusado de haberse “pasado de la raya”. Caso este último del empresario radiofónico Emilio Azcárraga Vidaurreta.

La Costera

Refiere el arquitecto Justino Fernández (Aportación a la monografía de Acapulco, México, 1932) que una vez expropiados los terrenos de Hornos, por decreto del Congreso local, “se procedió a la apertura de una calzada costera de 40 metros de ancho. Misma que, ligada a la población, recorría la orilla del mar antes intransitable y sobre la cual se trabajó arduamente durante los primeros meses de 1931. Conocida ya como Costera se le añadió el nombre de su constructor, Gral. Juan Andrew Almazán. No obstante que el proyecto abarcaba hasta el Farallón del Obispo, sólo se abrió al tráfico el tramo comprendido entre el farallón de San Lorenzo (peñascales frente al hotel) y el puente Morelos.
La obra, proyectada por la Comisión del Programa de la SCOP y ejecutada por la Comisión Nacional de Caminos, dejará de ser paseo a la altura de Icacos para convertirse en carretera tocando Punta Bruja, Punta Guitarrón y el puerto del Marqués”

El puente Morelos

El puente Morelos, originalmente San Rafael, salvaba un arroyo corriendo hacia el mar en el punto en que hoy convergen las llamadas Siete Esquinas (5 de Mayo). Hermosa forja de metal sobre la que, cuenta la historia, el jefe Morelos tendió su voluminosa humanidad. Unico medio a su alcance para contener la loca y suicida desbandada de sus tropas negras, repelidas por los defensores del Fuerte. Aquella obra artística, acusaba la población, habría sido vendida por Perrusquía para algún jardín de casa rica.

Escudero

La ampliación de la calle Escudero –anota en su texto Justino Fernández– se logró gracias a la colaboración de los hermanos Fernández y de la compañía petrolera El Águila. Aquellos y esta cedieron partes de sus propiedades para tal ampliación de 17 metros, así como la prolongación de la arteria hacia el sur. Subraya: No aceptaron ninguna compensación por parte del gobierno (la estación de gasolina se ubicó en lo que es hoy la tienda Woolworth).

La zona residencial del puerto

La zona residencial de Acapulco y su gran casino de juego son también localizados por el arquitecto Fernández en el texto aludido:
“De acuerdo con los proyectos de la Comisión de Programa de la SCOP (principios de 1931), se pretendía desarrollar la zona residencial del puerto entre el cerro del Herrador o de La Calera, y el Farallón del Obispo. Se comunicaría con el camino a la Ciudad de México por medio de una avenida que, partiendo del Herrador, remataría en las rocas de San Lorenzo (playa Hornos). Esta avenida se logrará trazar lo mismo que el tendido de las terracerías.

El Casino de Acapulco

El propio arquitecto Fernández habla de lo que sería el cerro del Herrador (hoy, Palacio Municipal del parque Papagayo) sufriría una transformación radical. En su falda se localizaría el Gran Hotel (Papagayo, el último de tres nombres, sugerido este por el señor Azcárraga) del que se desprendería una rampa monumental que daría acceso al Gran Casino de Acapulco, el cual se construiría sobre una plataforma hecha en la cúspide (ibid).

El nombre de la nueva Costera

El trazo de la nueva Costera se unirá en 1949 con el Malecón mediante cortes de roca en la fortaleza de San Diego, con lo cual el nuevo camino podrá bordear el inmueble colonial alejándola hasta casi cien metros de la bahía. (La película Hombres de mar, de 1936, con Sara García y Víctor Manuel Mendoza, dirigida por Guillermo Calles, contiene escenas de un desembarco directo de canoas sobre la ladera sur de la fortaleza).
Suertudo se llamará a sí mismo el alcalde Del Valle Garzón cuando recién llegado a la alcaldía reciba información sobre la nueva Costera y sobre la posibilidad de que venga el presidente Alemán a ponerla en servicio. No osará, “ni por pienso”, opinar sobre el nombre que llevará la calzada, pues bien conoce el carácter agrio de Perrusquía. Se enterará también de que Alemán ha ordenado imponer a la arteria del nombre de don Nicolás Bravo, el chilpancingueño llamado El Héroe del Perdón. Pero hasta allí.
A la chita callando, Ventura Neri formula un plan para intervenir en tal denominación pues, como todos, ansía su “pellizquito” de historia. Así, convoca a un grupo de notables del puerto para que sugieran, según sus saberes y entenderes, el nombre más apropiado para aquella hermosa calzada. Son ellos don Rosendo Pintos, don Alfonso Uruñuela, don Efrén Villalvazo, don Fidel Salinas y don Simón Funes, quienes, honrados por la histórica encomienda, se ponen a trabajar de día y de noche. Quieren ser leales con el pensamiento de los porteños, que es el de ellos mismos, para que más tarde no les reprochen haberse comportado “como pinches agachones”.
Terminado el trabajo, los cinco de la encomienda lo presentan ante el alcalde, preocupados porque apenas quede tiempo para la confección de las placas de bronce. El pliego ante Ventura propone que la Costera, como ya se le conoce, se divida en tres tramos con nombre diferentes cada uno. Paseo del Morro, de la Base al hotel Las Hamacas; Avenida de la Nao, de este último hotel a Tlacopanocha y de aquí a Caleta, simplemente Avenida Caleta. “Perfecto, magnífico, mejor no pudo haber quedado”, adula el funcionario, ofreciendo llevar la propuesta a don Melchor en aquel mismo momento.

El pueblo manda

Faltando pocos días para la visita presidencial, el titular de la JFMM convoca a los medios para anunciar que el mandatario pondrá en servicio la Costera y el nuevo Aeropuerto de Pie de la Cuesta, obras que preludian el despegue de Acapulco como primer centro turístico del país. A Melchor Perrusquía se le quiebra la voz cuando habla de la humildad y nobleza del hombre que gobierna México. Un hombre, enfatiza, que ha rechazado que la vía lleve su nombre ordenando que sea el del heroico general don Nicolás Bravo, “aquel que perdonó la vida a los asesinos de su padre” (caras de azoro ante la profunda disertación del funcionario).
–¡Un momento, señor Perrusquía! –interrumpe al historiador un hombre del rumbo que se presenta como representante de dueños de casas de huéspedes, mesones, fondas, neveros, pabelloneros, lancheros, charamusqueros y en general de los servidores turísticos. Lo interrumpo, señor, porque nuestras organizaciones se oponen a ese nombramiento porque sabemos que Nicolás Bravo fue uno de los que le pagó a Picaluga para llevar al cadalso a mi general Guerrero. Fue aquí enfrente –enfatiza el orador– señalando hacia la bahía, donde se consumó tal traición al bordo del yate Colombo.
Y termina con un “que no se honre a los traidores”.
–¡Coño, que no estamos en una clase de historia! –interviene Perrusquía fingiendo enfado. ¡Al grano, amigo, al grano!
–¡Sí señor, tiene razón, al grano. A lo que venimos, pues! Traemos la representación de más de 20 mil acapulqueños todo militantes de nuestro partido, el Revolucionario Institucional (censo de 1950: 28 mil 5012, habitantes) para exigir que la nueva costera lleve el nombre de nuestro señor presidente Miguel Alemán Valdés. No voy a argumentar los valimientos de este hombre que, aunque veracruzano, ha demostrado querer a Acapulco tanto o más que nosotros. Y no digo más…
–¡Eso, que no se diga más! –grita Perrusquía. El pueblo de Acapulco ha dicho su última palabra: la costera de Acapulco se llamará, aún en contra de la propia voluntad presidencial, Lic. Miguel Alemán Valdés. ¡El pueblo lo ha mandado!
La propuesta de los cinco notables nunca fue dada a conocer. Ellos, sobra decirlo, no figuraron entre los invitados a tales actos.

Las inauguraciones

Acostumbrado a los carnavales veracruzanos, el presidente Alemán visita el puerto al iniciarse tales festejos, el lunes 28 de febrero de 1949, encontrándose en la plaza Álvarez rodeado por auténticamente todo Acapulco. Sube a un balcón del hotel La Marina (hoy Bancomer) para agradecer a los acapulqueños haberlo hecho uno de ellos, “acapulqueño distinguido”, según rezaba la cartulina en sus manos, ofreciendo honrar esa confianza. Enseguida, acciona un switch que enciende la iluminación de la Costera (de Caleta al Morro). Un ¡ aaaahhhh! de sorpresa y júbilo resonará en aquel embudo pétreo haciendo auténticamente temblar la tierra.
Acto seguido, el presidente Alemán sube juvenilmente el trono de la Reina de Carnaval de Acapulco 1949, Esther Galeana, para ceñir sus sienes con la coronas de las fiestas. Besan caballerosamente su mano. Al día siguiente la soberana y el mandatario encabezarán sobre la Costera Alemán el desfile de carros alegóricos y comparsas. Viajan a bordo de un Cadillac descapotable.

Excélsior

El reportero Armando Rivas Torres, enviado especial del diario Excélsior, en nota publicada en primera plana dará cuenta al día siguiente de las actividades presidenciales. Las obras puestas en servicio como la costera Miguel Alemán y el campo aéreo de Pie de la Cuesta. Este, anota, llegará con futuras ampliaciones a 60 movimientos diarios. La inversión en ambas obras se elevaba a los 32 millones de pesos, observando el reportero que “en cinco años Acapulco se convertiría en el centro turístico más importante de América”.