EL-SUR

Sábado 20 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (XXV)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 19, 2018

Expropian la residencia de Max

Apenas asume en 1942 la presidencia de la República, el veracruzano Miguel Alemán Valdés ordena recuperar para la Nación la residencia construida sobre el islote de Caleta. La había levantado, pisoteando todos los ordenamientos jurídicos y morales, el general Maximino Ávila Camacho. Se aprovechaba del dominio ejercido sobre su hermano Manuel, presidente de la República, de quien solía referirse en público como El Papadas o El Mantecas, por lo gordo.
La expropiación del inmueble se ejecuta directamente contra la señora Bárbara Margarita Richardi Romagnoli, la última viuda legal del “hombre que hizo de la lascivia un estilo de vida”. Un decreto necesariamente consignado en el Diario Oficial de la Federación, pero no comentado en ningún informe presidencial. Elemental discreción, se decía, para no evidenciar las flaquezas de la gran “familia revolucionaria”. Maximino habría tenido 15 hijos con ocho señoras, casado sólo con dos de ellas.
La lujosa residencia acapulqueña había sido construida por el arquitecto Joaquín Medina Romo, conocido en el puerto por ser autor de varios inmuebles. Los edificios Pintos, en la plaza Álvarez, Aguilar, en Jesús Carranza; Soberanis y Gómez Quevedo, en la calle Morelos. También la residencia tipo fuerte del entonces secretario de la Defensa Nacional, general Gilberto R. Limón, rumbo a Pie de la Cuesta.

Cómo fue

Medida Romo construía entonces aquí una “chocita”, como la llamaba su propietario Gabriel Ramos Millán, a la sazón presidente de la Comisión Nacional del Maíz. Se trataba en realidad de un hotel con 15 bungalows, con alberquita cada uno, frente a la playa de la Langosta. Un día cualquiera, según narración del propio Romo al acapulqueño Ramón Fares del Río, alumno suyo en la UNAM, Maximino se presenta a esta obra, baja de un Cadillac descapotable y grita, haciendo bocina con las manos:
–¡Quiero hablar con quien esté cargo de esta chingadera!
Medina, según su propia versión, no tuvo reparos en atender el llamado porque, a fuerza de conocer por la prensa sus escándalos, conocía al recién llegado como secretario de Comunicaciones Obras Púbicas, Así, sin saludo ni presentación, aquél le ordena subir al segundo auto de la caravana, el de los guaruras, emprendiendo la marcha hacia Caleta. Una vez en la playa, frente al islote, Maximino le ordena:
–¡Quiero encima de este morro una casa muy chingona, muy mexicana y bien aireada, cuésteme lo que me cueste! Mi mujer estará a cargo de la obra; ella le dará detalles de cómo quiere su casa, además de surtirlo de billetes. Le ruego, arquitecto, tenerle paciencia porque es más cabrona que bonita y nada pendeja. ¡Ah!, oiga, no faltarán inspectores que vengan a exigir permisos y mordidas, le ordeno que los mande a chingar a guangas y morenas madres. De mi parte, por supuesto.
El arquitecto Medina Romo llama entonces a su colega Pepe Pedroza Aguayo para calcular el acceso al islote, un puente de unos 10 metros que marcará, a partir de entonces y para siempre, la división de una playa en dos: Caleta y Caletilla.

La residencia, zoológico

La residencia expropiada a la viuda Richardi, veracruzana, pertenecerá abandonada por mucho tiempo y en natural proceso de deterioro. Conociendo muy bien esa historia, el neoyorquino Arthur Morris Silverman Raatner presenta un proyecto salvador. Lo hace ante el presidente de la JFMM, Santiago Mc Gregor, a quien ofrece clases de inglés junto con su personal. La idea del biólogo marino de la Universidad de Berkeley, radicado en Acapulco, es la de un instalar en aquel inmueble un zoológico con especies de la fauna local.
Morris Silverman construye las jaulas y estanques para los mamíferos, aves y peces que él mismo consigue. Tejones, monos araña, mapaches, tigrillos, ocelotes, ardillas, loros, urracas, gaviotas, pelicanos, flamencos y cormoranes. Las peceras contendrán diversas especies multicolores, moluscos, corales y crustáceos. El éxito será total no sólo en temporadas turísticas. La chamacada porteña, sin conocer gran parte de ella un zoológico formal, hará suya aquella modesta exhibición silvestre. La añadirá inmediatamente a la razón de sus visitas dominicales a chapotear a Caleta, a zamparse un ceviche con hartas galletas saladas y saborear la clásica nieve de limón.
Para el El Gringo, como se conocía a Silverman, todo era felicidad hasta que, una fecha malhadada de 1954, un moño araña muerde la mano de un niño y el escándalo rebasa las fronteras porteñas. Tanto que la JFFM se verá obligada a pedirle el desalojo del islote. El atribulado Morris temerá la pérdida inminente de su rico zoológico. Pronto, sin embargo, vendrá en su auxilio la generosidad de su amigo Raúl Walton, quien le proporciona junto a la Casa Walton, el espacio necesario para su instalación temporal.
Silverman será famoso por haber en construido en Zihuatanejo la primera lancha con fondo de cristal. La Exploradora, para 16 pasajeros, luego operada en este puerto, sustituida por la motorizada Mary Lou.

Jardín de niños

La exigencia de educación para sus infantes por parte de los padres de familia de Caleta y en general del fraccionamiento Las Playas, obligan al gobierno del estado a habilitar la residencia del islote como jardín de niños. El propio gobernador, ingeniero Darío Arrieta Mateos, lo inaugura con el nombre de Rosaura Zapata, el 4 de enero de 1954. Año en el que la maestra bajacaliforniana recibe la medalla Belisario Domínguez por ser precursora de la educación preescolar y 50 años a su servicio.
El gobierno de Ruiz Massieu conseguirá que el inmueble de Caleta pase a dominio de la entidad, creándose entonces el museo Mágico Mundo Marino. Un centro de diversión infantil como los mejores del mundo, abierto el 5 de abril de 1990.

Los carnavales

Cuando el presidente Miguel Alemán corona aquí a Esther Galeana Radilla como Reina del Carnaval 1949, las carnestolendas de Acapulco cumplían ya una década con saldos blancos. Medidos y aceptados por las familias tradicionales del puerto, siempre en función de la sobriedad y la moralidad. Años en que las muchachas participantes en esa clase de festejos populares pertenecían a la gran high society o crema y nata, más propiamente dicho, de la sociedad porteña. Estarán entre ellass, todas hermosas soberanas, Rufina Sierra (1944), Clarita Villicaña (1946) y Ofelia Bermúdez (1948). Esta última llamada en algunas crónicas sociales como la Verónica Lake acapulqueña.
(¿Verónica Lake? Actriz jolibudense (1922-1973) dueña de una larga y sedosa melena color platino. Se desprendía de ella un mechón que le cubría el ojo derecho, dándole un arrebatador aire misterioso y sensual. Un detalle icónico, nada causal que le imitarán mujeres de todo el mundo. Fue compañera frecuente del actor Alan Ladd, más que nada porque se acoplaban por las estaturas: Ella, 1.50 metrsos; él, 1.65 metros. Películas: La dalia azul, Furia en el trópico y Furia roja 9).
Clarita Villicaña, por ejemplo, había ganado la corona de las fiestas de carnestolendas en reñida competencia con dos damas igualmente agraciadas María Esther Tellín Argudín y Socorrito Valverde. SGM Clarita I será coronada por el gobernador Baltazar R. Leyva Mancilla, no en la plaza Álvarez, como luego se hará costumbre, sino en la explanada de la fortaleza de San Diego.

El Centenario de Guerrero

Metidos a recordar monarquías femeninas como efímeras, ubiquémonos en el año de 1949, el mes de septiembre y el día 27, cuando se cumple el primer Centenario de la creación del estado de Guerrero. Una ocasión para grandes festejos y concursos convocados por el gobierno del propio gobernante. El más participado, sin duda, la elección de la Reina estatal de tales festejos. Participan reinas locales representando a los 72 municipios de la entidad.
Acapulco elige como soberana de sus fiestas del Centenario a la señorita Esther Villalvazo, como princesa a la señorita Cira Castro Astorga y como duquesa a Adelita Trani Zapata. El trono para las hermosas soberanas se levanta frente al Malecón y a las 10 de la noche del 27 de octubre son coronadas por el alcalde Antonio del Valle Garzón.
La princesa Cira Castro representará automáticamente al municipio de Acapulco en el certamen estatal conservando su principado pero ahora de las fiestas de todo Guerrero. Su coronación será en Chilpancingo, junto con la soberana estatal Florita Montaño, de la capital, y de la duquesa Alma Castañeda, de Taxco.
Otros municipios representados en ese certamen serán Tixtla, por la señorita Edelmira Hernández Alcaraz; Atoyac de Álvarez por Yolanda Ludwig y Adalilia López Espino, por La Unión.
El baile del Centenario, según la crónica puntual del maese Félix J. Romero, se escenificó en el patio central del Palacio de Gobierno, amenizado por la orquesta de Rafael de Paz. Los anfitriones: el gobernador Baltazar R. Leyva Mancilla y esposa Fermina Ventura de Leyva.

Chile frito encabronado

Aquí en Acapulco, los fondos públicos para las fiestas de los cien años de Guerrero se agotan pronto. No pocos acreedores se quedarán chiflando en la loma aunque tendrán el consuelo de ponerle precio a las mentadas de madre. Uno de aquellos será don Víctor Rodríguez, batuta de la banda del chile frito de Santa Cruz quien, cansado de las falsas promesas de pago, baja un día las escalinatas del Palacio Municipal echando fuego:
–¡Rateros cabrones e hijos de la chingada: han de querer que venga a tocarles el próximo centenario!

Acapulqueños expulsados

Es lunes 21 de noviembre de 1949 y en Acapulco un contingente de varios cientos de precaristas marchan por las calles del puerto. Proceden del cine Río y se dirigen hacia la plaza Álvarez. Protestan contra de la Junta Federal de Mejoras Materiales, particularmente contra su presidente, Melchor Perrusquía, al que acusan de pretender expulsar a los acapulqueños al negarles un espacio mínimo para vivir. En cambio, acusan, convierte las áreas privilegiadas de la bahía en fraccionamientos residenciales y citan entre ellas la península de Las Playas.
No exageramos, dice Taurino Gómez, de la comisión organizadora, cuando decimos que, de seguir así las cosas, en un año más ya no tendremos playas, todas estarán lotificadas. Y pregunta: ¿No le bastan a Melchor Perrusquía los 11 ejidos expropiados? Y es seguro que no, se responde a sí mismo, pues está convencido de que, en tres años más, que son los que le faltan al gobierno alemanista, en Acapulco ya no habrá más pobres. Muertos o desterrados.
Y a lo mejor tiene razón don Melchor, acota el propio Taurino. Aquí se nos hace cada día más difícil la existencia a causa de tantos tributos a los que nos obliga la Ley de Cooperación. El pago del aire, que no agua, circulando por las tuberías y, en fin, a vivir en medio de la inmundicia por falta absoluta o fallas del drenaje. “Lo que para los alemanistas es el “Paraíso de América”, es para nosotros un auténtico infierno con Perrusquía como Diablo Mayor, sentenció Taurino.

El volante

“Acapulqueño: la sangre de Cuauhtémoc que corre por nuestras venas debe animarnos a demostrar nuestro descontento y pedirle al presidente de la República, Miguel Alemán, que oiga y atienda nuestras justas quejas”.