EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (XXX)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Mayo 24, 2018

Bandera para la secundaria

El alcalde Donato Miranda Fonseca (1954-1955) estrecha la mano de quien esto escribe para luego entregarle una nuevo estandarte tricolor para la Escuela Secundaria Federal 22. Lo flanquean las alumnas Evelia Alcaraz y Marta Rodríguez Rábago, acompañados los tres por el profesor Eduardo Vega Jiménez, director de la institución.
El señor presidente, circunspecto y solemne, nos exhorta a preservarlo y defenderlo si tal fuera el caso a costa de nuestras propias vidas. Todo bien, dirá más tarde Martha, pero mejor nos hubiera recomendado lavarla con Vel Rosita y asentarla con plancha tibia. Evelia no se queda atrás y da su punto de vista: que las banderas deberían confeccionarse con telas de colores firmes, pues asoleadas se confunden con las del enemigo.
Ya en la escuela –estudiábamos arrimados en el edificio de la primaria Morelos, en El Parazal, porque la secundaria original había colapsado frente a un terremoto reciente. En clases, decíamos, no faltaron envidiosillos rechazando que hubiéramos recibido el estandarte por aplicados, lo cual era cierto, por lo menos en el caso de este escribano. Fueron a recibirlo, acusaron, porque así lo ordenó por razones de seguridad el capitán Ramos, custodio del alcalde perteneciente el EMP, ésta si una vil mentira. Fue asidero malicioso para tal infundio el hecho que la hija del militar –Catalina Ramos, bella, espigada–, estaba ennovillada con su vecino reciente, o sea, el autor de esta Contraportada. Cuatro casas arriba de la Dulcinea, en la calle Lerdo de Tejada, casi frente de la sede de la Sección 20.

¿No que no?

Una calle tardía, ciertamente, para el veracruzano que sustituyó Juárez en la presidencia, primero interinamente y luego constitucionalmente. La segunda reelección del hombre que le había dado rango constitucional a las Leyes de Reforma, resultó a todas luces fraudulenta, provocando un golpe de Estado encabezado por el general Porfirio Díaz. Lerdo huye hacia Acapulco, donde es protegido por los Álvarez, hasta que logra embarcarse en Puerto Marqués con destino a Estados Unidos.
En un vehemente discurso pronunciado desde la cubierta de la nave, don Sebastián pone al golpista como “lodo con zacate”, según comentario de uno de los pangueros que lo escuchaban. Y cierra su catilinaria jurando “nunca más volver a México mientras la Patria adolorida esté secuestrada por el sátrapa Díaz”.
Cuando han pasado 10 años, Lerdo muere en Nueva York y el presidente Díaz ordena una impresionante liturgia heroica para el desterrado y él mismo encabeza, contrito, la ceremonia ante su mármol en la Rotonda de los Hombres Ilustres. El propio dictador ordena que se siembre la República con bustos y calles en honor de don Sebastián. En Acapulco alcanzará todavía en los últimos linderos del primer cuadro.
Aquél día, don Porfirio Díaz, que era una auténtica chucha cuerera, enjuga una falsa lágrima mientras musita una sentida oración, esto según la vocería presidencial. Se conocerá más tarde que no hubo tal oración sino un reproche burlón:
–¿No que no venías, cabroncito?

Chita Jiménez-Los Rivera

Junto al domicilio de los Rebolledo Ayerdi, calle arriba, vivía la muy querida maestra tixtleca Felícitas V. Jiménez. Familia numerosísima a pesar de no haber conocido ella la maternidad. Entre hermanos y sobrinos y lo que le sigue: Luz Amelia, Gregoria y Lorenzo Jiménez; Gloria y Aurora Jiménez, Carlos y Lorenzo Jiménez, Carlos y Jorge Leal Jiménez (hijos del periodista Nacho Leal) y Rosa Martha.
Hacia arriba estaba el barrio de La Poza, bautizado así por el estanque perforado por don Domingo Balboa para abastecer de agua al vecindario. “Acacito”, los dominios de El Chino Rivera, fraccionador del cerro de La Mira. La señora y cinco vástagos y entre ellos Genara y Mercedes La China, mi madrina al terminar la primaria. Nieto de don Domingo, Martín se quedará para vestir santos y no sólo por lo solterón. Lo hará con los de la parroquia de La Soledad, logrando respeto, sobriedad y hasta se diría, elegancia. Los envidiosos lo llamaron La Dama Católica por esos mismos lares don Alfonso Gómez Maganda y su prole y también Jaime Irra, cuyo balcón daba precisamente a plancha y famoso Toro Gutiérrez.
De regreso, la Sección 20 de trabajadores de hoteles, liderada por Gilberto Sánchez. Su hermano Pedro me invitaba al Baby’O, donde era cantinero, aficionándome al vodka Wiborova. A una lado, subiendo una callejuela, estaba Chole, la costurera, aguja mágica que convertía a humildes cenicientas en bellas princesas.
Enseguida, otra vez sobre la calle Lerdo, una casa con corredor muy alto. Era de los Liquidano, descendientes de don Laureano Liquidano, llegado de Filipinas a bordo de la Nao de Manila. Chagua Liquidano, una heroína de la educación quien, con un sencillo Silabario de San Miguel, enseñó a leer a medio Acapulco. Continuó su obra Sarita Liquidano, ella con su escuelita de párvulos en casa, mientras que Herlindo Liquidano obtendrá triunfos nacionales con el equipo de basquetbol femenil Acapulco, dirigido por él. Y una Liquidanada que aquí no cabría.

Flores-Salgado

Enseguida el hogar de don José Flores Orozco y la señora Pacheco, él de gran prestigio como abogado. Sus hijos Alfonso, Nelson y Aquiles. Poncho, recuerdo, fue el primer amigo de cuarto año de la IMA que acudió a abrazarme la noche en que murió mi padre, el doctor Federico Rebolledo Romero, asesinado por la espalda, como millones en Guerrero. Ayer, hoy y ¿siempre? Seguía la casa de los Salgado Román –don Fernando y doña Chelo– atendiendo un negocio de maderas. Ella, una socialité acapulqueña entregada por entero al servicio de los demás. Sus hijos Napo, Quica, Carmen y Lety, amiga entrañable ésta última, además de compañera de aventuras políticas. Su esposo Ivo Massini y su hijo Luciano. Aquí mismo, el maestro Alfredo Beltrán Cruz rentaba un cuarto, pues sólo venía a cubrir un interinato en la secundaria 22. Hoy mismo, como Johnny Walker, tan campante.
Vecinos en esa misma acera la familia Balboa, don Guillermo y doña Luchy. Él, sastre siempre vestido de blanco y tocado con bombín. Como servidor público, fue al único a quien se le escuchaba, sin sonrisas maliciosas, aquello diazmironiano de “hay aves que cruzan el pantano y se manchan”, Sus hijos, Guillermo, cajero de la JFMM, Goyo Balboa, actor del Teatro de las Máscaras del maestro Roberto Ceballlos y Cora, uno más fue dueño de Foto Moderna, cuyo estudio operó en Independencia 5, la casa de madera de los Rebolledo Ayerdi. Y, finalmente, la hermosa nieta Marta Balboa.
En la misma línea izquierda, rumbo a Independencia, vivió la familia Arizmendi: Pantaleón, David y la licenciada Áurea, dedicada a la función pública. Pasos adelante, casi en el mismo corredor, doña Angelita Gómez, mamá de Violeta Avayou, tía de Loya y Virgilio Gómez Moharro. Este, de vacaciones, tocaba el piano en la XEKJ. Escalinatas arriba, Lupe, la enfermera, casa prohibida para la chiquillería por aquello de las “indicciones”. Cruzando el callejón Madero la residencia e imprenta de don José O. Muñúzuri, síndico, como ya se sabe, del Cabildo encabezado por el alcalde Miranda Fonseca. Sus hijos Margarita y Lalo.

García Guillén- Robles Pérez

Media vuelta, ahora hacia La Quebrada, tomando la bajada hacia la parroquia. La familia García Guillén, encabezada por doña Chucha Guillén y sus hijos Ramona, Efrén, Jaime y Ramiro. Leonel con Cossete Bustamante y su prole: Andy, Pepe, Mauricio y Francisco Xavier. Allí mismo, los Pérez García: Lourdes, Andrés, Raúl y Lupita, creadores con sus padres, Pompeya García y Manuel Pérez Rodríguez, del diario Trópico, sin competencia por varias décadas. También allí, el licenciado Rodolfo Pérez, siempre elegante con la leontina de su reloj volándole al frente. Abuelo con doña Esther de los Pérez García y de los Robles Pérez: Chabela, Pilly, Rodolfo y Chico, hijos de doña Celia y don Federico.
Bajando hacia Madero, la casa en alto de los Lobato-Pano, Lucio y Gloria y sus hijos Alma y Norma. Frente a ellos Los Pintos –Toño y Laura–, con sus hijos Laurita y su hermano. A la izquierda y antes de empezar a subir la escalinata que comunica Madero con Lerdo de Tejada, el portón de los Ramírez Altamirano: Doña Apolonia Altamirano de Ramírez es la jefa. Madre del compositor José Agustín Ramírez, del maestro Alfonso, del piloto aviador Augusto (padre de José Agustín, el escritor) y de la maestra Conchita.
La casa de los Altamirano, en Madero, con la de los Rebolledo, en Independencia, tenían patios comunes, divididos únicamente por un pequeño muro. Hubo tanta familiaridad que aquellos llamarán a la dama tía Pola. Otra tía postiza de aquellos fue “la tía Adela”, doña Adela Alcaraz viuda de Argudín, ella en Independencia 3.
Retornemos ahora unos pasos. Un callejón que baja directamente a la escuela Altamirano. Allí se afincó Agustín Rosete luego de desertar del circo donde era pulsador. Aquí se ganó el reconocimiento de los acapulqueños al hacer una primera escaldada como “hombre araña” por el exterior de la antigua iglesia de la Soledad. Abrirá más tarde una gimnasio para la práctica de la halterofilia o levantamiento de pesas, con alumnos como Wenceslao Peláez, Reynold Méndez y Apolonio Castillo. Su hijo Luis Rosete Perea es un prestigioso abogado porteño. Vendía paletas en el recreo de la Altamirano.
Otra vez de vuelta hacia la calle Madero, otrora callejón del Piquete –no por las arañas y alacranes ponzoñosos sino por los afilados verduguillos de los asaltantes. Para iniciar la ascensión de una larga escalinata que llega a la casa del licenciado Francisco Martínez Alomía, papá de Luis Martínez Cabañas, notario público número 2 y más tarde alcalde de Acapulco.
Sorry

Con este memorioso y poco fluido relato pretendimos seguir la línea narrativa usada por el maestro Alejandro Gómez Maganda, particularmente, en su libro Acapulco en mi vida y en mi tiempo. Aunque nada que ver, por supuesto, pues él abarca al mayor número de habitantes del puerto de su tiempo, en tanto que aquí se habla de apenas media calle y a distancia de medio siglo o un poco más. Un ejercicio nemotécnico de pocas horas abrumador para una mente ya escasa de neuronas, la del autor, y cuyas errores sabrán disculpar los lectores. Sorry.

Teléfonos de medio siglo

Recordar un número telefónico durante la mitad del siglo XX no significaba, con apenas tres dígitos, el desgaste neuronal demandado por la actual telefonía celular. Y es que, en el tiempo que hoy le lleva a alguien llamar una ambulancia, por ejemplo, o el cardiaco ya estiró la pata o el bebé ya sacó la carita.
La empresa telefónica de antaño contribuía con la salud acapulqueña otorgando a los médicos una gracia de 24 horas, un vez vencido el mes, para proceder al corte telefónico. Problema, por cierto, que nunca tuvo al aparato número 14-17 de la Privada de La Langosta 88, a nombre del licenciado Donato Miranda Fonseca, el alcalde de Acapulco, pues. Por hoy revisemos el directorio de:

Los médicos

Ricardo Morlet Sutter, Independencia 3, teléfono 7-73.
Alberto P. de Alberti , V de León, teléfono 7-04.
Ángel Vázquez, Carraza 3-3, teléfono 4-62.
Álvaro Ariza Dávila, Carranza 5-1, teléfono 1-17.
Gustavo Amparán, Las Playas, teléfono 1-54.
Luis Arellano, Juárez 9, teléfono. 1-90.
Joaquín Bernal, Hidalgo 30, teléfono 14-86.
Evaristo Canales, Aeración 6, teléfono 14-25.
Evaristo Cabrera, Juárez 19, teléfono 5-69.
Mauricio Cajigas, V. de León 40, teléfono 11-46.
Josefina G. Catalán, Guinea 12, teléfono 8-87.
Manuel Cruz Flores, Carranza 9, teléfono4-14.
Esteban Domínguez G., Hidalgo 1-2, teléfono 7-20.
Eloín García S., Escudero y Posada, teléfono 14-44.
José Gómez Velasco, Hidalgo 3, teléfono 52.
Herman Graef, V- de León s/n, teléfono 7-73.
Juan Manuel Gurrola, Escudero 6-2, teléfono 793.
Martín Heredia M., Allende 1, teléfono 9-42.
Fortunato Hernández N., Escudero 3-5, teléfono 629.
Arturo Horta Miranda, Posada 12, teléfono 13-20.
Juan Izabal Mercley, Iglesias 1, teléfono 12- 11.
Rodolfo Lemoine V., Escudero 13, teléfono 12-70.
Héctor Méndez Amezcua, I. de la Llave, teléfono7-86.
Enrique Muñúzuri Clark, Carranza 9-2, teléfono 6-85.
Ramiro Torreblanca, V. de León 45, teléfono 14-74.
Carlos Zuloaga, Inalámbrica 15, teléfono 14-14.
Mario Ramírez, 5 de Mayo 13, teléfono11-81.
Otto Rhoer, La Cima, teléfono 10 -13.